Autor: Pablo Cabellos Llorente
Es muy
dolorosa la realidad de las apremiantes necesidades que sufren tantas personas
de nuestro mundo, particularmente en África, pero también en el entorno
inmediato. Esta tremenda situación da lugar a formas de solidaridad variadas y
ejemplares, pero también existe la insolidaridad del que, aun dando algo a los
demás, realiza gastos excesivos,
superfluos, y actualmente insultantes.
Tal vez la
sensación de escarnio que producían circunstancias semejantes, llevó al apóstol
Santiago a escribir unas palabras bien actuales: "si un hermano o una
hermana están desnudos y carecen del sustento cotidiano, y alguno de vosotros
les dice: id en paz, calentaos y saciaos, pero no le dais lo necesario para el
cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no va acompañada de obras, está
realmente muerta". Y es que el cristianismo es conducta, vivir la vida en
Cristo. No es simplemente una teoría, es vida
ejercitada en la ocupación por el prójimo o en cualquier otra exigencia que
conlleve.
San
Josemaría Escrivá, que supo mucho de hambre y necesidad, entre otras muchas
ideas, escribió ésta: "Los bienes de la tierra repartidos entre unos
pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de
pan y de sabiduría, vidas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como
simples cosas, como números de una estadística". Sabía muy bien de qué
hablaba porque comenzó el Opus Dei en los barrios más pobres de Madrid y entre
enfermos abandonados e incurables. Y, además, lo vivió siempre en su propia
carne, sin tener en ocasiones -como dijo Cristo- ni una almohada donde reclinar
su cabeza y viendo con dolor -lo pude observar en primera fila- la extrema
pobreza con la que se enfrentaban, en muchos lugares, sus hijos espirituales y
las personas que les rodeaban.
También nos
impulsarán a mejorar unas palabras de
Benedicto XVI: hablando de los africanos, escribió que "nuestro estilo de
vida, nuestra historia, en la que estamos implicados, los ha explotado y los
explota", añadiendo inmediatamente que "les hemos llevado el cinismo
de un mundo sin Dios, en el que sólo importa el poder y las ganancias; hemos
destruido los criterios morales, con lo que la corrupción y falta de escrúpulos
en el poder se han convertido en algo normal. Y esto no sólo ocurre con
África". Necesitamos el valor de amar al prójimo. Tenemos que aprender de
nuevo la valentía de la bondad. Y sólo lo conseguiremos si nos hacemos buenos
interiormente. Nunca para sentirnos
mejor: tal actitud prostituiría el amor.
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