Autora: Carolina Crespo
Fernández
El Papa Francisco ha
destinado unas de sus más duras palabras a los corruptos. Hoy, en los medios de
comunicación social, el tema reiterativo es el de la corrupción; instituciones,
políticos, personas corruptas que han perdido su razón de ser, servir a la sociedad,
para servirse a ellos mismos. Los corruptos nunca se cuestionan a sí mismos, se
creen autosuficientes, se sienten orgullosos de sus habilidades y su lema es
"tonto el que no roba". El corrupto ha vendido su dignidad a cambio
de actitudes tramposas y deshonestas, que consiguen aumentar su autoestima
hasta el punto de que se creen poseedores de una "virtud". Eso sí, le
tienen miedo a la verdad, a la luz, porque sus almas han adquirido
características propias de reptiles que se arrastran. "Las luces del
cuerpo son los ojos. Por eso, si ves con claridad, todo tu cuerpo estará lleno
de luz. Pero si te faltan los ojos o si ellos están nublados, todo tu cuerpo
estará en tinieblas. Si, pues, la luz que hay en ti es tiniebla, ¡cuán grandes
serán las tinieblas!".
Son muchas las
instituciones que atraviesan una "corrupción moral"; esta corrupción
es fruto de la corrupción individual, del corazón humano. "Donde está tu
tesoro, allí estará también tu corazón". El corazón de los corruptos está
esclavizado por la avaricia aunque se sientan libres y autosuficientes.
Perciben su condición como natural, de ahí que ni siquiera tengan
remordimiento, ya que tienen anestesiada su conciencia.
El corrupto procura
mantener siempre la apariencia ("sepulcros blanqueados"), se muestra
exquisito en sus modales para esconder sus malas costumbres. Trata siempre de
justificarse al compararse con las personas con "unidad de vida", a
las que consideran idiotas y anticuadas. Corrupción y desfachatez van siempre
de la mano. Es tal la degeneración metafísica del corrupto que construye una
falsa identidad que le hace sentirse triunfalista, que no triunfador,
"Pecadores, sí; corruptos, no", S.S. Francisco.
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