"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 26 de septiembre de 2015

El amor de María, intuye y se adelanta

Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue... como María. 



LAS BODAS DE CANÁ 

María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.

Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.

Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Veamos los detalles de caridad de María en Caná.

María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman “comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?


Se acabó el vino y María dijo a Jesús: “no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. “No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.

"Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.

Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.


Por: P Antonio Rivero LC

viernes, 25 de septiembre de 2015

Dejar mi vida entre tus manos

Todavía me cuesta, Señor, poner las redes de mi vida entre tus manos. Sé que Tú tienes un camino distinto para mi vida.

Todavía me cuesta, Señor, poner las redes de mi vida entre tus manos.

Parece que temo tus proyectos, tus planes. Parece que todavía prefiero seguir mis gustos, gozar de salud, decidir mis pasos, tenerlo todo bajo el control de mis deseos.

Sé que Tú tienes un camino distinto para mi vida. Quizá difícil, quizá incomprensible, quizá lleno de espinas. Pero viene de Ti, y eres Tú quien sabes lo que es mejor, lo que me permite avanzar hacia el amor y la esperanza.

Ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del camino del que ama, es una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor que trajiste al mundo.

Dame también fuerzas para acompañar a quienes sufren a mi lado. Porque no encuentran sentido a sus fracasos. Porque no entienden que también el dolor encierra un tesoro inmenso. Porque olvidan que existe el cielo, donde el Perdón vence el pecado, donde el egoísmo queda lejos, donde el Amor lo es todo para todos.

Quisiera hoy, en estas horas de mi caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como jarrón dócil, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; prestarme para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar hacia la esperanza y descubrir Tu Amor eterno.


Por: P. Fernando Pascual LC


jueves, 24 de septiembre de 2015

Papa Francisco en Cuba y el servicio y misión de la Iglesia

Discursos y homilías del Santo Padre


Un balance del viaje papal: Siembra de gracia y de savia, vitalidad evangelizadora y sacudida misionera y de misericordia 


En este nuevo viaje papal a Cuba –el tercero desde 1998, tras los de Juan Pablo II en enero de aquel año y de Benedicto XVI, en marzo de 2012- ha sido también objeto de análisis y debates políticos desde posiciones ideológicas, incluso frentistas, excluyentes y maniqueas. De alguna manera, se han reproducido, en consecuencia, determinados clichés o lugares comunes, en medio de una extraordinaria expectación mediática.
Para algunos, Francisco, en este caso como en su día Juan Pablo II y Benedicto XVI, debería haber plantado cara al régimen castrista; y para otros, todo lo contrario. Pero no, no es a esto a lo que viaja un pastor supremo de la Iglesia a una determinada Iglesia local. No va  a hacer política partidista; va a visitar al Pueblo de Dios presente en el país en cuestión y a acercarse a todas las personas que quieren acoger su presencia y su palabra.
Los viajes papales son visitas apostólicas, encuentros pastorales, ocasión, en su suma, para servir el único Evangelio, que no es el de las ideologías y las banderías, sino el de la misericordia, la reconciliación, la concordia y la paz. Es, en suma, el Evangelio de la inclusión, de la apertura, del buscar el bien común y lo que une, y no lo que separa, a las gentes. Lo dijo claramente Francisco en su homilía de la misa en la Plaza de la Revolución de La Habana, el domingo 20 de septiembre: “Nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas”.
Y el servicio que Francisco ha querido prestar en su recorrido por las tres principales ciudades de Cuba ha sido, ante todo, el de la reconciliación, que es una de las misiones principales de la Iglesia. Ya lo dijo en su discurso en el aeropuerto de la capital cubana, nada más llegar al país: “El mundo necesita reconciliación”. Cuba necesita reconciliación, palabra esta última la más repetida por el Papa en su primer discurso en la isla.
En este sentido, en su saludo al Santo Padre, al comenzar la misa ya citada del domingo 20 de septiembre, el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, agradeció al Papa su papel en el diálogo entre Cuba y Estados Unidos de América y abogó para que el proceso de renovación de relaciones entre ambos países traiga la “anhelada” reconciliación entre todos los cubanos, de fuera y dentro del país. El purpurado, además, hizo votos para que el restablecimiento de los vínculos bilaterales alcance “no solo a los altos niveles políticos” de ambos países, sino “muy especialmente a nuestro pueblo cubano que vive aquí y en Estados Unidos”. “Solo el amor y el perdón entre nosotros será un medio válido para una verdadera y pacífica renovación de nuestra nación”.
¡Claro que Cuba necesita una profunda renovación política, social, económica y cultural! Pero el camino de esta no puede ser el de una nueva confrontación y división, sino que debe discurrir  –en aras al bien común y a la paz-  por senderos de reconciliación,  integración,  perdón y concordia.
Servicio y misión de la Iglesia es también, por supuesto, evangelizar y  testimoniar la misericordia. “Misionero de la Misericordia” ha rezado el lema de este apasionante viaje papal, en las vísperas ya del Año Jubilar de la Misericordia. El producto interior bruto (PIB) de Cuba sitúa al país en el puesto 58 de todo el mundo con una renta per cápita inferior a los 19.000 dólares anuales. Aunque el número de bautizados en la Iglesia católica es de cerca del 61%, se estima que solo han recibido este bautismo como único el 45% de la población –el resto habría recibido también “bautismos” de otras confesiones y creencias- y el porcentaje de asistencia dominical a misa apenas supera el 5%. Las posibilidades evangelizadoras reales de la Iglesia católica en Cuba han mejorado desde 1998, pero siguen siendo muy precarias y frágiles. Al respecto, Francisco reclamó para la Iglesia “libertad y todos los medios necesarios para llevar el anuncio del Reino hasta las periferias existenciales de la sociedad”.
Y, claro, ¡cómo dudar de la siembra de gracia y de savia y vitalidad evangelizadora y de la sacudida misionera y de misericordia que un viaje del Papa, como este de Francisco, significan!

Discursos, homilías y oraciones del Papa Francisco en su visita a Cuba:
- Sábado 19 de septiembre de 2015
El Papa Francisco pide a los periodistas que le acompañan en el vuelo papal, ser puentes de paz

- Domingo 20 de septiembre de 2015
«Quien no vive para servir, no sirve para vivir». Homilía del Papa en la Misa en la Plaza de la Revolución de La Habana
La tentación de huir de las cruces propias y de las cruces de los demás. Angelus del Papa en el 25o. domingo del Tiempo Ordinario, en La Habana, Cuba
Dios quiere una Iglesia pobre, que se ponga al servicio de los últimos. Homilía del Papa Francisco a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Catedral de La Habana
No se olviden, sueñen. Palabras del Papa Francisco a los Jóvenes cubanos congregados en el Centro Cultural P. Félix Varela de La Habana
- Lunes 21 de septiembre de 2015
La mirada de Jesús. Homilía del Papa Francisco. Santa Misa en la Plaza de la Revolución de Holguín, Cuba
Oración a la Virgen de la Caridad del Cobre. Con los obispos y el séquito papal en la Basílica menor del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba
- Martes 22 de septiembre 2015
Vivir la revolución de la ternura como María, Madre de la Caridad. Homilía del Papa Francisco, en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre
Las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Palabras del Papa las familias en la Catedral de la Asunción en Santiago de Cuba

Por: Editorial Ecclesia | Fuente: www.revistaecclesia.com 


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Concédeme Padre, un corazón dócil


Es tener una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad, y por esto es capaz de discernir el bien del mal.


Por: SS Benedicto XVI  



Palabras del Papa Benedicto XVI el domingo 24 de julio de 2011 durante el rezo del Ángelus.

Queridos hermanos y hermanas
En el Antiguo Testamento nos presenta la figura del rey Salomón, hijo y sucesor de David. Nos lo presenta al principio de su reinado, cuando era aún jovencísimo. Salomón heredó una tarea muy comprometida, y la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros era grande para un joven soberano.

En primer lugar, él ofreció a Dios un solemne sacrificio – "mil holocaustos", dice la Biblia. Entonces el Señor se le apareció en visión nocturna y prometió concederle lo que pidiera en la oración. Y aquí se ve la grandeza de alma de Salomón: él no pide una larga vida, ni riquezas, ni la eliminación de sus enemigos: dice en cambio al Señor: “Concede entonces a tu servidor un corazón dócil, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal" (1 Re 3,9). Y el Señor se lo concedió, de modo que Salomón llegó a ser célebre en todo el mundo por su sabiduría y sus rectos juicios.

Él, por tanto, pidió a Dios que le concediera “un corazón dócil" ¿Qué significa esta expresión? Sabemos que el “corazón” en la Biblia no indica solo una parte del cuerpo, sino el centro de la persona, la sede se sus intenciones y de sus juicios. Podríamos decir: la conciencia.

“Corazón dócil” entonces significa una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad, y por esto es capaz de discernir el bien del mal.

En el caso de Salomón, la petición está motivada por la responsabilidad de guiar una nación, Israel, el pueblo que Dios eligió para manifestar al mundo su designio de salvación. El rey de Israel, por tanto, debe buscar estar siempre en sintonía con Dios, a la escucha de su Palabra, para guiar a su pueblo por los caminos del Señor, el camino de la justicia y de la paz.

Pero el ejemplo de Salomón vale para cada hombre. Cada uno de nosotros tiene una conciencia para ser en un cierto sentido “rey”, es decir, para ejercitar la gran dignidad humana de actuar según la recta conciencia, obrando el bien y evitando el mal. La conciencia moral presupone la capacidad de escuchar la voz de la verdad, de ser dóciles a sus indicaciones. Las personas llamadas a tareas de gobierno tienen, naturalmente, una responsabilidad ulterior, y por tanto – como enseña Salomón – tienen aún más necesidad de la ayuda de Dios. Pero cada uno tiene que hacer su propia parte, en la situación concreta en la que se encuentra.

Una mentalidad equivocada nos sugiere pedir a Dios cosas o condiciones favorables; en realidad, la verdadera calidad de nuestra vida y de la vida social depende de la recta conciencia de cada uno, de la capacidad de cada uno y de todos de reconocer el bien, separándolo del mal, y de buscar llevarlo a cabo con paciencia.

Pidamos por esto la ayuda de la Virgen María , Sede de la Sabiduría. Su “corazón” es perfectamente “dócil” a la voluntad del Señor. Aun siendo una persona humilde y sencilla, María es una reina a los ojos de Dios, y como tal la veneramos nosotros. Que la Virgen Santa nos ayude también a nosotros a formarnos, con la gracia de Dios, una conciencia siempre abierta a la verdad y sensible a la justicia, para servir al reino de Dios.

martes, 22 de septiembre de 2015

Desde un susurro divino

Dios habla de muchas maneras y a veces puede pasar inadvertida, como si fuese un susurro que no interrumpe, no se impone.

Dios habla de muchas maneras. Una puede pasar casi inadvertida, como si fuese un susurro suave y discreto.
¿Cuándo ocurre eso? Cuando en lo íntimo de la conciencia escucho una voz tranquila y constante que me invita a dejar comportamientos dañinos para escoger el camino del Evangelio.
Esa voz no amenaza, no interrumpe, no se impone. Aparece y desaparece como una señal amable, como una invitación respetuosa.
De esta manera, Dios pone ante los ojos de mi alma un camino nuevo. Camino de esperanza, de fe, de amor, de alegría. Camino de renuncia: Cristo lo pide todo, porque antes lo ha dado todo.
Un susurro divino ha llegado a mi existencia. Puedo seguir como si nada hubiera ocurrido, pero también reconozco que Dios lo merece todo.
La invitación ha quedado sobre la mesa de mi corazón. Dios espera, sin prisas, con el anhelo de un Padre que suplica la respuesta de uno de sus hijos.
Si me atrinchero en mis problemas, si me sumerjo en mis planes personales, si me excuso bajo el escudo de mi personalidad, no se producirá el milagro. Dios llorará, en silencio, ante mi dureza y mi apatía.
En cambio, si acojo ese susurro, hoy será el día del gran cambio. Acoger la invitación de Dios me lanzará a un horizonte nuevo, me hará saltar hacia el misterio de la fe, me ayudará a romper con el egoísmo, empezaré la aventura del amor.

Por: P. Fernando Pascual LC

lunes, 21 de septiembre de 2015

Mateo, de publicano a santo

El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. 

Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.

Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha.

Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.

"Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: "Se levantó", como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y "le siguió", es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.

"No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9, 10-13).

Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos.


Por: P. Juan J. Ferrán 


domingo, 20 de septiembre de 2015

La cocina de Dios

Dios, en Su infinita bondad, saca de nosotros aquello de lo que disponemos, lo que sea y lo convierte en algo maravilloso. 


Siempre he admirado a esas mujeres, reinas de su hogar, que llegan tarde y cansadas a casa con el firme impulso del amor por los suyos retumbando en el corazón. Sin demasiado tiempo y con el cosquilleo en el estómago de los habitantes del nido familiar, se dirigen con confianza al refrigerador y, detenidas en posición de plena sabiduría maternal, miran y estudian lo que hay disponible.

Unos restos de la comida de anoche, un poco de verduras que quedaron de la última incursión culinaria, un proyecto de aderezo que no fue utilizado aún, y algunas cosas que fueron tomadas de las góndolas del supermercado por aquí y por allá. ¡Manos a la obra! El proyecto ya está claro en su mente. Se pica una cebolla y se enciende el fuego, con una sartén con aceite a calentar, los utensillos aparecen como por arte de magia y los maravillosos perfumes brotan de sus manos adornando toda las habitaciones y los corazones. ¡La casa está viva!

Pronto se ve a todos los habitantes de su reino, chicos y grandes, convocados a poner la mesa y a sorprenderse una vez más de tan grande muestra de habilidad, y de amor. ¿Quién no disfruta o ha disfrutado de estos momentos maravillosos, donde el amor se vuelve alimento y envuelve a los que se reúnen alrededor de la mesa familiar? Creo que todos guardamos recuerdos de esos olores, esos sabores, de esos deliciosos platos puestos frente a nuestros ojos de niños. Recuerdos que nos conmueven, donde un simple aroma nos vuelve décadas atrás, nos transporta a otro tiempo y a otro lugar, y nos deja envolvernos con el amor en el recuerdo, amor que traspasa toda barrera y se abre a la sencillez de nuestra niñez más inocente.

Creo que Dios hace lo mismo con nosotros: El mira dentro de nosotros como si fuéramos un refrigerador espiritual y hace un rápido cuadro de las materias primas que tenemos a Su disposición. Una virtud poco desarrollada por aquí, un deseo de justicia por allá, un recuerdo que infunde amor en nuestro corazón, un dolor surgido en un episodio que aún no logramos olvidar, un poquito de fortaleza escondida en algún rinconcito de nuestra alma. Dios, parado en la puerta de nuestro refrigerador espiritual, busca y rebusca, mira y sopesa cada articulo que encuentra, deja algunos para utilizarlos luego, y va poniendo otros encima de Su Cocina Espiritual. Y mientras cierra la puerta de nuestro refrigerador, se dice a Sí mismo: ¡Manos a la obra!

Rápido y sabiendo a la perfección cual es Su plan de cocina, trabaja sobre las especies y los utensillos con Mano Maestra. Pela y pica algunos condimentos, lava otros, mezcla, condimenta, fríe y cocina, y pone todo en una hermosa presentación, listo para ser disfrutado. ¡La comida está lista! Las obras de bien, que siempre son obras de Dios, brotan de Sus manos maestras en forma imprevista y haciendo que surjan de quien ni siquiera había anticipado tal posibilidad. Por supuesto que lo hace con la seguridad de proveer el más sabroso sabor y aroma que comida alguna puedan jamás producir: el amor. Sus platos son siempre ricos en amor, tanto en sabor como en aroma. Y por supuesto que alimentan a los comensales, alimento para el alma, para el espíritu.

Dios, en Su infinita bondad, saca de nosotros aquello de lo que disponemos, lo que sea. Será poco, o será mucho. Será el más exquisito producto de cocina, o el más humilde resto de la cena de ayer. Pero siempre es suficiente para que El se sienta feliz de poder elaborar un exquisito plato de amor, adornado por la Mano del que todo lo puede.

¿Y que tenemos que hacer nosotros? Simplemente abrir la puerta de nuestro refrigerador, para que El pueda servirse de lo que tenemos dentro, para que sea El el que siga Su plan maestro de cocina y haga de nosotros un rico plato pleno de virtudes, alimento para los comensales que se sienten con nosotros a la mesa. Así como una madre es capaz de mostrar el amor del que es capaz, en algo tan simple y cotidiano como un plato de comida hogareña, así es capaz el amor de nuestro Dios de producir exquisitos manjares espirituales a partir de nuestra voluntad. Solo debemos ponerla a Su disposición, abrir los portales de nuestro corazón y dejar que sea El el que desarrolle las recetas que nos alimenten, nos den vida, y den sentido a nuestro día.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Con María, y la enseñanza de la hemorroísa

El manto de Jesús, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna.

En la Parroquia está comenzando la Misa. Mi corazón sabe que escuchas mis súplicas, más, mi impaciencia se adelanta siempre y pregunta más de lo que escuchar.

La Lectura de la Palabra trae a mi corazón tu respuesta, María, a través de la experiencia vivida por una simple mujer, tan sencilla e ignorada que su nombre no quedó en el corazón de los testigos. La Iglesia la llamará “la hemorroísa”

Escucho que el sacerdote lee: “Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor”

Y antes de que las preguntas broten en el alma, me invitas, María a la orilla del lago. Jesús desciende de la barca.

Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, suplica al Maestro por su hijita. Jesús va con él. La multitud le rodea y lo aprieta por todos lados.

Caminamos entre la gente. Te escucho, Madre.

- Aunque veas muchos, no te inquietes. Para Jesús son “cada uno”…

A nuestro lado camina la hemorroísa. Una pobre mujer enferma y casi sin esperanza… Aún en medio de su dolor piensa “Con sólo tocar su manto quedaré curada”

- Mira tu propio corazón, hija mía- dices, mostrándome caminos.

Busco en mi interior y siento que mi corazón sangra tanto como el cuerpo de la enferma…

El viento de la tarde tiene compasión de mí y agita el manto del Maestro…

Y eso es lo que me presentas, María.

Un manto agitado por el viento. Unos flecos que rozan mis dedos suplicantes…

No me atrevo a aprisionar los flecos por temor a romper la tela.

- No temas, hija mía- siempre a mi lado, Madre, siempre atenta- yo lo he tejido, sé lo que alberga y lo que significa.

Estirar la mano y tomar los flecos es un paso que debe dar mi alma. Un paso de confianza serena y paciente espera.

Igual que la pobre mujer, yo también he gastado todo lo que tenía buscando curaciones fáciles. Y lo que tenía eran la gracia y la paz de Cristo. Mis bienes eran mis dones y los malgasté. Al igual que la pobre mujer, cada vez estaba peor…

Si el camino no me lleva a Jesús, Madrecita, es malgasto del alma.

Un manto y unos flecos. Pequeños milagros en espera. Estiro una mano, sólo una, pues la otra toma fuertemente la tuya, María

Y el alma respira el milagro y el Maestro torna su mirada y pregunta “¿Quién tocó mi manto?”

La pregunta no es comprendida por los demás, únicamente por quien ha recibido el milagro…

Y Jesús busca mis ojos. Y siento necesidad de arrojarme a sus pies ¿Cómo? ¿Dónde? Y te pregunto, Madre, y me respondes serenamente:

La mujer, de rodillas, le confesó su verdad. Piensa, hija ¿Dónde está mi Hijo en espera de que le confieses la tuya?

Y mi alma ansía entonces el Sacramento de la Penitencia. El milagro se ha completado.

Terminada la Misa busco al sacerdote pidiéndole el Santo Sacramento.

Necesito escuchar, de Jesús, las mismas palabras que oyera aquella pobre mujer:”Vete en paz, quedas curada”

Con el alma serena miro a mi alrededor, buscando a mis amigas. Todas se han ido ya. La parroquia queda en silencio.

Y me viene el recuerdo de esa pobre mujer que mientras Jesús “todavía estaba hablando llegaron unas personas de la casa del Jefe de la Sinagoga ”

Todos partieron tras Jesús y la pobre se quedó sola… Necesitaba hablar con alguien, pero había quedado sola. Mi corazón te ve acercarte a ella, María, acercarte y escucharla. Ella te cuenta su historia, sus penas, hasta sus pensamientos, esos pensamientos que luego contarás a los discípulos.

Cuando quedamos solos, María, Tu estás allí, siempre… gracias… gracias… gracias…

Amigo, amiga que has compartido conmigo este momento. El manto de Jesús, tejido por María, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna….

Por: María Susana Ratero


NOTA de la autora

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.



viernes, 18 de septiembre de 2015

No se pueden contar todas las piedras


Reflexiones dolor y la muerte


La cruz cristiana encierra una fuerza redentora, la gloria de Dios anticipada. 


En el Japón hay de piedras cercano a un templo en la ciudad de Kyoto. Según la tradición, allí hay quince piedras de distintos tamaños, que simbolizan los problemas básicos de la humanidad. Cada visitante elige cuales son. Lo curioso es que las piedras están ordenadas de tal modo que no se pueden ver todas al mismo tiempo.

"Es imposible ver todas las piedras al mismo tiempo", es imposible abarcar todas las dificultades que surgen a lo largo de la vida. Todos los problemas básicos de la humanidad los podemos englobar bajo la palabra cruz.

La cruz no ha sido un invento del cristianismo; es un hecho de nuestra condición humana. Por el simple hecho de ser vivientes, nos acompaña a cualquier edad, en los trabajos, en la convivencia. Otras, son producto del pecado: droga, dinero, juego, placer, envidia, poder, fama...

La cruz en sí misma no tiene ningún valor, inclusive es negativa y destructora. Ella nos habla del poder del mal. Este es fuerte y aparece persistente en forma de violencia, injusticia, materialismo y miseria. Muchos sufren todo este tipo de cruces y quisieran acabar con el mal para transformar la historia y lo único que pueden percibir es una total impotencia ante los tentáculos del mal organizado.

Además de las cruces que nos vienen por nuestra condición humana y por el pecado, hay otras que son consecuencia del ser cristiano. La cruz cristiana es el precio que hay que pagar por la conversión de renuncia a vivir "según la carne" (Mt 18,8).La fidelidad al reino de Dios conlleva la cruz de Cristo.

La Iglesia y el cristiano deben caminar por el mismo camino que Cristo, es decir, por el camino del servicio y del amor. "Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino...; así también la Iglesia, aunque necesita de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituída para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y abnegación, también con su ejemplo" (LG 8).

La cruz cristiana encierra una fuerza redentora. Para Juan de la Cruz no es sencillamente sufrimiento, sino gloria de Dios anticipada. En ella triunfa Jesús y desde entonces se ha convertido en signo de salvación. Todo aquel que la mira con ojos de fe y ve en ella a Jesús, podrán tener la misma actitud de los apóstoles en las horas de prueba:"Ellos se fueron contentos de la presencia del Consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús"(Hch5, 41).

La cruz que debemos cargar es la que brota del amor. Tenemos que ser, pues, cirineos para poder aliviar los sufrimientos y cargas de los otros.


Por: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: eusebiogomeznavarro.org 

jueves, 17 de septiembre de 2015

¡Qué bueno que hoy no pasé de largo !

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.

Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen. 

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡ Qué bueno que HOY no pasé de largo !


Por: Ma Esther De Ariño