Las almas simples son aquellas que buscan lo
esencial, lo fundamental; las que no se quedan en lo superfluo, ni se van por
las ramas. La simplicidad es reducir todas las cosas a lo único necesario.
El modelo que poseen las almas simples es
Dios. El es la Simplicidad de manera absoluta; Dios es el Ser Simple por
excelencia. "Dios es simple -observa S. Ireneo- y no compuesto; en todas
sus partes y en su totalidad es idéntico a sí mismo, pues es totalmente
entendimiento, totalmente espíritu, ... totalmente luz y totalmente fuente de
toda bondad" (Ad. Haer., 2, 12).
Pero la simplicidad, en la mentalidad
mundana, es confundida y mal interpretada con otra cosa. Para algunos la
simplicidad es de los que están "calladitos" o los que no se "hacen
mala sangre" por lo que hay que combatir (sea el error o el vicio). Esta
manera de simplicidad es como un disfraz para tapar la cobardía y el "no
te metás". La pseudo-simplicidad es propia de los vegetantes, de los que
se hacen cómplices con los valores del mundo y, a la vez, están de espaldas a
Dios.
En cambio, la verdadera simplicidad, indica
coherencia, exigencia y compromiso fiel con los Verdaderos Valores Católicos.
El simple es el que está definido en las cosas de Dios, y es aquél que llama a
las cosas por su nombre: lo malo es malo y lo bueno es bueno. Es -además- una
sola pieza delante del Señor.
Lo saludable, por lo tanto, en la vida
espiritual, es no con-fundir lo falso y lo aparente con lo verdadero y real.
Debemos pedir -como hace, por ejemplo, Sto. Tomás en una de sus oraciones-
cosas importantes a Dios.
"Dígnate infundir sobre las tinieblas de
mi inteligencia un rayo de tu claridad, para remover de mí la doble tiniebla en
que he nacido: el pecado y la ignorancia... Instrúyeme (Dios) en el ingreso,
dirígeme en el progreso, complétame al terminar" (De la Oración para antes
del estudio).
I. La doblez
El simple es el que no tiene doblez. Y al
decir que los simples son los que no actúan con doblez, es al menos un elemento
indicador de lo que deben ser.
La doblez no es sólo lo distinto a la
simplicidad, sino también su contrario. Cuando una persona caen la doblez cae
en el camino ancho de la perdición, se esclaviza a un corazón dividido. La
doblez conduce a actuar en lo externo de una manera y en lo interno de otra.
Las S. Escrituras describían a estas almas, las cuales viven alejadas de Dios
por su incoherencia. Nuestro Señor va a decir de los fariseos y escribas que
son almas con doblez:
"Muy bien profetizó Isaías de vosotros,
según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí, pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos
humanos'" (S. Mc. 7, 6-7).
La base de la doblez es la mentira, así como
la verdad lo es de las almas simples. Los que actúan con doblez "se
deleitan con la mentira; bendicen con su boca y en su corazón maldicen"
(Ps. 61, 5).
Esta actitud de bendecir con los labios y de
despreciar en el corazón lleva a la división interior, a la falsedad, a la
hipocresía. las almas con doblez quieren quedar bien con Dios y con el diablo,
en definitiva, más bien con el diablo. S. Vicente Ferrer nos describe con
claridad y profundidad esta situación:
"Cuando alguien tiene la mirada puesta
en el mundo, en los honores, etc, ... y se aparta de Dios, tiene doblez. Ocurre
a estos lo que el gallo, que con un ojo mira al cielo y con el otro al
grano" (Sermón, Fiesta de S. Pedro, n. 12).
En la doblez lo principal es el mundo de las
apariencias y los castillos de arena. No hay verdadera conversión en esta
almas, al contrario todo es un simulacro, un teatro, un tapar lo que puede
afear y un exaltar con soberbia los propios méritos. Como en la doblez el
centro no es Dios, ni su Gloria, hay una esclavitud a lo fugaz, a lo
transitorio; hay -también- un apego desmedido a la propia honra y caprichos. La
doblez lleva a discutir y contrariar el yo profundo, el yo querido por Dios.
"Un alma que transige con su yo, que se
preocupa de su sensibilidad, que se entretiene en pensamientos inútiles, que se
deja dominar por sus deseos, es un alma que dispersa sus fuerzas y no está
orientada totalmente hacia Dios. Su lira no vibra al unísono y el divino
Maestro, al pulsarla, no puede arrancar de ella armonías divinas. Tiene aún
demasiadas tendencias humanas. Es una disonancia. El alma que aún se reserva
algo para sí en su reino interior, que no tiene sus potencias recogidas en
Dios, no puede ser una perfecta Alabanza de gloria. No está capacitada para
cantar permanentemente el Canticum Magnum de que habla San Juan, porque la unidad
no reina en ella. En vez de proseguir con sencillez su himno de alabanza a
través de todas las cosas, tiene que reunir constantemente las cuerdas de su
instrumento dispersas por todas partes. ¡Qué necesaria es esta bella unidad
interior para el alma que quiere vivir en la tierra la vida de los
Bienaventurados, es decir, de los seres simples, de los espíritus! Me parece
que el divino Maestro se refería a ella cuando hablaba a María Magdalena del
unum necessarium (Lc. 10, 41)". (Beata Sor Isabel de la Trinidad, Últimos
Ejercicios, día segundo).
La desarmonía y la incoherencia son el
reflejo de las almas divididas interiormente. También se encuentra en la doblez
las consecuencias, a nivel de la propia personalidad, de decir una cosa y hacer
otra, de aparentar lo que no es. Si buscáramos en el orden de las experiencias
humanas -acerca de la doblez- podríamos encontrar en la antigüedad una postura
que es la sofística, es decir, los sofistas. Esta corriente de pensamiento se
encuentra en el siglo V antes de Cristo. Platón, califica a los sofistas -por
sus vanidades- como "cazadores interesados de gentes ricas, vendedores
caros de ciencia no real, sino aparente" (Menón 91, c. 92 b.). Aristóteles
los califica de "traficantes en sabiduría aparente, pero no real (Soph. I
165 a 21). Aunque se conoce poco de los Sofistas, sin embargo se conocen
algunas características: un cierto relativismo (nada es estable, nada es fijo),
un cierto subjetivismo (no existe verdad objetiva) y un cierto escepticismo (no
podemos conocer nada con certeza). La clave va a estar en lo que va a decir su
principal representante, Protágoras, que va a ser el punto básico de sus
pensamientos:
"El hombre -dice Protágoras- es la
medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en
cuanto que no son" (Diels, 80 BI. Sexto Empírico, Adv. Math. VII, 60;
Teeteto 151 e 152 a).
Si el hombre es "la medida de todas las
cosas" se coloca en lugar de Dios, se cae en la homolatría, un culto al
hombre. Esta expresión no sólo es la base del ateísmo, que caracteriza nuestra
época, sino también es lo más alejado del hombre creyente. Así por ejemplo
Platón que va a decir lo contrario a los Sofistas:
"Dios es la medida de todas las
cosas" (Leyes 716 c). El es el "principio, el medio y el fin de todas
las cosas, que las envuelve a todas en la bondad de su naturaleza" (Leyes
716 a). "Porque nunca será abandonado de los dioses el que se afana por
hacerse justo y asemejarse a los dioses" (República 613 a).
Aristóteles, comentando la expresión de Protágoras,
"el hombre medida de las cosas", va a decir lo siguiente:
"Protágoras decía que el hombre es la medida de todas las cosas, lo que no
significa sino que lo que parece a cada uno, tal es para él con certeza... De
lo cual se deriva que la misma cosa es y no es al mismo tiempo, y que es mala y
buena al mismo tiempo, y así, de esta manera, reúne en sí todos los opuestos,
porque con frecuencia una cosa parece bella a unos y fea a otros, y debe valer
como medida lo que le parece a cada uno" (Metafísica XI, 6, 1062 b 13).
Pero esta postura de sujetarse a lo que cada
uno piensa, en el relativismo, y en la medida humana tiene sus consecuencias.
Hay una obra atribuida a los sofistas, que es inédita: Los discursos dobles. Es
una obra mediocre, en donde el bien y el mal, lo justo y lo injusto tiene un
valor relativo. Por esto si todo es relativo, nada es absoluto, ni permanente,
el hablar de una manera o de otra de acuerdo a la conveniencia personal es el
efecto de estos principios nefastos.
Los que caen en la doblez, podríamos decir,
tienen el discurso doble. Se da aquello de la Biblia que "de la abundancia
del corazón habla la boca" (Mt. 12, 34): si en el corazón hay doblez en
las palabras también.
Y en la Biblia encontramos otro ejemplo
nefasto de doblez, que son los fariseos. El término "fariseo" (en
hebreo moderno farush, en griego pharisaios), corresponde en líneas generales a
"separado". Separado ¿de quién?, de las cosas impuras. Eran, de
alguna manera, rigoristas religiosos. Se gloriaban de ser los intérpretes
auténticos de la Ley, pero agregando y añadiendo tradiciones a las que daban a
veces mayor importancia que a la misma Ley. Pero aún con el rigorismo
religioso, el fariseísmo va a ser la corrupción de lo religioso y la
deformación de la religión. Lo peligroso de ellos fue denunciado y rechazado
por Nuestro Señor. El los describe con pinceladas claras y precisas. El culto
de los fariseos es exterior y vano: "Todas sus obras las hacen para ser
vistos de los hombres. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos; gustan
de los primeros asientos en los banquetes..." (S. Mt. 23, 5-8). Caen en la
hipocresía: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis
a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni permitís entrar a
los que querrían entrar" (S. Mt. 23, 13). Son ciegos (S. Mt. 23, 16),
inicuos (S. Mt. 23, 28), etc.
Los fariseos se quedan en el brillo exterior,
en la vanagloria de sí mismos, son por lo tanto la encarnación de la soberbia.
Todo esto hace que caigan en la doblez que también la describe claramente
Nuestro Señor:
"Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas
por dentro llenos de huesos muertos y de toda suerte de inmundicia" (S.
Mt. 23, 27).
El fariseísmo es una tentación y un peligro
constante para todo aquél que busca a adorar a Dios verdaderamente. Un peligro
del que nadie está exento de caer. El fariseísmo es la corrupción de lo
religioso en su raíz, mata la inclinación del hombre hacia Dios.
El fariseísmo es una enfermedad mortal de la
religión. "El fariseísmo -observa con agudeza el P. Castellani- es la
sífilis de la religión y el peor mal que existe en el mundo" (1). El
motivo de esta afirmación tan fuerte es por lo siguiente: "El fariseísmo
es el abuso y la corrupción de lo religioso, y si lo religioso es el remedio de
las corrupciones, ¿con qué remedio se remediará la corrupción del remedio?. De
suyo no tiene remedio la corrupción del remedio" (2). La corrupción se va
a dar por la Soberbia, la exaltación de sí mismo. La soberbia, invento de los
demonios, es la base de la actitud farisaica, por ello degrada y aleja tanto de
Dios.
Lo grave de la actitud del fariseo es que se
vale de la religión para instrumentalizarla en provecho propio , para envanecerse
y para usarla en sus propios caprichos y mezquinos intereses. "El
fariseísmo, -vuelve a observar el P. Castellani- es el gusano de la religión; y
parece ser un gusano ineludible, pues no hay en este mundo fruta que no tenga
gusano, ni institución sin su corrupción específica. Todo lo que es mortal
muere; y antes de morir, decae" (3). Y también el "fariseísmo, siendo
la corrupción específica de la religión, ha existido y existirá siempre"
(4). Y finalmente: "El fariseísmo es la enfermedad de la religión
verdadera: del cristianismo, o mejor dicho del judaísmo; y del cristianismo,
cuando este acebuche injerto retrocede un poco al salvaje olivo
primitivo..." (5).
Y el proceso por el cual se llega a esta
degradación espiritual es lento y progresivo. Nuestro Señor al decirnos que el
que es "fiel en lo poco, también lo es en lo mucho; y el que en lo poco es
infiel, también es infiel en lo mucho" (S. Lc. 16, 10), nos indica que la
caída empieza en lo poco y culmina estrepitosamente en lo mucho. Toda descomposición
es gradual. El fariseísmo no escapa a esta ley y, además, cuando se llega a la
postura farisaica es el resultado final de una serie de concesiones en el mal.
El P. Castellani ha señalado siete pasos en este proceso de putrefacción
espiritual (6):
Primero: La religión se vuelve exterior y
ostentatoria.
Segundo: La religión se vuelve rutina y
oficio.
Tercero: Se vuelve negocio.
Cuarto: Se vuelve medio de poder o influencia
(endurecimiento pasivo).
Quinto: Aversión a los que son auténticamente
religiosos.
Sexto: Persecución a los que son
auténticamente religiosos (activamente dura y cruel).
Séptimo: Concluye en el sacrilegio y en el
suicidio.
Este proceso que va de lo interno a lo
externo, refleja primero una caída de lo superior. Cuando se cae se cae de lo
alto, como el demonio que cayó de las alturas (cfr. Is. 14, 12-14) y nuestros
primeros padres del estado de justicia original. El efecto de la caída es el
derramarse en las cosas, en lo exterior, en la vanidad. Quien no soporta estar
en su interior, en la unión íntima con Dios se vuelca desmedidamente en las
criaturas; no se trata de la verdadera exteriorización, que debe ser un reflejo
de la profunda interioridad y del ejercicio de la caridad, en sentido efectivo,
por amor a Dios; sino de la exteriorización carente de vida interior. Es una
exteriorización sin alma, sin contemplación, en definitiva sin Dios. Luego de
esto se pasa a decir y no hacer, a vivir en palabrerías, y hacer discursos de
exaltación de sí mismo. Se da aquello de "que quien no vive como piensa
termina pensando como vive". Y así se vuelve a recapitular la caída
adámica, que va desde la soberbia hasta quedar fuera del Paraíso. El
alejamiento de Dios constituye y produce un alejamiento de sí; la aversión al
Creador en la conversión desordenada a las criaturas y un desprecio por todo lo
que implica relación con Dios.
El fariseo en la corrupción de su postura
religiosa, en el fondo no se somete a Dios, no adora a Dios en su alma, sino
-al contrario- se busca a sí mismo en todo. El fariseo es lo más alejado que
hay de las almas simples, que reducen todo a lo único necesario. Por último
podríamos caracterizar, con algunos elementos, la actitud del fariseo: Primero:
La soberbia, Segundo: la hipocresía y Tercero: La crueldad.
Primero: La Soberbia
La soberbia es un vicio capital, que mata la
raíz de la vida espiritual. la soberbia -observa S. Gregorio Magno- es
"señal evidentísima de los réprobos, y, por el contrario, la humildad lo
es de los elegidos" (Moral lib. XXIV, c. 18).
La soberbia es el camino contrario a Dios,
porque intenta quitarle a Dios su gloria, que sólo a El pertenece. El soberbio
se coloca en lugar de Dios, se hace centro de todo. Por esto, "Dios
resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia" (I Pedro 5, 5).
El fariseo al buscar envanecerse por lo que
hace, autoglorificarse, cae en la soberbia, de ahí el rechazo de Cristo. Cuando
Nuestro Señor coloca un ejemplo de soberbia lo hace con la figura del fariseo.
Así, por ejemplo, el publicano y el fariseo
que entran al templo para rezar (cfr. Lc. 18, 11-14). El fariseo lo hace
"de pie", no mirándose como imperfecto, como pecador y despreciando a
los demás: "Oh, Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres,
rapaces, injustos.. Ayuno dos veces en la semana"; en cambio el publicano,
alma humilde, se quedaba lejos, mirándose como indigno de estar en la Presencia
de Dios, no se atrevía levantar los ojos y hería su pecho diciendo: "¡Oh
Dios, se propicio a mí, pecador!". Las consecuencias, los frutos recogidos
por uno y por otro lo dice Nuestro Señor: "Os digo que éste -el publicano-
bajó justificado a su casa y no aquél -el fariseo-" (ibíd.).
Y otro ejemplo es cuando se convierte S.
Mateo, que era publicano, un pecador público. Sin embargo los fariseos en vez
de alegrarse se enfadan por el hecho, diciendo: "¿Por qué vuestro Maestro
come con publicanos y pecadores?" (S. Mt. 9, 11). Nuestro Señor que los
oyó les dice: "No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos.
Id y aprended qué significa ‘Misericordia quiero y no sacrificios'. Porque no
he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores" (ibíd., v.12).
Los fariseos se consideraban "justos", por lo tanto se cerraban al
Señor que viene a Salvar a los pecadores, encarnándose por ese motivo.
Lo fundamental, por lo tanto, no es
simplemente obrar, sino hacerlo con humildad y profundo amor a Dios. La
soberbia mata las obras buenas, las pudre en su raíz, de ahí que hay que tener
la actitud del Salmista David, para no caer en lo farisaico:"
"Porque no es sacrificio lo que tú
quieres; si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarías. Mi sacrificio, ¡oh
Dios!, es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios!, no
lo desprecias" (Sal. 50, 18-19).
S. Juan de la Cruz, en uno de sus consejos
plantea lo mismo:
"Más agrada a Dios una obra por pequeña
que sea, hecha en escondido, no teniendo la voluntad de que se sepa, que mil
hechas con gana de que las sepan los hombres" (Dichos de luz y amor nº.
20).
Segundo: La Hipocresía
De la Soberbia el fariseo pasa a la
hipocresía, que es cuando la persona finge y representa lo que no es o no
siente. S. Isidoro decía en sus Etimologías que "hypócrita" es una
palabra griega que se traduce al latín por simulador, el cual siendo malo en su
interior, se muestra bueno por fuera. ‘Hypo' se interpreta como ‘falso' y
‘crisis' por ‘juicio' "(ML 82, 375). Por eso Sto. Tomás consideraba al
fariseísmo como opuesto a la verdad: "a la verdad se opone que alguien
manifieste - por algún signo- algo contrario de lo que hay en él. Por eso la
simulación es propiamente cierta mentira manifestada en signos exteriores"
(II-II, q.111, a.1).
El Fariseo busca engañar a los demás por lo
que no es, por lo no vive. La mentira es su arma predilecta, necesita de ella
para justificarse y para atraer a los demás. Los dos elementos que encierra la
hipocresía, se encuentran en el fariseo: "la falta de santidad y la
simulación de la misma" (Sto. Tomás II-II, q.111, a.4).
La "hipocresía -dice el mismo Sto.
Tomás- es cierta simulación por la cual aparenta tener una personalidad que no
tiene, y consiguientemente se opone directamente a la verdad" (II-II,
q.111, a.3). Esta oposición es un pecado satánico, pues el "pecado del
demonio contra Dios... consiste en una aversión a la verdad que es Dios"
(In Ioannem, VIII, 44, n. 1244).
El fariseo, que va desde el comienzo muriendo
a la verdadera religión, por su soberbia va tomando algo de ella -lo
externo-para hacerse ver:
"El fariseo va muriendo lentamente a la
verdadera religión, pero conservando tenues resabios de ella. Se produce una
especie de desdoblamiento de la personalidad religiosa: una reliquia de
verdadera religiosidad y un fariseísmo cada vez más voraz. Es una verdadera
esquizofrenia religiosa. Finalmente la esquizofrenia se torna hipocresía. El
desdobla- miento de la personalidad termina quebrándose y se hace consciente la
realidad farisaica. Entonces se construye una personalidad falsa, fingida,
santurrona y misticoide" (7).
Nuestro Señor también va a descubrir al
fariseo en su hipocresía:
"¡Ay de vosotros escribas y fariseos,
hipócritas! que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y luego de
hecho, le hacéis hijo de la gehenna dos veces más que vosotros" (S. Mt.
23, 15)... "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que edificáis
sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si
hubiéramos vivido nosotros en tiempo de nuestros padres, no hubiéramos sido
cómplices suyos en la sangre de los profetas! Ya con esto os dais por hijos de
los que mataron a los profetas" (ibíd., v. 29-30).
Frente a esto, la única manera de matar lo
farisaico, es la verdad con humildad: la veracidad. La Veracidad es propio de
las almas simples y santas. La veracidad es una virtud que "inclina a
decir siempre la verdad y a manifestarse al exterior tal como somos
interiormente" (cfr. II-II, q. 109, a.1 y 3, ad.3). Decir la verdad y
vivir conforme a ella es agradable a Dios. Y, a la vez, nos asemeja a Cristo,
quien vino a manifestar la Verdad (Jn. 18, 37), aunque El es la Verdad de
manera absoluta. También es fundamental la veracidad con los demás. S. Pablo
dice que es preciso crecer en caridad "abrazados a la verdad" (Ef. 4,
15) y que "despojándose de toda mentira hable cada uno verdad con su
prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros" (Ef. 4, 25). El
cristianismo es "hijo de la luz" (Jn. 8, 44), hijo de la verdad. La
mentira, en cambio, es el camino de lo satánico.
Y, como partes integrales de la veracidad se
encuentran por un lado la fidelidad (que inclina a la voluntad a cumplir
exactamente lo prometido), y, por otro lado, la simplicidad (que rectifica la
intención apartándonos de la doblez, que nos impulsaría a manifestarnos
exteriormente en contra de nuestras verdaderas intenciones) (cfr. S. Th. II-II,
109, 2, ad.4 ; II-II, 111, 3, ad.2).
Pero el hablar de sí mismo con verdad se debe
hacer con un cierto discernimiento: "Hablar de uno -observa Sto. Tomás-
conforme a la verdad es una cosa buena, pero con una bondad genérica que no
basta para hacer el acto virtuoso. Para esto se precisan otras muchas
condiciones, en cuyo defecto el acto será más bien un vicio. Tal es el ejemplo,
el alabarse a sí mismo sin motivo, aunque no se falte a la verdad. Y también el
publicar sus defectos como vanagloriándose de ellos, sin que tal publicidad
reporte algún beneficio" (II-II, 109, 1, ad.2).
Decir la verdad para hacerse ver y no por la
gloria de Dios y el bien de las almas, es vicio más que virtud.
Tercero: La Crueldad
La crueldad, que es deleitarse en hacer
sufrir a los demás, es otra característica de los fariseos. Ellos, no
soportando a Dios ni a la verdadera religión, van a despreciar todo lo que le
indique a Dios y van a perseguir a los verdaderos creyentes.
La crueldad va a ser por un lado consecuencia
de la envidia que van a tener por los que obran bien, y también un efecto del
vicio que va contra el amor al prójimo: el odio. El odio farisaico no es por
rechazar lo malo (que es virtuoso y bueno, siempre y cuando se desprecie no a
la persona misma del prójimo, sino lo que hay de malo en ella). El odio de los
fariseos es el de enemistad, que le desea al prójimo algún mal.
La crueldad del fariseo es la del que se
considera "justo" y que encubre su acto adornándolo con el escudo del
derecho y con la aparente "rectitud moral". Es la crueldad de la
pseudo-justicia. Cuando pidieron crucificar al Señor lo hacen con
"aparente justicia", pero que en el fondo es tapar y justificar su
crueldad contra el Hijo de Dios. Les va a decir Nuestro Señor acerca de su
crueldad:
"por esto os envío yo profetas, sabios y
escribas, y a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en
vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad" (S. Mt., 23,
34).
El fariseo, la primera crueldad la va a tener
con la propia alma, al dejarla alejada de la verdadera perfección, de la
santidad exigida por Dios. Quien peca se hace verdugo de sí mismo. La segunda
consiste en despreciar a los verdaderos adoradores: va a perseguirlos,
difamarlos y atacarlos en todos los frentes.
"El falso creyente -observa el P. Castellani-
persigue de muerte a los veros creyentes, con saña ciega, con fanatismo
implacable... y no se calma ni siquiera ante la cruz ni después de la cruz...
‘Este impostor dijo que al tercer día iría a resucitar'; de modo que, oh
Excelso Procurador de Judea... Guardias al sepulcro" (8).
"El fariseísmo es esencialmente
homicida, aunque tenga las manos enteramente limpias de sangre y sea incapaz de
resistir por la fuerza a una viril pateadura. ‘Vuestro padre es el diablo -les
dijo Cristo- el cual fue homicida desde el principio'. Es homicida porque es
enemigo de la vida y helador de la caridad y todo lo que es cálido: de su
corazón y de su boca salen una especie de rayos de hielo. Y éste es el grado
supremo del fariseísmo, los sacrificios humanos; no a Dios, que no los quiere,
sino a un Diablo disfrazado y llamado con distintos nombres: ‘Disciplina
Eclesiástica' en este caso" (9).
La crueldad se va a superar con la verdadera
caridad que lleva a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo y a sí mismo
por amor a Dios.
P. Fr. Armando Díaz O.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario