La prudencia consiste en saber callar y saber hablar en el momento oportuno. María, prudente en el hablar ...como en el callar.
Una prueba muy elocuente de la prudencia de una persona consiste en saber callar y saber hablar en el momento oportuno; pues, como dice el Eclesiástico (III,7) hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar. En lo uno y en lo otro, María fue incomparable.
Podría haber hablado, observa justamente un piadoso autor, manifestando a José el secreto misterio que se había obrado en Ella, despejando así el desconcierto del amantísimo Esposo; pero eso hubiera sido revelar el secreto del Rey del Cielo; se hubiera convertido en una celebridad para Ella; prefirió, pues, callar y dejó que hablase Dios por medio del Ángel.
Habría podido hablar en Belén, cuando le fue negado el hospedaje, dando a conocer la nobleza de su linaje, su sublime dignidad; la humildad profunda y el deseo de sufrir, de conformarse con la voluntad divina, La llevaron al silencio y calló.
Cuántas cosas habría podido decir a los Pastores y a los Magos que fueron a visitar al Divino Infante. Esto podría haber alborotado la adoración y la contemplación de esos santos personajes delante de Jesús: la gloria de Dios, la caridad para con los Magos y los Pastores le impedían hablar y se calló.
Oía con admiración todo lo que decían para gloria del Hijo, de su celestial doctrina, de sus milagros; María, más que los demás Lo admiraba en su corazón, y en éste conservaba con cuidado aquellas palabras y aquellos hechos.
El anciano profeta Simeón le predijo los destinos del Hijo y sus futuros y atrocísimos tormentos; María no dice una sola palabra, pues está dispuesta para todo; no ensalza su resignación, escucha, se ofrece a Sí misma en holocausto juntamente con el Hijo y calla.
Por las mismas justísimas razones, se calla al pie de la Cruz, se calla en las tribulaciones, en las humillaciones, como por modestia, se calla en la alegría y en la gloria. Estas son las pruebas admirables de prudencia divina que nos ofrece el silencio de María: Tempus tacendi.
Maestra insuperable en el saber hablar
Maestra incomparable en el callar cuando se debe callar, se mostró también maestra insuperable en el hablar a tiempo, en lugar y manera conveniente, es decir, cuando y cuanto conviene para dar gloria a Dios y hacer bien a los hombres.
También están aquí los hechos que lo prueban. Habló al Arcángel San Gabriel y no podemos dejar de admirar la prudencia de sus palabras. Habló a su prima Santa Isabel y sus palabras hicieron saltar de gozo, antes de su nacimiento, al futuro Precursor de su Hijo. Sus palabras fueron una profesión de humildad, de gratitud, un cántico de alabanza, un himno sublime de agradecimiento al Omnipotente: Magnificat anima mea Dominum.
Habló con el Hijo en el Templo y sus palabras fueron una admirable demostración de afecto y de solicitud maternales.
Habló en las bodas de Caná y con sus palabras quedó patente su compasiva misericordia con los necesitados y su ilimitada confianza en Dios. ¡Oh admirable prudencia de María, prudencia incomparable, tanto en el hablar como en el callar!...
Podría haber hablado, observa justamente un piadoso autor, manifestando a José el secreto misterio que se había obrado en Ella, despejando así el desconcierto del amantísimo Esposo; pero eso hubiera sido revelar el secreto del Rey del Cielo; se hubiera convertido en una celebridad para Ella; prefirió, pues, callar y dejó que hablase Dios por medio del Ángel.
Habría podido hablar en Belén, cuando le fue negado el hospedaje, dando a conocer la nobleza de su linaje, su sublime dignidad; la humildad profunda y el deseo de sufrir, de conformarse con la voluntad divina, La llevaron al silencio y calló.
Cuántas cosas habría podido decir a los Pastores y a los Magos que fueron a visitar al Divino Infante. Esto podría haber alborotado la adoración y la contemplación de esos santos personajes delante de Jesús: la gloria de Dios, la caridad para con los Magos y los Pastores le impedían hablar y se calló.
Oía con admiración todo lo que decían para gloria del Hijo, de su celestial doctrina, de sus milagros; María, más que los demás Lo admiraba en su corazón, y en éste conservaba con cuidado aquellas palabras y aquellos hechos.
El anciano profeta Simeón le predijo los destinos del Hijo y sus futuros y atrocísimos tormentos; María no dice una sola palabra, pues está dispuesta para todo; no ensalza su resignación, escucha, se ofrece a Sí misma en holocausto juntamente con el Hijo y calla.
Por las mismas justísimas razones, se calla al pie de la Cruz, se calla en las tribulaciones, en las humillaciones, como por modestia, se calla en la alegría y en la gloria. Estas son las pruebas admirables de prudencia divina que nos ofrece el silencio de María: Tempus tacendi.
Maestra insuperable en el saber hablar
Maestra incomparable en el callar cuando se debe callar, se mostró también maestra insuperable en el hablar a tiempo, en lugar y manera conveniente, es decir, cuando y cuanto conviene para dar gloria a Dios y hacer bien a los hombres.
También están aquí los hechos que lo prueban. Habló al Arcángel San Gabriel y no podemos dejar de admirar la prudencia de sus palabras. Habló a su prima Santa Isabel y sus palabras hicieron saltar de gozo, antes de su nacimiento, al futuro Precursor de su Hijo. Sus palabras fueron una profesión de humildad, de gratitud, un cántico de alabanza, un himno sublime de agradecimiento al Omnipotente: Magnificat anima mea Dominum.
Habló con el Hijo en el Templo y sus palabras fueron una admirable demostración de afecto y de solicitud maternales.
Habló en las bodas de Caná y con sus palabras quedó patente su compasiva misericordia con los necesitados y su ilimitada confianza en Dios. ¡Oh admirable prudencia de María, prudencia incomparable, tanto en el hablar como en el callar!...
Autor: Juan S. Clá Díaz.
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