"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 19 de julio de 2016

A las fuentes del cristianismo



Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba como oro en el crisol.

A lo largo de los siglos ha habido hombres y mujeres deseosos de volver a las fuentes del cristianismo. ¿Por qué? Porque la experiencia cristiana puede quedar oscurecida y adulterada entre las mil mareas que surgen en las diferentes épocas de la historia.
Además, cada corazón descubre dentro de sí las fuerzas del hombre viejo, ese modo de pensar y de comportarse que no nace de la nueva vida en Cristo, sino de las pasiones y de la mentalidad de este mundo. Esas fuerzas son capaces de anular aspectos esenciales de la fe católica.
Cristo había indicado con palabras claras cuáles son las exigencias del Evangelio: hay que renunciar a la propia vida (cf. Mt 16,24-26), no volver la vista atrás (cf. Lc 9.62), y dejarlo todo por el Reino de los cielos (cf. Mt 13,44-48).
San Pablo reprochaba a algunos de los primeros cristianos por haber abandonado a Cristo para volver a actuar según la carne: “¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? ¿Tan insensatos sois? Comenzando por el espíritu, ¿termináis ahora en la carne?” (Ga 3,1?3).
San Pedro dirige palabras apasionadas a quienes, tras haber iniciado el buen camino, vuelven a las malas acciones de la vida pasada: “Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: «el perro vuelve a su vómito» y «la puerca lavada, a revolcarse en el cieno»” (2Pe 2,20?22).

Lo que denuncia la Biblia vale para cada generación humana. Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba como oro en el crisol (cf. Sb 3,6). Necesita vivir íntimamente unido a Cristo, en el Espíritu Santo, como parte de la Iglesia, para resistir las terribles asechanzas de Satanás (cf. 1Pe 5,8-9).
De ahí nace el deseo de estar cerca de la fuente, del manantial de aguas vivas, que viene de Cristo y se recibe en el Espíritu Santo (cf. Jn 4,10-14; Jn 7,37-39). Sólo así es posible un cristianismo auténtico, limpio, purificado, que va contra corriente y que resiste a las embestidas de un mundo que odia a los creyentes (cf. Jn 15,18-19).
Volver a Cristo, escuchar su invitación: “convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Ese es el camino de la renovación auténtica, la que necesita cada bautizado que desea seguir al Maestro, que trabaja por ser piedra viva de la Iglesia, que suplica la gracia de las gracias: ser acogido por la misericordia que nos salva, conservar encendida la llama de la fe hasta la muerte, mientras espera el regreso definitivo del Señor: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).

Por: P. Fernando Pascual LC

lunes, 18 de julio de 2016

Confío en Ti



La Fe
La fe no constata, se fía de un ser omnipotente e infinitamente misericordioso y elige confiar a pesar de todas las evidencias.

Confío en Ti, porque eres completamente de fiar. Eres la misericordia sin orillas ni fronteras. Misericordia que ha perdonado, perdona y seguirá perdonando.

Cuanto necesito de esa misericordia y bondad, yo que soy tan pecador. Espero en Ti porque eres la misericordia infinita. Si yo supiera, si yo creyera que tu bondad y misericordia no tienen medida, me sentiría para siempre seguro y tranquilo. Si eres la misericordia infinita, haz que sea también infinita mi confianza.

Todo lo perdonas, aun los más horrendos pecados, si hay un poco de arrepentimiento y humildad. No cabe desesperanza en el corazón de los más grandes pecadores. El perdón de Dios siempre es mayor.

Espero en Ti porque eres fiel a tus promesas. Tú cumples siempre. El hombre casi nunca. Por eso tengo la certeza de tus promesas. Un día las disfrutaré de seguro. Mientras alimento mi esperanza.

La confianza tan necesaria...Las penas son grandes a veces y la esperanza no alcanza. Él nos ha dicho: Confiad totalmente en Mí. Nuestra mente nos dice: No saldrás del hoyo. Así piensan los que se suicidan.
Jesús dice: No os preocupéis... Nuestro refrigerador vacío, la tarjeta vencida, los pagos de la casa sin hacer, la falta de trabajo, no tienes remedio...
La mente y los ojos ven, constatan y deciden en consecuencia. No hay remedio. La fe no constata, se fía de un ser omnipotente e infinitamente misericordioso y elige confiar a pesar de todas las evidencias.

Realmente para Dios el resolver mis problemas es de risa. No le cuesta nada, nada. Y pensar que sólo depende de que yo haga un acto de fe y confianza. Jesús en Ti confío.
Todo lo obtendréis... Reto a cada uno de mis lectores a que tengan esta clase de fe que mueve montañas. La fe mueve montañas, sí, pero solo las que uno se atreve a mover.
Les decía que para los que no tienen trabajo, y sí muchas deudas empiecen a dar algo de lo que todavía tienen, que pidan por los más necesitados que ellos. Y se llevarán la gran sorpresa, Pero esto sólo lo harán los que tienen confianza en Dios.

Problemas de un esposo, hijo o hija que está tercamente alejado de Dios...Oren con confianza inquebrantable de que Dios les concederá la gracia pedida. Pero deben superar la gran prueba: el no ver resultados durante un tiempo o incluso el ver que la situación empeora. Confiar significa continuar orando con la misma seguridad. Y el milagro llegará. Ha llegado ya para muchos y muchas que han orado con esa confianza.

En el evangelio no hay ni un caso de enfermedad o necesidad que no haya sido atendido cuando Cristo encontró una fe como ésa. La siro fenicia, el Centurión y su siervo, la hemorroísa, el leproso...

Problemas duros: Mi hijo está en la cárcel, estoy en quiebra económica, mi matrimonio anda naufragando...alguien de mi familia se fue a otra religión, o anda muy alejado de Dios... Esas personas tienen un reto magnífico, valiente: La confianza mayor que el problema.

La misma confianza que tienes en Dios, tenla en María Santísima. "Si vosotros que sois malos dais buenas cosas a vuestros hijos.. cuanto más vuestro padre celestial..."
¿Crees que Ella no puede, crees que Ella no quiere? El amor que Ella te tiene es como para darte todas las cosas del mundo, con más razón la pequeña cosa que le pides. Problema de confianza, siempre es problema de confianza.

¿Cómo se adquiere la confianza?
Pidiéndosela a Dios y a María Santísima y ejercitándola en pequeños y repetidos actos de confianza. Confío en que me ayudarás a tener hoy qué comer, cómo pagar mis deudas, como conseguir trabajo, cómo lograr que mi hijo o hija regrese al buen camino...

Hay, además, una fórmula secreta para obtener cosas que uno necesita: y consiste en dar. Parece contradictoria pues, si no tengo, qué voy a dar. Siempre el más pobre puede dar algo de lo que tiene. Al dar algo parece empobrecerse de momento, pero hay una ley que se cumple siempre: el que da, recibe. Claro, al que no está acostumbrado a ese modo de proceder o no lo ha experimentado, le cuesta creerlo. Pero yo le reto a que haga la prueba.

Muchos y muchas de ustedes han dado un ejemplo de esto: comprometerse con una ofrenda de amor mensual sin saber si van tener. Pueden estar seguros que se cumplirá lo del profeta Elías con la viuda de Sarepta: No faltará la harina ni el aceite en tu casa hasta que Dios mande la lluvia del cielo...Y así sucedió. Los que han hecho anteriormente la experiencia, lo saben.

Dejo en tus manos, Señor, mi vida entera: Mi pasado, mi presente y mi futuro. También el día de mi muerte. Yo no sé cuándo será ni cómo pero no importa. Me importa que lo sepan las dos personas que más me aman en este mundo, Tú y tu Madre santísima que es también mía. Por eso no tengo miedo a la muerte.

Por: P. Mariano de Blas LC

domingo, 17 de julio de 2016

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia



Publicación del volumen Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, compartiendo la alegría de ofrecerlo a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, como alimento para el crecimiento humano y espiritual, personal y comunitario

Por: vatican.va | Fuente: vatican.va

La Iglesia, pueblo peregrino, se adentra en el tercer milenio de la era cristiana guiada por Cristo, el « gran Pastor » (Hb 13,20): Él es la Puerta Santa (cf. Jn 10,9) que hemos cruzado durante el Gran Jubileo del año 2000.1 Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6): contemplando el Rostro del Señor, confirmamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, único Salvador y fin de la historia.

La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el nombre de Cristo se da al hombre la salvación. La salvación que nos ha ganado el Señor Jesús, y por la que ha pagado un alto precio (cf. 1 Co 6,20; 1 P 1,18-19), se realiza en la vida nueva que los justos alcanzarán después de la muerte, pero atañe también a este mundo, en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos: « Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina »

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sábado, 16 de julio de 2016

El cristianismo en pocas palabras



El Amor es más fuerte que la muerte

El cristianismo surge desde una decisión de Dios. Dios ama, y crea. Ama, y acepta los riesgos de la libertad. Ama, y busca cómo redimir.
El Amor lleva a caminar hacia el hombre débil, enfermo, confundido, pecador. Busca cómo iluminar su mente, cómo curar su corazón, cómo librarlo del mal.
Ese mismo Amor impulsa a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a la aventura más grande y más sorprendente: la Encarnación del Hijo, desde la Voluntad del Padre y bajo la acción del Espíritu Santo.
El sí de la Virgen María abre las puertas de lo humano a lo divino. La salvación se hace presente y cercana. Jesús es el Hijo del Padre y el Hijo de María.
Cristo Jesús anuncia la salvación y muestra su fuerza con palabras y con milagros. Los sencillos lo acogen con alegría. Los soberbios cierran sus corazones y lo rechazan.

En el momento fijado por el Padre, Cristo acepta entregarse a los hombres, que cometen contra Él todo tipo de injusticias, hasta el drama del Calvario.
El Amor, sin embargo, es más fuerte que la muerte. La Sangre del Nazareno limpia los pecados. Su Cuerpo, a los tres días, resucita.
Cristo envía su Espíritu Santo y pone en pie la Iglesia. Esa Iglesia sigue en camino, a lo largo de los siglos, en un drama de dimensiones cósmicas.
La historia no ha terminado. Cada día nos hace más cercano el momento decisivo, el juicio que separe el bien y el mal, que distinga entre los humildes y los soberbios.
El cristianismo sigue vivo con la mirada puesta en Jesucristo. Cada día está lleno de misterios y de esperanzas. El tiempo impulsa a la llegada del Reino definitivo.
Como creyentes, como católicos, oramos y buscamos acoger el gran don de la misericordia, que se convierte en caridad y servicio.
Al igual que los primeros cristianos, también nosotros repetimos hoy el grito de quienes esperan y viven bajo la luz de Cristo Resucitado: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
Por: P. Fernando Pascual, L.C.

viernes, 15 de julio de 2016

Volver a lo esencial: Cristo



Necesitamos urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico de la vida humana, en su destino eterno

Un escritor francés del siglo XX, Jean Guitton, publicó un libro titulado, en su traducción castellano, “Silencio sobre lo esencial”. El título ya dice mucho y sirve para pensar. ¿No ocurre que a veces olvidamos lo esencial?
Porque si nos preocupamos más del fútbol, o de cómo aderezar la comida, o de los caprichos que llegan y pasan, o de las últimas fotos a subir a Internet, o de un juego electrónico, o de lo que dicen los chismes... es que hemos perdido el norte y dejamos de lado lo esencial.
Necesitamos urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico de la vida humana, en su destino eterno, en el mensaje que trajo Jesús el Cristo, en la verdad que ilumina el presente y nos lleva a lo eterno.
Lo esencial no coincide, por lo tanto, ni con las modas, ni con los caprichos, ni con las presiones de familiares y amigos. Lo esencial está en el mensaje cristiano, que arranca de un hecho extraordinario: Cristo se encarnó, nació, predicó, hizo milagros, padeció, murió y resucitó por nosotros.
Al volver a lo esencial, reordenamos la propia existencia. Damos su importancia a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia. Decidimos orar en algún momento durante el día. Leemos la Biblia, especialmente el Evangelio.


También ordenamos la vida cotidiana. Esa vida que implica arrepentimiento, romper con el pecado en todas sus formas, y cambiar (convertirnos). Esa vida que reconoce el primer mandamiento y el que le es semejante: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,30‑31).
El mundo moderno, y todos los que creemos ser católicos, necesitamos romper el silencio sobre lo esencial. Sólo así nuestra vida tendrá su sentido completo y bueno.
Entonces dejaremos de vivir “a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4,14); y diremos, con los labios y el corazón, lo único realmente importante, lo esencial: “Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11).
Por: P. Fernando Pascual LC