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Autor: Pablo
Cabellos Llorente
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El peligro de una autoestima puramente psicológica, no basada en
principios rectos, que nada tiene que ver -más bien, es totalmente opuesta-
con la realidad de que somos hijos de Dios, realidad donde sólo puede salir
con toda seguridad una sana autoestima.
Modelos de autoestima
Aseguran los comunicadores que se llega mejor al lector
contando una historia. Esta es reciente y puede servir. Hace muy pocos días
coloqué en Facebook un enlace a un vídeo de un sacerdote -muy bueno, por
cierto- en el que se mencionaba la palabra autoestima. Un pequeño grupo, más
bien un miembro del grupo apoyado por otro me dijo que la autoestima no es
cristiana. Se me ocurrió escribir que dependía de lo que se entienda por tal y
que ninguna mejor autoestima que la de saberse hijo de Dios. Aquí comenzó la
discusión, y fui acusado de infidelidad al Magisterio de la Iglesia.
La postura de este grupo goza de razón y explicación
porque el concepto de autoestima se origina con el psicoanálisis y, con
frecuencia, tiene otro significado completamente distinto, que también tendría
relación con la fe, pero justamente por ser pecaminoso y apartarnos de ella.
Pero no puedo estar de acuerdo con que la autoestima va contra el Magisterio.
Volviendo a mis internautas, después de señalarles que casi me condenan -nótese
el casi-, puse unas frases de Juan Pablo II y Benedicto XVI utilizando la
palabra "maldita": autoestima. Borraron los textos, me dijeron que
calumniaba y mentía y que necesitaba humildad. En esto último, al menos, seguro
que acertaron.
Y es que es muy difícil erigirse en intérprete del
Magisterio, y manejarlo de modo personal. Ya sé que eso lo hace frecuentemente
la teología, pero verdaderamente el único intérprete auténtico del Magisterio
es el propio Magisterio. Siendo breve: el depósito de la Fe -expresión
inspirada de San Pablo- se contiene en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
La estructura de la Biblia es la del texto escrito y, por tanto, definitivo. La
estructura de la Tradición es la de una realidad viva. Por eso pertenece a su
esencia que crezca y se desarrolle, pero no en el sentido de que añada
novedades al depósito originario, sino porque se puede profundizar en él con la
luz del Espíritu Santo. Ese depósito ha sido recibido por la totalidad del
Pueblo de Dios, pero con la seguridad de que Pedro, los Apóstoles y sus
sucesores fueran los únicos constituidos en sujetos de ese Magisterio (cfr.
Lumen Gentium, 21, 24 y 25; Dei Verbum, 7 y 10). Visto así, aunque el
Magisterio no se haya pronunciado expresamente, el concepto de autoestima
originario no sería admisible.
Pero siempre, aunque todos los cristianos tenemos el
deber de evangelizar, la autenticidad es una característica fundamental y
exclusiva del Magisterio eclesiástico, que enseña con la misma autoridad que
Cristo. Esta es la razón por la que decía antes que es muy difícil interpretar
el Magisterio, porque toda interpretación termina en él. Sí caben opiniones en
aquellos temas que la Iglesia ha dejado a la libre disquisición de los hombres
o incluso, expresar algo así como: yo pienso que el Magisterio aquí quiere
decir esto. Y nada más. Esta es la razón por la que no estoy de acuerdo con la
afirmación general de que la autoestima está contra el Magisterio. Es más, si
se trata de la autoestima ensoberbecida también tiene que ver con la enseñanza
de la Iglesia, como dije antes: efectivamente, la soberbia es un pecado, a
veces tan grave que, como me dijeron mis amigos de Facebook, en un corazón
soberbio no está Dios.
Ahí reside el peligro de una autoestima puramente
psicológica, no basada en principios rectos, que nada tiene que ver -más bien,
es totalmente opuesta- con la realidad de que somos hijos de Dios, realidad
donde sólo puede salir con toda seguridad una sana autoestima. Ya que se emplea
bastante, quizá sea un concepto a rescatar, pero sin ingenuidad.
Cabe recordar que la ausencia de Magisterio ha sido
una buena causa de la fragmentación terrible de las confesiones derivadas de la
reforma luterana. El principio de la sola Escritura, les ha conducido a quedarse
sin depósito, sin sucesión apostólica, sin sacramentos, aunque les queda el
Bautismo, por el que el cristiano se incorpora a Cristo, razón por la que el
ecumenismo ha de ser una pasión de la Iglesia. Pero no dejó de afirmar el
último concilio que la única Iglesia de Jesucristo "subsiste en la Iglesia
Católica". No dijo "es", sino "subsiste", para dar
espacio eclesial a otras realidades cristianas, que no tienen la plenitud de la
Iglesia fundada por Cristo, pero sí una parte.
No intento una cerrada defensa del concepto de
autoestima, entre otras razones porque la palabra tiene sus riesgos, sino del
aprecio al Magisterio. Algo parecido sucede con la palabra valores. Lo que para
unos es un valor, para otros es exactamente lo contrario. Un ejemplo: para
algunos es un valor que la mujer tenga el derecho a abortar, lo que
evidentemente es un desvalor para un cristiano.
Para ir finalizando, voy a transcribir alguna de las
frases de los papas citados en las que emplean -en un contexto positivo- la
palabra autoestima: Juan Pablo II en diciembre de 1998 a los obispos de Nueva
Guinea (por cierto, también utiliza la palabra valores): La situación refleja
cierta crisis de las expresiones tradicionales de vuestra cultura, con la
consiguiente debilitación de las estructuras e instituciones que han dado a las
sociedades tradicionales su estabilidad y han transmitido los valores que las
forjaron. La principal es la familia, que recientemente ha sido sometida a una
gran presión, y que constituye siempre el núcleo donde se manifiestan los
primeros síntomas de malestar social. Existe también un elevado índice de
desempleo, que genera frustración e irritación en los jóvenes, haciéndoles
perder la autoestima y la esperanza en el futuro.
En octubre de 1998, el mismo Papa decía refiriéndose a
las personas ancianas: "Es preciso elaborar estrategias asistenciales que
consideren en primer lugar la dignidad de las personas ancianas y les ayuden,
en la medida de lo posible, a conservar un sentido de autoestima, para que no
les suceda que, sintiéndose un peso inútil, lleguen a desear y pedir la
muerte." En un documento más solemne (Carta a los Católicos de Irlanda de
marzo de 2010), escribía Benedicto XVI: "Os habéis sentido profundamente
conmocionados al conocer los hechos terribles que sucedían (pederastia) en el
que debía haber sido el entorno más seguro de todos. En el mundo de hoy no es
fácil construir un hogar y educar a los hijos. Se merecen crecer en un ambiente
seguro, con cariño y amor, con un fuerte sentido de su identidad y su valor.
Tienen derecho a ser educados en los auténticos valores morales, enraizados en
la dignidad de la persona humana, a inspirarse en la verdad de nuestra fe
católica y a aprender modos de comportamiento y acción que los lleven a una
sana autoestima y a la felicidad duradera." Nótese que escribe sana
autoestima.
Finalmente, en su Exhortación Apostólica Africae
Munus, de diciembre de 2011, decía el mismo Benedicto XVI:
En mi viaje a África, insistí en que «hay que
reconocer, afirmar y defender la misma dignidad del hombre y la mujer: ambos
son personas, diferentes de cualquier otro ser viviente del mundo que les
rodea». El cambio de mentalidad en este campo es desgraciadamente demasiado
lento. La Iglesia tiene la obligación de contribuir a este reconocimiento y
liberación de la mujer, siguiendo el ejemplo de Cristo (cf. Mt 15,21-28; Lc
7,36-50; 8,1-3; 10,38-42; Jn 4,7-42). Crear para ella un ámbito en el que pueda
tomar la palabra y desarrollar sus talentos mediante iniciativas que refuercen
su valía, su autoestima y su especificidad, les permitirá ocupar en la sociedad
un puesto igual al del hombre –sin confundir ni uniformar la especificidad de
cada uno–, pues ambos son «imagen» del Creador (cf. Gn 1,27).
Con todo, hay que saber exactamente qué se dice cuando
se emplea la tan citada palabra, porque si encierra la soberbia de la
autosuficiencia, la no necesidad de Dios, si lo entiende así un cristiano,
estaría en el peligro de pelagianismo al que se ha referido estos días el Papa
Francisco, que es una falsa doctrina que cuenta con las fuerzas humanas sin
valorar la ayuda de la gracia, imprescindible para la vida cristiana.
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
jueves, 20 de junio de 2013
Modelos de autoestima
Desde el pecado hacia el amor
Para
el cristiano, el pecado es siempre una grave ofensa al amor. El pecado lleva al
hombre a ir contra Dios.
El
pecado deja huellas profundas y heridas duraderas. Uno de sus mayores daños
consiste en hundir al pecador en la tristeza, la amargura, la desesperanza.
Otro daño es el de la dejadez: si caigo una y otra vez en lo mismo, ¿para qué
luchar por el cambio? Un daño más profundo y sutil consiste en llegar a la idea
de que, en el fondo, el pecado no es tan malo, incluso podría ser bueno para
uno en su situación actual...
Para el cristiano, el pecado es siempre una grave ofensa al amor. El pecado
lleva al hombre a ir contra Dios, al optar por su egoísmo, y contra el prójimo,
al preferir el propio bienestar en perjuicio de otros.
Pero si la ofensa es grave, si implica un desorden en el universo, la mano
tendida de Dios puede provocar un cambio radical, incluso una situación
paradójicamente favorable para el bien.
El pecador que pide misericordia, que se siente perdonado, permite el ingreso
en el mundo de una inmensa infusión de bien y de esperanza. La acción de Dios,
al ofrecer su perdón, suscita en los corazones una "nueva creación".
"Convertíos y apartaos de todos vuestros crímenes; no haya para vosotros
más ocasión de culpa. Descargaos de todos los crímenes que habéis cometido
contra mí, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de
morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien
fuere, oráculo del Señor Yahvéh. Convertíos y vivid" (Ez 18,30-32).
El corazón que se deja tocar por el perdón de Dios entra en una nueva vida,
empieza a existir en el Reino de la misericordia. Si antes sufría bajo las
cadenas del pecado, ahora goza en el mundo del amor.
Los que antes éramos "no-pueblo" podemos llegar a ser Pueblo de Dios.
Los que vivíamos sin compasión, podemos ahora ser compadecidos (cf. 1P 2,10).
La Encarnación, la Muerte, la Resurrección de Cristo, han abierto las puertas
de los cielos, han abierto las puertas de la misericordia. Si el pecado
introdujo el misterio del mal en el mundo, la obediencia del Hijo al Padre ha
provocado la revolución más profunda en la historia humana: el perdón.
Quien acoge ese perdón, quien se deja tocar por el Amor redentor de Cristo, ya
no puede volver a pensar ni a vivir como pecador. Paradójicamente, el pecado
"provocó" la llegada de la gracia. Quien ha sido tocado por la
misericordia, quien ha abierto su alma a la conversión, empieza a vivir en el
mundo del amor.
"¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la
gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo
seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en
Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados
por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado
de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros
vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una
muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante;
sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera
destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado"
(Rm 6,1-6).
Desde el pecado, borrado por la Cruz del Señor, podemos avanzar hacia el amor.
Quien ha recibido tanto amor, sólo puede responder con amor. Quien ha sido
perdonado, empieza a comprender que también él necesita perdonar a sus hermanos
(cf. Lc 6,37).
Sólo entonces seremos semejantes al Padre de los cielos, que es bueno con
todos, también con los ingratos y los perversos (cf. Lc 6,35).
Porque tristemente un día fui pecador. Pero Jesús, en su bondad, me dijo:
"Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más" (Jn 8,11).
Autor: P. Fernando Pascual LC.
miércoles, 19 de junio de 2013
LOS "CAPTCHA" CONTRA LA VIDA
Autor: Pablo Cabellos Llorente
Cualquiera mínimamente internauta se ha encontrado
alguna vez un captcha, esa extraña comprobación realizada por una máquina para demostrar
que no eres otra máquina o un animalejo. El captcha es una especie de
juego-trampa que consiste en adivinar un conjunto de letras, tal vez con
números, un tanto enmarañadas para que
te demuestres humano, antes de publicar algo. La máquina no solicita un mediano
raciocinio sino un alarde de tres mitades, como decía un viejo profesor
universitario: de vista, de adivinanza y de suerte. Claro que si un
profesor consideraba posible la división
de algo en tres mitades, no puede uno extrañarse de los captcha contra la vida.
No prueban el raciocinio, son trampas.
El primer captcha es el nombre de las leyes: Ley de
interrupción voluntaria del embarazo: esta es menos fullera, aunque no expresa lo sucedido realmente:
muerte voluntaria de un ser humano vivo y probables traumas para la madre. La
ley actual requiere un captcha más difícil: Ley sobre la salud sexual y
reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Si uno dice al
jeroglífico que la salud no puede ser de la madre porque queda tocada y menos
del nasciturus porque acaba liquidado, probablemente suene la voz del invento
llamándote facha como raciocinio de nivel alto.
No puedes responder al captcha que no quieres mujeres en la cárcel, sino a los negociantes
de la muerte. Hay que escribir que ni te pregunte porque estás en el milenio
pasado. Si le contestas que nadie tiene derecho sobre la vida de otro, se puede
escuchar la voz de Aido explicando que el concebido es un ser vivo pero que no
consta como ser humano. No se te ocurra remitirla a las ciencias biomédicas
porque los científicos oficiales son Morín y compañeros. Iba a escribir "y
compañeros mártires", pero es demasiado sarcástico.
Pero, ¿y quedar embarazada de un disminuido? Este captcha ya
lo han respondido las asociaciones correspondientes. Basta pensar en las
rampas, las escuelas especiales, el lenguaje de los signos..., para cuidarlos.
Pero si aún no ha nacido, ¿por qué el cuidado es yugular su derecho a vivir?
Pues te has equivocado. El captcha no acepta. Pero es que ya comenzó por no admitir
que el aborto procurado es matar a un ser humano. Si quiere pasar la prueba, se
responderá que muerte al disminuido.
Hombre, que hay violaciones. Pues a procurar el aborto de la
violada, no perturbarle su vida, etc.: no considera que más estropeada la
tendrá el abortado. ¿Y una niña de dieciséis años que no desea el niño
concebido? El lenguaje de Facebook diría que es Phishing, una presunta entrada de un intruso en tu cuenta, tal
vez por haber compartido mucho con amigos. En nuestro caso, quizá entraron el
intruso y los amigos. Si escribes en el
captcha que lo piense antes de allanarse a esta gente, no sirve: estás contra
los derechos sociales de la chiquita o señora. Retrógrado sin arreglo que aún
no ha comprendido -aunque venga así desde Adán y Eva- que el sexo nada tiene
que ver con la concepción.
¿Hace cuánto que no le cantas a María?
Porque necesitamos la paz de su mirada, el calor de su
compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí al Padre.
Cantar a María es una manera íntima, humana, muy nuestra, de cantar a Dios. Es
reconocer que la Redención ha sido completa en nuestra Madre. Es celebrar que
Ella, en cierto modo, nos representa ante el Dios amante de la vida, redentor
del hombre y de la historia.
Cantar a María es mirar al mundo con ojos distintos. Porque la santidad divina
purificó completamente una existencia humana. Porque el sí de la creatura fue
genuino y alegre. Porque el Amor encontró en una joven de Nazaret su morada.
Porque no faltó el vino en Caná y empezaron, para todo el mundo, las bodas del
Cordero.
Cantar a María es reconocer la grandeza de Dios. Porque mira al humilde, porque
acoge al débil, porque rechaza al soberbio, porque salva al pecador
arrepentido. Porque quiso ser Niño, porque quiso tener Madre humana, porque
empezó a ser Hermano nuestro. Porque tuvo necesidad de alguien que sufriese,
como Mujer, como Mediadora, al lado de la cruz.
Cantar a María es aprender a ser como niños. Porque necesitamos la paz de su
mirada, el calor de su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí
al Padre. Porque queremos ser creyentes como Ella, porque necesitamos fiarnos
de Dios, porque no nos resulta fácil caminar en las tinieblas, porque
necesitamos ayuda para escuchar la voz del Espíritu.
Cantar a María es parte de nuestro caminar cristiano. No hay Hijo del Hombre
sin la Madre. Jesús la quiso, y, en Ella, nos quiso a todos. También a quien
lucha contra el egoísmo, a quien siente difícil la pureza, a quien piensa que
es imposible el amor al enemigo. También a quien se levanta, una y mil veces,
tras la caída, para pedir perdón a Dios (un Dios presente a través del
sacerdote que repite lo que diría el Hijo: te perdono).
Cantar a María es decir, simplemente, desde el corazón, un gracias a Dios.
Porque en su Madre nos ha amado con locura. Porque venció así nuestro pecado.
Porque nos abrió el cielo, donde está Ella esperándonos. Porque nos quiere
pequeños, débiles, pero seguros: no hay miedo junto a la Madre. Sólo hay
esperanza, alegría y amor sincero.
Autor: P. Fernando Pascual.
martes, 18 de junio de 2013
Una lectura desde la fe católica
La Iglesia ha ofrecido y ofrece a cada generación la Palabra
que salva: nos explica la Biblia.
Leemos un pasaje de la Biblia. En el corazón surgen preguntas o dudas. ¿Cómo interpretarlo?
¿A quién se refiere? ¿Qué quiso decir el autor sagrado? ¿Qué pretendía
comunicar Dios a la gente de aquel tiempo? ¿Qué nos dice a nosotros, después de
tantos siglos que nos separan de un pasado que parece remoto?
Quisiéramos tener a alguien a nuestro lado para comprender, para penetrar en el
mensaje que Dios quiere dejar en nuestras almas. Nos sentimos como el etíope
eunuco de los Hechos de los apóstoles, que preguntaba: "¿Cómo lo puedo
entender si nadie me hace de guía?". Quisiéramos, entonces, encontrar a un
Felipe que nos explicase el sentido de la Palabra de Dios... (cf. Hch 8,27-39).
En realidad, tenemos ya quien nos ayuda a comprender el mensaje divino. La
Iglesia, desde la luz del Espíritu Santo, con el trabajo de miles y miles de
obispos y sacerdotes, ha ofrecido y ofrece a cada generación la Palabra que
salva.
Es importante recordarlo: los católicos vivimos como miembros vivos de una
comunidad de creyentes. Nuestra fe no es un acto aislado, como el del
explorador que empieza a caminar, entre las sombras, en medio de un bosque
desconocido. La fe nos une a la comunidad, nos hace Iglesia, nos acerca a
quienes tienen la misión de enseñar, regir y santificar a los bautizados.
Es hermoso, entonces, acoger tantas ayudas y guías que nos ofrecidas para
recibir un mensaje que viene de Dios. Un mensaje, lo sabemos, que se expresa en
gestos y en palabras, que está en la Biblia y en la Santa Tradición (cf.
constitución dogmática Dei Verbum del Concilio vaticano II). Un mensaje que
penetra en la propia vida desde la fe, porque "la Palabra de Dios es viva,
eficaz, y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división
del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón" (Hb 4,12).
La fe nos lleva, entonces, a leer la Palabra en comunidad. Porque, "si
ningún hombre es una isla, tanto menos lo es el cristiano, que descubre en la
Iglesia la belleza de la fe compartida y testimoniada junto a los demás en la
fraternidad y en el servicio de la caridad" (Benedicto XVI, Ángelus, 5 de
septiembre de 2010).
Esa comunidad, Iglesia fundada por Cristo, nos ayuda a entender el mensaje, a
vivir el Evangelio, a transmitirlo a quienes viven a nuestro lado.
Lo sabemos: "la Palabra de Dios no está encadenada" (2Tm 2,9).
Conocerla y comunicarla con el testimonio de la propia vida y con palabras que
se nutren con la fuerza del Espíritu Santo son la consecuencia suave de quien
repite, como el profeta: "Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba;
era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón" (Jer 15,16).
Autor: P. Fernando Pascual.
Distráiganlos durante todo el día...
Tenemos
muy poco tiempo para Dios, la familia, o para hablar a otros del amor de Jesús.
Creer
en el bien implica también creer en el mal. Creer en el Cielo involucra ineludiblemente
creer en el infierno también. Esto es una verdad Bíblicamente revelada. ¿Pero
cómo actúa el mal sobre nosotros?.
En este cuento que reproducimos, tenemos graficadas muchas de las trampas que
el mundo nos hace a diario para alejarnos de Dios. Leerlo es encontrar consuelo
y explicaciones a muchas de nuestras angustias y culpas. Pero debe servír para
estar más fuerte al enfrentar los engaños a los que nos vemos sometidos en
forma permanente.
El cuento dice así:
Satanás llamó a una convención mundial de demonios. En su alocución de apertura
dijo:
"No podemos evitar que los cristianos concurran a la Iglesia. No podemos
evitar que lean sus Biblias y conozcan la verdad. Tampoco podemos evitar que se
entreguen a una intima relación con su Salvador. Cuando llegan a esa situación
con Jesús, nuestro poder sobre ellos se rompe. Así que, dejémosles concurrir a
sus Iglesias, dejémosles tener sus reuniones sociales y cenas, pero robémosles
el tiempo, así no tendrán oportunidad de desarrollar una relación con
Jesucristo".
Esto es lo que quiero que hagan: "Distráiganlos durante todo el día".
¿Cómo haremos esto?, gritaron los demonios.
"Manténganlos ocupados en trivialidades de la vida e inventen innumerables
cuestiones para ocupar sus mentes".
"Tiéntenlos a gastar, gastar, gastar, y pedir, pedir, pedir prestado.
Persuadan a sus esposas a salir a trabajar por largas horas y a los maridos a
trabajar 6 o 7 días cada semana, 10 a 12 horas diarias; así ellos podrán
mantener ese estilo vacío de vida".
"Eviten que pasen tiempo con sus hijos. Como su familia se fragmentará,
pronto sus hogares no encontrarán salida a las presiones del trabajo".
"Sobre estimulen sus mentes, así ellos no podrán oír aquella voz calma y
suave".
"Tiéntenlos a escuchar mucho la radio, CD o casettes cuando conducen sus
automóviles. Mantengan continuamente sus TV, sus grabadoras, sus CD y sus
computadoras encendidas en sus hogares".
"Asegúrense que cada negocio y restaurante en el mundo pase constantemente
música popular; ello contribuirá a llenar sus mentes y romper su unión con
Cristo".
"Llenen las mesas con revistas y diarios de actualidad. Repiqueteen en sus
mentes con noticias mundiales así 24 horas al día. Invadan las rutas con
carteles publicitarios. Inunden sus buzones con envíos postales inútiles,
catálogos, publicidades y toda clase de propaganda y promoción ofreciendo
productos gratis, servicios y falsas esperanzas. Presenten hermosas y delgadas
modelos en revistas, películas y TV, así los esposos creerán que la belleza exterior
es lo importante, y quedarán insatisfechos con sus esposas."
"Mantengan a las esposas muy cansadas para amar a sus maridos a la noche.
Denles dolores de cabeza, también. Si no les dan a los esposos el amor que
ellos necesitan, ellos comenzarán a buscarlo afuera. Esto fragmentará la
familia rápidamente".
"Denles un Santa Claus para distraer a sus hijos de la enseñanza del
verdadero significado de Navidad. Denles un conejito de Pascuas para no hablar
de su resurrección y su poder sobre el pecado y la muerte. Aún en sus
recreaciones, que lo realicen en exceso. Hagan que al regreso de sus
recreaciones estén exhaustos. Logren que estén tan ocupados que no puedan ir a
observar la naturaleza y el reflejo de Dios en la Creación. Envíenlos a los
parques de diversiones, eventos deportivos, juegos, conciertos, y cines, en su
reemplazo. Manténganlos ocupados, ocupados, ocupados".
"Y cuando se reúnan para una reunión espiritual, procuren que estén
atentos a chismes y habladurías para que concluyan con conciencias
preocupadas".
"Llenen sus vidas con muchas cosas triviales de tal modo que no les quede
tiempo para la Palabra o buscar el poder de Jesús. Pronto ellos estarán
trabajando en su propia fuerza, sacrificando su salud y su familia."
¿Esto funcionará?. Era realmente un gran plan!.
Los demonios se fueron ansiosos a sus puestos asignados procurando que los
cristianos en todos lados estuvieran más ocupados y apurados, yendo de aquí
para allá, teniendo muy poco tiempo para su Dios o sus familias o para hablarles
a otros del poder de Jesús.
¿Tuvo el diablo éxito en su planteo?. ¡Tú eres el juez!.
Tu visión se volverá más clara sólo cuando puedas ver dentro de tu corazón.
Autor: Oscar Schmidt.
lunes, 17 de junio de 2013
La fe en Jesucristo
¿Quién
es este Jesús que nos ama? ¿Le conocemos, sabemos quién es, y lo aceptamos?
¡Hoy se nos dice muchas veces que nuestra religión cristiana no es una religión
de verdades ni de mandamientos ni de culto, sino que es una religión que se
centra en la Persona de Jesucristo. ¿Cómo podemos entender esto? Y, sin
explicaciones que nos serían un enredo para todos, empezando por mí, me parece
que una comparación de fe humana nos va a hacer entender lo que es la fe en
Jesucristo.
Pensemos en dos jóvenes con dos nombres muy familiares: él se llama Luis y ella
se llama Rosita. Rosita nos va a enseñar lo que es la fe humana y, por ella,
vamos a aprender lo que es la fe cristiana.
Luis le dice un día a Rosita: ¡Te quiero! Y Rosita se hace unas ilusiones
inmensas, como es natural. Comienza el noviazgo, que desemboca en una boda
feliz. Antes de la boda, le preguntamos a Rosita:
- Pero, ¿ya sabes lo que haces, y te casas bien segura?
Y Rosita nos responde con profunda convicción.
- Sí, me caso con plena seguridad. Conozco bien a Luis, sé que es sincero
cuando me asegura que me quiere, y confío plenamente en que me va a hacer
feliz. Por eso quiero yo también a Luis, a él uno mi destino y me doy del todo
a él y para siempre.
Rosita habla enamorada y con una convicción que nos asombra. Nos ponemos a
examinar su fe en Luis, y vemos que tiene estos elementos.
* Primero, y ante todo, conocimiento claro de quién es Luis, pues dice
convencida: Lo conozco bien. Sé que no me engaña cuando me dice que me ama,
porque me ama de verdad.
* Segundo, una gran confianza, ya que sin la confianza no se le podrá dar
nunca, y por eso dice también: Me fío plenamente de Luis. Sé que no me va a fallar
y que con él voy a ser feliz del todo.
* Tercero, amor, mucho amor, y esto es lo principal que Rosita asegura: Yo
también le quiero a Luis. Estoy enamorada perdida.
* Cuarto, donación total, que es la consecuencia final que ella saca: Me
entrego a Luis del todo y no voy a vivir más que para él.
¿Hay un acto de fe humana, de fe en un hombre, más grande que el de Rosita en
Luis y, ya se entiende, también de Luis en Rosita? Porque Luis ha pensado y ha
dicho de Rosita lo mismo que ella de él.
Si queremos saber lo que es la fe cristiana, no tenemos más que trasladar el
amor encantador de Rosita y de Luis a Jesucristo y a cada una de las personas,
a usted, a mí...
Jesucristo es el que nos amó primero. Es Jesús quien nos dijo como Luis a
Rosita: ¡Te quiero! Fue Jesús quien optó primero por nosotros. Se fió de
nosotros. Y nos eligió. La iniciativa partió de Jesús.
Ahora viene nuestra respuesta. ¿Quién es este Jesús que así nos ama? Le
conocemos, sabemos quién es, y lo aceptamos. Aceptamos su Persona, como Rosita
a Luis.
* Como Rosita cree en la palabra de Luis, así nosotros, al saber quién es
Jesucristo y aceptar su Persona, aceptamos ante todo su palabra, y le creemos
aunque nos diga lo más imposible para nuestra cabeza.
¿Me dice que Él es Dios, el chiquillo que llora en Belén y el Crucificado del
Calvario? Es Dios, aunque me parezca imposible. Tengo bastante con que me lo
diga Él...
¿Me dice que su Madre fue virgen siempre, a pesar de su maternidad? Yo no lo
veo, pero lo creo, porque me lo dice Él...
¿Me dice que eso que parece pan y vino es su Cuerpo y su Sangre? No lo
entenderé jamás, pero lo creo a pie juntillas, sólo porque me lo dice Él...
¿Me dice que hay un infierno de penas inacabables, por pecados de esta vida que
pasó tan pronto? Yo no lo entiendo ni a la de tres, pero lo creo sólo porque lo
dice Él...
Porque creo en la Persona de Jesucristo creo en toda su Palabra, aunque me diga
al parecer lo más absurdo. Él es incapaz de engañarse y de mentirme. Las
verdades que me propone la Iglesia las acepto a ciegas porque son las verdades
que enseñó Jesucristo, y Jesucristo no me puede engañar, lo conozco bien.
* Como Rosita en Luis, nosotros nos fiamos de Jesucristo porque sabemos que es
fiel, y que cumplirá todo lo que nos promete. Y si me promete una vida eterna
con Él en el Cielo, yo creo en ese Cielo, espero en ese Cielo, y sé que ese
Cielo será mío porque me lo promete Jesucristo. La fe en Jesús lleva a una
confianza sin límites en Él.
* Como Rosita a Luis, al creer en Jesucristo y fiarnos de Él, le amamos con
locura, y le decimos hasta con lágrimas en los ojos, como Pedro a la orilla del
lago:
- ¡Señor, Tú sabes que yo te quiero!
* Y también como Rosita con Luis, no nos quedamos en palabras, sino que le
damos la vida entera. Viviremos para Jesús. Y ya puede mandarnos lo que quiera,
que cumpliremos todo lo que nos diga, porque nuestra vida ya no es para
nosotros, sino para Jesucristo.
Así vemos cómo la fe en Dios y en Jesucristo no es una fe de verdades ni
nuestra religión una religión de mandamientos ni de prácticas de culto, sino
una entrega a una Persona, a Jesucristo. Por eso creemos todas las verdades que
Él nos enseña, practicamos todos los mandamientos que Él nos da, celebramos sus
misterios y rezamos y cantamos porque le amamos y esperamos estar con Él en su
mismo Cielo.
Y acabamos todos dando gracias a Rosita y a Luis por habernos prestado sus
nombres y su historia amorosa para hacernos entender la fe en nuestro Señor
Jesucristo...
Autor: Pedro García, Misionero
Claretiano.
domingo, 16 de junio de 2013
Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera
¿Tú,
Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión
mi caminar?
Los
hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad,
aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se
han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han
elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas
contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba
de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni
la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón
infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos
hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el
corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.
¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos
por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para
llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para
preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3).
Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde
afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias
obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por
tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha
esperado, espera y esperará.
¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia
capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia
Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres
humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el
corazón humano.
¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta
vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá
vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo
que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad
infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos
han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.
Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi
corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los
mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos
asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el
mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los
poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los
reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan
distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al
Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos
de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las
depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.
En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca
por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo
más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido
y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida
del corazón humano.
Autor: P. Juan P. Ferrer.
CULTURA DEL ENCUENTRO
Nuevamente de nuevo tanto aquí
como en mis distintos blog, quería hacer esta apertura con algo destacado que
mejor para ello, que un Articulo de mi buen amigo D. PABLO CABELLOS LLORENTE, gran Escritor y Gran Sacerdote y por supuesto
una GRAN PERSONA, pues con su artículo CULTURA
DEL ENCUENTRO, les doy la bienvenida
a todos. Deseo encontraros a todos fenomenales. Saludos y bien hallados.
CULTURA DEL
ENCUENTRO
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Es muy sugestiva esta expresión del Papa Francisco, tal vez
basada en Romano Guardini. En cualquier
caso, profundamente enraizada en la vida cristiana. Sin embargo, llama manifiestamente
la atención en este mundo paradójico por global y a la par individualista,
tanto en las personas singulares como en las agrupaciones. Por comenzar por lo más
abultado: ¿qué clase de búsqueda del encuentro es la permisión de tantas
guerras?, ¿qué es el nacionalismo excluyente?, ¿qué es el hambre en el mundo?,
¿qué son las disputas partidistas? ¿qué son la murmuración o la calumnia? Se
podría seguir, pero basten cómo ejemplo.
En el libro-conversación entre el cardenal Bergoglio y el
rabino Skorka, dice el Papa Francisco
que no tuvo necesidad de negociar su identidad católica ni Skorka la judía,
pero se encuentran y tienen grandes coincidencias. Una no poco substancial es
la que da título a este artículo. Afirma de los argentinos que son más
propicios a construir murallas que puentes, que sucumben ante actitudes impedientes
del diálogo: prepotencia, no saber
escuchar, crispación del lenguaje
comunicativo, descalificación previa y tantas otras cosas. ¿No es cierto que
todo esto nos resulta tremendamente familiar?
Esa cultura del
encuentro es bien aplicable a la Iglesia. En el libro-entrevista "El
Jesuita", vuelve sobre el mismo asunto de Argentina, pero también lo dedica
a la Iglesia. Baste un ejemplo puesto por él mismo: "un alto miembro de la
curia romana, que había sido párroco durante muchos años, me dijo una vez que
llegó a conocer hasta el nombre de los perros de sus feligreses. Yo no pensé
qué buena memoria tiene, sino qué buen cura es". De los laicos, afirma que
frecuentemente los curas clericalizan a los laicos y los laicos piden ser
clericalizados, cuando basta el bautismo -asegura, con la doctrina recordada por el Vaticano II- para
salir al encuentro de los demás. Esta cultura es cosa de todos, tras dejarse
encontrar por Dios.
El Domingo de Ramos -ya Obispo de Roma- hablaba de salir a
las periferias para ir al encuentro de la gente, de los más alejados, de los
olvidados, de aquellos que necesitan comprensión, consuelo y ayuda. Y ha vuelto
sobre la clarificadora expresión "cultura del encuentro". Con palabra
neta, ha solicitado de los pastores que "huelan a oveja". Ahora
pienso en todos, no solamente en la Iglesia, para seguir de cerca esta
sabiduría. Y explorar el encuentro en lugar del encontronazo.
La libertad, elemento esencial en la vida humana, es apertura
hacia el mundo y, particularmente, hacia sus gentes. Muchos autores actuales se
han referido al carácter dialogante de la persona, tan capital en el ejercicio
de su albedrío. Una pregunta hecha por
R. Yepes viene como anillo al dedo: ¿qué
sucedería si no hubiese otro alguien que nos reconociera,
nos escuchara y aceptara el diálogo y el don que le ofrecemos? Si eso fuera
así, radicalmente, la vida de la persona sería un fracaso, una soledad
insufrible. Pero esa capacidad de relación del ser humano, aunque nunca se pierda a lo Robinson Crusoe, puede
ser inhibida, selectiva, no escuchada, poco comprendida, no alimentada, impositiva...
Las relaciones con la naturaleza y particularmente las
interpersonales, sin las que el hombre quedaría totalmente incompleto, pueden
medirse -también lo indica el citado autor- por el amor y la justicia. Visto
así, la cultura del encuentro exigiría esas dos virtudes, ejercitadas con todos,
aunque nos afecten más intensamente con los cercanos, pero no son remotos
algunos que viven muy distantes, cuando su biografía nos atañe por muy justas
necesidades de índole material o espiritual. Nos incumbe toda la vida social, basada
en la existencia de lo común, en un bien compartido por muchos.
Pero la cultura del encuentro no consiste solamente en
distribuir lo tangible, sino en buscar, escuchar, comprender las actitudes, las
ideas, las religiones de otros y situarse en disposición de encontrarse con
todos sin exclusiones. No es preciso renunciar a lo que se es esencialmente
para poder aprender de los demás, integrar en su vida lo que escucha, perdonar
si se siente ofendido, dialogar sin ira. Y volviendo al principio, evitar esas
actitudes que Bergoglio no compartía con sus paisanos -también él se incluía-,
y que nos resultan bien conocidas. En "Surco" se lee: Un buen criterio de gobierno: el material
humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar, sin despreciarlo jamás.
Esas palabras, escritas para los constituidos en autoridad, bien pueden destinarse
a todas nuestras relaciones.
La cultura del encuentro -para que sea amor y justicia-
necesita asentarse en una virtud de no fácil
práctica, pero indispensable para que la vida social lo sea realmente:
la humildad. Sin ella, la caridad se tornaría hipocresía, y la justicia,
rigorismo. Humilde no es el que sabe inclinarse ante quien reconoce superior
por algún título. Eso sería sinceridad. La humildad arranca cuando el mayor
-por cualquier motivo- se inclina con respeto hacia el pequeño. Pero como cada
cual se siente grande en su opinión, idea o realización, la posibilidad de
abajarnos está al alcance de todos. Este
descendimiento confiere la grandeza, y elimina el engreimiento vano que nos acontece
a diario.
sábado, 8 de junio de 2013
DESCANSO
Por descanso, este Blog no volverá a
publicar hasta el día 16 de Junio, les ruego sepan disculpar las molestias,
gracias.
Muy atentamente.
Manuel Murillo Garcia.
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