"Toma tu cruz
y sígueme". Así,"tu" cruz, no la ajena, no la que te gustaría,
sino la tuya, la conocida, la que crees no merecer y que, sin embargo, te lleva
a la eternidad.
"Convertios,
y creed en el Evangelio"... repetirá una y otra vez, el sacerdote en la
imposición de las cenizas. "Convertios".
- Pero ¿No se supone, Madre querida, que ya estamos convertidos? Digo, estamos
aquí, en misa, creemos en tu Hijo, ¿Por qué nos dice esto?.
Miro tu imagen, tu conocida y querida imagen, Señora de Luján, y te pido
disculpas por mi ignorancia, pero mi amor a tu Hijo necesita respuestas....
- Hija querida, puedes
preguntarme todo, todo lo que no comprendas, porque cada pregunta tuya, cada
búsqueda de la verdad es una caricia a mi corazón entristecido. Y nada me hace
más feliz que contestarte, mostrarte los caminos a mi Hijo, tomarte de la mano
y llevarte a Él, pues muchas veces veo que no te atreves a caminar sola..
Es cierto, María, muchas veces me quedo atrapada en mis miedos, mis dudas, mis
ignorancias, pero me consuela saber que puedo extender mi mano en la plenísima
seguridad de que siempre hallare la tuya.
-Para aclarar tu duda te
digo que ese "Convertios" que tanto te descoloca es como una puerta
para comenzar a caminar tu cuaresma...
- ¿Mi Cuaresma, Señora?
- Sí, tu Cuaresma... como te
hable un día de tu propio camino hacia la Navidad, debo hablarte ahora de tu
propio camino de Cuaresma....
- Explícame, Señora
Me quedo mirando tu imagen fijamente, me abrazas el alma y me llevas de la mano
a los lejanos parajes de Tierra Santa...
"Era invierno" (Jn 10,22). El viento helado cala hasta los huesos,
caminamos entre la gente y te sigo, sin saber adónde. De repente nos
encontramos frente a las escalinatas del Templo de Jerusalén. Allí "Jesús
se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver como la gente
echaba dinero para el tesoro"(Mc 12,41) Nos vamos acercando lentamente, yo
temo de que alguien advierta mi presencia...
- No temas, nadie puede
verte, solo Jesús y yo...-Recuerdo muchas veces en que creí que
nadie podía verme, y siento vergüenza por todos mis pecados escondidos....
- Señora ¿qué hacemos aquí?.
- Quiero que comiences a
caminar tu cuaresma, y que la vivas tan plenamente como te sea posible.
- Supongo que eso será muy bueno para mí.
- No sólo para ti . Verás,
si todo el dolor de esta cuaresma de tu vida, lo depositas en mi corazón, si
vives tu tristeza, tu angustia y tu soledad como un compartir la tristeza y
soledad de mi Hijo, entonces, querida mía, no sólo será beneficioso para tu
alma, sino que yo lo multiplicaré para otras almas....
Asombro, esa es la palabra que podría definir todos mis encuentros contigo...
asombro; ante la magnitud de tu amor, ante la magnitud de la misericordia tuya
y de tu Hijo... Asombro y alegría... una dulcísima alegría de saberme tan
amada.
- Mira, hija, el rostro de
Jesús....
Contemplo el amadísimo rostro. Su mirada está serena, aunque inmensamente
triste.
- ¿Por qué esta triste el Maestro, Madre?
- Pregúntaselo hija, vamos
anda....
Confieso que me tiemblan las piernas y el corazón amenaza con salir de mi pecho
pero, increíblemente, una serena paz me inunda el alma....
- Señor- y no encuentro palabras. Sí, todas las palabras que transito
diariamente y cuyos rostros y voluntades creo conocer, todas las palabras con
la que he justificado mis olvidos, parecen desvanecerse antes de que pueda
atraparlas. Vuelan, como pájaros espantados, no se sienten dignas, comprendo
entonces que sólo el amor es digno. Por fin, atrapo las más puras...
- Señor, déjame compartir tu tristeza...
Oh, Señora mía, tu Hijo vuelve sus ojos mansos hacia mí y su mano se apoya en
mi hombro.... mi alma se estremece ¿Quién soy yo, para merecer tal detalle de
amor?
-¿Por qué me pides eso?
- Porque te amo, y no tengo nada digno para darte que te alivie-mi voz es
apenas un susurro- Porque me amas y sé que estás pasando todo esto para que yo
tenga vida eterna. Tú nos pides que carguemos la cruz y te sigamos, Maestro..
pero yo...¡yo no sé como se hace eso!- Y me deshago en llanto, y me siento
pequeña, insignificante, tan pecadora e indigna que quisiera salir corriendo
...pero ¿Adónde? Adonde iré, Señor mío, si sólo tú tienes palabras de vida
eterna.
- Hermanita del alma-y tu voz mansa calma y disipa mis tempestades -si quieres
seguirme, niégate a ti misma, carga con tu cruz de cada día y sígueme.
Jesús me mira y su mirada traspasa todas las corazas con las que intento cada
día disfrazar mi corazón. Quisiera que viese el paisaje que Él espera, no el
que mi tibieza y olvidos construyeron neciamente. Pero ya es tarde para
pretender eso.. o no. Tu misericordia, Señor, es un torrente inagotable que
puede sanar el corazón más destruido, el más olvidado, el más solitario.
Unos hombres se acercan. Probablemente sus apóstoles. Jesús se retira y María,
que está a pocos pasos escuchando cada palabra, se acerca a mí. Tomándome por
los hombros, me lleva a las afueras de la ciudad. Allí, en un reparo tibio doy
rienda suelta a mi llanto....
Ella nada dice, sólo me mira con infinita ternura.
- Ay, Madre, Madre, ¡Cómo puedo ser tan torpe!. El Maestro es tan sencillo y
claro para hablarme, que se supone debo entender ¡Pero no, no entiendo! ¡No sé
como llevar a mi vida de cada día sus preciosísimos consejos! ¡Ayúdame, por
piedad!..
Colocas delicadamente mi cabeza en tu hombro...¡Qué remanso para mi alma
dolorida!...
- Hija, intentaré explicarte
más detalladamente, no sólo para que comprendas sino para que te determines a
caminar .
- Te escucho, Madre, mi corazón tiene tanta sed de tus palabras.
- Bien, comenzaremos por lo
primero que te dijo Jesús: "¿Por qué me pides eso?". Él sabe que tú
no le pedirías caminos si no fuese que el Espíritu te ha creado esa necesidad.
Tú no amaste a Jesús y Él te escuchó, sino que Él te amó primero. ¿Comprendes
la diferencia?. Que tú le busques, le necesites, es una clara señal de que Él
te ama. Luego te dijo las condiciones para seguirlo. Veamos esto parte por
partes: "Si quieres seguirme". No se trata de que te acerques por
interés de conseguir algo que deseas, porque te sientes sola y no encuentras
nada mejor o porque se supone que debes hacerlo. Nada de eso. Se trata de que
"quieras" y ese querer parte de una gracia del Espíritu que tu
corazón escucha y acepta. Luego te dijo: "Niégate a ti misma". Allí
te esta pidiendo que cultives, en lo más profundo de ti, la humildad y que la
dejes crecer sin ahogarla con tu orgullo y vanidad.
- Para ello necesitaré mucho oración, supongo...
- Por cierto. Oración, pero
oración que no es mera repetición de palabras. Puedes comenzar analizando tu
actitud en la oración. ¿Cómo rezas? ¿Como el fariseo?. "Te doy gracias
porque no soy como los demás", creyendo que tu fe es mejor o mas valiosa a
los ojos de Dios que la de una simple mujer que reza cada día el rosario en la
soledad de la parroquia, con una voluntad y constancia que tú no posees. Hija,
intenta rezar como el publicano, que se quedaba atrás y no se atrevía a
levantar los ojos al cielo: "Dios mío, ten piedad de mí que soy un
pecador". Renunciar a la tentación del aplauso, del halago. Renunciar a la
vanidad de sentirse mejor que otros es difícil hija, mas no imposible. Cuando
lo logras, las alas de tu alma se despliegan en vuelo límpido hacia cielos más
altos.
- Madre, madre... cuánto he lastimado el Sagrado Corazón de tu Hijo, cuánto
necesito de su misericordia. Continúa, que en este punto ya no quiero el
retorno...
- "Toma tu cruz y
sígueme". Así, tal cual, hija. "Tu" cruz, no la ajena, no la que
te gustaría, sino la tuya, la conocida, la que crees no merecer y que, sin
embargo, te lleva a la eternidad. "Sígueme" pero ¿Cómo piensas
seguirle? ¿Rezongando y protestando por el peso de tu cruz, quejándote de que
otros tienen cruces más livianas? ¡Cómo si pudieras tú ver el corazón sangrante
o el alma doliente de tu hermano! ¿Le seguirás arrastrando la cruz para que
deje marcas en la arena buscando la compasión de los demás?... Hija, debes
abrazar tu cruz y amarla...
- ¿Cómo se ama la cruz, Señora?
- Se ama en aquél que te
lastima con su indiferencia, en el que no te escucha, en la que te difama. Se
ama construyendo cada día en tu familia aunque sientas que predicas en el
desierto. Se ama sembrando, aunque sientas que el viento de la indiferencia
arrastra la semilla. Tú nunca sabes si alguna quedó plantada y la misericordia
de Dios hará que dé fruto, a su tiempo, cuando menos lo esperes. No temas la
dureza del tiempo de siembra, piensa en la alegría de la cosecha... que llega,
hija, llega, siempre.
Tu voz dulce, segura y pura riega la aridez de mi alma, abre puertas cerradas
por tanto tiempo y el sol de la luz de Cristo entra a raudales en los más
recónditos espacios de mi interior. Caminar la cuaresma, vencerme, cargar la
cruz.¿Podré?¿Cuánto tiempo durará en mí este deseo de caminar tras Jesús?
- Tanto tiempo como lo
alimentes. La Eucaristía, Jesús mismo, te dará la fuerza, la constancia, la
paz. Y yo estaré siempre contigo, para secar tu frente, para enjugar tus
lágrimas, aún cuando no me veas, aún cuando me creas lejos. Siempre.
Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte mientras yo me escondo en tu
pecho en apretado abrazo. Cuando abro los ojos el sacerdote está por comenzar
la ofrenda del pan y del vino. Miro tu imagen. Me sonríes desde ella. Un viento
fresco entra por la ventana, el sol se termina de esconder en el horizonte y,
por un exquisito regalo tuyo, siento que me continúas abrazando. Siempre.
Amigo que lees estas líneas. No temas recorrer tu propia Cuaresma, no reniegues
de tu cruz. Cuando sientas que caes bajo su peso, levanta los ojos y verás la
mano de tu madre, extendida. No le reproches nada, sólo tómala, y veras que tus
heridas cicatrizan en medio del mas profundo amor.
Autor: Ma. Susana Rat.