Porque
nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida.
Por: SS Papa Francisco
Por: SS Papa Francisco
Fragmento de la Homilía del Papa Francisco en
Morelia, 16 febrero 2016. Misa con los sacerdotes, religiosos, religiosas y
seminaristas.
Hay un dicho entre nosotros que dice así:
Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives
y te diré cómo rezas, porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el
Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que
rezas; porque
nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se
aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de la
oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde vamos
haciendo la escuela de la oración.
Y Pablo a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le
enseñaba o le exhortaba a vivir la fe, le decía acuérdate de tu madre y de tu
abuela. Y a los seminaristas cuando entran al seminario muchas veces me
preguntaban Padre pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental.
Mira sigue rezando como te enseñaron en tu casa y después poco a poco tu
oración irá creciendo como tu vida fue creciendo. A rezar se aprende como
en la vida.
Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de
la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró comiendo, durmiendo, curando,
predicando, rezando, qué significa ser Hijo de Dios.
Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando
con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en
su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: Padre nuestro.
En Jesús, esta expresión no tiene el gustillo
de la rutina o de la repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a
experiencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo,
diciendo: Padre nuestro.
Y nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra
primera llamada es a hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en
nuestra vida, en nuestra historia. Su primera llamada es
introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de filiación. Nuestra
primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como Pablo insiste, Abba.
[...] Somos invitados a participar de su vida, somos
invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: Padre
nuestro. ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida, desde el
principio hasta el final, que es la misión sino decir con nuestra vida: Padre
nuestro?
A este Padre nuestro es a quien rezamos con
insistencia todos los días: y que le decimos en una de esas cosas no nos dejes
caer en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos
-de ayer y de hoy- no cayéramos en la tentación.
- ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar?
- ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla?
- ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? [...]
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación.
Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del
demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así.
- Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino;
- Una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras [...] aparentes seguridades;
- Una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza.
- Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.
Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la
tentación.
[...]
Papá. Padre, papá, abba. Esa es la oración, esa es la
expresión a la que Jesús nos invitó.
Padre, papá, abba, no nos dejes caer en la tentación
de la resignación, no nos dejes caer en la tentación de la asedia, no nos dejes
caer en la tentación de la pérdida de la memoria, no nos dejes caer en la
tentación de olvidarnos de nuestros mayores que nos enseñaron con su vida a
decir: Padre Nuestro.
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