"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 2 de enero de 2014

COMPRENSIÓN Y ACEPTACIÓN MUTUAS EN EL MATRIMONIO

1. Aceptación

La íntima comunidad de vida y amor a que aspira toda pareja desde su noviazgo, y con el matrimonio como horizonte, se irá alcanzando progresivamente, a lo largo de su existencia, con el empeño y el es­fuerzo que ambos aporten. Convivir es difícil. La adaptación y búsqueda de la complementariedad de dos seres diferentes, únicos e irrepetibles, requiere hacer vida, día a día, todo cuanto conlleva el amor.

Jamás podrá marchar bien un matrimonio si en la base de su escala de valores no está la aceptación del otro tal como es, con su propio carácter, sus cuali­dades y defectos, sus capacidades y limitaciones, su unidad original...: SU PERSONA.

2. Ponerse en el lugar del otro. La comprensión

El amor espolea a «conocer» a la persona amada y aceptada, para con ella dejar de ser un «tú» y un «yo» y aspirar a un «nosotros» en plenitud.
Para conocer al otro más allá de lo sensible, de lo externo (aspecto físico, cualidades, comportamientos...), es preciso alcanzar su nivel profundo (motivaciones, actitudes, sentimientos, etc., a los que responde eso que se manifiesta externamente), y requiere, como en todo lo relacionado con la pareja, una doble actitud en cada protagonista: abrirse al otro desde la confianza y amor que le inspira, para mostrarse tal como se es (sin máscaras, con autenticidad), y ponerse en su lugar para captar su verdad, sus valores, su singularidad... En la vivencia intensa de esta dinámica está el fundamento de la comprensión mutua: te acepto + me abro a ti + me pongo en tu lugar = te comprendo.

3. Potenciar la personalidad del otro

El «nosotros» no es la mera suma del «yo» y el «tú», sino la expresión más acabada de la relación humana, que tiene su comienzo en el encuentro amoroso y va adquiriendo «cuerpo» a lo largo de toda una vida en común.

El «nosotros» lo constituyen dos personas, varón y mujer, que no lo son de una vez, porque la persona es una realidad dinámica, un proceso que experimenta alteraciones en su trayectoria: avanzar, retroceder, sufrir crisis, relanzarse... o permanecer más o menos estable a lo largo de las diferentes etapas de la vida.

Y es fundamental que ese proceso de maduración personal, que afecta al de maduración como pareja, sea compartido plenamente: «Más valen dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su esfuerzo. Si uno cae, el otro lo levanta; pero ¡ay del solo, que, si cae, no tiene quien lo levante!» (Ecle 4,9‑10).

Cada uno es corresponsable de la evolución personal del otro y, desde el amor que los une, está llamado a ayudarle a potenciar su personalidad, a desarrollar todos sus «talentos».



4. La corrección fraterna
Aceptarse, comprenderse y ayudarse a evolucionar exige una constante superación de los defectos y limitaciones que todos tenemos.
Madurar, avanzar hacia el logro de la plenitud como persona, conlleva, por un lado, descubrir el bagaje de valores y cualidades positivas que se poseen, para potenciarlos; y, por otro, localizar todo aquello que llevamos dentro de nosotros como lastre negativo que nos impide avanzar y del que precisamos liberarnos.
Desde esa corresponsabilidad antes referida, ambos están llamados a detectar en el otro aquello que éste no «ve» y que requiere ser modificado.

5. Valores de referencia

Todo lo dicho se inscribe en una compleja dialéctica sustentada por una serie de valores que la pareja ha de tener siempre presentes:

Respeto, que ayuda al otro, no sólo a sentirse amado, sino a sentir que merece ser amado.

Escucha atenta, valorando sinceramente lo que el otro expresa, intentando entender incluso más allá de sus palabras.

Delicadeza y ternura, que permiten abordar toda situación, por compleja que sea.

Disponibilidad para cambiar modos de ser, hábitos, criterios, etc., desde la búsqueda en común de la Verdad.

Capacidad de perdonar, que es la dimensión más sincera, gratificante y generosa del amor adulto.

Generosidad, tomando la iniciativa sin reservas, sin esperar a que sea el otro quien dé el primer paso.

Voluntad, estando dispuestos a recomenzar siempre, en continua reconciliación con el otro, por grandes que sean las dificultades.


Todo ello, en un clima de confianza que significa “con‑fe"­ en uno mismo, en el otro y en la relación entre ambos.

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