Necesitamos
urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico
de la vida humana, en su destino eterno
Un escritor francés del siglo XX, Jean
Guitton, publicó un libro titulado, en su traducción castellano, “Silencio
sobre lo esencial”. El título ya dice mucho y sirve para pensar. ¿No ocurre que
a veces olvidamos lo esencial?
Porque si nos preocupamos más del
fútbol, o de cómo aderezar la comida, o de los caprichos que llegan y pasan, o
de las últimas fotos a subir a Internet, o de un juego electrónico, o de lo que
dicen los chismes... es que hemos perdido el norte y dejamos de lado lo
esencial.
Necesitamos urgentemente volver a lo
esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico de la vida humana, en su
destino eterno, en el mensaje que trajo Jesús el Cristo, en la verdad que
ilumina el presente y nos lleva a lo eterno.
Lo esencial no coincide, por lo tanto,
ni con las modas, ni con los caprichos, ni con las presiones de familiares y
amigos. Lo esencial está en el mensaje cristiano, que arranca de un hecho extraordinario:
Cristo se encarnó, nació, predicó, hizo milagros, padeció, murió y resucitó por
nosotros.
Al volver a lo esencial, reordenamos la
propia existencia. Damos su importancia a los sacramentos, especialmente a la
Eucaristía y a la Penitencia. Decidimos orar en algún momento durante el día.
Leemos la Biblia, especialmente el Evangelio.
También ordenamos la vida cotidiana. Esa
vida que implica arrepentimiento, romper con el pecado en todas sus formas, y
cambiar (convertirnos). Esa vida que reconoce el primer mandamiento y el que le
es semejante: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (...) Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Mc 12,30‑31).
El mundo moderno, y todos los que creemos
ser católicos, necesitamos romper el silencio sobre lo esencial. Sólo así
nuestra vida tendrá su sentido completo y bueno.
Entonces dejaremos de vivir “a la deriva
y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y
de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4,14); y diremos,
con los labios y el corazón, lo único realmente importante, lo esencial:
“Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11).
Por: P. Fernando Pascual LC
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