La limosna no es una obligación impuesta por la Iglesia, es una respuesta
nuestra a la generosidad de Dios.
Levante la mano quien crea que no ha recibido ninguna gracia ni bendición
de parte de Dios. Ahora, levante la mano quien crea que ha retribuido a
Dios todas las gracias y bendiciones recibidas. ¡Eso pensé!
Hace unos domingos atrás, me pidieron que ayudara a recolectar la limosna
en la misa dominical de las 19h00. La iglesia estaba llena, había gente parada
en las puertas y sin embargo, tuve vergüenza de entregar una canasta con pocas
ofrendas.
Creo que los fieles de nuestras parroquias estamos en una posición
económica de poder ayudar en gran medida al sostenimiento de nuestra iglesia,
pero, como pasa en muchas otras partes, somos egoístas. Nos cuesta dar nuestro
dinero sin saber si vamos a recibir algo a cambio. Pero la verdad es que
recibimos de Dios mucho más de lo que merecemos.
Hoy, por ejemplo, amanecí con unas ganas locas de cantar. No soy
cantante profesional, pero tengo voz y me puedo comunicar, cuando hay muchos
que no tienen posibilidades de expresarse libremente. También me entraron ganas
de correr, y aunque no soy maratonista ni mucho menos, puedo movilizarme
tranquilamente a donde me plazca, mientras hay tantas personas que, por un
motivo u otro, están postrados en una cama o en una silla de ruedas. Siempre
digo que soy feliz porque no necesito lentes para ver, cuando hay tantos que
carecen del sentido de la vista. Puedo seguir enumerando más bendiciones que
Dios me ha dado, pero creo que ya ustedes entendieron mi punto.
Hay cosas que las damos por sentado, cuando en
realidad son regalos de Dios que nos da porque nos ama, así de sencillo. El padre
Ricardo Reyes, en su libro “Cartas entre cielo y tierra”, nos recuerda que el
acto de entregar una donación a la iglesia, aunque pareciera una cuota por
participar de la misa, en realidad “es un signo
concreto, fruto de la caridad que desborda al haber experimentado la
misericordia de Dios en la celebración”. Entonces, podemos comprender
que es un gesto de agradecimiento y generosidad porque Dios es bueno conmigo.
En el Antiguo Testamento, Abram (después llamado Abraham) es el primero que
instituye, en alguna medida, la ofrenda, al dar al sacerdote Melquisedec la
décima parte de lo recolectado en acción de gratitud (Génesis 14, 20). Luego
encontramos que en el libro de Deuteronomio (26, 12-13) Dios le pide a las 11
tribus que entregue la décima parte de los frutos a la Tribu de Leví.
También San Pablo, en el Nuevo Testamento, nos recuerda que hay que ser
caritativos con los demás. Aunque no dice directamente que hay que entregar el
diez por ciento, instruye a la comunidad de Corintios cómo hacer colectas para
beneficio de otros el primer día de la semana, “según hayan prosperado” (1ra de
Corintios 16, 1-3).
La limosna no es una obligación impuesta por la
Iglesia Católica, pero debería ser una respuesta nuestra a la generosidad de
Dios. El Catecismo nos dice en el numeral 1032 que ofrecer limosnas es una forma
de ayudar a las almas del purgatorio; y en el numeral 1434 nos recuerda que “la
penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La
Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la
oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con
relación a Dios y con relación a los demás”.
Dar limosnas es un acto de desprendimiento material que nos
cuesta, pero que tiene su recompensa aunque no lo notemos a simple vista.
En nuestra próxima misa dominical, tengamos presentes que la caridad es una
virtud que brota de un corazón sensible a las necesidades del prójimo.
Por: María Verónica Vernaza | Fuente: Capsulas de Verdad
No hay comentarios:
Publicar un comentario