Autor: Pablo Cabellos Llorente
Quien no ha
conocido de algún modo al fundador del Opus Dei, tal vez no puede imaginar que
está ante un santo inconformista, amante de la libertad y, por lo mismo,
rebelde ante las situaciones que falsean la realidad o pisotean la dignidad
humana. Quizá un apunte de esa actitud pueda encontrarse en unas palabras
recogidas en el volumen "Conversaciones con Monseñor Escrivá de
Balaguer", publicado en 1968 y del que ha aparecido una edición
crítico-histórica en el recién concluido 2012.
Tal esbozo
lo constituyen estas frases: "La religión es la mayor rebelión del hombre
que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma -que no se aquieta- si
no trata y conoce al Creador. Un hombre que carezca de formación religiosa no
está completamente formado". Esta declaración coincide con los años de la
protesta estudiantil que tienen su ápice en el mayo francés de 1968, rebelión
ante una situación cultural que daba signos de cansancio y estancamiento, como
lo entienden los autores de esa edición crítico-histórica.
Pero la de
san Josemaría no es sólo una protesta que acaba en sí misma, sino que abre a
ideales grandes. Pensando en los laicos cristianos, puede leerse en otra de las
entrevistas que su contribución "a la santidad y el apostolado de la
Iglesia es la acción libre y responsable en el seno de las estructuras
temporales, llevando allí el fermento del mensaje cristiano". Pero ese
hombre o mujer bautizados han de actuar -como afirmaba- con libertad y
responsabilidad personales, sin arrogarse ninguna representación católica ni
afirmar que sus soluciones a los problemas son soluciones confesionales, como
dirá en una magistral homilía recogida al final del referido volumen.
Desde los
comienzos de la Obra se rebeló cuidando enfermos abandonados en varios
hospitales de Madrid, se rebeló tozudamente para realizar un
"imposible" jurídico y teológico como era el Opus Dei, se rebeló
pasando hambre, se rebeló lanzando Avemarías a los que le apedreaban de palabra
o de obra. Fue un hombre de paz cuando España se convulsionaba, aunque escribió
que "se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos
inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante
la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano". Por
ahí marchaba su rebeldía y por ahí camina la revuelta propuesta por la
religión. "Os quiero rebeldes, libres de toda atadura, porque os quiero
-¡nos quiere Cristo!- hijos de Dios", proclamaba en otra prédica.
Habló de
armonizar la autoridad con un sentido de amistad con los hijos, de darles
confianza aunque en ocasiones abusen, de comprender sus rebeldías
generacionales, de que sepan escucharles, comprenderlos y disculparles, que
siembren ideales en ellos, anhelos que tal vez les revuelvan contra ambientes,
situaciones o conductas que les rodean. En fin, que volvemos al inconformismo.
En realidad todos lo somos, pero de diversos modos y ante diversos temas.
Insisto, sin entender la rebeldía como
un libertarismo suicida ni un fundamentalismo opresor de las conciencias. Al
contrario, el auténtico rebelde busca algo mejor pero sin peleas.
Yo no he
salido a combatir con nadie -intento no hacerlo ni dialécticamente, aunque es
muy difícil por las naturales discrepancias-, pero no busco el choque. Trato de
ofertar, con más o menos fortuna, algunas reflexiones que considero útiles y
sinceras. Pero eso no me impide afirmar, por ejemplo, que no puedo estar a
favor de quienes protegen, facilitan o realizan cualquier tipo de corrupción. Y
aparentemente todos pensamos así, pero
ahí están los hechos aunque se mire a otra parte, algo que yo no deseo.
Estoy a
favor de un sistema que proteja la vida naciente y la del que está en el ocaso,
deseo una familia estable, un clero bien formado y honesto, unos padres y
madres que no renuncien a la gratísima y costosa tarea de educar a sus hijos,
que gocen de libertad para elegir el tipo de escuela que deseen sin privilegio
alguno, puesto que les basta un elemental derecho humano. Deseo el empeño de
todos y cada uno de los que constituimos la sociedad para crear trabajo digno
para todos, quiero una sanidad -sea cual sea su sistema- que llegue a todos del
modo más eficiente dentro de las
posibilidades económicas del país, buscaría una mayor participación del
ciudadano en la configuración de su nación sin que gobierno, partidos,
sindicatos, patronal y banca copen casi todo el quehacer posible. Y una
judicatura libre, y...
Ante lo
contrario, me rebelo, soy un anti-sistema del régimen que no procure esto y bastantes otros asuntos, y
permita su gestión por los individuos y la sociedad civil. Por otro lado, san
Josemaría reitera una y mil veces que esa sana rebeldía no se resuelve con
modos propios y corporativos del Opus Dei: para un amante de la libertad y de
una sana laicidad, algo así no sólo es imposible, sino que operaría
destructivamente con su encargo divino. No lo entenderá quien no respete más
libertad que la propia. Me parece útil y justo recordar todo esto cuando
cumpliría ciento once años.
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