Todo empezó en el silencio de un
oratorio.
Aprendí a querer a Jesús desde niño. Estudié en un colegio franciscano. Las
dulces monjas nos relataban anécdotas de san Francisco. Y hacían vibrar mi
corazón infantil con deseos de santidad.
Frente a mi casa las Siervas de María tenían una capilla. Solía visitarla, por
las mañanas antes de ir al colegio. Era la gran ilusión de mi vida. Estar con
Jesús.
Al crecer estos sueños de santidad se enfriaron. Me han dicho que cuando te
alejas de la luz todo lo que te queda es la oscuridad. Y yo andaba en esa
oscuridad, buscando respuestas a mis inquietudes.
Me ocurrió como a san Agustín. Buscaba la verdad cuando la llevaba conmigo.
Una mañana, cansado de buscar me senté en la banca de un parque y le dije:
"Bueno, aquí estoy. Haz de mí lo que quieras. A partir de hoy mi vida es
tuya. Ya no quiero más que lo que tú quieras".
Estaba extenuado.
Me sentía como Elías en el Sinaí, cuando cansado le dice a Dios que ya no puede
más.
A partir de ese instante sucedieron una cantidad impresionante de hechos. Eran
tantos y tan maravillosos que no pude dejar de pensar: "Una vez, es
casualidad, dos veces es casualidad, veinte veces seguidas, es Dios".
Y me decidí a escribir sobre mis vivencias con Dios. Contaba con sencillez las
experiencias cotidianas de un papá de 4 hijos, casado, expuesto a las
vicisitudes del mundo
¿QUÉ QUIERES DE MÍ?
Sabía que Dios buscaba algo de mí, como busca algo de ti.
Había leído la vida de Sor María Romero, una santa que se acercó al Sagrario y
le preguntó a Jesús: "´¿Quién soy yo?" y escuchó una voz salida del
Sagrario que le respondió: "Tú eres la predilecta de mi Madre y la
consentida de mi Padre". Y de ti, quién soy? "¡Mi amada
!"
Se me ocurrió hacer lo mismo. Fui a verlo y le pregunté: "¿Qué quieres de
mí?". En medio del silencio escuché una voz interior, dulce, maravillosa,
que respondía:
"Escribe. Deben saber que los amo".
Aquella experiencia me dejó marcado, pero al tiempo la olvidé, dejando que
otras prioridades movieran mi vida y mis anhelos. Las experiencias con la
gracia y la Providencia se multiplicaron. Era como Dios quisiera llamar mi
atención. Es un Dios celoso, de nuestro amor.
Ocurrió una tarde que fui a un supermercado a buscar a mi esposa Vida. Me
telefoneó que la pasara a recoger. Le había dicho a Dios: "Si quieres que
escriba me lo tienes que decir directamente". Vaya que a veces nos
comportamos como unos perfectos tontos.
Llegué algo cansado por el trabajo. Me bajé del auto y frente a mí una señora
que no conocía me preguntó: "¿Usted es Claudio de Castro?" Sonreí
amablemente y añadió: "¿Qué ocurre? ¿Po qué no está escribiendo?
Escriba". Aquello me sorprendió. "No puede ser", me decía. Entré
al supermercado. Aún me veo caminando por sus pasillos cuando otra señora se me
acerca. "¿Usted es el que escribe en Panorama Católico?... ¿Por qué no
escribe? Debe escribir". A esta altura mis dudas se habían disipado. Me
quedó claro lo que debía hacer. Me acerqué a mi esposa que conversaba con una
prima y ésta al verme me dijo: "Tengo algo importante que decirte".
"Mensaje recibido", exclamé riendo. "Me vas a decir que
escriba". Ella me miró asombrada y preguntó: "¿Cómo lo sabes?"
Entonces le conté.
Esa tarde regresé a mi casa y me senté a escribir. Desde entonces no me he
detenido.
No pasa un día sin que tenga una experiencia maravillosa con Dios.
Una vez un amigo me preguntó: "´¿Acaso te crees especial?" "Por
supuesto", le respondí. "Como tú, soy hijo de Dios, y eso nos hace
especiales a todos".
Un amigo dijo estas palabras en un programa de radio: "En mi corazón hay
un sello y ese sello dice: Jesús". Me pasó igual. Jesús selló mi alma con
su infinito Amor. Encontré un tesoro interminable y ahora no lo cambio por
nada.
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