Cuando
vivimos, pensamos, sentimos como si las enseñanzas del Maestro no fuesen
importantes.
San Pablo
advirtió fuertemente sobre el peligro de desvirtuar la cruz de Cristo, de vivir
como enemigos de la Redención que se hizo concreta en el Calvario (cf. 1Cor
1,17; Flp 3,18-19). ¿Cuándo desvirtuamos la cruz de Cristo?
La cruz de
Cristo se desvirtúa si
olvidamos el centro del mensaje cristiano, el amor misericordioso y salvador de
Dios, y buscamos sucedáneos en la sabiduría del mundo, en la técnica, en los
estudios científicos, en los medios materiales.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si no
pensamos ni hablamos del pecado, ni de la conversión, ni de la gracia, ni de
las bienaventuranzas, ni de los sacramentos, ni de la Iglesia.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si, por
miedo al mundo, nos acomodamos a su mentalidad y usamos un vocabulario tibio,
vacío de contenidos, que oscurece las maravillas de la acción de Dios en la
historia humana.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si
denunciamos sólo aquello que ya denuncian los dueños de la cultura moderna,
mientras guardamos un silencio cómplice ante pecados e injusticias sumamente
graves, como las que se cometen con la trivialización de la sexualidad, con el
aborto, con el desprecio al matrimonio.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si
promovemos un falso ecumenismo, que deja de lado la verdad revelada, que no se
alimenta de la fe, tal y como está expresada en la Palabra de Dios a través de
la Escritura y de la Tradición, y como es tutelada por el Magisterio de la
Iglesia católica.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si tenemos
vergüenza de rezar en público para no “incomodar” a los demás, si ocultamos
nuestra condición de católicos para camuflarnos entre familiares, amigos,
compañeros de trabajo.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si
aceptamos entre los católicos el espíritu maligno de las murmuraciones, las
envidias, los golpes bajos, el desprecio a otros porque pertenecen o no
pertenecen a tal o cual grupo eclesial.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si vivimos
apegados al dinero, si damos el primado a los bienes materiales, si nos
interesa más el progreso tecnológico que el estudio de la Biblia.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si
olvidamos la invitación a rezar continuamente, a vigilar para no caer en la
tentación, a invocar y acoger el perdón a través del sacramento de la
Penitencia.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo si no
confiamos en la Providencia del Padre, si acudimos a horóscopos, a la magia o a
otros métodos que buscan “controlar” un futuro que no nos pertenece.
Desvirtuamos
la cruz de Cristo, en
definitiva, cuando vivimos, pensamos, sentimos como si las enseñanzas del
Maestro no fuesen importantes, mientras recurrimos a lecturas y a técnicas de
autoestima, autorrealización, autosatisfacción, autocontrol, y otras parecidas
en la galaxia New Age, para lograr la “salvación” por nosotros mismos.
El verdadero
creyente no vacía de su fuerza esa cruz que salva, que lava, que abre el cielo.
Desde la asistencia del Espíritu Santo, tiene certezas inamovibles: sólo hay un
Salvador: Jesucristo. Sólo hay una Iglesia verdadera: la católica. Sólo hay un
medio para seguir al Maestro: negarnos y tomar la propia cruz cada día... (cf. Mc
8,34).
Por: P. Fernando Pascual LC
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