Hay un cariño que nos llega continuamente y que no
siempre percibimos: el cariño de Dios
Una de las necesidades fundamentales del ser humano es
el cariño. Necesitamos sabernos amados. Necesitamos ser acogidos, a pesar de
nuestros defectos. Necesitamos gestos concretos y sinceros de cariño.
Por no encontrar ese cariño, muchos sufren. No
perciben a su alrededor miradas amigas, ni corazones acogedores, ni manos que
les apoyen con afecto.
Al revés, descubrir que tenemos familiares y amigos
fieles y cariñosos dilata el corazón y permite vivir con más paz, alegría y
esperanza.
Hay un cariño que nos llega continuamente y que no
siempre percibimos: el cariño de Dios.
Porque Dios nos creó con un amor eterno. Porque está
siempre a nuestro lado y nos apoya suavemente. Porque nos levanta tras las
caídas. Porque nos consuela en las penas. Porque nos fortalece en las
dificultades.
Muchas veces ese cariño divino pasa desapercibido, en
parte porque buscamos y preferimos ojos visibles, manos calientes, palabras que
leemos o escuchamos en el móvil.
Pero los cariños humanos son volubles, en ocasiones no
son sinceros, y duele mucho descubrir que algunos un día nos traicionaron.
Dios, en cambio, no nos falla nunca. Su “sí” es continuo
y fiel. Tan fiel, que sigue a nuestro lado hasta el final. “Y he aquí que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Sé que tengo un Amigo fiel. Desde su cariño, mi
corazón ha encontrado la paz. Con su fuerza, puedo convertirme, para otros, en
instrumento de amor, en consuelo para sus penas, y en mano disponible para
ayudarles en tantos momentos de la vida.
Por: Fernando Pascual, L.C.
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