La pobreza
debe ser llevada con humildad al igual que la riqueza
Un tema delicado, sin dudas. Contradictorio al menos
en apariencia, difícil de poner en palabras que conformen a todo el mundo. Para
algunos, vale aquello de que “mas fácil es que pase un camello por el ojo de
una cerradura, de que entre un rico al Reino de los Cielos”. Para otros vale
aquello de que “la riqueza o pobreza de un alma está en el aspecto espiritual
del término, no en el material”. De una forma u otra las Sagradas Escrituras
dan referencias que podrían alimentar variadas interpretaciones, especialmente
cuando el interesado tiene algún particular ángulo que desea priorizar.
De tal modo, los que se consideran a si mismos como
“ricos” tratarán de encontrar en este escrito justificación a su riqueza. Y los
que se consideran “pobres” buscarán encontrar aquí consuelo y promesa de
“salvación automática”. Ni lo uno, ni lo otro. No es ese el espíritu de las
diversas palabras que Jesús nos ha dejado sobre este delicado tema en los
Evangelios.
El primer paso es comprender si riqueza material es
sinónimo de casi segura condenación del alma. Recordamos el caso del joven rico
que quiere seguir al Señor, y Jesús le pone como requisito el dejar atrás
bienes y honores, y él tristemente deja alejarse al Salvador, mientras se queda
atado a su riqueza. También el caso del rico que no da ni los restos de su
comida al pobre que pide en la puerta de su casa. En muchas oportunidades Jesús
nos ha marcado el peligro espiritual que acarrean los bienes materiales. Si,
pareciera que es un hueco muy estrecho como para que pase el camello famoso.
Pero meditando sobre este asunto recordé a aquellos
que fueron los mejores amigos de Jesús en la tierra. Ellos fueron muy
probablemente tres hermanos: María Magdalena, Marta y Lázaro, hijos de Teofilo.
Quizás la familia más rica de la Palestina de aquella época, en propiedades en
Jerusalén, en Betania, y en muchos otros lugares. La casa de Betania era el
lugar de descanso preferido de Jesús cuando subía a Jerusalén. A Lázaro y sus
hermanas pedía Jesús muchos favores materiales cuando llegaban a El casos
desesperantes de gente que necesitaba ayuda. Y los hermanos siempre respondían,
fieles al Mesías que ellos habían reconocido en aquel Hombre de Galilea.
Si, los hijos de Teofilo eran ricos, riquísimos, pero
supieron merecer la amistad del Señor. Jesús lloró cuando vio la tumba de
Lázaro, y de hecho hizo de su resurrección el más impresionante milagro, en
fecha ya cercana al Gólgota. Su hermana, María Magdalena, tuvo el honor de ser
la primera persona que lo viera Resucitado. Vaya honor, ¿verdad? Nada está
narrado por casualidad en los Evangelios, de tal modo que tan particular
amistad entre la familia más rica del lugar, y Jesús, tiene que tener un
significado profundo.
Leyendo un hermoso libro titulado “La Palabra
continúa” encontré esta frase: “El rico que da con amor y caridad verdadera, es
el que se hace amar y no envidiar del pobre”. De este modo, aceptar la propia
riqueza proveniente de un trabajo honesto de los padres, o del propio digno
esfuerzo, no es pecado si se la acepta para hacer buen uso de ella. Por
supuesto que la riqueza basada en dinero logrado por malas artes no tiene mucha
cabida frente a Dios. Pero la riqueza heredada o lograda con trabajo digno, es
una manifestación de la Voluntad de Dios sobre nosotros. El asunto es qué espera
Dios que hagamos con esos dones, porque sin dudas que es mucho el bien que,
como Lázaro y sus hermanas, se puede hacer desde una buena posición económica y
social, adquirida legítimamente.
Vistas así las cosas, el camello puede pasar por el
ojo de la cerradura, pero con una responsabilidad y un esfuerzo que hacen la
tarea muy difícil. La riqueza parece de esta forma asimilarse a una prueba
ciclópea para el alma, más allá de que configura un gran don, una gracia que
Dios concede. La gran pregunta de vida que las personas ricas deben hacerse es
qué hacer con los bienes que Dios ha puesto en sus manos.
Si la riqueza nos enfrenta a semejantes pruebas
espirituales, ¿es acaso la pobreza un don de Dios? Realmente lo es, es una
ayuda muy grande que Dios da para encontrar verdadera humildad y sencillez en
el corazón, puertas fundamentales para el camino a la santidad. ¿Es entonces
pobreza sinónimo de salvación? Sin dudas que no. Un sacerdote amigo me decía
que si bien es notable la soberbia de los ricos, es también impactante la
soberbia de los pobres.
Me quedé mucho tiempo pensando en sus palabras, hasta
que comprendí que se refería al resentimiento y desprecio por aquellos que
tienen algo que uno no tiene, sea un bien material, cultural, o incluso
espiritual. Ser pobre y vivir amargado por ello, es tan malo espiritualmente
como ser rico y no hacer uso de lo recibido para el bien de los demás. En ambos
casos se cae en una vida alejada del amor que Dios espera de nosotros.
La pobreza debe ser llevada con humildad también, al
igual que la riqueza, haciendo de las carencias un agradecimiento a que Dios no
nos somete a la prueba de la abundancia. Difícil tarea, ¿verdad? Suena más
difícil que la tarea del rico, de hacer buen uso de lo recibido. Sin embargo,
creo yo que, espiritualmente hablando, la tiene más difícil el rico que el
pobre. Pero en cualquier caso queda en cada alma el saber como hacer de la
situación que nos toca vivir, una oportunidad única de honrar a Dios con amor y
verdadera humildad de corazón.
Si ser pobre o si ser rico, son cuestiones de este
mundo material en que vivimos, cuestiones muy alejadas del destino de verdadera
realeza que nos espera. Riquezas en este mundo, caminos que nos alejan de la
genuina riqueza, si no sabemos utilizarlas para beneficio de los demás.
Pobrezas y miserias en este mundo, un sufrimiento que puede ayudarnos a
encontrar la estrecha senda al Reino, si las aceptamos con alegría de corazón y
hacemos de ello un motivo de unión a la Pobreza del Resucitado.
Jesús tuvo una unión muy intensa con pobres, enfermos
e indefensos, y una amistad profunda con algunos ricos pero bondadosos. Pero,
por sobre todas las cosas, no olvidemos que los que lo enviaron a la Cruz
fueron los ricos del lugar que no aceptaron que el Señor viniera a alterar su
poder y comodidad, sus riquezas materiales, su dominio sobre los pobres. Y tú,
rico o pobre, ¿qué haces con ello?
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
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