Autor: Pablo Cabellos Llorente
Repasaba esta mañana un pasaje de la historia más grande jamás contada, y ha venido a mi mente una expresión de la literatura castellana inicial. El Cantar del mío Cid la pone en boca de los burgaleses: ¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!
Leía el Evangelio, y mi vista se ha parado en una frase bien conocida: Jesús, al ver las multitudes, se llenó de compasión por ellas porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Cristo habla en un contexto espiritual, pero al rabí de Nazaret le interesa el hombre entero, cada persona y toda situación. El Dios que se hace hombre asume como propias todas las ocupaciones del hombre, todas sus vicisitudes. El cristiano no puede ser alguien que, por mirar al cielo, descuide los sucesos de esta tierra. Es más, los avatares de este mundo, vividos con profesionalidad y honradez, son medios para ir a Dios.
Qué poca razón tiene un diario que hoy publica un largo artículo dedicado a "demostrar" que la culpa de la pobreza la tiene la fe católica. Es cierto que, en ocasiones, los cristianos hemos descuidado este mundo por mirar al otro. De esquizofrénica, calificaba esa actitud el fundador del Opus Dei, porque no puede haber una doble vida si queremos ser cristianos: "hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales". El descuido de las realidades temporales condujo a la beatería, a vivir -por decirlo con ideas del mismo autor- una sociología eclesiástica, incrustados en un mundo segregado que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino.
Pero de ahí a perpetrar una pirueta para atacar a la fe católica en sí misma, media un abismo. Una cosa es la actuación de determinados cristianos en ciertas épocas de la historia -que no podemos juzgar con criterios actuales- y otra bien distinta es dar visos de erudición a lo que podríamos denominar integrismo laicista, una mezcla político-económico-religiosa absolutamente infumable. Si se quiere erudición, búsquese el magisterio del último concilio, donde se encontrará abundante material no utilizado por el articulista porque mantiene lo contrario a su tesis. Se queda en el Vaticano I, y lo entiende mal.
Para explicar todo esto, y más, hacen falta buenos pastores en la Iglesia, pero también en la sociedad civil, en cada uno de los campos en que se realiza: líderes culturales, económicos, políticos, del mundo del pensamiento, punteros de la investigación en cualquiera de sus aspectos, etc. Pero me temo que, para ser dirigentes honrados, que arrastren al bien, necesitan ser políticamente incorrectos en muchos temas.
Para empezar, se precisan personas que busquen y amen la verdad, que no sean relativistas cuando conviene y se digan amantes de algunas "verdades" de modo interesado. Y entrecomillo porque, con no poca frecuencia, no son las que invitaba a buscar Machado: tu verdad, no; la verdad/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela. Y, además, expliquen esa verdad siempre que sea necesario.
Hay que buscar líderes dispuestos a terminar con la corrupción, ya sea en la cosa pública, ya se trate te tareas privadas que, dicho sea de paso, tienen habitualmente una dimensión pública. Nos escandalizamos de la cultura del pelotazo (desde el blindaje de sueldos a cohechos, pasando por el tráfico de influencias hasta todo lo imaginable), pero ¿estamos haciendo algo para evitarla? Con leyes, sí, pero con algo más, porque sólo con éstas, no llegaremos lejos. Artículos como el que cito están ignorando las virtudes que predica la Iglesia sabiendo que ahí reside la solución de muchos asuntos. Culpan a la Iglesia, pero la ridiculizan con pretendidos estudios que acaban acusando de aquello que necesitamos y la Iglesia defiende. Por ejemplo, tan católica -o más- era la España que fue dueña de medio mundo, como la que ahora está más cerca de la pobreza, tanta que la empresa editora del artículo de marras está manteniéndose de milagro en esta España y con la ayuda de un empresario mejicano (país de mayoría católica).
Insisto, líderes que echen de sus partidos a cualquier persona corrupta, sea quien sea, que no tengan miedo a decir que la vida es sagrada, que el matrimonio es lo que naturalmente es, que promuevan la participación de los ciudadanos en la vida pública para que no sea cosa de unos pocos que fabrican unas listas que los demás votamos, porque eso o nada. Que ayuden al desarrollo de la sociedad civil, que no subvencionen asuntos impotables por motivos electorales. Que ilusionen con la realidad.
Necesitamos promover la libertad sin miedo y con conocimiento de causa, mirar más a los parados y marginados que a las encuestas o la imagen. Mejor: necesitamos la imagen de gente cabal, veraz, trabajadora, sacrificada, sobria, que no se dedique a la discusión huera -el ingenio, para mejorar-, sino a hacer lo que debe y del mejor modo posible.
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