"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 23 de agosto de 2013

Eucaristía: el Misterio de Fe

Es un Pan que se ofrece, una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. 


¿Por qué llamamos a la Eucaristía Misterio de Fe?

Porque la Eucaristía requiere y presupone la fe. 

Se nos dice que es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre subir las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas facciones humanas. ¡Qué fe!

Se nos dice que asistimos al Calvario, al Viernes Santo, y vemos unas paredes frías, unos bancos o sillas. ¡Qué fe!

Se nos dice que Dios nos habla en las lecturas, y escuchamos una voz humana, a veces femenina, a veces masculina. ¡Qué fe!

Se nos dice que todos los ángeles asisten absortos y comparten nuestra misa, alrededor del altar, y nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos monaguillos, y gente de carne y hueso. ¿Dónde se han escondido los ángeles? ¡Qué fe!

Se nos dice que Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana, a veces entrecortada por sollozos o por algún ruido de niños. ¡Qué fe!

Se nos dice que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el Cuerpo de Cristo, y nos sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo! ¡Qué fe!

Se nos dice que somos una comunidad de hermanos, y vemos a veces a gente extraña, que ni siquiera conocemos y con la que no siempre estamos en plena comunión. ¡Qué fe!

Se nos dice que la Misa termina en misión, y resulta que yo termino igual, vuelvo a casa a hacer lo mismo de siempre, a la rutina de siempre, a las penas de siempre, a los sufrimientos de siempre.


Sí, la eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en esa tercera dimensión que se requiere para vivirla y disfrutarla.

¿Cómo preparó Cristo a sus discípulos para la eucaristía, misterio de fe?

Primero en Cafarnaúm les hizo la promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo, la institución. Allí hizo realidad la gran promesa.

Lo veían día a día entregado a los demás. Se hacía pan tierno para los niños, consuelo para los tristes, consejo para los suyos, médico para los enfermos. Jesús vivía a diario las exigencias de la eucaristía. Donación y banquete que alimenta, sacrificio que se ofrece, presencia que consuela. 

La Eucaristía no son ideas bonitas, no son discursos demostrativos. Es un Pan que se ofrece, una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. Y esto fue Cristo durante su vida aquí, en la tierra, y hoy, en la eucaristía, en cada Sagrario. Y, mañana, en el cielo.

Llegó el día de la gran promesa que narra San Juan en el capítulo 6 de su evangelio: Yo soy el Pan vivo; quien me come, vivirá. El pan que les daré es mi carne, para la vida del mundo. Sonaba duro: comer su carne, beber su sangre, no estaban acostumbrados a ese lenguaje. 

¿Cuál fue la repuesta de los oyentes? 

La incredulidad. Muchos le abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía una irracionalidad, les parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este rechazo fue ciertamente una profunda desilusión para Jesús. 

Miró a sus Apóstoles, esperando encontrar en ellos la fe, la adhesión, el afecto: ¿También vosotros queréis marcharos?. Jesús estaba dispuesto a dejarlos irse si no creían en la eucaristía, que acababa de anunciarles. Es que no es posible seguir a Cristo sin creer en la eucaristía. 

Afortunadamente, la confesión de Pedro, en nombre de todos, permitió a los apóstoles continuar en el seguimiento del Maestro. Jesús siempre exigió la fe en la eucaristía. Sólo con la fe y desde la fe, comulgando obtendremos los frutos que Él nos quiere dar. Si no, sólo recibimos un trozo de pan, pero sin ningún fruto.

La Eucaristía requiere un impulso de fe siempre renovado. Hay que dar un gran salto, de lo visible a lo invisible. Esto se da en cada Sacramento. Ese salto es la fe. 

Jesús pidió fe a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos nuestra fe cada vez que vivamos la eucaristía. Señor, creemos, pero aumenta nuestra credulidad. Creemos, pero queremos crecer en nuestra fe.


Autor: P. Antonio Rivero LC.

jueves, 22 de agosto de 2013

Construye tu vida sembrando amor

Lo que siembres tu vida, eso te devolverá, así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas. 


A lo largo de la historia hemos conocido grandes hombres, hombres que han dejado una huella imborrable, y que su presencia ha marcado la vida de muchas personas; me viene a la mente el Papa Juan Pablo II, ¡quién no recuerda sus palabras, sus gestos, sus miradas! todo nos reporta la presencia de Dios en su vida y cómo todo lo hizo con amor.

Tenemos la figura única e irrepetible de Cristo, que como nos dice el Evangelio "pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38), "Él es el Camino la Verdad y la Vida" (Jn 14,6), una vida dedicada a los demás, uscando el bien humano y trascendente de cada hombre, ¡cuántos hombres que conociendo el mensaje de Jesús, se han dedicado a sembrar con amor el bien!, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola S.I., la Madre Teresa de Calcuta. Hoy nos toca a ti y a mí, por eso te dejo este mensaje, para que lo reflexiones.

La vida es un jardín; lo que siembres en ella, eso te devolverá, así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente; cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.

A menudo sembrarás llorando, pero ¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine?

Piensa que los vientos fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas para que tu rosal resista mejor lo que habrá de venir. Y cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.

¿Rompió el alba y ha nacido el día? ¡Salúdalo y Siembra! 

¿Llegó la hora cuando el sol te azota?
¡Abre tu mano y arroja la semilla!

¿Ya te envuelven las sombras porque el sol se oculta? 
¡Eleva tu plegaria y Siembra! y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la muerte con los brazos cargados y una sonrisa de satisfacción.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente. Procura siempre: "Una Siembra de Amor". Al final de la vida, cuando nos pidan cuentas, nos pedirán cuentas del amor, de lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.



Autor: P. Dennis Doren L.C.

miércoles, 21 de agosto de 2013

PARA MEJORAR NUESTRO AMOR EN EL MATRIMONIO

En muchos matrimonios el amor va evolucionando hacia otras cosas que no son amor. En muchas ocasiones apenas queda nada de aquel amor primero que les llevó a casarse.

¿Cuál es el secreto de que el primer amor perdure en el tiempo?


¿Qué hacer para que el amor vaya evolucionando con los propios miembros de la pareja?

Aquí van algunas ideas que pueden ayudar a que la madurez del amor, vaya al mismo ritmo que la madurez de las personas que componen el matrimonio.

1.- Ver a la otra persona como un regalo que Dios te ha hecho. A pesar de sus torpezas, de su inmadurez, de sus fragilidades, puede mejorar si yo sé ayudarle a ello. Hay pocas cosas en la vida como a la persona que tienes a tu lado decirle: "Eres lo mejor o una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida."

2.- Tengo que valorar las muchas cosas buenas que hay en el otro. Tiene sus defectos pero no puedo estar todo el día echándoselo a la cara. Me fijo en lo bueno que tiene y lo malo intento combatirlo con amor no con odio o revancha.

3.- Tomar conciencia de que el otro tiene que cambiar sus actitudes, su forma de ser, lo que hace, etc. pero yo también tengo que cambiar. Si yo cambio el otro se animará también a hacerlo.

4.-Tengo que valorar los esfuerzos que el otro está haciendo por mejorar nuestra vida y nuestra relación.

5.- Tengo que ser lento a la hora de enfadarme y rápido a la hora de mostrar mi cariño hacia la otra persona.

6.- Recuerda que las mejores relaciones son aquellas que sacan lo mejor que hay en ti y que las peores relaciones son aquellas que sacan lo peor que hay en ti... Tu relación con el otro ¿Qué tipo de relación es?

7.- Aprende a querer al otro desde lo que realmente es el otro. No pretendas quererle por lo que debería de ser.

8.- Expresa tus sentimientos, tu rabia o tu dolor en el momento oportuno. El callarse a tiempo y el buscar el momento adecuado es más importante muchas veces que lo que vayamos a decir.

9.- Busca siempre el diálogo. El diálogo y la comunicación en general es una de las bases del amor. El amor es comunicación.

10.- Sé positivo ante los problemas y dificultades que surjan. Intenta ver las cosas con realismo no con negatividad. Todo en la vida tiene solución, el problema está que muchas personas no son capaces de encontrar una solución...

11.- No metan a los hijos en los problemas del matrimonio. No busque partidarios en tus hijos. Los problemas del matrimonio los tiene que resolver el matrimonio sin poner en peligro el resto de la vida familiar.


12.- Cuando dos personas rezan juntos, Dios está a su lado, orar juntos al menos una vez al día.

13.- Da gracias a Dios todos los días, por El Marido o La Esposa que te dio.


Una columna para Cristo

No es fácil ofrecer mi mensaje en una columna abierta, ante tantos lectores y tantas sensibilidades. 


Si todos los periódicos del mundo decidieran dejar libre una columna, en primera página, para que Cristo pueda ofrecer un artículo, ¿qué escribiría?

La respuesta sólo puede darla Cristo. Nosotros, con mucho respeto, queremos imaginar algunas ideas que saldrían del corazón del Maestro y que se plasmarían en unas sencillas y pobres letras humanas. Desde luego, Él diría las cosas del mejor modo imaginable. Quizá incluso no escribiría... Pero dejamos espacio a la creatividad: ¿qué nos diría desde el cielo?

"No es fácil ofrecer mi mensaje en una columna abierta, ante tantos lectores y tantas sensibilidades. Con el permiso de mi Padre, quiero simplemente lanzar una invitación, una llamada, un gesto amigo para quien desee acogerlo.

Quisiera decirte, sencillamente, que eso que esperas, eso que anhelas, eso que buscas, ya es una realidad presente y concreta. Me encarné en María, nací en Belén, viví en Nazaret, prediqué en Judea y en Galilea, morí en una Cruz, resucité, para anunciarte la gran noticia: Dios está en el mundo y vive entre los hombres.

No tienes que esperar otro salvador. No tienes que buscar una doctrina complicada y difícil en las enseñanzas de los sabios. No tienes que sacrificar tu tiempo en técnicas mudables y siempre defectuosas. No tienes que sufrir ante dolores que parecen sin sentido.

La salvación ha llegado. La traigo yo con mi presencia, con mis palabras, con mis gestos, con mi amor. Vengo a buscar la oveja perdida, a sanar el corazón cansado, a perdonar al pecador abatido, a consolar a quien vive sumergido en penas profundas, a levantar al herido, a animar al justo, a defender al débil.

Sólo necesito que me dejes penetrar en tu existencia, que me permitas ordenar tus pensamientos, que me concedas tocar tu corazón confundido, que me concedas perdonar tu pecado, que me dejes estar siempre contigo.

Tendrás que dejar pasiones pasajeras, apegos al dinero, curiosidades peligrosas, placeres que te dañan a ti y dañan a otros, egoísmos con los que hasta ahora has vivido. Pero serás capaz de descubrir un mundo nuevo, donde el perdón restaura al más perverso, donde el amor lleva al heroísmo, donde las razas pueden vivir unidas, donde la guerra y el odio quedan arrojados lejos.

Estoy ahora, simplemente, a tu puerta. No te obligo a abrir, no te fuerzo a amarme. Espero, con respeto, tu respuesta. Si me abres, si me dejas amarte, si me permites ser tu amigo, penetraré en tu alma, te ungiré con mi Espíritu, y podrás descubrir que mi Padre es también Padre tuyo y de todos tus hermanos..."


Autor: P. Fernando Pascual LC.

martes, 20 de agosto de 2013

Si, un día me hablaron de Dios

Cuando esa experiencia personal con Cristo llega, ya no cabe ninguna duda, vas tras sus huellas, lo acompañas...te enamoras de Él. 


Señor, a mi también me hablaron de Ti. 

Si, un día me hablaron de DIOS.

Nací de unos padres casados por el Sacramento del Matrimonio. Me contaron que me habían bautizado para entrar en el seno de la Iglesia Católica y desde entonces soy hija de Dios. Mis padres eran católicos practicantes y en mi hogar se rezaba. 

De mis primeros años tengo el recuerdo de mi madre tomando mi manita y enseñándome a persignarme con el signo de la cruz. Y las primeras oraciones hacia un Dios que había sido mi Creador y que llegado su tiempo, una mujer, que se llamaba María, que era virgen y que ahora era también mi Madre en el Cielo, que fue la Madre de Jesús y que Jesús era hombre y también Dios y ÉL era el HIJO DE DIOS y su PADRE ERA TAMBIÉN NUESTRO PADRE y que a si empezaba la más bella de las oraciones... Y también me habló del Espíritu Santo al que había que pedirle: luz y consuelo...

Hice mi Primera Comunión y creo recordar que estaba más entusiasmada con mi vestido blanco que por lo que iba a hacer... Yo también era una católica practicante por eso, tan solo porque me habían hablado de TI. 

Pero todo esto....¡no basta! 

Hay fe, pero esa fe es como una herencia que recibimos de labios y del corazón de nuestros padres, como un camino a seguir y que nos pusieron en él para que fuésemos felices. 

Caminar por él... no basta...

Se necesita...¡una experiencia personal con Dios!.

Y cuando esa EXPEREINCIA PERSONAL CON CRISTO llega, ya no cabe ninguna duda, vas tras sus huellas, lo acompañas en los pasajes de su vida aquí, en la Tierra, subes con El a la montaña de las Bienaventuranzas, te acercas a la Santísima Virgen María y a San José en una noche estrellada y te rindes de rodillas ante el Nacimiento del Salvador.

Estás con El en la Última Cena y por eso sabes "que estaba triste"... Te acercas a El en el Huerto de los Olivos y con El aprendes a decir, aunque tengas miedo, aunque estés llorando, !Hágase tu Voluntad!

Y lo ves luego, cuando los azotes caen sobre su espalda desnuda y su piel se rasga... Y te duele el corazón y le sigues por el camino donde lleva la Cruz sobre sus hombros y entonces es cuando tu cruz o tus cruces te parecen pequeñas y ya no te quejas.

Ves los ojos de María, su madre, que luego será también nuestra porque Jesús antes de morir nos la regala, y sabes que no puede haber ojos con tanto dolor como los de Ella.

Desearás muchas veces besar esas manos y esos pies que están atravesando unos clavos y luego lo miras y ya es una figura patética alzada en una cruz de madera, con una corona de espinas y unos labios pálidos y resecos que están pidiendo "el perdón por nuestros pecados"...

Y lo ves más tarde, ya muerto en los brazos de su Madre...

Para luego acompañarle camino de Emaús, ¡ya resucitado! Y como sus acompañantes le dices, le suplicas: ¡Quédate, se está haciendo tarde, se pasa la vida, se llega la cuenta, la eternidad... quédate conmigo, Señor!. ¡Y El se queda!

Y esa experiencia personal te hace saber que ya no te dejará, que siempre estará junto a ti, pase lo que pase, hasta el fin de tus días, hasta el momento de encontrarte cara a cara con El, que ahora si sabes que será el encuentro con quién tanto te amó, con quién dio la vida para que consiguieras que ese momento llegara, para el GRAN ENCUENTRO como a mi me gusta llamarle a la muerte...


SEÑOR, creo en TI, PERO AUMENTA MI FE.


Autor: María Esther de Ariño.

lunes, 19 de agosto de 2013

El Papa recuerda que «fe y violencia son incompatibles»

«Creer supone elegir a Dios como criterio base», dijo en el Ángelus

El Papa saluda a los fieles congregados en la plaza de San Pedro Reuters

C. M. H..  Madrid.

Incompatibilidad entre fe y violencia. Ése fue el principal mensaje que el Papa transmitió en la homilía de ayer, con motivo del rezo del Ángelus. Desde el balcón de la plaza de San Pedro y ante miles de fieles, Francisco destacó que «la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a cualquier tipo de violencia».
Antes del habitual rezo dominical, el Pontífice aseguró que «el Evangelio no autoriza en absoluto el uso de la fuerza para defender la fe». «Fe y violencia son incompatibles», repitió Su Santidad hasta en dos ocasiones.
El Santo Padre recurrió a la figura de Jesús para recordar cómo éste preguntó a sus discípulos: «¿Pensáis que he venido a traer la paz en la tierra? No, yo os digo, también la división». Unas frases que pasó a explicar a continuación: «Jesús no quiere dividir a los hombres entre ellos, al contrario: Jesús es nuestra paz y reconciliación».
Acto seguido, el Papa afirmó que la paz a la que se refiere no es neutral, no es un compromiso a cualquier coste. Y es que «seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo, elegir bien, la verdad, la justicia, aunque requiera sacrificio y renuncia a los propios intereses».
Finalizó diciendo que «la fe comporta elegir a Dios como criterio base de la vida. Dios no es un vacío, no es neutro, es siempre positivo, después de que Dios vino al mundo no se puede hacer como si no lo conociéramos».
La nueva «economía del bien común»
El cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, reclamó ayer a los laicos cristianos que tomen la iniciativa para crear una nueva «economía del bien común». Sistach recordó, a través de las hojas parroquiales de su archidiócesis, que «son muchas las personas que tratan de encontrar una salida a la crisis en la que estamos inmersos» y aseguró que «en esta tarea tienen una misión especial los laicos cristianos». El cardenal afirmó que son muchos los que piden «un sistema económico alternativo completo que deje atrás tanto las experiencias de la economía planificada comunista como los excesos del capitalismo financiero».

Mi hermosa Niña de Galilea

Dame las palabras para que pueda mostrar a mis hermanos lo buena y suave que eres conmigo. 


María, así de simple. Es la forma de dirigirme y conversar con mi Madre del Cielo, llamándola simplemente María. Sé que mucha gente no la conoce, o tiene una imagen lejana de Ella, quizás demasiado formal, demasiado protocolar. ¿Cómo puede ser nuestra Mamá protocolar al presentarse a nosotros? No, Ella es sencilla, mi pequeña Niña de Galilea, así es para mí. Pero es también lógico que cada uno la vea del modo que su propio corazón indica, con la mirada del alma que todo lo convierte en la expresión del Espíritu Divino, si es que nosotros nos dejamos iluminar por dentro.

Por un instante, déjenme narrarles cómo es que mi corazón ve a la Madrecita del Verbo Divino. De un modo muy particular, la veo de unos quince o dieciséis años, que es la edad en la que Ella se convirtió en Madre Divina, dándonos a Aquel que todo lo puede por amor. A tan temprana edad, mi María se presenta ante mi corazón como una hermosa Mujer, delicada en su mirar, en su caminar. Destaca su delicado cuello, largo y estilizado para dar cabida al más hermoso rostro que Dios jamás cinceló en criatura alguna. Ella es perfecta, no existe ni existirá mujer más hermosa que María, porque Dios la modeló en un acto sublime de Su Potencia Creadora. Y su belleza sólo es superada por su pureza, su inocencia y su férrea voluntad de no desagradar al Padre que tanto ama.

Cuando veo las imágenes de las distintas presentaciones de María a lo largo de los siglos, me quedo con la convicción de que el hombre no ha podido ni podrá modelar jamás la belleza de María ni siquiera en un modo aproximado. Mi alma se esfuerza en descubrir la visión verdadera con que mi joven Reina se presentó como la Medalla Milagrosa, por ejemplo. Santa Catalina de Labouré sin dudas describió del modo más aproximado posible la celestial visión que se presentó ante ella, pero no pudo hacer que el artista cincele en la Medalla Milagrosa el verdadero rostro de la Reina de los ángeles. Esa sonrisa, esas manos siempre en posición de oración, esos ojos iluminados por la Fuente de todo el Amor.

María, joven y sonriente, fulgurante estrella de la mañana. Se presenta en mi corazón como una Rosa que se abre derramando su fragancia y frescura, haciendo de mi un ovillo de hilo que se recoge sobre sí mismo, se envuelve pliegue sobre pliegue hasta quedar extasiado mirándola sonreír, llamándome, invitándome a acompañarla en este viaje. Ella nunca se presenta en vano en nuestro corazón, como una madre nunca se acerca a sus hijos sin un profundo deseo de cuidarlos y amarlos. 

María, hermosa Niña de Galilea, perfecto fruto de la Creación en cuerpo y alma. Sólo Ella pudo tener la Altísima Gracia de ser Madre del mismo Dios. El, ante el que el universo mismo se doblega, se hizo pequeñito y vivió nueve meses oculto dentro de ésta hermosa Joven Palestina. El, instante tras instante, fue tomando de su sangre todo aquello que necesitó para formar Su naturaleza humana, Su humanidad. Así, Ella es nuestra Niña de la Alta Gracia, porque ninguna Gracia puede ser tan elevada como la Maternidad Divina. 

Enamorarse de María es enamorarse de su Divina Maternidad, de su Inmaculado Corazón, y de su infinita belleza humana también. La siento tan cercana, tan vivamente presente en mi vida, que no puedo más que dirigirme a Ella como María, mi María. Ella es compasiva y paciente ante mis demoras en acudir a su mirada, Madre de la Misericordia. Juntos conversamos, compartimos mis pequeñas aventuras humanas, mis decepciones y dolores, mis esperanzas y sueños. Y María, con esa hermosa sonrisa que se funde en mis pupilas, me mira y me invita a levantar los ojos al Cielo con las manos unidas sobre mi pecho. Madre de la oración, Bella Dama del clamor y la plegaria, Omnipotencia Suplicante, Ella nos enseña a ver a través de los Ojos de Aquel que todo lo puede. 

Mi María, hermosa y joven Niña de Galilea, que enamoraste mi corazón porque sabías que era el modo de abrir la puerta al soplo del Amor Verdadero. Me siento tan feliz y orgulloso de ser tu hijo, y al mismo tiempo tan indigno de serlo, que no puedo más que pedirte me ayudes a seguirte en tus deseos, que no son otros que los deseos de Tu Hijo. Dame las palabras para que pueda mostrar a mis hermanos lo hermosa y pura que eres, y lo buena y suave que eres conmigo. Dales la luz que les permita enamorarse de ti como lo has hecho conmigo. Que puedan descubrirte como la más hermosa y pura Mujer que jamás existió, Inmaculada en cuerpo y alma, llena del Espíritu Santo, plena de humildad y fortaleza, escudo que protege y consejo que ilumina. Mi hermosa María, luz de mi vida.


Autor: Oscar Schmidt.

domingo, 18 de agosto de 2013

¿De qué sirve tanto luchar?

¡Cuántas veces queremos tomar el camino fácil para salir de las dificultades recortando el esfuerzo, para encontrarnos al final con un resultado que no nos gusta. 


En inglés tienen una frase que lo dice todo: "easy comes, easy goes", o sea, fácil viene, fácil se va. Vemos cómo la depresión abate despiadadamente los que lo tienen "todo", y la melancolía es parte triste de sus vidas, al comprobar lastimosamente que no "todo" lo compra el dinero.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué tantos grandes ricos son presa fácil del consultorio del psiquiatra, del psicólogo? ¿Por qué los que heredan fortunas tienden frecuentemente a vivir una vida vacía, de hastío existencial?

Entonces, ¿será necesaria la lucha diaria por la vida para lograr ser felices?

Cuentan de un hombre que encontró un capullo de mariposa. Lo llevó a su casa para observar la mariposa cuando saliera.

Un día notó que tenía un pequeño orificio. Había llegado el momento tan esperado. Ahí permaneció durante varias horas, viendo la mariposa luchar para lograr pasar su cuerpo a través del pequeñísimo huequito.

Pronto pareció que había cesado de forcejear pues no lograba salir. Parecía estar atascada.
Sintiendo lástima, el hombre quiso ayudarla. Con una tijerita cortó a un lado del agujero agrandándolo, y la mariposa salió al fin del encierro.

Pero no era el hermoso ejemplar que el hombre esperaba. Tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.

El hombre confiaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y la hinchazón del cuerpo cedería.

No pasó ni lo uno ni lo otro. La infeliz solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Jamás logró volar. 

Lo que el hombre no había entendido era que la restricción de la apertura del capullo y el esfuerzo de la mariposa de salir por el diminuto agujero, eran parte natural del proceso, que forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que alcanzaran el tamaño y fortaleza requeridos para poder volar y ser libre finalmente. 

¿Qué fue lo que pasó? Muy sencillo. Al privar la mariposa de la lucha, también le fue privado su normal desarrollo. 

Si Dios nos permitiera progresar en todo sin obstáculos, nos convertiríamos en seres inútiles. No podríamos crecer y ser fuertes como podríamos haberlo sido a través del esfuerzo y la constancia, a través de la lucha, a través del trajín de cada día. 

¡Cuánta verdad encierra esta pequeña historia!
¡Cuántas veces queremos tomar el camino fácil para salir de las dificultades, tomando en nuestras propias manos esas tijeras y recortando el esfuerzo, para encontrarnos al final con un resultado insatisfactorio y muchas veces desastroso!

Apliquémonos la lección, y agradezcamos a Dios que tengamos que luchar para conseguir con Su ayuda el pan nuestro de cada día.
Bendiciones y paz.


Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 17 de agosto de 2013

Es gratis y...¡nadie lo pide!

El perdón es la medicina adecuada, la solución, el sentido de la vida, lo que andaba buscando, lo que más necesitaba.


Pues bien, hay por ahí arrumbado en las sacristías un Sacramento que se llama el "Sacramento del Perdón". Y se da gratis, no cuesta nada, pero la gente ya casi no lo pide.
Yo quisiera decir que la confesión es un encuentro con Dios. Un encuentro auténtico con Él, no deja igual, ¡transforma!.

Así como los encuentros de la Samaritana, de Zaqueo, de Pablo, etc., en esos encuentros hay un algo que hacer saltar la chispa de sentir a Dios como la medicina adecuada, la solución, el sentido de la vida, el que andaba buscando, lo que más necesitaba. La medicina toca en la llaga abierta, pero no para abrirla más, sino para curarla.

El pecador ante Dios no se siente descubierto, sino perdonado. Ante Cristo Crucificado el pecador no debe sentir vergüenza sino amor. La confesión es un encuentro peculiar: la miseria choca con la misericordia, el pecador y el redentor se abrazan, el hijo pródigo y el padre se vuelven a encontrar. Pero; ¡qué manía de confesarse con el hombre y no con Dios! 

Porque las sogas que me atan son de esta estopa: ¿Qué va a pensar el Padre?, el hombre? El Padre no piensa nada, no debe de pensar nada. ¿Cómo le digo esto sin descomponerme? No me atrevo, mañana me confieso, para lo mismo responder mañana.

Y, ¡qué manía de confesarse consigo mismo!: "He fallado, he caído muy bajo, muy hondo, ¡qué vergüenza!", ¿Para qué me confieso otra vez si voy a volver a fallar? 

Te confiesas tu mismo ante tu orgullo herido, que supura rabia, desesperanza, porque no acepta ser un pecador más, de los que tienen que llorar y arrepentirse como todos.

Confesarse con Dios es mejor que confesarse con el hombre o consigo mismo. Duele, ¡sí!, pero ese dolor es de otra clase, duele haber herido un amor, haber ofendido a un Padre, haber roto una amistad. Dolor redentor y humilde que cura, que trae la paz de Dios.

¡Confiésate con Él!, dile tus pecados. Llórale a Dios tu arrepentimiento. Prométele que vas a cambiar, que vas a levantarte de nuevo. 

Cuando te confiesas sube la cuesta del Calvario y plántate delante de ese gran Cristo Crucificado, sangrante, que está muriendo por ti. Ahí, ante ese Cristo ¡confiésate!. Cuéntale, llórale tus pecados y a Él pídele perdón.

El encuentro con el hombre provoca vergüenza, el encuentro con uno mismo provoca orgullo herido y la desesperación, el encuentro con Cristo Crucificado produce la paz del perdón.

Hoy haz una cita con el Redentor. Soy el hijo pródigo, me siento pecador, no necesito inventar pecados, ahí están, son muchos, llevan mi nombre, pero el perdón de Dios es infinitamente mayor. 

Cristo perdona siempre y con mucho gusto. Ahí encontrarás siempre al mismo Dios con el perdón en la mano y en el corazón, un perdón siempre del tamaño del pecado.

A Cristo le gusta, le fascina perdonar. Con terminología humana podríamos decir, que se siente realizado perdonando, perdonándote a ti y a mi. Se trata de un encuentro con Dios muy especial. 

El médico que va con el enfermo sabe muy bien qué medicina recetarle, tiene medicina para todos los males; las hay dulces, las hay pequeñas, las hay grandes, hay medicinas para todos los males. 
La verdad es que cuando uno se confiesa bien, se siente curado. Es el encuentro del hombre cansado y triste con Dios Omnipotente que restaura sus fuerzas. Hay en la penitencia vitaminas para la tristeza y el cansancio, males de quien diariamente debe recorrer un largo camino.

La verdad es que la confesión restaura esas fuerzas y nos brinda paz, es el encuentro del amigo que ha fallado a la amistad con el Amigo, con Cristo, con Dios, con ese Padre misericordioso que siempre trae en las manos algo para ti. 

La confesión frecuente reafirma mi amistad con Dios, con el Cristo de mis días felices y mis grandes momentos. Por eso, si al confesarme me asiste un poco de fe como un grano de mostaza, debería ser un encuentro regocijante y un gran acontecimiento cada vez.

La forma mejor de confesarse es hacerlo a la puerta del infierno para llenarnos de susto o frente a un crucifijo para llenarnos de amor.


Autor: P Mariano de Blas LC.

viernes, 16 de agosto de 2013

El Papa interrumpió la homilía para asegurarse de algo: « ¿Rezáis el rosario? ¿Todos los días? »

El Papa se desplazó a Castelgandolfo para la misa de la Asunción.

C.L. / ReL

Francisco estaba leyendo este párrafo de su homilía de la Asunción, durante la misa que celebró este jueves en Castelgandolfo: "María, por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María, en especial el Rosario, tiene también esta dimensión «agonística», es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices".

Entonces se interrumpió al llegar a "en especial el Rosario" y dijo: "Habéis oído bien: el Rosario, ¿eh?". Miró a los fieles presentes en el patio del palacio pontificio y les preguntó: "¿Vosotros rezáis el Rosario? ¿Todos los días?". 

"Sííí...", respondieron los fieles. Aunque no debieron mostrar mucha convicción, porque Francisco les hizo reír: "Bueno, no sé... ¿Seguro?". Para terminar con un "Ecco [Vale]".

Fue un momento distendido dentro de una homilía que inició recordando las grandezas de María que recoge en sus últimos epígrafes la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, y desgranar su mensaje para la festividad en tres conceptos: lucha, resurrección y esperanza, de los que es modelo la Madre de Dios.

Lucha, "entre la mujer y el dragón". Resurrección, porque "ha estado completamente unida a Él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la primicia de los redimidos, la primera de «aquellos que son de Cristo»". Y esperanza porque "es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor".

En torno a la esperanza, Francisco improvisó una reflexión: "No dejéis que os roben la esperanza, porque es un don de Dios que nos lleva adelante mirando siempre al cielo".

Texto completo de la homilía del Papa Francisco en la festividad de la Asunción (Castelgandolfo, 15 de agosto de 2013) [No hubo variaciones significativas, salvo las reseñadas en la noticia.]

Queridos hermanos y hermanas

El Concilio Vaticano II, al final de la Constitución sobre la Iglesia, nos ha dejado una bellísima meditación sobre María Santísima. Recuerdo solamente las palabras que se refieren al misterio que hoy celebramos. La primera es ésta: «La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo» (n. 59). Y después, hacia el final, ésta otra: «La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (n. 68). A la luz de esta imagen bellísima de nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que contienen las lecturas bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos concentrarnos en tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza.

El pasaje del Apocalipsis presenta la visión de la lucha entre la mujer y el dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en efecto la Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los discípulos de Jesús han de sostener, María no les deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. También María participa, en cierto sentido, de esta doble condición. Ella, naturalmente, ha entrado definitivamente en la gloria del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos, que se separe de nosotros; María, por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María, en especial el Rosario, tiene también esta dimensión «agonística», es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices.

La segunda lectura nos habla de la resurrección. El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, insiste en que ser cristianos significa creer que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda nuestra fe se basa en esta verdad fundamental, que no es una idea sino un acontecimiento. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma se inscribe completamente en la resurrección de Cristo. La humanidad de la Madre ha sido «atraída» por el Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús entró definitivamente en la vida eterna con toda su humanidad, la que había tomado de María; así ella, la Madre, que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo ha seguido con el corazón, ha entrado con él en la vida eterna, que llamamos también Cielo, Paraíso, Casa del Padre.

María ha conocido también el martirio de la cruz: ha vivido la pasión del Hijo hasta el fondo del alma. Ha estado completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la primicia de los redimidos, la primera de «aquellos que son de Cristo».

El evangelio nos sugiere la tercera palabra: esperanza. Esperanza es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor. El Magnificat es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Es el cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros, muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás, papás, catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también niños, que han afrontado la lucha por la vida llevando en el corazón la esperanza de los pequeños y humildes. «Proclama mi alma la grandeza del Señor», así canta hoy la Iglesia en todo el mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión. Y María está allí, cercana a esas comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, unámonos también nosotros, con el corazón, a este cántico de paciencia y victoria, de lucha y alegría, que une a la Iglesia triunfante con la peregrinante, que une el cielo y la tierra, la historia y la eternidad.

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