"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 8 de junio de 2015

¿Cuándo desvirtuamos la cruz de Cristo?

Cuando vivimos, pensamos, sentimos como si las enseñanzas del Maestro no fuesen importantes.

San Pablo advirtió fuertemente sobre el peligro de desvirtuar la cruz de Cristo, de vivir como enemigos de la Redención que se hizo concreta en el Calvario (cf. 1Cor1,17; Flp 3,18-19). ¿Cuándo desvirtuamos la cruz de Cristo?
La cruz de Cristo se desvirtúa si olvidamos el centro del mensaje cristiano, el amor misericordioso y salvador de Dios, y buscamos sucedáneos en la sabiduría del mundo, en la técnica, en los estudios científicos, en los medios materiales.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si no pensamos ni hablamos del pecado, ni de la conversión, ni de la gracia, ni de las bienaventuranzas, ni de los sacramentos, ni de la Iglesia.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si, por miedo al mundo, nos acomodamos a su mentalidad y usamos un vocabulario tibio, vacío de contenidos, que oscurece las maravillas de la acción de Dios en la historia humana.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si denunciamos sólo aquello que ya denuncian los dueños de la cultura moderna, mientras guardamos un silencio cómplice ante pecados e injusticias sumamente graves, como las que se cometen con la trivialización de la sexualidad, con el aborto, con el desprecio al matrimonio.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si promovemos un falso ecumenismo, que deja de lado la verdad revelada, que no se alimenta de la fe, tal y como está expresada en la Palabra de Dios a través de la Escritura y de la Tradición, y como es tutelada por el Magisterio de la Iglesia católica.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si tenemos vergüenza de rezar en público para no “incomodar” a los demás, si ocultamos nuestra condición de católicos para camuflarnos entre familiares, amigos, compañeros de trabajo.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si aceptamos entre los católicos el espíritu maligno de las murmuraciones, las envidias, los golpes bajos, el desprecio a otros porque pertenecen o no pertenecen a tal o cual grupo eclesial.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si vivimos apegados al dinero, si damos el primado a los bienes materiales, si nos interesa más el progreso tecnológico que el estudio de la Biblia.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si olvidamos la invitación a rezar continuamente, a vigilar para no caer en la tentación, a invocar y acoger el perdón a través del sacramento de la Penitencia.
Desvirtuamos la cruz de Cristo si no confiamos en la Providencia del Padre, si acudimos a horóscopos, a la magia o a otros métodos que buscan “controlar” un futuro que no nos pertenece.
Desvirtuamos la cruz de Cristo, en definitiva, cuando vivimos, pensamos, sentimos como si las enseñanzas del Maestro no fuesen importantes, mientras recurrimos a lecturas y a técnicas de autoestima, autorrealización, autosatisfacción, autocontrol, y otras parecidas en la galaxia New Age, para lograr la “salvación” por nosotros mismos.
El verdadero creyente no vacía de su fuerza esa cruz que salva, que lava, que abre el cielo. Desde la asistencia del Espíritu Santo, tiene certezas inamovibles: sólo hay un Salvador: Jesucristo. Sólo hay una Iglesia verdadera: la católica. Sólo hay un medio para seguir al Maestro: negarnos y tomar la propia cruz cada día... (cf. Mc 8,34).

Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 7 de junio de 2015

Si, el reír rejuvenece... ¡Y qué poco reímos!

¡Qué afortunados quienes tienen un ser amado en cuyo rostro aparece con frecuencia el fulgor maravilloso de la sonrisa! 

¿La risa, la sonrisa? algo que muchos considerarán intrascendente, pero sin embargo es de gran importancia y valor.

Valioso e importante para nuestro caminar por la vida, para nuestro trato con los demás, para nuestro beneficio y hasta para nuestra salud.

La risa y la sonrisa. Según una terapeuta que realizó estudios en los Estados Unidos relativos a los beneficios de la risa para la mente y el cuerpo humano, así como las terapias adicionales a la misma, tales como la respiración consciente, la expresión corporal, el canto y la conversación eran factores importantísimos, aparte de un signo externo de alegría, para prevenir las enfermedades cardiovasculares, calmar los dolores físicos, regular el sistema nervioso y aliviar el stres.

No sabemos que es lo que pensarán los médicos al respecto pero lo que si sabemos todos es que reír es algo que nos deja el alma aligerada, que es una sensación extraordinaria de bienestar y gozo que como algo mágico nos transporta un poco a nuestros tiempos infantiles y por eso el reír rejuvenece. Si, el reír rejuvenece... ¡Y qué poco reímos!

Al sentirnos adultos nos revestimos de una gran austeridad y de una propiedad tan seria y formal que vamos olvidando poco a poco lo que es el reír y podemos decir que pasan días y días sin que la risa vigorice nuestra personalidad y alegre nuestra existencia y la de los demás. Ceño fruncido, mirada torva y reconcentrada, gesto adusto, labios apretados... eso hace daño al corazón y al espíritu.

La Madre Teresa de Calcuta solía decir: "Familia que reza unida, permanece unida" y estamos de completo acuerdo pero también nos atrevemos a decir que : "Familia que ríe unida, permanece unida"

Y reírnos un poco de nosotros mismos es el mejor antídoto para sobrellevar con buen ánimo todos nuestros errores y fallas que como seres humanos tenemos.

Es cierto que no siempre hay motivos para reír, pero de lo que no podemos prescindir es de la sonrisa. La sonrisa no es carcajada, es algo más sutil, es como dice de ella Martín Descalzo: "Si yo tuviera que pedirle a Dios un DON, le pediría que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas personas. Es, me parece, la cima de la expresión humana. Debe ser, por ello, muy fácil enamorarse de personas que poseen una buena sonrisa. Y ¡qué afortunados quienes tienen un ser amado en cuyo rostro aparece con frecuencia ese fulgor maravilloso!".

Cuando alguien nos sonríe nos está mandando un mensaje de paz, de equilibrio interior, de dulzura y de amor. Quién sabe amar sonríe fácilmente Las personas amargadas, egoístas, envidiosas, no saben sonreír y mucho menos si son orgullosas.

Reír es bueno para la salud porque la alegría es cosa sana y provechosa. Sonreír es ir derramando un haz luminoso de calor y ternura para los demás, es como un destello del mismo Dios que brota como agua fresca para las almas sedientas que se nos acercan.


Que nuestra sonrisa no sea un gesto forzado, sino algo espontáneo y natural que dará a nuestra personalidad un relieve maravillosamente profundo y humano.


Por: Ma Esther de Ariño

viernes, 5 de junio de 2015

Más allá del cansancio

Cuando el cansancio entra en el corazón, la voluntad queda casi paralizada. Falta esa energía para dar un nuevo paso.

El cansancio nos llega a todos. Porque las fuerzas físicas son limitadas. Porque los años no perdonan. Porque desgasta la lucha contra el mismo defecto sin llegar a erradicarlo. Porque duele sentirse sólo ante los deberes de cada día. Porque la victoria no acaba de llegar. Porque el horizonte se cubre de tinieblas.

Cuando el cansancio entra en el corazón, la voluntad queda casi paralizada. Falta esa energía para dar un nuevo paso, para empezar otra vez, para ayudar a quien lo pide a pesar de tantos desengaños, para pedir perdón porque las pasiones nos llevaron al pecado, para mirar al cielo e implorar la gracia.

Pero si miramos a Cristo, si nos dejamos mirar por Él, si lo sentimos a nuestro lado como Amigo, como Salvador, como Señor, como Misericordia encarnada, podemos superar el cansancio y emprender de nuevo la lucha.

Es entonces cuando, más allá del cansancio, una madre o un padre vuelven a acoger al hijo drogadicto para darle una nueva oportunidad.

O cuando un hijo o una hija renuevan sus esfuerzos para cuidar con ternura a sus padres enfermos.

O cuando un pecador habitual, que cae una y otra vez en la misma falta, regresa al confesionario para invocar el perdón y la ayuda de Dios en el sacramento de la penitencia.

O cuando el contemplativo o la contemplativa rompen el hielo del desgaste interior para orar con más fuerzas por la conversión del mundo, por la paz y la justicia en los corazones, por la victoria de la Cruz en las sociedades.

Dios está siempre a nuestro lado. Más allá del cansancio podemos emprender el camino, mirar al cielo, introducir los ojos del alma en nuestra condición de bautizados, y volver a dar un paso nuevo.

Así podremos hablar con Cristo desde lo más hondo de nuestro corazón: “Señor, si eres Tú, mándame ir donde ti sobre las aguas (cf. Mt 14,28), sobre el cansancio, sobre la penas, sobre los miedos, sobre el desgaste.

Mándame dejar mi egoísmo y vivir siempre al servicio de mis hermanos, con esa energía que Tú pones en cada corazón, mientras avanzamos hacia el abrazo eterno que espera a los esforzados en el Reino de los cielos”.


Por: P. Fernando Pascual LC 


jueves, 4 de junio de 2015

¡Gracias, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!

Solemnidad del Corpus Christi. La Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia, porque brotó del amor redentor de Jesucristo. 

Hay, en Tierra Santa, un pueblecito llamado Tabga. Está situado junto a la ribera del lago Tiberíades, en el corazón de la Galilea. Y se halla a los pies del monte de las Bienaventuranzas. La Galilea es una región de una gran belleza natural, con sus verdes colinas, el lago de azul intenso y una fértil vegetación. Este rincón, que es como la puerta de entrada a Cafarnaúm, goza todo el año de un entorno exuberante. Es, precisamente en esta aldea, donde la tradición ubica el hecho histórico de la multiplicación de los panes realizada por Jesús.

Ya desde el siglo IV los cristianos construyeron aquí una iglesia y un santuario, y aun hoy en día se pueden contemplar diversos elementos de esa primera basílica y varios mosaicos que representan la multiplicación de los panes y de los peces.

Pero hay en la Escritura un dato interesante. Además de los relatos de la Pasión, éste es el único milagro que nos refieren unánimemente los cuatro evangelistas, y esto nos habla de la gran importancia que atribuyeron desde el inicio a este hecho. Más aún, Mateo y Marcos nos hablan incluso de dos multiplicaciones de los panes. Y los cuatro se esmeran en relatarnos los gestos empleados por Jesús en aquella ocasión: “Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos –dio gracias, nos dice san Juan—, los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente”.

Seguramente, los apóstoles descubrieron en estos gestos un acto simbólico y litúrgico de profunda significación teológica. Esto no lo adviertieron, por supuesto, en esos momentos, sino a la luz de la Última Cena y de la experiencia post-pascual, cuando el Señor resucitado, apareciéndose a sus discípulos, vuelve a repetir esos gestos como memorial de su Pasión, de su muerte y resurrección. Y, por tanto, también como el sacramento supremo de nuestra redención y de la vida de la Iglesia.

Año tras año, el Papa san Juan Pablo II escribió una carta pastoral dirigida a todos los sacerdotes del mundo con ocasión del Jueves Santo, día del sacerdocio y de la Eucaristía por antonomasia.

En la Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice que "La Iglesia vive de la Eucaristía”. Así iniciaba el Papa su meditación. “Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”. Y a continuación tratará de hacernos comprender, valorar y vivir esta afirmación inicial.

En efecto, la Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia –y, por tanto, de cada uno de los bautizados— porque brotó del amor redentor de Jesucristo, la instituyó como sacramento y memorial de su Alianza con los hombres; alianza que es una auténtica redención, liberación de los pecados de cada uno de nosotros para darnos vida eterna, y que llevó a cabo con su santa Pasión y muerte en el Calvario. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Cristo sobre la cruz nos hablan de este mismo misterio.

El Sacrificio eucarístico es –recuerda el Papa, tomando las palabras del Vaticano II— “fuente y culmen de toda la vida cristiana”. Cristo en persona es nuestra Pascua, convertido en Pan de Vida, que da la vida eterna a los hombres por medio del Espíritu Santo.

San Juan Pablo II nos confiesó que, durante el Gran Jubileo del año 2000, tuvo la grandísima dicha de poder celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, en el mismísimo lugar donde la tradición nos dice que fue realizada por Jesucristo mismo la primera vez en la historia. Y varias veces trajó el Papa a la memoria este momento de gracia tan singular. El Papa sí valoró profundamente lo que es la Eucaristía. En el Cenáculo –nos recuerda el Santo Padre— “Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” (Eccl. de Euch., nn. 1-2).

Estos gestos y palabras consacratorias son las mismas que empleó Jesús durante su vida pública, en el milagro de la multiplicación de los panes. Si Cristo tiene un poder absoluto sobre el pan y su naturaleza, entonces también podía convertir el pan en su propio Cuerpo, y el vino en su Sangre.

Y decimos que la Eucaristía es el “memorial” de nuestra redención porque –con palabras del mismo Santo Padre— “en ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos”. Esto, precisamente, significa la palabra “memorial”. No es un simple recuerdo histórico, sino un recuerdo que se actualiza, se repite y se hace realmente presente en el momento mismo de su celebración.

Por eso –continuó el Papa— la Eucaristía es “el don por excelencia, porque es el don de sí mismo (de Jesucristo), de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación.

Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos… Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención” (Eccl. de Euch., n. 11).

Ojalá, pues, que en esta fiesta del Corpus Christi, que estamos celebrando hoy, todos valoremos un poco más la grandeza y sublimidad de este augusto sacramento que nos ha dejado nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, el maravilloso don de su Cuerpo y de su Sangre preciosa para nuestra redención: “Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”.

Que a partir de hoy vivamos con una fe mucho más profunda e intensa, y con mayor conciencia, amor y veneración cada Eucaristía, cada Santa Misa: ¡Gracias mil, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!


Por: P . Sergio A. Córdova

miércoles, 3 de junio de 2015

Rezando el Padre Nuestro frente a la Eucaristía

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor. 

Estoy frente a ti, Señor, en esta mañana de cielo azul y sol resplandeciente, en las visperas de la Solemnidad de Corpus Christi. Me dispongo a rezar, después de saludarte y empiezo:

"Padre Nuestro... me detengo y llega hasta mi como un relámpago la escena en que tú, Jesús, les decías a aquel grupo de hombres que habías escogido, que te seguían y que te veían orar.

Te preguntaron cómo debían orar y tú dijiste:

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.(Mt 6, 9-13)

Y añadiste: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 9-15)

Me detengo unos momentos para pensar lo que estoy diciendo, ya que generalmente esa oración es una rutina en mi vida.

Su comienzo es toda una maravilla de grandeza, de fuerza, de ternura... y revelada por ti, Señor, porque sino ¿quién se atrevería a llamar PADRE, al Omnipotente, al Creador del cielo y de la tierra, a la Divinidad, al Todopoderoso, al que dijo: "Yo Soy El que Soy"? Pues bien, Jesús, tú que eres su Hijo, dijiste que es así como le podemos llamar, con plena confianza, con respeto pero con mucho amor: Padre

También nos dices que hay que santificar ese NOMBRE, que debemos darle todo el respeto y la gloria de que es merecedor y después añades una petición: Que venga tu Reino, ese Reino por el que Tú te hiciste hombre y es el que viniste a anunciar y que fue el causante de tu muerte y nos sigues pidiendo que recordemos que es también nuestra misión el anunciarlo.

Y lo que sigue, ¡qué bien lo sabes tú, Jesús! Cada día, en todos los rincones de la Tierra hay alguien que te dice, aún con lágrimas en los ojos y el corazón roto de dolor, ¡hágase tu Voluntad! ¡Qué difícil, cómo cuesta dejar todo en tus manos y aceptar tu Voluntad!

Y sigue otra petición: Nuestro pan Señor que no nos falte. ¡Que todos tus hijos, sin distinción de razas y credos, tengan el alimento de cada día, ya que a ti te preocupaba y apenaban aquellos hombres que te seguían y no tenían que comer y que tenían hambre... y lleno de piedad hiciste uno de los milagros más hermosos. Ahora nos toca a nosotros luchar porque llegue el día en que no exista el hambre en esta Tierra.
Y lo más importante, que nunca nos falte TU Pan, la Eucaristía, que siempre podamos recibirla, que aumentes nuestra fe para amar cada día más Tu presencia en ese pequeño pedacito de Pan donde quieres quedarte con nosotros para siempre.

Y luego, la petición de la humildad pidiendo perdón de nuestras ofensas, pero ese perdón, lleva una condición. ¡Ay, Jesús, esa condición, tú lo sabes porque conoces nuestro corazón, cómo nos cuesta! Mira que le ponemos al Padre, el ejemplo de que nos perdone "cómo nosotros perdonamos" y nosotros somos los que siempre decimos: "¡yo eso no lo voy a perdonar, no puedo, me han hecho demasiado daño o es una persona que no la soporto, me cae muy mal y no la voy a perdonar!" o "yo perdono pero... no olvido". ¡Ay, Jesús!, tú que sabes y recuerdas que diste hasta la última gota de tu preciosa sangre para que fuésemos perdonados y sabes también que esa es la condición del amor por nuestros semejantes. Perdonar y olvidar, porque así es el perdón que Dios, nuestro Padre, nos da. Y nosotros sabemos muy bien cómo es nuestro perdón...

Ya voy a terminar la oración más hermosa que nos pudiste enseñar, pidiendo: Que no nos dejes caer en la tentación, qué seamos fuertes para no rendirnos a los mil sortilegios y engaños del enemigo de ese Dios que tanto nos ama y ¡líbranos del mal! Si, líbranos de ese mal y de tantos males para que no echen raíces en nuestro corazón, y nos puedan alejar de nuestro Padre Dios.

Bendita, como ninguna, la oración del Padre Nuestro, que siendo tan hermosa la decimos todos los días pero tan rutinariamente que no le podemos dar todo el maravilloso sentido y poder que ella encierra.

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor, sabiendo que la dirijo a mi Padre Bueno que me escucha y me ama.

Gracias por estar presente en la Eucaristía... gracias por Tu Pan de cada día.


Por: Ma Esther De Ariño

martes, 2 de junio de 2015

Cada día es un regalo de Dios

La vida es una sorpresa, Dios nos sale al encuentro en cada recodo del camino. 

Cada día es una maravillosa oportunidad de dar gracias a Dios por todo lo que se nos da tan gratuita, tan regalado, tan como Don.

Muchas ocasiones vemos la vida como una cadena de sufrimiento, y por momentos se nos hace que vivimos encadenados al desorden, al pecado, al sufrimiento, sin embargo, deteniendo un poco la existencia, en la contemplación del amor de Dios, nos damos cuenta que cada situación vivida es una oportunidad o una prueba que nos prepara para dar respuesta a la siguiente oportunidad, por eso me parece importante ver la vida como un continuo nacer para recuperar el sentido de sorpresa, es decir: ¡Que maravilloso es vivir la luz del sol!

Que milagro respirar en este instante. La vida es una permanente sorpresa, Dios nos sale al encuentro en cada recodo del camino, con dones espirituales y materiales.

Este sentido de nacer cada día para agradecer a Dios, en ningún momento significa olvidar la experiencia, es decir esa historia vivida, experimentada y disfrutada. Para poder dar una respuesta a Dios en el día de hoy, Dios en su infinita bondad me preparó el día de ayer, por eso he de nacer cada día sin olvidar.

Nacer para descubrir el encanto del presente providente de Dios, sin olvidar la misericordia de nuestro padre Dios que nos ha llamado desde toda la eternidad a vivir con Él.

Nacer cada día a la Providencia de Dios, sin olvidar su eterna Misericordia.


Por: P Idar Hidalgo

lunes, 1 de junio de 2015

No soy totalmente feliz aquí, pero quiero serlo


Soy peregrino en este mundo, que va de paso, que está dirigiéndose a su patria: a la eternidad con Dios. 


Aquí tienes mi corazón ansioso, ensanchado por el inmenso deseo de las realidades futuras, que desde hace mucho tiempo está suspirando por ti, por el regreso a la patria: desea, antes que amanezca, contemplar ya aquí en la tierra los gozos de la felicidad futura. Desea saber qué gozos esperan a las almas de los difuntos después de la muerte del cuerpo, y qué glorificación se les añade después de recibir sus cuerpos. [...]
Yo, queriendo volar al interior de aquella patria, de la que se dicen tantas cosas, te pido subir por Ti, que eres el camino; que no te ofenda a Ti, que eres la verdad; que llegue a Ti, que eres la vida. Que de ninguna manera me separe de Ti, que eres el camino de la felicidad plena; que de ningún modo desista por la dificultad de estas cosas, sino que subiendo por Ti, al morir no sufra [el ataque del] al ladrón, y, una vez muerto, no lleve al acusador [conmigo] (San Julián de Toledo, La oración que Julián dirige a Dios).


¿A quién no le gusta reírse a carcajada limpia? Estoy seguro que todos disfrutamos un buen chiste, una puntada cómica. Y si eso viene acompañado de imágenes, todavía más. Como las películas o series de televisión divertidas -para quienes las ven- que logran hacernos olvidar muchas veces las preocupaciones de todos los días.

Me vino esto a la mente cuando veía una entrevista que Andreu Buenafuente, humorista español, le hizo a Mons. Xavier Novell, obispo de Solsona (España). Y lo admito: me dio mucha rabia. No porque Mons. Xavier no respondiese bien, pues estuvo bastante bien a decir verdad. Lo que me enojó fue ver que gente con mucho talento en el mundo del espectáculo, como el caso de Buenafuente, no sean creyentes y que, en numerosas ocasiones, critiquen y ridiculicen a la Iglesia y a Dios. Y entiéndanme, sé que ataques siempre habrán, pero es que creo que los cómicos y humoristas pueden tener un papel fundamental en mostrar lo que será el cielo en la eternidad: una risa sin fin, un eterno sentirse llenos por dentro, una compañía de Dios que nunca se acabará.

¿No les pasa a ustedes? A mí siempre me viene un deseo profundo de dejar de sufrir, de que los malos momentos no sucedan más, que ya no tenga tragos amargos en mi vida. Y luego, en contrapartida, desearía detener el segundero del reloj cuando le doy un abrazo a un ser querido, cuando paso un buen momento con los amigos, cuando tengo a Cristo en mis manos como sacerdote. Y aunque en ocasiones deseo callar mi corazón, es tal el anhelo de felicidad que no puedo hacerme ilusiones: mis ansias de eternidad son mayores.

San Julián de Toledo era muy consciente de este sentimiento dentro del corazón del hombre y por ello dedicó gran parte de su vida a estudiar y meditar la eternidad. Prueba de ello es este extracto de la bellísima oración que le dirige a Dios: una oda a la búsqueda que todo ser humano tiene de felicidad. Es un sentirse peregrino en este mundo, que va de paso, que está dirigiéndose a su patria. Dialogar con Dios de estas realidades no es sólo recomendable, sino necesario. De hecho, algunos maestros de la vida espiritual recomiendan poner ante nuestros ojos estas realidades futuras por lo menos una vez por semana.

Ésta es, creo yo, la gran enseñanza que San Julián nos deja y que debemos tatuarnos en el alma con el fuego de la oración: soy peregrino, esta vida es a fin de cuentas sólo pasajera. Y aunque debo trabajar y ayudar en la sociedad aquí, el apellido de mis actos sólo puede ser "eternidad". Si no, la felicidad seguirá rondando nuestro corazón, sin tocarlo del todo en este mundo.

¿Y los humoristas qué pintan en todo esto? Pues mucho. Porque cada vez que reímos, tocamos un poco la orla del manto de la eternidad y nos sentimos plenos. Y por eso un buen comediante, si es creyente, puede ser un buen predicador. Tal vez por eso que me he tomado muy en serio la petición que el mismo Andreu Buenafuente le hizo a Mons. Xavier Novell al final de la entrevista mencionada.

Decía: "Si habla usted con Dios, hable bien de nosotros. Porque a lo mejor no vamos mucho a misa, pero nos gusta ser buenas personas". ¡Cuenta con ello, Andreu!

Por: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.la-oracion.com

Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion




domingo, 31 de mayo de 2015

La Misericordia

Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del amor; es decir, de la caridad

"Al amigo se le conoce en la enfermedad y en la cárcel”


Las prisiones son un verdadero infierno. No sólo por las penas físicas -que se agravan por la sobrepoblación y por el daño que se causan entre sí los presos- sino, sobre todo, por la pena moral del remordimiento en los culpables y de la justa indignación en los inocentes, que también los hay.



Algunos tratan de aliviar, en lo posible, las penas de ese infierno y visitan con frecuencia a los presos: son las madres y las esposas. Algunas perseveran aunque la sentencia sea larga, muy larga o para siempre; otras, los dejan solos.



Hay quienes, movidos por motivos religiosos o simplemente humanitarios, visitan también las cárceles, llevando consuelo, esperanza y, a final de cuentas, redención. Estas visitas caritativas pueden parecer inútiles para quienes no tienen fe y siguen considerando a la religión como “opio del pueblo”. Por eso me dio mucho gusto leer en los periódicos que la Comisión de Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de México, entregaba, por medio del cardenal Rivera Carrera, los documentos que acreditaban la libertad de algunos presos que habían sido ayudados por esos voluntarios que los visitaban, cumpliendo el mandato misericordioso de Jesús. En lo que va del año han ayudado a conseguir su libertad a 230 presos. ¡Una misericordia efectiva!



¿Qué es?



La palabra misericordia tiene su origen en dos palabras del latín: misereri, que significa tener compasión, y cor, que significa corazón. Ser misericordioso es tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son efectos del amor; es decir, de la caridad.



Pasaporte para el cielo



¿Qué se necesita para ir al cielo? ¿Acaso rezar mucho? ¿No faltar a los mandamientos? Pues resulta que lo que Jesús nos pide es que seamos misericordiosos con Él; y lo somos si nos comportamos misericordiosamente con los más necesitados.



Si deseo, pues, ir al cielo, más me vale que comience a preocuparme efectivamente por los prójimos que necesitan de mí.



“Bienaventurados los misericordiosos...”
No sólo en los tiempos históricos en los que vivió Jesús antes de su ascensión, sino en estos tiempos en que vivimos, hace falta la misericordia. Cuando la desgracia alcanza proporciones desmedidas, la misericordia se vuelve una necesidad que atienden oficialmente las organizaciones mundiales o nacionales. Sabemos que la ONU y otras organizaciones filiales ayudan a las víctimas de guerra, a los refugiados, a los que padecen hambre. La Cruz Roja es el paladín de la ayuda voluntaria y desinteresada a los que sufren. En México, y en casi todos los países, hay obras semejantes que se distinguen por su altruismo y filantropía. A nivel de católicos, tenemos Cáritas (Caridad) que trata de expresar en obras la fe de la Iglesia.



Todos estos movimientos necesitan de tu colaboración. La medida de tu compromiso dependerá de la conciencia que tengas de la urgencia de ayuda de tus hermanos necesitados. Una persona que da su tiempo, su dinero y lo que es y sabe a este tipo de organizaciones, se llama “voluntario”. ¿Te gustaría serlo?



Pero también puedes serlo de una forma autónoma o formar equipo con tu familia o tus vecinos. Sólo se necesita un corazón compasivo y, como seguramente ya te habrás dado cuentas, tú lo tienes y lo tienen tus hijos, tu esposa y toda esa gente buena con la que convives.



No necesitamos buscar a quién ayudar, la vida misma nos va presentando la oportunidad. Basta tener los ojos abiertos y, más que los ojos, el corazón.



Hagamos de nuestras obras de misericordia una cuestión de familia en la que todos participemos, cada quien de acuerdo con sus posibilidades y su edad.



Quizás no esté a nuestro alcance adoptar a un huérfano de guerra o ir a socorrer a los damnificados de un terremoto en el otro lado del mundo, pero sí lo está el dar compañía a un solitario, el visitar a un enfermo, el ayudar a un estudiante a pasar un examen, el conseguir trabajo a un amigo, el acudir al novenario de un difunto... ¡tantas cosas que podemos hacer!



Recordando



Cuando íbamos al catecismo nos enseñaron que las obras de misericordia de dividen en espirituales y corporales.



Las espirituales son:



- Enseñar al que no sabe.
- Dar un buen consejo al que lo necesita.
- Corregir al que yerra.
- Perdonar las injurias.
- Consolar al triste.
- Soportar las flaquezas del prójimo.
- Orar por vivos y difuntos.



Las corporales son:



- Dar de comer al hambriento.
- Dar de beber al sediento.
- Dar posada al peregrino.
- Vestir al desnudo.
- Visitar al los enfermos.
- Socorrer al cautivo.



Estas obras de misericordia son pedidas por el mismo Cristo (Mt 25, 31-46); la Iglesia añadió una más:



* Enterrar a los muertos.



Se considera que las obras de misericordia corporales se pueden expresar en una sola: dar limosna.

Por: P. Sergio G. Román | Fuente: Desde la fe


sábado, 30 de mayo de 2015

Volver el corazón y la mente a María

Cuando tenemos miedo acudimos a Ti porque eres valiente, cuando dudamos volvemos los ojos a Ti porque eres Verdad. 

Si seguimos a Jesús no es posible hacerlo sin pensar, sin volver el corazón y la mente a la imagen de su Madre, una mujer como tu, como yo, de la misma especie humana que tu, hombre que me lees...

Por Ella, por su decir ¡SI!, Cristo se formó en sus entrañas por obra del Espíritu Santo y ahí, en ese momento único, grandioso y sublime, empezó a crecer en su seno virginal hasta hacerse hombre el Hijo de Dios, que un día, y en una cruz de madera, moriría por la Salvación de toda la humanidad, donde estabas tu, donde estaba yo.... ¡Oh, incógnita divina!

Ella supo de despedidas. Ella supo de soledades, de ausencias del que era todo el amor de su vida. Ella sin comprender nada aceptó que su amado hijo Jesús, vivía del gran misterio de Dios y se alejaba de ella cada vez más... para cumplir una MISIÓN.

Y al pie de la cruz, mientras lo veía agonizar, con el amado rostro desfigurado, con los pies clavados y los brazos extendidos, como queriendo abrazarnos, aceptó, porque El se lo pedía, que lo sustituyera como hijo por el discípulo Juan y a si convertirse en una Madre Universal.

El Padre Ignacio Larrañaga dice: "Madre del silencio y de la Humanidad, tu vives perdida y encontrada en el mar sin fondo del Misterio del Señor. Eres disponibilidad y receptividad, eres fecundidad y plenitud, eres atención por los hermanos, estás vestida de fortaleza"

Cuando tenemos miedo acudimos a Ti porque eres valiente, cuando dudamos volvemos los ojos a Ti porque eres Verdad, cuando la tristeza nos invade acudimos a Ti que fuiste Madre de dolores y recibimos tu fuerza, cuando el creer se nos hace difícil… nos sentimos seguros porque tu, eres Virgen Fiel, Espejo de Justicia y Trono de sabiduría y estás llena de Gracia, de Consuelo y Misericordia.

Por eso el rezo del santo Rosario es una comunicación con María, virgen y Madre. Con él vamos repasando todos los momentos de su vida y la de su Hijo Jesús. En el rezo de sus Ave-Marías, le pedimos insistentemente que, seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo y también le decimos que nos ampare ahora y en la hora de nuestra muerte, tal vez, cuando nos llegue ese momento, Ella, María la Madre de Dios y Madre nuestra, recuerde las veces que se lo pedimos y venga a buscarnos, auxiliadora, solícita y llena de amor para llevarnos al Padre como buena mediadora, y a si obtendremos el amoroso y esperado abrazo de Dios.

¡Madre y Virgen, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero!

Por: María Esther de Ariño


viernes, 29 de mayo de 2015

La Santísima Trinidad, el "misterio de los misterios"

El misterio de la Santísima Trinidad, más que para ser entendido, es para ser amado y vivido en nuestro interior. 

Se nos ha habituado a pensar que, al hablar de la Santísima Trinidad, hemos de concebir algo totalmente oscuro e ininteligible. ¡Por algo es un misterio! Más aún, es -por así decirlo- el misterio por antonomasia de nuestra fe, el "misterio de los misterios". Pero, en vez de plantear el tema en términos de raciocinio o de especulación teológica, yo prefiero mil veces más tratarlo desde un punto de vista mucho más "humano" y personal, si se me permite la expresión. No que la razón no lo sea. Pero yo creo que es mucho más palpitante, cercano y vivencial cuando lo contemplamos con el corazón y bajo el prisma del amor.

Y es que el misterio de la Santísima Trinidad, más que para ser especulado, es para ser amado y vivido en nuestra interioridad. Al menos, a mí me parece que así es mucho más sabroso y "digerible". La razón es, por lo general, más fría e impersonal. Mientras que el amor es todo lo contrario.

Pues bien, la Santísima Trinidad es un misterio de amor. Es más, es el misterio del "Amor de los amores" –como cantamos en un hermoso motete-. Dios, que "habita en una luz inaccesible" –como nos dice san Pablo en su carta a Timoteo (I Tim 6, 16)— se nos ha querido revelar por medio de su Palabra: Dios, en lo más profundo de su intimidad, es una comunión de personas divinas unidas por el amor. Más aún, son esas mismas personas que son el Amor personificado: el Padre, que es el amor creador; el Hijo, que es el amor redentor; el Espíritu Santo, que es el amor santificador. Pero, además, es un amor recíproco entre ellos mismos; un amor subsistente y personal. Un solo Dios verdadero y tres Personas distintas, cuya vida y existencia es puro Amor. Una relación de amor. Y el amor crea una comunión de personas. Como en el matrimonio y en la familia, pero en un grado infinito y divino. El amor es, por naturaleza, unidad y fecundidad. Esto es, en esencia, el misterio de la Santísima Trinidad.

Y, ¿cómo explicarlo? Es muy difícil encontrar las palabras justas. Más fácil lo podremos comprender a la luz de la propia experiencia del amor que con un discurso racional, aunque sea filosófica y teológicamente muy correcto. ¿Quién de nosotros no sabe lo que es el amor? Todos lo hemos experimentado muchas veces en nuestra propia vida: hemos sentido el calor y la ternura de una madre; la fuerza y seguridad que nos infunde el amor de un padre; el cariño de una hermana o de una amiga; el gozo de la compañía y de la fidelidad de un hermano o de un amigo verdadero; y la dulzura incomparable del amor de una esposa o de un esposo, de unos hijos.

Aristóteles definía la amistad como "una misma alma en dos cuerpos". Y el poeta latino Horacio llamaba a Virgilio, su gran amigo, "dimidium animae meae", "la mitad de mi alma". Grandes poetas, literatos, músicos y artistas de todos los tiempos han ofrecido su tributo a la amistad. Y han reservado sus mejores canciones y sus notas más líricas para cantar la belleza del amor humano. Sin duda alguna, éste es el tema que más ha inspirado a los hombres a lo largo de la historia, sea en el arte, en la poesía o en la propia vida. Decía Dante Alighieri que "es el amor el que mueve el sol, el cielo y las estrellas". Y el poeta Virgilio afirmaba: "amor vincit omnia", "el amor es capaz de vencer todos los obstáculos". Y tenían toda la razón.

Y es que el amor es lo más grande, lo más noble, lo más bello, lo más maravilloso; en una palabra, lo más sagrado del ser humano. Por eso, con el amor no se juega y éste se merece los mayores sacrificios con tal de conservar toda su pureza y su fragancia virginal.

San Juan nos dejó una estupenda definición de Dios: "Deus Charitas est", "¡Dios es Amor!" (I Jn 4, 8). No se expresó en conceptos racionales, sino en un vocabulario propio del corazón. También lo otro pudo haber sido muy correcto. Pero también, sin duda, más frío e impersonal.

Como aquellas definiciones que dio Aristóteles sobre Dios: "El motor Inmóvil", "el Acto puro", "la Inteligencia más perfecta". O incluso aquella definición teológica y metafísica de santo Tomás de Aquino: "el único Ser necesario, absoluto y trascendente", "el mismo Ser subsistente". Pues sí. Es verdad. Pero, ¿no nos gustan y nos dicen inmensamente más las palabras propias del amor?

Y llegados a este punto, sería interminable la lista de experiencias que todos tenemos sobre el amor… Como decía san Juan al final de su Evangelio, "ni todos los libros del mundo serían suficientes para poderlas contener". Y es que el amor no se puede explicar con conceptos o con raciocinios filosóficos. Se siente. Se experimenta. Así también es Dios.

Sí. Lo más maravilloso y sagrado del hombre es el amor. Y también lo más divino. Por eso, a Dios podemos encontrarlo en lo más profundo de nuestro ser, en lo más recóndito de nuestro espíritu. Dios allí habita. Los más altos pensadores de la humanidad así lo experimentaron. Séneca, aquel famoso filósofo romano de origen cordobés, aun sin ser cristiano, llegó a expresarse de esta manera: "sacer intra nos spiritus sedet, malorum bonorumque nostrorum observator et custos. In unoquoque virorum bonorum habitat deus". En nuestra lengua cervantina sonaría así: "un espíritu sagrado reside dentro de nosotros, y es el observador y el guardián de nuestros males y de nuestros bienes. En cada alma virtuosa habita Dios" (Epístolas morales, núm. 41).

San Pablo, por su parte, nos recuerda que "somos morada de la Santísima Trinidad, templos vivos de Dios y del Espíritu Santo" (I Cor 3, 16). Así fue como nos lo prometió nuestro Señor la noche de su despedida: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada." (Jn 14, 23).

¡Éste es el núcleo más bello del misterio de la Santísima Trinidad! Y lo más maravilloso es que también nosotros hemos sido llamados a participar de esta vida íntima de Dios, que es amor. Y nos adentraremos en el seno de la Trinidad Santísima en la medida de nuestra vida de gracia y de nuestra caridad, que es el grado de amor sobrenatural en nuestra alma.


Por: P . Sergio Córdova LC