"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 24 de enero de 2012

Cuando sufres y no entiendes nada

Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Qué será de mi futuro? Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.

Con el salmista (Sal 30) gritamos:

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.


Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra en la cabeza."

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve
.

Las cosas no me cuadran

Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.

Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden, la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia... y no es difícil concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.

Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos... y tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios que cobija a sus criaturas.

La Providencia Divina

Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.

La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio, envidia, mentira, ingratitud, sensualidad... para que llegara a cumplirse el designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de Israel creció y se consolidó en Egipto.

Incendios que dan vida

Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.

Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador.

Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida, tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza inquebrantable en la providencia de Dios.

La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Jn 16,33)

Yo confío en ti, Señor,
te digo: tú eres mi Dios.
En tus manos están mis azares (...);
qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen.


Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: "No busques más razones, me tienes a mí como respuesta".

Yo decía en mi ansiedad:
me has arrojado de tu vista;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba
.

Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo, Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.

La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.

Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así, convérsalo con Él.

Autor: P Evaristo Sada LC. Fuente: www.la-oracion

lunes, 23 de enero de 2012

Cuando las derrotas generan victorias

Con la intervención de Dios en la historia humana, las derrotan pueden generar victorias.
Las derrotas desencadenan un mecanismo sumamente peligroso. El batallón derrotado en el flanco derecho contagia el pánico en los otros batallones. La fuerte bajada de cotización de las acciones de una empresa provoca la desconfianza entre los accionistas de otras empresas del mismo sector.

A nivel personal, cometer un delito, o simplemente consentir con un acto de egoísmo que tanto daña nuestro corazón, desencadena sentimientos de derrota, desaliento, apatía.

Tras un primer error, qué fácil resulta volver a tropezar en la misma piedra, o incluso caer en otros pecados que antes podían evitar fácilmente.

Notamos, así, que las derrotas generan derrotas.

Pero es posible también lo contrario: con la intervención de Dios en la historia humana, las derrotan pueden generar victorias.

Al contemplar el desastre inmenso del pecado original, esa desobediencia de nuestros primeros padres, vemos cómo se desencadena en el mundo un torbellino de males, de egoísmos, de mentiras, de guerras. La derrota parece haber cogido vuelo hasta lograr un triunfo catastrófico sobre los corazones humanos.

Pues precisamente en ese momento Dios decide mantenerse fiel a su Amor. Inicia entonces la victoria más maravillosa: la que nace desde la misericordia y triunfa sobre el mal, sobre el pecado, sobre la injusticia, sobre la muerte.

El camino de esa victoria, ciertamente, no ha sido fácil. Culminó en el drama más inmenso de la historia: la condena del Inocente, del Hijo del Padre e Hijo de María, por culpa de los pecados de los hombres. Pero esa misma “derrota” del calvario se ha convertido en el inicio del triunfo decisivo de la gracia, del bien, de la justicia, de la misericordia.

Lo explicaba san Pablo con palabras llenas del fuego del Espíritu Santo: “En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre, ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,17-20).

La Iglesia, con un atrevimiento que sólo se explica desde la esperanza, llega a cantar este milagro, en la Vigilia Pascual, con palabras que estremecen el corazón de los bautizados: "Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!"

San Francisco de Sales llegó más lejos al contemplar esta extraña situación: "Y tan lejos estuvo el pecado de Adán de exceder a la bondad divina, que, al contrario, la excitó y la provocó, de tal manera que, por una suave y amorosísima emulación y porfía se robusteció en presencia de su adversario, y, como quien concentra sus fuerzas para vencer, hizo que sobreabundase la gracia donde había abundado la iniquidad, de suerte que la santa Iglesia, movida por un santo exceso de admiración, exclama conmovida, la víspera de Pascua: ¡Oh pecado de Adán, verdaderamente necesario, que ha sido borrado por la muerte de Jesucristo! ¡Oh feliz culpa, que ha merecido tener un tal y tan grande Redentor! Tenemos, pues, razón, de decir con uno de los antiguos: Estábamos perdidos, si no nos hubiésemos perdido; es decir, nuestra pérdida nos fue provechosa, porque, en efecto, la naturaleza recibió más gracia por la redención, de la que jamás hubiera recibido por la inocencia de Adán, si hubiese perseverado en ella" (Tratado del amor de Dios, libro II, V).

Desde el inmenso amor de Dios, una derrota puede convertirse en el inicio de una victoria. Tras la caída, tras el pecado, podremos ser más humildes, podremos abrirnos con más plenitud a la gracia de Dios, podremos tener un corazón más dispuesto a perdonar porque antes fuimos perdonados.

En definitiva, podremos alcanzar, por los méritos de la Pasión de Cristo, la palma de la victoria de los que triunfan porque han lavado sus vestiduras en la Sangre del Cordero (cf. Ap 7,14).
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 22 de enero de 2012

Mi amigo el mozo de equipajes

¿Cansado? ¿Por qué? ¿Vives para ti mismo o vives para ser útil a los demás? ¿El mundo ha mejorado algo gracias a tu amor?
El otro día vinieron a entrevistarme unos estudiantes de periodismo para no sé qué revista juvenil, y me preguntaron: "Y tú, ¿no te cansas nunca de dar alientos a los demás?" Les dije que sí, que me cansaba por lo menos tres veces al día. Lo que ocurría es que también por lo menos cinco veces al día sentía la necesidad de no convertir en estéril mi vida y aún no había encontrado otra tarea mejor que esa.

Y cuando los muchachos se fueron, me puse a pensar en un viejo amigo mío que era mozo de equipajes de Valladolid. Debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora, pero entonces a mí me parecía muy viejo. Pero lo asombroso era su permanente alegría. No sabía hacer su trabajo sin gastarte una broma, y cuando te hacía un favor, parecía que se lo hubieses hecho tú a él. Un día le pregunté: "Y tú, ¿cuándo te vas de vacaciones?" Se rió y me dijo: "Me voy un poco en cada maleta que subo para los que se van hacia la playa."

Él sonreía, pero fui yo quien se marchó desconcertado. Nunca había pensado en lo dramático de esa vocación de alguien que se pasa la vida ayudando a viajar a los demás, pero él se queda siempre en el andén, viendo partir los trenes donde los demás se van felices, mientras él sólo saborea el sudor de haberles ayudado en esa felicidad.

¿Sólo el sudor? No se lo dije a mi amigo el mozo de equipajes porque se hubiera reído de mí y me hubiera explicado que el sudor le quedaba por fuera, mientras por dentro le brotaba una quizá absurda, pero también maravillosa, satisfacción.
Desde entonces pienso que todos los que sienten vocación de servicio -sea la que sea su profesión- son un poco mozos de equipajes. Y que todos sienten esa extraña mezcla de cansancio y alegría. Al fin me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil. Vivir para ser útil es caro, hermoso y fecundo.

Claro, desde luego. Todos somos egoístas. Al fin y al cabo, ¿qué queremos todos sino ser queridos? Por mucho que nos disfracemos, nuestra alma lo único que hace es mendigar amor. Sin él vivimos como despellejados. Y se vive mal sin piel. Por eso el mundo no se divide en egoístas y generosos, sino en egoístas que se rebozan en su propio egoísmo y en otros egoístas que luchan denodadamente por salir de sí mismos, aun sabiendo que pagarán caro el precio de preferir amar a ser amados.

Recuerdo haber escrito hace años un extraño poema en el que me imaginaba que, por un día, Cristo se dedicaba a hacer los milagros que a él le gustaban y no los puramente prácticos que la gente le pedía. Y que, en un camino de Palestina, una muchacha hermosísima se presentaba ante Él planteándole la más dolorosa de las curaciones: ella era tan bella, que todos la querían, pero ella no quería a nadie. Deseada por todos, arrastraba una belleza inútil e infecunda. Y le pedía a Cristo el mayor de los milagros: que la concediera el don de amar. Cristo, entonces, la miraba con emoción y compasión y le preguntaba: "¿Sabes que si amas tendrás que vivir cuesta arriba?" La muchacha respondía: "Lo sé, Señor, pero lo prefiero a este gozo muerto, a esta felicidad inútil." Ahora Cristo le sonreía y le decía: "Ea, levántate y ama, muchacha. Entra en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser amados." Y la muchacha se alejaba con el alma multiplicada, dispuesta a nadar felizmente a contracorriente de la vida.

La fábula seguramente es disparatada, pero verdaderísima. Porque -los recientes enamorados lo saben- amar a la corta es dulcísimo; a la larga, cansado; más a la larga, maravilloso.

¿Cansado? ¿por qué? Cansado porque siempre nos sale entre las costillas el viejo egoísta que somos y nos grita tres veces cada día que nadie va a agradecernos nuestro amor -es mentira, pero el viejo egoísta nos lo dice-; porque saca además aquel viejo argumento del ¿y a ti quien te consuela? Un falso planteamiento: porque el problema no es si nuestro amor nos reporta consuelo, sino si el mundo ha mejorado algo gracias a nuestro amor.

Pero claro que es difícil aceptar que nuestro veraneo está en esas maletas de esperanza que hemos subido en el tren de los demás. Para ello hace falta creer en serio en los demás. Y eso sólo lo hacen a diario los santos. Por eso, si yo fuera Papa canonizaría corriendo a mi amigo el mozo de equipajes de Valladolid.
Autor: José Martín Descalzo.
Tomado de: Razones para la Alegría

sábado, 21 de enero de 2012

¡El Pan de mamá!

María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en sus entrañas, ha puesto también y pone todo su Corazón de Madre.
La misión que María trajo al mundo se resume en una palabra: ser MADRE, la Madre de Jesús y la Madre nuestra.

Ser la madre de Jesús es lo mismo que ser la Madre de Dios.

Ser la Madre nuestra es lo mismo que ser la Madre espiritual de todos los redimidos, porque Jesús desde la cruz le confió este encargo y esta misión grandiosa. En el orden de la Gracia, María es tan madre nuestra como la madre bendita y querida a la que debemos nuestros ser de hombres.

Por eso, para entender a María, no hay medio mejor que mirar a la madre que hemos tenido la dicha de tener en el mundo.

Es muy fácil pasar de la madre de aquí a la Madre del Cielo.

Pongamos en María, y en el grado máximo, todo lo bueno que vemos en nuestra madre, y habremos atinado del todo al querer valorar la Maternidad Espiritual de María sobre todos nosotros.

Hubo un caso durante la Primera Guerra Mundial que se hizo célebre en todos los periódicos italianos.
El muchacho había sido herido de gravedad en el frente de batalla. Avisada la familia, el papá se puso inmediatamente en camino y se fue lejos, donde el hijo hospitalizado se debatía entre la vida y la muerte. Eran de familia campesina, y todo lo que el padre pudo llevar al hijo eran cosas de la casa. Pero aquí estuvo la salvación. El muchacho no reaccionaba. No había modo de que comiera. Sin embargo, el padre le alargó un trozo de pan, diciéndole:
- Toma, es pan de la mamá. El que hace ella siempre en casa. Come, que te irá bien.
El muchacho se emociona y va repitiendo:
- ¡Es el pan de mamá! El pan de mamá, el pan de mamá...
Un bocadito, otro bocadito, un poco más... Se lo come todo. Viene la reacción del enfermo, y al poco tiempo la curación era total.

¡Es el pan de mamá!... El recuerdo del ser más querido hace prodigios en nuestras vidas. El pan amasado por las manos de mamá tiene un sabor diferente a cualquier otro pan.

Queremos decir: el amor de la madre, la enseñanza de la madre, los cuidados de la madre, el ejemplo de la madre, todo lo de la madre lleva una marca y un sello en su constitución que no se suple por nada. Dios se ha lucido en todas sus criaturas. Pero, donde se desbordó su solicitud y su providencia para con nosotros, fue en la formación de esa mujer-madre, que es la obra maestra salida de sus manos.

Nosotros vamos a sacar de aquí algunas consecuencias que saltan a la vista.
Por ejemplo, la conciencia que tiene la madre acerca de su alta misión.
Dios le ha confiado a ella la formación del hombre. Sobre todo, la de sus sentimientos.

De aquí se sigue, y lo comprobamos cada día, que cualquier mujer, con vocación de madre, se forma a sí misma en los sentimientos más nobles. Lo que ella es lo va dejando impreso de manera indeleble en el ser de los que son o serán sus hijos. Como llevada de un instinto natural, la madre, para formar, se forma ante todo a sí misma.

Otra consecuencia comprobada es el amor, el afecto, el cariño, que la madre sabe poner en todas sus cosas, hasta en las más ordinarias de la vida. La cara disgusto no dice, no pega, no cae bien con la cara-cariño que ostenta siempre la madre.

La madre, por naturaleza y por misión, tiene siempre una cara como un sol. Podrá muchas veces mostrar dolor y preocupación, pero nunca amargura y resentimiento.

El pan que se comió el muchacho moribundo era un pan como el de las demás casas campesinas de la región. Pero, al comerlo, le vino a la mente toda aquella solicitud que la mamá querida ponía en todo lo que ella hacía por los hijos. No le salvó la vida el pan, sino el amor con que la mamá hacía el pan...

Muchas veces en nuestros mensajes hablamos sobre la madre. O expresamente de ella, o cuando nos toca hablar del matrimonio, de la familia, de los hijos... El tema de la madre es siempre actual. No cansa nunca. Y siempre, aunque no lo advirtamos ni lo pretendamos, se pone todo el corazón cuando queremos al hablar del ser más querido.

Admira la confesión de uno de los pensadores más leídos:
- Todo lo que soy o espero ser se lo debo a la angelical solicitud de mi madre.

Al hablar así de la mamá que por dicha nos ha tocado tener en el hogar, se nos va el pensamiento a la mejor de todas las madres, la que Cristo nos dio en la Cruz, y ejemplar de todas las madres.

María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en sus entrañas, ha puesto también y pone todo su Corazón de Madre cuando nos da Jesús a cada uno de nosotros. Así lo expresó, con belleza inigualable, San Juan de Ávila, uno de los clásicos de nuestra lengua:
- Allí está el manjar en el Altar; la Santísima Virgen es la que nos lo guisó, y por ser ella la guisandera, se le pega más el sabor al manjar, aunque él es de sí dulce y sabroso y pone gran codicia de comerlo.

Desde allí nos está convidando con él.
De este modo escribía aquel gran Maestro sobre el Pan de la Virgen en el siglo dieciséis. Y nosotros, al recibirlo hoy, sobre todo en la Eucaristía, nos vamos repitiendo el estribillo del soldadito italiano casi muerto, pero resucitado por el milagro de... ¡el Pan de mamá, el Pan de mamá!.
Autor: Pedro García, misionero claretiano.

viernes, 20 de enero de 2012

DIA MUNDIAL DEL CANCER



El Viernes es el día mundial del Cáncer –Reza y encomienda, para que esa vela nunca se apague.


Tender la mano

Muchos hombres y mujeres sabrán tender la mano a sus semejantes, a los más necesitados de misericordia, de consuelo, de pan y de justicia.
Muchos hombres y mujeres necesitan ayuda. En sus cuerpos, porque están enfermos o sufren hambre. En sus corazones, porque necesitan el bálsamo de la misericordia.

Cristo vino al mundo precisamente para anunciar un mensaje de salvación y de consuelo. Dio de comer a las multitudes, curó a enfermos, consoló a los tristes, resucitó muertos, perdonó pecados.

Luego, encomendó una tarea inmensa a quienes escogió para servir y dar la vida por sus hermanos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16).

La tarea es inmensa, las necesidades incontables, los trabajadores pocos. Además, entre quienes reciben la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, algunos ceden al pesimismo, al desaliento, a la tibieza, a la desesperanza. Otros se apartan de la misión: no llevan el Evangelio, sino que ofrecen ideas más o menos interesantes, pero diferentes del mensaje de Cristo.

El panorama puede parecer desolador. El mundo es demasiado grande, los problemas innumerables, el hambre de Dios agobia a una multitud inmensa de personas.

Sin embargo, Dios no puede dejar a su pueblo. Hoy, como ayer y como mañana, infunde su Espíritu, da fuerzas a los débiles, susurra que ama a cada uno de sus hijos, sostiene a sus enviados para que no sucumban ante la fuerza agobiante del mal.

Desde la experiencia de Dios, muchos hombres y mujeres sabrán tender la mano a sus semejantes, a los más necesitados de misericordia, de consuelo, de pan y de justicia. El milagro de Pentecostés se repetirá, nuevamente, en miles de corazones.

El perdón, entonces, triunfará sobre el pecado. La Eucaristía se convertirá en el alimento de los débiles. La Iglesia, desde su sencillez y su unión profunda con el Maestro, acogerá en sus brazos a millones de almas abiertas a la gracia que viene del Calvario, a la Sangre que nos lava y nos salva.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 19 de enero de 2012

2012 AÑO DE LA FE

QUE SEA UNA AUTENTICA REALIDAD


BUSCANDO A DIOS

Cuando la vida pierde su brillo,
cuando el tiempo deja de existir,
cuando ya no queda esperanza,
cuando no hay deseo de vivir,
es hora de buscar a Dios.
Cuando las flores no te impresionan,
cuando no ves la belleza de una mariposa al volar,
cuando no oyes música en el piar de un pájaro,
cuando el arco iris no te hace pensar,
es hora de buscar a Dios.

Cuando el alborear no te habla,
cuando el rayar del día no te hace sonreír,
cuando el cantar del gallo no te anima,
cuando el calor del sol no te hace mejor sentir,
es hora de buscar a Dios.

Si te preguntas el por qué,
si buscas una explicación,
si la vida no tiene sentido,
si crees que nadie tiene razón,
es hora de buscar a Dios.

Si el embarazo de una mujer no te dice nada,
si el nacimiento de un niño no te hace llorar,
si un "papá dame un beso" no te llega al alma,
si un nieto no te hace soñar,
es hora de buscar a Dios.

Si el Firmamento no te pasma,
si las Estrellas no te vislumbran,
si la Luna no te mira,
si el Universo no te asombra,
es hora de buscar a Dios.

miércoles, 18 de enero de 2012

El Valle de los Caídos al detalle

LÍDERES HONRADOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Repasaba esta mañana un pasaje de la historia más grande jamás contada, y ha venido a mi mente una expresión de la literatura castellana inicial. El Cantar del mío Cid la pone en boca de los burgaleses: ¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!
            Leía el Evangelio, y mi vista se ha parado en una frase bien conocida: Jesús, al ver las multitudes, se llenó de compasión por ellas porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Cristo habla en un contexto espiritual, pero al rabí de Nazaret le interesa el hombre entero, cada persona y toda situación. El  Dios que se hace hombre asume como propias todas las ocupaciones del hombre, todas sus vicisitudes. El cristiano no puede ser alguien que, por mirar al cielo, descuide los sucesos de esta tierra. Es más, los avatares de este mundo, vividos con profesionalidad y honradez, son medios para ir a Dios.
            Qué poca razón tiene un diario que hoy publica un largo artículo dedicado a "demostrar" que la culpa de la pobreza la tiene la fe católica. Es cierto que, en ocasiones, los cristianos hemos descuidado este mundo por mirar al otro. De esquizofrénica, calificaba esa actitud el fundador del Opus Dei, porque no puede haber una doble vida si queremos ser cristianos: "hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales". El descuido de las realidades temporales condujo a la beatería, a vivir -por decirlo con ideas del mismo autor- una sociología eclesiástica, incrustados en un mundo segregado que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino.
            Pero de ahí a perpetrar una pirueta para atacar a la fe católica en sí misma, media un abismo. Una cosa es la actuación de determinados cristianos en ciertas épocas de la historia -que no podemos juzgar con criterios actuales- y otra bien distinta es dar visos de erudición a lo que podríamos denominar integrismo laicista, una mezcla político-económico-religiosa absolutamente infumable. Si se quiere erudición, búsquese el magisterio del último concilio, donde se encontrará abundante material no utilizado por el articulista porque mantiene lo contrario a  su tesis. Se queda en el Vaticano I, y lo entiende mal.
            Para explicar todo esto, y más, hacen falta buenos pastores en la Iglesia, pero también en la sociedad civil, en cada uno de los campos en que se realiza: líderes culturales, económicos, políticos, del mundo del pensamiento, punteros de la investigación en cualquiera de sus aspectos, etc. Pero me temo que, para ser dirigentes honrados, que arrastren al bien, necesitan ser políticamente incorrectos en muchos temas.
            Para empezar, se precisan personas que busquen y amen la verdad, que no sean relativistas cuando conviene y se digan amantes de algunas "verdades" de modo interesado. Y entrecomillo porque, con no poca frecuencia, no son las que invitaba a buscar Machado: tu verdad, no; la verdad/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela. Y, además, expliquen esa verdad siempre que sea necesario.
            Hay que buscar líderes dispuestos a terminar con la corrupción, ya sea en la cosa pública, ya se trate te tareas privadas que, dicho sea de paso, tienen habitualmente una dimensión pública. Nos escandalizamos de la cultura del pelotazo (desde el blindaje de sueldos a cohechos, pasando por el tráfico de influencias hasta todo lo imaginable), pero ¿estamos haciendo algo para evitarla? Con leyes, sí, pero con algo más, porque sólo con éstas, no llegaremos lejos. Artículos como el que cito están ignorando las virtudes que predica la Iglesia sabiendo que ahí reside la solución de muchos asuntos. Culpan a la Iglesia, pero la ridiculizan con pretendidos estudios que acaban acusando de aquello que necesitamos y la Iglesia defiende. Por ejemplo, tan católica -o más- era la España que fue dueña de medio mundo, como la que ahora está más cerca de la pobreza, tanta que la empresa editora del artículo de marras está manteniéndose de milagro en esta España y con la ayuda de un empresario mejicano (país de mayoría católica).
            Insisto, líderes que echen de sus partidos a cualquier persona corrupta, sea quien sea, que no tengan miedo a decir que la vida es sagrada, que el matrimonio es lo que naturalmente es, que promuevan la participación de los ciudadanos en la vida pública para que no sea cosa de unos pocos que fabrican unas listas que los demás votamos, porque eso o nada. Que ayuden al desarrollo de la sociedad civil, que no subvencionen asuntos impotables por motivos electorales. Que ilusionen con la realidad.
            Necesitamos promover la libertad sin miedo y con conocimiento de causa, mirar más a los parados y marginados que a las encuestas o la imagen. Mejor: necesitamos la imagen de gente cabal, veraz, trabajadora, sacrificada, sobria, que no se dedique a la discusión huera -el ingenio, para mejorar-, sino a hacer lo que debe y del  mejor modo posible.