Son muchas
las cegueras del alma. Desde perezas, cobardías, orgullos y egoísmos y los ojos
dejan de ver la luz.
A base de
pequeñas traiciones a la conciencia, el corazón puede endurecerse. Poco a poco
inicia una ceguera que dificulta ver el bien, la verdad, la justicia. Entonces
alma queda encarcelada entre caprichos y pecados que destruyen y que ahogan.
Son muchas
las cegueras del alma. Desde perezas y cobardías, desde ambiciones y envidias,
desde lujurias y odios, desde orgullos y egoísmos, los ojos dejan de ver la luz
y quedan prisioneros de las tinieblas.
Como enseña
san Juan, “quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las
tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1Jn
2,11). San Pablo ofrece un análisis más detallado del camino que lleva a la
oscuridad y al pecado:
“Porque,
habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias,
antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se
entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la
gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a
las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí
sus cuerpos. (...) Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento
de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no
conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de
envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos,
detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos
para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados,
despiadados” (Rm 1,21‑31).
¿Cómo salir
de ese estado de ceguera? ¿Cómo recuperar nuevamente la vista? Si nos dejamos
curar por Cristo, si le permitimos tocar nuestros párpados y humedecer nuestras
pupilas, volveremos a ver la luz (cf. Jn 9; Ap 3,18).
“Despierta
tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef
5,14b). Con el Maestro podemos salir de las cegueras del alma. Entonces todo
quedará iluminado de una manera distinta, y nuestros ojos percibirán, gracias a
la misericordia que cura, un horizonte maravilloso de bondad y de belleza.
Seremos así capaces de vivir la plenitud de la Ley: amaremos a Dios y a los
hermanos (cf. Mt 22,36-39).
Por: P. Fernando Pascual LC
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