Acoge a nuestro Rey que ha nacido en
medio de la humildad. Pídele con todo tu amor que te permita cargarlo y acógelo
en tu corazón.
Siempre me ha gustado pasar a saludar a los niños en sus salones de clases.
Me parecen muy simpáticos en el momento en que dan su opinión personal o cuando
hablan de algún tema en el que se sienten especializados.
Hace unos años fui a un colegio en el mes de diciembre. Para introducir una
plática quise hacer participar a los niños preguntándoles cómo pasaban las
fiestas navideñas en su familia. Varios levantaron la mano y me decían en pocas
palabras lo primero que se les venía a la mente. "Ponemos el arbolito
de Navidad". "Cenamos en casa de la abuela con mis tíos y
primos". Vamos a esquiar a la nieve". "Nos quedamos en
casa". "Abrimos los regalos que nos trae Santa Claus".
Recibí todo tipo de respuestas, pero, para mi asombro, no obtuve la que
deseaba. En la última fila de bancas vi una niñita rubia con la cabeza
agachada. Le pregunte: "y tú ¿qué haces durante las fiestas
navideñas con tu familia?". Levantó la cabeza y se me quedo
viendo con sus inmensos y luminosos ojos azules. Me respondió con una voz apagada
y tímida que apenas era impulsada por el aire de sus pequeños pulmones:
"festejamos el nacimiento del niño Jesús". ¡Esa era la respuesta que
esperaba!
Es excelente planear unas buenas vacaciones familiares. También ayuda al
ambiente festivo y de alegría una casa con adornos navideños. Pero no podemos
preocuparnos tanto de todo ello, y "Sagrada Familia fuera de
casa". En ocasiones descubrimos que la gente se ha olvidado de lo
fundamental.
Claro que no nos hemos ido hasta ese extremo. Nuestras tradiciones religiosas
en la celebración de la Navidad siguen vivas. Es hermoso ver a las familias
preparándose con entusiasmo en la presentación de pastorelas. Las tradicionales
posadas aún continúan. A veces hasta nos llevamos al burro a la fiesta para
subir a la muchacha que representará a la Virgen María. Las piñatas, los
aguinaldos, los tamales. Decoramos nuestros "nacimientos" con
figuritas, luces, musgo y heno. Todo esto nos trae muchos y buenos recuerdos.
Refleja un corazón sensible a la fe. Una fe sencilla y llena de amor. El niño
Jesús todavía está en el nacimiento de nuestras casas y lo acogemos en el
"pesebre" de nuestros corazones.
Lo importante es no pasar estas celebraciones acostumbrados por ser un año más.
Es necesario que reflexionemos en el sentido de la venida de nuestro Salvador a
este mundo. Si Él vino por amor, con ese mismo amor hay que recibirlo.
Dos mil años han pasado. Nadie lo recordaría en la historia, pero ese niño hoy
es todo un acontecimiento. Está en la mente y en los corazones de millones de
personas.
Nació en Belén, un pueblito de Judea; sigue naciendo en cada uno de nosotros.
Vivió en Nazareth; hoy habita en casi todos los rincones de nuestro planeta. Ni
siquiera fue reconocido como príncipe en sus tiempos; ahora lo veneramos como
el Rey de reyes.
Es el Niño Jesús quien nos recuerda su amor naciendo nuevamente esta Navidad.
Es Él quien vino. ¿Estamos celebrando su venida entre nosotros?
Recuerda el maravilloso misterio de amor y reza. Acoge a nuestro Rey que ha
nacido en medio de la humildad. No sólo hay que contemplar cómo María, su
madre, lo acuesta en el pesebre. Pídele con todo tu amor que te permita
cargarlo en tus brazos y acógelo en tu corazón.
Ese niño ha venido al mundo por ti y por mí. Nos trae el amor y la salvación.
¿Cómo no lo vamos a acoger preparando nuestro pesebre? ¿Cómo no vamos a
prepararle un lugar en nuestro corazón?
Por: Javier González Bejarano
No hay comentarios:
Publicar un comentario