Autor: Pablo Cabellos Llorente
Con gran
interés, he leído una reciente Tercera de ABC, titulada "El miedo que nos
gobierna", cuyo autor es Antonio Hernández-Gil. Con erudición y belleza
literaria, describe la situación de nuestra sociedad de manera realistamente
descarnada y con la erudición propia del hombre de leyes. Se mueve entre la piedad que
proponía Rousseau para lograr el pacto de convivencia del Contrato social y el
pesimismo de un Hobbes con el estado como gran Leviatán, surgido del miedo que
busca seguridad.
Acaba
inclinándose por la realidad de que vivimos en una sociedad miedosa, regida por
políticos que miran más su triunfo en las siguientes elecciones que el cambio
necesitado por todos. Es un artículo brillante, pero un tanto cerrado a la
esperanza, que sólo mantiene en unos posibles pensadores capaces de idear un
diseño mejor para nuestro mundo.
Sería
pueril que yo intentase enmendar la plana a tan magnífico artículo, pero me voy a permitir ofertar una posible
complementariedad al escrito del ilustre jurista. Se puede completar lo que
dice sobre la Revolución Francesa y la
Ilustración, sobre los hombres de pensamiento que forjaron a su entender la
modernidad. Cita expresamente a Descartes, Pascal, Locke, Newton, Vico.
Spinoza, Hume, Montesquieu, Rousseau, Voltaire y Kant. Es bien cierto que tanto
estos personajes como los hechos referidos dieron lugar a un nuevo régimen. Sus
aportaciones fueron distintas y su influencia posterior también.
Sin
embargo, me atrevo a pensar en el aspecto negativo que han desarrollado esas
ideas -en buena medida causa de lo que ahora sucede- porque a partir de las
reflexiones de algunos de ellos se llega a este hombre moderno causante de la
crisis, este hombre autónomo que, emancipado de Dios, pierde su sentido. Fue un
logro la desvinculación de la sociedad respecto de las monarquías absolutas y
de la Iglesia, un logro que alcanza a la misma monarquía y a la Iglesia que,
desligada del poder temporal, puede sin rémoras dedicarse a lo que le es
propio: ofertar las medios para alcanzar la santidad.
Pero se
produce un corte tan radical que tal vez confundió la separación de la Iglesia
de los asuntos de este mundo con la liberación del hombre respecto a Dios,
liberación que no es tal porque perdido el sentido, se vacía considerablemente
la libertad. Algunos de esos autores -casi todos cristianos- han cooperado a la
confusión del subjetivismo con la conciencia, ha sustraído de las actividades
humanas toda referencia al Creador, han ido desechando la razón en beneficio de
lo empírico, han originado progresivamente un Estado que lo es todo en
detrimento de la persona...
A mi
entender, aquí radica en buena medida la situación de esta sociedad que se
tambalea sin encontrar el lugar perdido. No persigo la vuelta a la Edad Media
ni al confesionalismo religioso que ha hecho mal -en algunos casos continúa- principalmente
a las religiones. Sí desearía encontrar una nueva sociedad en la que la persona
ocupase el lugar que le corresponde como criatura de Dios. Y, a partir de ahí,
se puede construir un nuevo orden con cabida para la esperanza. Enseguida
aparecerá la objeción de que estamos en una sociedad plural en la que caben
ateos y agnósticos. Por supuesto que caben, pero ahora mismo quienes estamos
fuera somos los creyentes. Ahí voy.
Hablando del personalismo de Juan
Pablo II, ha escrito Juan Manuel Burgos: Si los hombres entienden qué es el
bien y qué es el mal se debe exclusivamente a que lo han experimentado
interiormente. Aquí es donde se encuentra el origen de la ética, lo que supone,
en términos de teoría de las ciencias, que es sustancialmente autónoma con
respecto a cualquier otra ciencia (y a la metafísica, en particular) ya que no
toma de ninguna sus contenidos sino de una experiencia antropológica
originaria. Esta filosofía personalista puede ser la aportación que se espera
para construir una sociedad nueva que respete a todos.
El personalismo surgió en la Europa
de entreguerras con el objetivo de ofrecer una alternativa a las dos corrientes
socio-culturales dominantes del momento: el individualismo y el colectivismo.
Frente al primero, que exaltaba a un individuo autónomo y egocéntrico, remarcó
la necesidad de la relación interpersonal y de la solidaridad; y frente al
segundo, que supeditaba el valor de la persona a su adhesión a proyectos
colectivos como el triunfo de una raza o la revolución, el valor absoluto de
cada persona independientemente de sus cualidades. (Revista Española de
Personalismo)
De cara a una sociedad y unos
estados vacíos de ideales, es necesario recuperar la ilusión de ser personas
con la dignidad que nos corresponde, lo que probablemente sólo es posible
restaurando la verdad sobre el hombre. Cualquier otra cosa sería comenzar la
casa -también la economía- por el tejado. Juan Pablo II subrayó la primacía del
hombre sobre los medios de producción, la primacía del trabajo sobre el capital
y la primacía de la ética sobre la técnica. En el centro está la dignidad del
hombre, que es siempre un fin y jamás un medio. Acierta Hernández-Gil al apelar
a la razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario