HUMILDAD.
La humildad es la verdad, la justicia con que nos vemos a nosotros mismos con nuestras cualidades y nuestros defectos.
La humildad es la verdad, la justicia con que nos vemos a nosotros mismos con nuestras cualidades y nuestros defectos.
Como se mencionó anteriormente, son diez las cualidades que suelen caracterizar a las personas verdaderamente exitosas.
La primera de ellas es la humildad. Vamos a analizar esta virtud y repasar algunas sugerencias para lograr que nuestros hijos puedan alcanzarla.
La humildad
Una persona humilde es la que desvía de sí misma sus intereses egoístas y los canaliza hacia los demás: la familia, los hijos, el cónyuge, los amigos, los necesitados, la empresa. Por ej. Un papá que se preocupa más de la familia que de irse a jugar con los amigos...
Una persona humilde es capaz de salir de sí mismo e ir al encuentro de los demás. No se siente el centro de todo. Sabe prestar atención y ponerse en el lugar del otro.
La humildad es la base de la empatía, indispensable para cualquier tipo de relación humana estable, sea en el noviazgo, en el matrimonio, en la familia, en el trabajo, en un equipo, en todo.
Una persona que no es humilde se irrita con facilidad, se considera el centro de la conversación, busca que los demás lo atiendan, lo escuchen y satisfagan sus necesidades; no logra entender por qué los demás son así... sólo está esperando que los demás entiendan por qué él es así...
Algunas sugerencias de acción
Conviene que cada hijo tenga siempre una obligación en casa, aunque sea pequeña; algo adecuado a su edad: tender su cama, guardar sus zapatos en el closet, llevar la basura...
Ayuda mucho que aprenda a compartir sus cosas con sus hermanos, primos, amigos. En un niño pequeño siempre resulta difícil lograrlo, pero se puede; al inicio hay que obligar, luego insistir; se enojará y hará berrinches, pero cada vez será más fácil.
Este ejercicio es sumamente pedagógico. Predispone al alma del niño a no apegarse a las cosas, a abrirse a otros y a no considerarse el centro del universo.
Lo mismo puede decirse de enseñarle, no sólo a compartir sus cosas, sino incluso a regalarlas generosamente a los necesitados. Ayudarles a ver con corazón sensible a los que padecen necesidad; invitarles a dar una limosna, a ayudar a una persona que se cayó, etc.
Tiene un valor extraordinario enseñar a los hijos una verdad fundamental: que Dios nos ve en todas partes y él nos va a juzgar. Esta lección ayuda a los hijos a sentirse responsables de sus actos y decisiones, aunque nadie más los vea; les ayuda a no sentirse autosuficientes y autónomos, superiores a los demás, etc. Se considerarán hijos de Dios con la misma dignidad que los demás.
Ahora bien, es extraordinariamente necesario tener bien claro que la humildad no se alcanza mediante humillaciones e insultos. Es un error nefasto en el que fácilmente de puede caer. Una corrección o llamada de atención nunca deberá significar una falta de respeto o un insulto.
Los papás también tienen que tener bien presente que sus hijos gozan de la misma dignidad. Ellos no son más ni tienen poder absoluto sobre ellos.
Hay que corregir, llamar la atención, enojarse, si es necesario, pero jamás insultar o humillar públicamente.
Las humillaciones y los insultos, las reprimendas injustificadas, sólo logran que los hijos desarrollen complejos de inferioridad e inutilidad.
La humildad es la verdad, la justicia con que nos vemos a nosotros mismos con nuestras cualidades y nuestros defectos.
Somos humildes cuando somos realistas, es decir, cuando nos vemos con objetividad y realismo. Por ello, la humildad en los hijos se alcanza mediante un trato justo y una compensación adecuada por parte de los papás.
Y la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. El castigo o el premio deberán ser adecuados; las palabras y los silencios, también.
La primera de ellas es la humildad. Vamos a analizar esta virtud y repasar algunas sugerencias para lograr que nuestros hijos puedan alcanzarla.
La humildad
Una persona humilde es la que desvía de sí misma sus intereses egoístas y los canaliza hacia los demás: la familia, los hijos, el cónyuge, los amigos, los necesitados, la empresa. Por ej. Un papá que se preocupa más de la familia que de irse a jugar con los amigos...
Una persona humilde es capaz de salir de sí mismo e ir al encuentro de los demás. No se siente el centro de todo. Sabe prestar atención y ponerse en el lugar del otro.
La humildad es la base de la empatía, indispensable para cualquier tipo de relación humana estable, sea en el noviazgo, en el matrimonio, en la familia, en el trabajo, en un equipo, en todo.
Una persona que no es humilde se irrita con facilidad, se considera el centro de la conversación, busca que los demás lo atiendan, lo escuchen y satisfagan sus necesidades; no logra entender por qué los demás son así... sólo está esperando que los demás entiendan por qué él es así...
Algunas sugerencias de acción
Conviene que cada hijo tenga siempre una obligación en casa, aunque sea pequeña; algo adecuado a su edad: tender su cama, guardar sus zapatos en el closet, llevar la basura...
Ayuda mucho que aprenda a compartir sus cosas con sus hermanos, primos, amigos. En un niño pequeño siempre resulta difícil lograrlo, pero se puede; al inicio hay que obligar, luego insistir; se enojará y hará berrinches, pero cada vez será más fácil.
Este ejercicio es sumamente pedagógico. Predispone al alma del niño a no apegarse a las cosas, a abrirse a otros y a no considerarse el centro del universo.
Lo mismo puede decirse de enseñarle, no sólo a compartir sus cosas, sino incluso a regalarlas generosamente a los necesitados. Ayudarles a ver con corazón sensible a los que padecen necesidad; invitarles a dar una limosna, a ayudar a una persona que se cayó, etc.
Tiene un valor extraordinario enseñar a los hijos una verdad fundamental: que Dios nos ve en todas partes y él nos va a juzgar. Esta lección ayuda a los hijos a sentirse responsables de sus actos y decisiones, aunque nadie más los vea; les ayuda a no sentirse autosuficientes y autónomos, superiores a los demás, etc. Se considerarán hijos de Dios con la misma dignidad que los demás.
Ahora bien, es extraordinariamente necesario tener bien claro que la humildad no se alcanza mediante humillaciones e insultos. Es un error nefasto en el que fácilmente de puede caer. Una corrección o llamada de atención nunca deberá significar una falta de respeto o un insulto.
Los papás también tienen que tener bien presente que sus hijos gozan de la misma dignidad. Ellos no son más ni tienen poder absoluto sobre ellos.
Hay que corregir, llamar la atención, enojarse, si es necesario, pero jamás insultar o humillar públicamente.
Las humillaciones y los insultos, las reprimendas injustificadas, sólo logran que los hijos desarrollen complejos de inferioridad e inutilidad.
La humildad es la verdad, la justicia con que nos vemos a nosotros mismos con nuestras cualidades y nuestros defectos.
Somos humildes cuando somos realistas, es decir, cuando nos vemos con objetividad y realismo. Por ello, la humildad en los hijos se alcanza mediante un trato justo y una compensación adecuada por parte de los papás.
Y la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. El castigo o el premio deberán ser adecuados; las palabras y los silencios, también.
Autor: P. Juan Antonio Torres, L.C.
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