"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 8 de agosto de 2013

El Señor camina a nuestro lado

El Señor elige comprometerse "en nuestra vida, en la vida de su pueblo". Cuando el Señor viene, no siempre lo hace de la misma forma. 

Autor: SS Francisco



El Señor nos pide ser pacientes e irreprensibles, caminando siempre en su presencia. 

El Señor escoge su modo de entrar en nuestra vida y esto requiere paciencia de parte nuestra, porque no siempre se deja ver por nosotros. 

El Señor entra lentamente en la vida de Abraham. Tiene 99 años cuando le promete un hijo. En cambio entra de inmediato en la vida del leproso: Jesús escucha su oración, lo toca y he aquí el milagro. 

El Señor elige comprometerse "en nuestra vida, en la vida de su pueblo". Cuando el Señor viene, no siempre lo hace de la misma forma. No existe un protocolo de acción de Dios en nuestra vida, no existe. Una vez, lo hace de una forma, la otra vez de otra pero lo hace siempre. Siempre existe este encuentro entre nosotros y el Señor.

El Señor escoge siempre su modo de entrar en nuestra vida. Muchas veces lo hace tan lentamente, que caemos un poco en el riesgo de perder la paciencia: "Pero Señor, ¿cuándo?" Y rezamos, rezamos... Y no llega su intervención en nuestra vida. Otras veces, cuando pensamos en aquello que el Señor nos ha prometido, que es tan grande, somos un poco incrédulos, un poco escépticos y como Abraham - un poco a escondidas - reímos... como Abraham agachándose, se puso a reír. Un poco de escepticismo "¿Acaso le va a nacer un hijo a un hombre de cien años? ¿Y puede Sara, a sus noventa años, dar a luz?"

El mismo escepticismo, lo tendrá Sara, en el encinar de Mamré, cuando tres ángeles dirán las mismas cosas dichas a Abraham. Cuantas veces, cuando el Señor no viene, no hace el milagro y no hace aquello que queremos que Él haga, nos volvemos impacientes o escépticos. Pero no lo hace, a los escépticos no puede hacerlo. El Señor toma su tiempo. Pero también Él, en esta relación con nosotros, tiene tanta paciencia. No sólo nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! Y nos espera ¡hasta el final de la vida! 

Pensemos en el buen ladrón, precisamente al final, reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero tantas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está comprometido en nuestra vida - ¡esto es seguro!- pero tantas veces no lo vemos. Esto nos pide paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene tanta paciencia con nosotros. 

Algunas veces en la vida, las cosas se vuelven tan oscuras, hay tanta oscuridad, que tenemos ganas - si estamos en dificultad - de bajar de la Cruz. Este, es el momento preciso: la noche es más oscura, cuando la aurora está cerca. Y siempre cuando nos bajamos de la Cruz, lo hacemos cinco minutos antes que llegue la liberación, en el momento de la impaciencia más grande:
Jesús, sobre la Cruz, escuchaba que lo desafiaban: "¡Baja!, ¡Baja! ¡Ven!". Paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con nosotros. Él entra siempre, Él está comprometido con nosotros, pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Sólo nos dice aquello que dijo a Abraham: "Camina en mi presencia y sé perfecto, sé irreprensible, es la palabra justa."

Camina en mi presencia y trata de ser irreprensible. Éste es el camino con el Señor y Él interviene, pero debemos esperar, esperar el momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles. Pidamos esta gracia al Señor: caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Transfiguración, lo que Cristo es

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo? 
La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.

Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.

Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba. 
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. 

Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad. 

Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida. 

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?

Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.

La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.

Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.

Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.

Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC.

martes, 6 de agosto de 2013

Hablar de Dios con alegría

Son mis gestos, mis acciones, los que más hablan de las convicciones que guardo en el corazón. 
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Miles de corazones esperan que alguien les lleve luz, alegría, esperanza. Miles de corazones necesitan y piden que alguien les hable de Dios.

Por eso, una de las misiones más urgentes que tenemos los católicos consiste precisamente en hablar de Dios.

Es cierto que sin el ejemplo las palabras suenan vacías. Por eso, el primer modo de hablar consiste precisamente en el testimonio de la vida.

Son mis gestos, mis acciones, los que más hablan de las convicciones que guardo en el corazón. Sólo si mi vida corresponde al Evangelio estaré en condiciones de susurrar, de anunciar, de gritar incluso, verdades llenas de esperanza.

Luego, desde la coherencia de vida y desde la alegría, podré hablar de Dios a tantos hermanos necesitados.

Hermanos que viven muy cerca: un familiar, un amigo, un compañero de trabajo. Hermanos que tal vez están lejos, pero a los que pueden llegar letras y sonidos gracias a las mil posibilidades abiertas en el mundo de Internet.

Tras ese deseo se esconde Dios mismo, que suscita nostalgias, que llama a los hijos, que desea celebrar una fiesta grande, hermosa, eterna, en el Reino de los cielos.

Ese Dios me invita hoy a hablar de Él con alegría, desde mi vida, desde mis plegarias, desde palabras que salen de lo más íntimo del alma. Mi testimonio será creíble si me dejo guiar por la fuerza del Espíritu y si me alimento con un Pan y un Vino convertidos en el Cuerpo y en la Sangre del Cordero que quita el pecado del mundo.


Autor: P. Fernando Pascual LC.

Descubrir la oración

Introducción

Todos sentimos muy dentro que necesitamos orar. A veces argüimos que la oración no tiene ya sitio en nuestra vida. Porque la ciencia y la tecnología modernas nos aseguran, por si mismas una vida más segura y cómoda. Los progresos de la medicina y la cirugía son incontrovertibles. Si nos angustia cualquier depresión, ahí está el psiquiatra que nos devuelve las ganas de vivir.

En fin podríamos suprimir a Dios de casi toda nuestra vida. O sea que ya no le necesitamos. ¿A qué pedirle el pan de cada día, si tenemos de sobra?, además preferimos el bizcocho.

Lo que más nos importa -amor, paz, libertad y dignidad- no se encuentra en los supermercados. Viene sólo de Dios y es fruto de la oración.

Todos rezamos en los momentos desesperados, igual que corremos para no perder el tren. Pero si, queremos que nuestra amistad con Dios se haga más intensa, hemos de prestarle la mayor atención.

La oración no es método. Es un estilo de vida.

Descubrir a Dios

Para descubrir la oración, hace falta descubrir primero a Dios. Y esto quiere decir vaciarnos de nosotros mismos. Quiere decir que tenemos que dejar que Dios sea nuestro Señor: no sólo Señor del universo, majestuoso y lejano, sino Señor de nuestras vidas. Hacer de nuestros corazones su trono real.

¿Quién es Dios?

Dios nos conoce y nos ama. Y nosotros queremos conocerlo y amarlo. Pero, ¿cómo es? ¿Como podemos llamarle?

1. Él es nuestro Creador: sin el amor creativo y poderoso de Dios, no habríamos podido existir nunca. Todo lo que somos y tenemos nos viene de Él.

2. Es distinto de nosotros: Podemos descubrir y admirar la creación de Dios, pero nunca podremos “ver” a Dios. La Biblia nos revela sobre todo que Dios es “Santo”: es decir totalmente diferente de nosotros en su absoluta pureza e infinito poder. Sólo podemos conocer a este Dios santo, porque Él deja que le conozcamos. Si intentamos definir a Dios, comprenderlo y poseerlo, se nos escapará siempre. Pero si nos ponemos en su camino y dejamos que ponga nuestras vidas en sus manos, entonces nos sentiremos poseídos por Él.

3. Es nuestro Padre: Jesús nos enseñó que Dios es Padre. Es decir, es personal, capaz de crear, relacionarse, elegir y amar.

Si Dios es tan real y la oración un privilegio tan grande, ¿qué nos impide rezar? La respuesta es fácil: no queremos empezar. Hay algo en nosotros que nos hace rehuir la oración. La presencia y la paz y el poder de Dios en nuestra vida son algo maravilloso, pero no tenemos tiempo para ello ahora.

¿Por qué no rezamos? Porque nos alejamos de Dios. Tenemos mil cosas que hacer y tenemos miedo de que nos pida que cambiemos el orden de nuestros intereses. Tenemos mil secretos misteriosos que esconder y sabemos que no le podemos ocultar nada.

Frente a todo esto, sólo podemos hacer una cosa. Detenernos, ponernos al descubierto, y decirle: “Señor, ayúdame, que quiero orar”.

Para la reflexión

1.  ¿Qué viene a ser la Oración para mi?
2.  ¿Cuándo hago Oración?
3.  ¿Qué me motiva a hacer Oración?

4.  ¿Hago oración con mi pareja? ¿Nos cuesta? ¿por qué?

lunes, 5 de agosto de 2013

EL MATRIMONIO UNA LARGA MISA

El matrimonio es una larga misa, que dura toda la vida, en la que no puede fallar ningún punto esencial y en la que tienen valor específico hasta los ritos. Recorrernos los principales pasos de esta misa matrimonial.

1. En el nombre del Padre

Porque la eucaristía no es meramente un acto social ni está abierto a cualquiera, sino sólo a quien, mediante la fe, se siente invitado por Dios.

El matrimonio es también una vocación religiosa, puesto que viene de Dios, y todo se hace en nombre (le Dios, no contiene actos paganos ni profanos; la religiosidad no depende de los actos en sí sino de que sean hechos en el nombre de Dios. Buen gesto para iniciar el día y ante cada obra comprometida.

2. Ejercicio del perdón

Antes de unirnos en la profundidad de la Palabra o la Comunión, como rito previo, pedirnos perdón de lo que nos separa.

Los esposos, por ser comunión, como la misa, han de pedir perdón de lo que separa. El amor es la mejor luz para descubrir las faltas, por eso los que más aman son los que mejor ven todo aquello que ofende. Porque aman más, también les resulta más fácil perdonar y pedir perdón, no sólo en ocasiones fuertes, sino al ritmo de la vida que no es nunca lo que debería ser.

Todo perdón exige una penitencia o compensación; la mejor compensación de cualquier falta es siempre un acto de amor. Cuando no existe esta penitencia, la petición de perdón puede ser una rutina o un simple acto de educación social: "perdón".

¿Supone urca nueva actitud en vosotros el trecho de pedir lerdón?

3. Oración en común

Ya perdonados, la eucaristía se inicia con una oración común y concluye con otra oración; todo su desarrollo es en forma de oración, de ofrenda, de petición de alabanza, de memorial, de comunión, de silencio; aunque sólo el sacerdote dice en voz alta la mayor parte, la oración es de todos; no sería lo mismo una oración individual en secreto.

De igual modo la eucaristía conyugal incluye la oración común, no como algo circunstancial y esporádico, sino ordinario y habitual. La celebración de la vida familiar no será completa sin este acompañamiento habitual, que ha de tener sus momentos especiales.

4. Luz y fuerza de la Palabra de Dios

Dios comunica su intimidad a la comunidad celebrativa a través de la Palabra, donde se hace asequible y se convierte en luz y fuerza para caminar.

Porque el matrimonio es imagen de Dios, necesita saber cómo es Dios para poder reflejarlo adecuadamente. Si no conoces a Dios y su manera de ser y actuar, no sabrás si la imagen que proyectas es buena.

Además de la Palabra escrita —la Biblia— está la palabra hablada, pues Dios habla a través del cónyuge o de los hijos, usa su voz, su lenguaje y sus conceptos. Este pensamiento te ayudará a valorarlos y a tomar una actitud positiva ante lo que dicen y lo que son. También para esto se necesita fe.

¿Os dejáis iluminar por la Palabra de Dios? ¿Escuchas a Dios a través del cónyuge?

5. Ofrenda de vuestra persona y cosas

En la eucaristía ponemos sobre el altar un poco de pan y un poco de vino, símbolo del esfuerzo conjunto del mundo y de los hombres. Lo que importa no es el valor de las cosas en sí, sino lo que representan, la parte humana que hay en ellas, lo que tienen de esfuerzo personal.

En el matrimonio cada uno entrega al otro toda su persona; éste es el ofertorio del día de la boda, que dura para siempre. Vuestro cuerpo es la parte más visible del ofertorio, como el pan y el vino; la vida sexual se ha de mantener correcta y limpia, como la materia que ponemos sobre el altar. Hay que cuidar los detalles del matrimonio como se cuidan los detalles de un altar. Lo menos importante de este ofertorio son los dones materiales: dinero, comodidades, horas de trabajo, expansiones. Otros puntos valen mucho más.

¿Qué ofrendas espera el otro de ti?

6. Alabanza y gozo

La misa está toda ella tejida de cantos y proclamaciones de alabanza: "gloria Dios en el cielo", "santo, santo, santo", "te alabamos, Señor", "demos gracias..." Es todo un acontecimiento, el mayor acontecimiento, que Dios se nos comunique entero en la persona de Jesús, y la comunidad responde con cantos de alabanza, que no corresponde sólo a unos momentos concretos de la celebración, sino que forma parte de todo su desarrollo.

La alabanza es también parte integral de la vida matrimonial. ¡Cuánto anima el ver reconocido nuestro trabajo y comportamiento! Es alabanza cualquier palabra que al otro le gratifique y estimule por lo que hace y es.

Alabamos fácilmente lo que admiramos; ¿admiras al otro en su persona, en algo particular? ¿se lo dices? Alabar es reconocer que el otro hace las cosas bien y decírselo, no basta reconocerlo en silencio.

7. Consagración

El pan y el vino de la misa pasan a ser cuerpo y sangre, es decir, vida de Cristo. No es sólo que el pan y el vino adquieren un nuevo significado, un nuevo sentido, sino que cambia su realidad íntima y sustancial, sobrepasa la transignificación para convertirse en transustanciación, hay un cambio de realidad: la simple materia pasa a ser vida divina, alimento eterno. Este fenómeno eucarístico es caso único.

Pero en el matrimonio sucede algo similar, aunque la distancia entre un fenómeno y otro sea infinita. El pan y el vino del matrimonio es el cuerpo, trabajo, dinero, alegría, inquietudes, cariño, todo lo vuestro; la fuerza sacramental cambia todo esto en amor, que es lo más espiritual y lo más divino. Lo más importante, en el matrimonio y en la eucaristía, es la consagración, la transformación de todas las cosas en amor.

8. Comunión

En la eucaristía se realiza una doble comunión: con Cristo, que se entrega, y con los hermanos. Al entregarse totalmente al que comulga, Cristo le empuja a que también él se entregue de igual manera a los demás, creando así una comunión de vida que ha de terminar incluso en una comunión de bienes.

El matrimonio es comunión total, los casados han de comulgar todo, desde el cuerpo hasta el espíritu. Cada uno debe decir al otro: "esto es mi cuerpo y mi sangre, ésta es mi vida, cómela'.

¿Hay algo en tu vida que el otro no puede comulgar?

9. Envío apostólico

La eucaristía no termina en la iglesia ni se reduce a los que participan en la ceremonia, sino que concluye con un mandato de comunicación: "podéis ir en paz", id a comunicar lo que habéis oído y recibido. Es el mismo final de Cristo antes de subir a los cielos.


El matrimonio tampoco termina en la pareja. Los que se enriquecen con el amor matrimonial también reciben el mandato: id y comunicad, dad a comulgar vuestro amor y vuestra vida, abrid la puerta de casa y dejad que entre el que quiera, salid a invitarlos. La verdadera espiritualidad, que se elabora en lo más íntimo de la persona, termina en los demás, y esta apertura es precisamente su sello de autenticidad.

El Papa Bueno en todo y en todos descubría lo bueno

Trataba de ver el lado bueno de las cosas, de los acontecimientos, y, sobre todo, de las personas. 
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Estando Juan XXIII, de Nuncio en Paris, encontróse con el Rabino principal de Francia, también fornido, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que imposible cupiesen ambas humanidades.---"Despues de usted"-le dijo cortésmente el Rabino. 

-De ninguna manera -le contestó el Nuncio Roncalli- ¡Por favor, usted el primero!. 

Siguió el forcejeo de cortesías, hasta que lo resolvió Roncalli, con la mejor de sus sonrisas: 

-Es necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo Testamento, y sólo después, el Nuevo Testamento. 

Hay personas que están siempre de buen humor. Todo les cae bien, bendicen siempre, y sonríen; su sonrisa es acogedora y, de esta forma, todo les sonríe en la vida. 

Juan XXIII era de espíritu abierto, afable, condescendiente, misericordioso y tolerante, dotado con un extraordinario sentido del humor. No se tomó a sí mismo demasiado en serio, a pesar de que su figura era bien pesada. Se reía de sus debilidades. 

Observando un día una de sus fotos se dirigió a Monseñor Fulton Sheen, diciéndole. "El buen Dios, que ya sabía que yo iba a ser elegido Papa, ¿no pudo haberme hecho algo más fotogénico?. 

Tenía una imagen positiva, se apreciaba , estaba satisfecho con todo lo que el Señor le había dado. 

El Papa Bueno en todo y en todos descubría algo bueno.. Trataba de ver el lado bueno de las cosas, de los acontecimientos, y, sobre todo, de las personas. Se preocupaba de una forma especial de la gente humilde y por los que sufrían . Visitaba los enfermos, los presos. Se acercaba a los obreros del Vaticano, con ellos compartía y tomaba un trago de vino. 

Jamás tomó demasiado en serio los problemas, ni el mismo cargo de Papa. Una vez le manifestó un obispo que la carga de su nueva responsabilidad le producía insomnio, el Papa le contestó :"Eso mismo me ocurría a mi durante las primeras semanas de mi pontificado. Hasta que un día se apareció en mi aposento mi ángel custodio y me dijo:"Giovanni, no te consideres tan importante". Y yo comprendí. Desde entonces duermo perfectamente todas las noches". 

Vivía en paz y estas fueron sus palabras al recibir el Premio Balzan por la Paz:"Os lo decimos con toda sencillez, como lo pensamos: ninguna circunstancia, ningún acontecimiento, por honroso que sea para nuestra humilde persona, puede exaltarnos ni turbar la tranquilidad de nuestra alma". 

"Más moscas se cazan con una gota de miel que con un barril de vinagre", decía san Francisco de Sales. Angelo Giuseppe Roncalli, nuestro Papa Bueno, sembró alegría y buen humor por donde pasó. Así consiguió abrir una ventana de aire puro donde pudiera entrar libremente el Espíritu y poder renovar desde lo más profundo la Iglesia a la que tanto amó. Su alegría y su buen humor nos lo dejó en herencia.


Autor: P. Eusebio Gómez Navarro OCD

domingo, 4 de agosto de 2013

El amor es una larga paciencia

El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea 


Cuando yo era chico, el hombre y la mujer que deseaban entablar una relación medianamente duradera, tenían a su alcance tres instituciones: el noviazgo, el matrimonio y el concubinato. Eso era todo lo que el mercado amoroso le ofrecía.

Con el paso del tiempo aparecieron otras opciones: el matrimonio a prueba, el vivir en pareja con variadas formas de convivencia, compartiendo la cama además de la heladera y el techo, o solo compartiendo la cama y viviendo cada uno donde le plazca, con etapas agregadas a su relación, como sea compartir juntos vacaciones, viajes o temporadas de la clase que ustedes quieran, o ellos quieran. Hay una gran variedad de situaciones. Los de la vieja usanza no sabemos ya que nombre darle.

Los crecidos a la vieja usanza, ya hemos tenído que aprender a no horrorizamos de nada o de casi nada. Antes pasábamos por el altar y después a ponchazos iniciábamos el trámite para la venida del hijo. Ahora, cada día es más frecuente, la llegada al altar con el hijo elaborado, con el hijo ya en camino. Dicen por ahí que hay que alegrarse de las cosas que terminan bien. Alegrémonos que el altar sigue siendo un inicio de una vida nueva, de una nueva vida sino para dos, si para tres.

Los tiempos del amor vienen barajándose distinto, tengamos esperanza de que sea solamente eso, un barajar distinto los tiempos del amor.

Yo no sé si todo el mundo, los de la vieja o nueva usanza, se dan cuenta que en el día del casamiento junto con los variados regalos, también se recibe un regalo especial: una persona.
Esa persona es el otro y esa persona trae consigo un montón de cosas. Todo lo que lleva el otro es también un regalo para mí.

En esa nueva vida en común deberé aprender a convivir con dos dificultades que todos llevamos a cuestas y por lo tanto lo llevamos también como regalo de boda. Uno es el orgullo y el otro es el egoísmo. Cada uno deberá aprender a convivir con el orgullo y el egoísmo del otro, si quiero llegar lejos en la vida matrimonial. Deberé aprender a convivir.

Y en ese nuevo aprender debo estar atento a toda una nueva manera de convivir:

Cuidar mis pensamientos porque se volverán palabras.
Cuidar mis palabras por que se volverán actos.
Cuidar mis actos porque se volverán costumbres.
Cuidar mis costumbres porque se volverán carácter.
Cuidar mi carácter porque influirá en el destino de dos. Y este destino será modelo de vida para los hijos.

Un ciego le preguntó a San Antonio: ¿Qué puede ser peor que perder la vista? Él le respondió: Que pierdas tu visión de las cosas.

La felicidad es un hábito o el resultado de varios hábitos (Aristóteles)

La clave para ser feliz mora en el interior de cada uno (Jesús)

Para ser feliz hay que dejar de culpar a los demás y buscar la causa en nuestra propia mente, en nuestra manera de ver y vivir las cosas.

La felicidad está en la degustación de los valores espirituales.

La felicidad es un asunto del espíritu y si no te gusta lo que recibes de regreso, ¡revisa muy bien lo que estás dando!

La felicidad no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene. (Josh Billings)

El amor es una larga paciencia. El verdadero amor está hecho de una vida de paciencia. Todo hombre y toda mujer viven mendigando el amor toda su vida y tenemos que tener la paciencia de darlo y de recibirlo.

El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea: una tarea en la cual la paciencia ocupa un lugar predominante. ¿Cómo se ama de verdad? Se ama de verdad cuando se ama sin esperar nada a cambio. Nada reporta tanta felicidad como hacer feliz al otro sin que siquiera se entere. (Fernando Albercoa). Frecuentemente uno escucha a personas que han roto su matrimonio y confiesan que si hubieran tenido la mitad de la paciencia que tienen en su segunda unión, el primer matrimonio no se hubiera roto. 

No se tiene noción del gran daño que se provoca cuando un matrimonio se rompe. Daño mucho mayor cuando hay hijos pequeños. No solamente se daña el yo personal y el de los hijos, sino la comunidad toda sale dañada. Con mi actitud soy como un cáncer que corrompe las actitudes de otros.

En algunos estados de EE.UU. los jueces antes de otorgar el divorcio, llaman a los hijos, si los hay, para saber que dicen y si son de corta edad, solamente otorga la separación pero no el divorcio. Los hijos pueden entender que sus padres no se llevan bien y tengan que estar separados, pero siempre mantienen la esperanza de que un día volverán a convivir como padre y madre. Cuando hay un divorcio y hay nueva unión, con hijos de la nueva pareja, esta esperanza se pierde totalmente, causándoles un daño irreparable. De vivir un dolor con esperanza, pasan a vivir un dolor sin esperanza. Son los hijos de la desesperanza.

Nunca se tiene conciencia de la dimensión del daño que se hace cuando esa pequeña comunidad de a dos se rompe, se astilla y frecuentemente ocurre por una falta de paciencia. Hagamos el esfuerzo y pongamos voluntad para que no nos ocurra esto a nosotros.

Lo que la gente necesita es esperanza: saber que los matrimonios pueden perdurar, no porque los esposos fueron muy inteligentes en su inicio, sino porque pueden ser suficientemente amables y flexibles durante muchos y largos años

Si lo hacemos, nos estaremos no solo ganando el cielo, sino que contribuiremos a la felicidad de otros, empezando por nuestros hijos, si los hay. En definitiva, ¿para qué vive uno? Si no es para ir al paraíso.


Autor: Salvador Casadevall.

Eucaristía: el Misterio de Fe

Porque la Eucaristía requiere y presupone la fe.

Se nos dice que es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre subir las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas facciones humanas. ¡Qué fe!

Se nos dice que asistimos al Calvario, al Viernes Santo, y vemos unas paredes frías, unos bancos o sillas. ¡Qué fe!

Se nos dice que Dios nos habla en las lecturas, y escuchamos una voz humana, a veces femenina, a veces masculina. ¡Qué fe!

Se nos dice que todos los ángeles asisten absortos y comparten nuestra misa, alrededor del altar, y nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos monaguillos, y gente de carne y hueso. ¿Dónde se han escondido los ángeles? ¡Qué fe!

Se nos dice que Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana, a veces entrecortada por sollozos o por algún ruido de niños. ¡Qué fe!

Se nos dice que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el Cuerpo de Cristo, y nos sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo! ¡Qué fe!

Se nos dice que somos una comunidad de hermanos, y vemos a veces a gente extraña, que ni siquiera conocemos y con la que no siempre estamos en plena comunión. ¡Qué fe!

Se nos dice que la Misa termina en misión, y resulta que yo termino igual, vuelvo a casa a hacer lo mismo de siempre, a la rutina de siempre, a las penas de siempre, a los sufrimientos de siempre.


Sí, la eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en esa tercera dimensión que se requiere para vivirla y disfrutarla.

¿Cómo preparó Cristo a sus discípulos para la eucaristía, misterio de fe?

Primero en Cafarnaúm les hizo la promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo, la institución. Allí hizo realidad la gran promesa.

Lo veían día a día entregado a los demás. Se hacía pan tierno para los niños, consuelo para los tristes, consejo para los suyos, médico para los enfermos. Jesús vivía a diario las exigencias de la eucaristía. Donación y banquete que alimenta, sacrificio que se ofrece, presencia que consuela.

La Eucaristía no son ideas bonitas, no son discursos demostrativos. Es un Pan que se ofrece, una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. Y esto fue Cristo durante su vida aquí, en la tierra, y hoy, en la eucaristía, en cada Sagrario. Y, mañana, en el cielo.

Llegó el día de la gran promesa que narra San Juan en el capítulo 6 de su evangelio: Yo soy el Pan vivo; quien me come, vivirá. El pan que les daré es mi carne, para la vida del mundo. Sonaba duro: comer su carne, beber su sangre, no estaban acostumbrados a ese lenguaje.

¿Cuál fue la repuesta de los oyentes?

La incredulidad. Muchos le abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía una irracionalidad, les parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este rechazo fue ciertamente una profunda desilusión para Jesús.

Miró a sus Apóstoles, esperando encontrar en ellos la fe, la adhesión, el afecto: ¿También vosotros queréis marcharos?. Jesús estaba dispuesto a dejarlos irse si no creían en la eucaristía, que acababa de anunciarles. Es que no es posible seguir a Cristo sin creer en la eucaristía.

Afortunadamente, la confesión de Pedro, en nombre de todos, permitió a los apóstoles continuar en el seguimiento del Maestro. Jesús siempre exigió la fe en la eucaristía. Sólo con la fe y desde la fe, comulgando obtendremos los frutos que Él nos quiere dar. Si no, sólo recibimos un trozo de pan, pero sin ningún fruto.

La Eucaristía requiere un impulso de fe siempre renovado. Hay que dar un gran salto, de lo visible a lo invisible. Esto se da en cada Sacramento. Ese salto es la fe.

Jesús pidió fe a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos nuestra fe cada vez que vivamos la eucaristía. Señor, creemos, pero aumenta nuestra credulidad. Creemos, pero queremos crecer en nuestra fe.

Autor: P. Antonio Rivero LC.

Cuando miras a María

Podemos estar absolutamente seguros de que estamos mirando a Dios, al Niño Dios que está con Ella, siempre. 


Imágenes de María en todas sus advocaciones, vestida de acuerdo al lugar y las costumbres del pueblo que rodeó cada una de sus manifestaciones, y con rasgos en su rostro que reflejan también quienes son los corazones que Ella quiere enamorar en cada caso. ¡María se adapta, como una Madre que busca de todas las formas posibles el educar y formar a sus hijos!. 

¡Las imágenes de María!. Mirar a la Madre de Dios en los altares, esplendorosa y llena del amor que se derrama sobre nosotros, es mirar mucho más allá de la pequeña Mujer de Galilea que dos mil años atrás dio un humilde y escondido sí a un celestial visitante. Muchas veces nos ocurre a los enamorados de la Santa Madre de Dios que se nos pregunta u objeta tanto amor por la Virgen, como un posible olvido o error respecto del Dios Verdadero. ¿Y que decimos nosotros?.

Miren a la Virgen: ¿qué ven?. Se pueden observar muchos signos, porque Ella también manifiesta sus mensajes a través de la simbología de los pequeños detalles que rodean sus imágenes. Sin embargo, un dato en particular debe capturar nuestra atención: si observan bien, verán que la Virgen siempre tiene al Niño Jesús consigo. En muchas advocaciones el Niño está en sus brazos, mientras en otras se encuentra en su vientre: la cinta que María tiene sobre su vestido indica que está "encinta", que tiene a su Niño consigo, para traerlo a este mundo,

De tal modo, cuando miramos a María podemos estar absolutamente seguros de que estamos mirando a Dios, al Niño Dios que está con Ella, siempre. Es que la misión de la Virgen es una y clara: ¡traernos a Jesús!. No se puede separar a ésta pequeña Mujer de Galilea de lo que es el motivo de su existencia: traernos al Niño Dios a nuestro mundo primero, y a nuestros corazones ahora, en nuestro tiempo. Y Jesús está muy contento de que sea Su Madre la que nos viene a buscar, a rescatarnos. El se siente feliz de estar en los brazos de Mamá o en su Seno Virginal cuando la envía a socorrernos. 

Jesucristo, el único Salvador, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, ha elegido a la Criatura más perfecta para que sea Su Cuna, Su Tabernáculo, Su Cáliz. Las imágenes de la Virgen, de este modo, reflejan la unión indisoluble entre Dios y Criatura, entre Madre e Hijo, entre naturaleza Divina y humana, entre el Cielo y la tierra. No podemos mirar a la Virgen sin estar mirando a Dios al mismo tiempo, porque Ella es el Envase perfecto en el que Dios eligió venir a nosotros, Ella es la portadora de la Buena Nueva. María, la Esclava de Dios, es la primera en invitarnos a hacernos pequeños, hasta desaparecer, para que Cristo resplandezca a través nuestro. Ella nos enseña a negar nuestro ego, a negarnos a nosotros mismos, porque sólo El es, sólo Cristo es. 

Cuando miras a la Madre, entonces, ves en realidad al Hijo. Porque el Hijo hizo a la Madre, para que la carne de la Madre forme la Carne del Hijo. Y si miras al Hijo, sin dudas también verás a la Madre, porque en Ella se resumen las virtudes que Dios, su Hijo, quiso infundirle a la Criatura más perfecta de la Creación, Su Madre. 

¿Comprendes nuestro amor por la Madre, entonces, como un reflejo de nuestro amor por el Hijo, verdadero motivo de nuestra existencia y Dueño de nuestros corazones?.


Autor: Oscar Schmidt.

sábado, 3 de agosto de 2013

"Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad"

Esa voluntad donde para cumplirla y acatarla hay que poner el corazón adolorido en sus manos y poco a poco el dolor se va suavizando.


AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD
DEL SALMO 39

Esperé en el Señor con gran confianza. 
Él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias.
El me puso en la boca un canto, un himno a nuestro Dios. 
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Hoy la mañana tiene un olor nuevo, está fresca y el cielo es de un azul purísimo. El aire es más tibio, los pájaros pían gozosos durante el verano y mi alma se me queda en suspenso al llegar hasta tí, Señor, para este nuevo encuentro, porque hay algo que me turba...hay un gran contraste en el nuevo despertar de este hermoso día con el velo de tristeza que cubre mi corazón.

Me parecía que los nublados, los días con lluvia y sin sol estaban más acordes con mi pena... y ahora que todo tiene más luz, más alegría, me cuesta más ofrecerte mi corazón adolorido y decirte: - Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad... 

Porque hacer tu voluntad implica hacer y ser como tu quieres y permanecer en Ti pase lo que pase... y así decimos en la oración del Padrenuestro y así se lo dijiste Tu a tu amado Padre en el Huerto de los Olivos, que se haga Tu voluntad y no la mía.

Muchas veces en el silencio de la Capilla quise atravesar la puerta del Sagrario con mis ojos llenos de lágrimas y poder ver tu rostro amoroso y rogarte en una súplica desesperada :-¡Jesús, ten piedad, Señor ten piedad!.

Tú me mirabas y sentías pena por mí... lo se Jesús, porque te dolía mi dolor porque me veías con la esperanza puesta en Ti... ¡en quién sino, Señor!, pero... sabías que las cosas no iban a se así.... y no fueron. 

Fueron como Tu sabías desde siempre, que iban a ser... Tu que nunca te equivocas, nosotros si, Tu que siempre hiciste la voluntad del Padre sabías, que la voluntad del Padre, en sus designios misteriosos, eran... y aquí estoy hoy Señor, de rodillas, para decirte: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad , esa voluntad tuya que a veces nos cuesta tanto entender y hacer. 

Esa voluntad donde para cumplirla y acatarla hay que poner el corazón adolorido en sus manos y poco a poco el dolor se va suavizando, se va aquietando, va llegando el bálsamo de la paz,... ya en los ojos solo queda el temblor de las lágrimas que han cesado de correr y los labios repiten una y otra vez: Aquí estoy , Señor, para hacer tu voluntad, y se muy bien cual fue tu voluntad y solo quiero pedirte fuerza y ánimo para seguir alabándote, y amándote por siempre. Amén.


Autor: María Esther de Ariño.