1. Aceptación
La íntima comunidad de vida y amor a que
aspira toda pareja desde su noviazgo, y con el matrimonio como horizonte, se
irá alcanzando progresivamente, a lo largo de su existencia, con el empeño y el
esfuerzo que ambos aporten. Convivir es difícil. La adaptación y búsqueda de
la complementariedad de dos seres diferentes, únicos e irrepetibles, requiere
hacer vida, día a día, todo cuanto conlleva el amor.
Jamás podrá marchar
bien un matrimonio si en la base de su escala de valores no está la aceptación
del otro tal como es, con su propio carácter, sus cualidades y defectos, sus
capacidades y limitaciones, su unidad original...: SU PERSONA.
2. Ponerse en el lugar del
otro. La comprensión
El amor espolea a «conocer»
a la persona amada y aceptada, para con ella dejar de ser un «tú» y un «yo» y
aspirar a un «nosotros» en plenitud.
Para conocer al otro
más allá de lo sensible, de lo externo (aspecto físico, cualidades,
comportamientos...), es preciso alcanzar su nivel profundo (motivaciones,
actitudes, sentimientos, etc., a los que responde eso que se manifiesta
externamente), y requiere, como en todo lo relacionado con la pareja, una doble
actitud en cada protagonista: abrirse al otro desde la confianza y amor que le
inspira, para mostrarse tal como se es (sin máscaras, con autenticidad), y
ponerse en su lugar para captar su verdad, sus valores, su singularidad... En
la vivencia intensa de esta dinámica está el fundamento de la comprensión
mutua: te acepto + me abro a ti + me
pongo en tu lugar = te comprendo.
3. Potenciar la personalidad del otro
El «nosotros» no es
la mera suma del «yo» y el «tú», sino la expresión más acabada de la relación
humana, que tiene su comienzo en el encuentro amoroso y va adquiriendo «cuerpo»
a lo largo de toda una vida en común.
El «nosotros» lo
constituyen dos personas, varón y mujer, que no lo son de una vez, porque la
persona es una realidad dinámica, un proceso que experimenta alteraciones en su
trayectoria: avanzar, retroceder, sufrir crisis, relanzarse... o permanecer más
o menos estable a lo largo de las diferentes etapas de la vida.
Y es fundamental que
ese proceso de maduración personal, que afecta al de maduración como pareja,
sea compartido plenamente: «Más valen dos que uno solo, porque logran mejor
fruto de su esfuerzo. Si uno cae, el otro lo levanta; pero ¡ay del solo, que,
si cae, no tiene quien lo levante!» (Ecle 4,9‑10).
Cada uno es
corresponsable de la evolución personal del otro y, desde el amor que los une,
está llamado a ayudarle a potenciar su personalidad, a desarrollar todos sus
«talentos».
4. La corrección fraterna
Aceptarse,
comprenderse y ayudarse a evolucionar exige una constante superación de los
defectos y limitaciones que todos tenemos.
Madurar, avanzar
hacia el logro de la plenitud como persona, conlleva, por un lado, descubrir el
bagaje de valores y cualidades positivas que se poseen, para potenciarlos; y,
por otro, localizar todo aquello que llevamos dentro de nosotros como lastre
negativo que nos impide avanzar y del que precisamos liberarnos.
Desde esa
corresponsabilidad antes referida, ambos están llamados a detectar en el otro
aquello que éste no «ve» y que requiere ser modificado.
5. Valores de referencia
Todo lo dicho se
inscribe en una compleja dialéctica sustentada por una serie de valores que la
pareja ha de tener siempre presentes:
Respeto, que
ayuda al otro, no sólo a sentirse amado, sino a sentir que merece ser amado.
Escucha atenta, valorando
sinceramente lo que el otro expresa, intentando entender incluso más allá de
sus palabras.
Delicadeza y ternura,
que
permiten abordar toda situación, por compleja que sea.
Disponibilidad para
cambiar modos
de ser, hábitos, criterios, etc., desde la búsqueda en común de la Verdad.
Capacidad de perdonar,
que
es la dimensión más sincera, gratificante y generosa del amor adulto.
Generosidad, tomando
la iniciativa sin reservas, sin esperar a que sea el otro quien dé el primer
paso.
Voluntad, estando
dispuestos a recomenzar siempre, en continua reconciliación con el otro, por
grandes que sean las dificultades.
Todo ello, en un
clima de confianza que significa “con‑fe" en uno mismo, en el otro y en
la relación entre ambos.
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