Mañana Fiesta de la Sagrada Familia. Con mi nacimiento, no sólo haré sagrada la familia, sino que les enseñaré a vivir en ella.
El arcángel Gabriel permanecía de pie sobre un precipicio, y tenía su mirada puesta en Nazaret. Procuraba serenarse, pues la grandeza de su nueva misión le sobrecogía. Dentro de unos momentos, bajaría a la tierra y daría el mensaje más grato que hombre alguno hubiese escuchado jamás.
- ¿Listo para bajar a la tierra? -oyó tras de sí.
-Claro, Señor -le respondió el arcángel con una sonrisa-, aunque te he de decir que nunca he estado tan nervioso.
- Es normal, sientes que la misión te sobrepasa. Pero créeme, tú eres el ángel indicado... tú eres mi mensajero -señaló, recordándole el significado de su nombre.
Después, ambos bajaron otra vez la cabeza y posaron su mirada en María, quien aseaba con cuidado la casa de sus padres.
-Señor -dijo el arcángel con reverencia, sin dejar de ver a María-, ¿por qué quieres tener una familia? Digo, que te hagas hombre, jamás lo comprenderé; pero, que quieras ser en todo igual a ellos y que desees recorrer todas las etapas de su vida... creo que me cuesta un poco más -suspiró.
Jesús miró con amor al arcángel, y respondió:
-Gabriel, me alegra escuchar tu pregunta -exclamó con verdadera felicidad. Tú sabes que los planes divinos siempre son razonables -Hizo una pausa-. Bueno, razonables a nuestra manera -dijo, sonriendo con dulzura-. Tú piensas que no hay necesidad para encarnarme en una familia, pero Yo te digo que no hay nada más acogedor y necesario. Acogedor, porque cuando Yo me encarne y abrigue en su seno, me sentiré tan confortado como en la Trinidad misma, pues la familia es su mismo reflejo.
El ángel quedó boquiabierto ante esta increíble revelación. Dentro de sus múltiples conocimientos, jamás habría reparado en esta grandiosa verdad.
-Y es necesaria -continuó el Señor-, porque ejerce un papel fundamental en la sociedad humana: es su corazón mismo. Desde ella, se edifican las naciones o se destruyen los pueblos. Ella es la cuna del progreso y la salvaguarda de las buenas costumbres. ¡Ya te imaginarás cuán grata es para mi corazón! -Hizo una breve pausa, y continuó-: Con mi nacimiento, no sólo haré sagrada la familia, sino que les enseñaré a vivir en ella.
El ángel titubeó un momento, asombrado como estaba por las palabras de su Señor.
-Pero -vaciló-, ¿podrán imitar los hombres a una familia perfecta?, ¿no se desalentarán?
-Por supuesto que podrán: porque será perfecta según Dios, no según los hombres. Será perfecta por sus integrantes, no por sus posesiones; por sus virtudes, no por sus apariencias. Y, aunque sea perfecta, no carecerá de penalidades. ¡Imagínate!, llegaré al mundo como un niño no buscado; porque mis padres, María y José, se han propuesto vivir como hermanos. Por eso, tu anunciación será una contradicción para mi madre, quien escogió la virginidad para agradar a Dios, y a la vez inquietará a mi padre, quien desconocerá la sobrenaturalidad del embarazo -concluyó, expresando lo venidero.
-Bueno -dijo Gabriel-, pero esa situación no incumbe a todas las familias: sólo a unas cuantas.
-Tienes razón, Gabriel. Aunque sábete que sí es necesario que padezcan estos problemas, pues son aprietos que desgarran el alma. Pero, para satisfacer tu curiosidad, te diré que mi familia será, sobre todo, modelo de amor: y el amor, es una virtud que todos pueden imitar. Por darte un ejemplo, te diré que Yo seré perseguido desde mi nacimiento, y, sin embargo, mis padres preferirán expatriarse a entregarme a la espada. Ya verás después cómo se persigue a la familia, y comprenderás lo heroico que resulta abandonar el propio país para salvar a los seres queridos.
El ángel volvió a repasar meditativo las palabras de su Señor con una mezcla de asombro.
-Señor -se atrevió a decir-, Tú sabes que nosotros, los ángeles, no tenemos familia. Tú nos formaste a cada uno por separado, al igual que formas las almas de los hombres; pero sin concedernos descendencia ni ascendencia. Nosotros desconocemos qué es tener un padre o una madre, hijos o hermanos. Por eso, disculpa mi pregunta: ¿podrías decirme qué beneficios encierra una familia?
-¡Claro! El primero y el más grande, es el amor que se fomenta e intercambia entre sus miembros: éste produce una profunda alegría. El segundo, que es su consecuencia, es la unidad: ésta impregna el ambiente de verdadera amistad. Y el tercero, es su capacidad de influir en la sociedad, impregnándola de las virtudes familiares.
-Señor -dijo el ángel emocionado-, ¡qué grandiosa debe ser una familia!
-Y lo es Gabriel... ¡sí que lo es! Ahora comprendes, ¿por qué quiero una?
-Sí, Señor -exclamó radiante-. Y tanto que yo también quisiera tener una familia.
Acabado el diálogo, Gabriel descendió, enviado por Dios, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen llamada María. Y entrando, le dijo:
-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella se preocupó mucho por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
-No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios...
- ¿Listo para bajar a la tierra? -oyó tras de sí.
-Claro, Señor -le respondió el arcángel con una sonrisa-, aunque te he de decir que nunca he estado tan nervioso.
- Es normal, sientes que la misión te sobrepasa. Pero créeme, tú eres el ángel indicado... tú eres mi mensajero -señaló, recordándole el significado de su nombre.
Después, ambos bajaron otra vez la cabeza y posaron su mirada en María, quien aseaba con cuidado la casa de sus padres.
-Señor -dijo el arcángel con reverencia, sin dejar de ver a María-, ¿por qué quieres tener una familia? Digo, que te hagas hombre, jamás lo comprenderé; pero, que quieras ser en todo igual a ellos y que desees recorrer todas las etapas de su vida... creo que me cuesta un poco más -suspiró.
Jesús miró con amor al arcángel, y respondió:
-Gabriel, me alegra escuchar tu pregunta -exclamó con verdadera felicidad. Tú sabes que los planes divinos siempre son razonables -Hizo una pausa-. Bueno, razonables a nuestra manera -dijo, sonriendo con dulzura-. Tú piensas que no hay necesidad para encarnarme en una familia, pero Yo te digo que no hay nada más acogedor y necesario. Acogedor, porque cuando Yo me encarne y abrigue en su seno, me sentiré tan confortado como en la Trinidad misma, pues la familia es su mismo reflejo.
El ángel quedó boquiabierto ante esta increíble revelación. Dentro de sus múltiples conocimientos, jamás habría reparado en esta grandiosa verdad.
-Y es necesaria -continuó el Señor-, porque ejerce un papel fundamental en la sociedad humana: es su corazón mismo. Desde ella, se edifican las naciones o se destruyen los pueblos. Ella es la cuna del progreso y la salvaguarda de las buenas costumbres. ¡Ya te imaginarás cuán grata es para mi corazón! -Hizo una breve pausa, y continuó-: Con mi nacimiento, no sólo haré sagrada la familia, sino que les enseñaré a vivir en ella.
El ángel titubeó un momento, asombrado como estaba por las palabras de su Señor.
-Pero -vaciló-, ¿podrán imitar los hombres a una familia perfecta?, ¿no se desalentarán?
-Por supuesto que podrán: porque será perfecta según Dios, no según los hombres. Será perfecta por sus integrantes, no por sus posesiones; por sus virtudes, no por sus apariencias. Y, aunque sea perfecta, no carecerá de penalidades. ¡Imagínate!, llegaré al mundo como un niño no buscado; porque mis padres, María y José, se han propuesto vivir como hermanos. Por eso, tu anunciación será una contradicción para mi madre, quien escogió la virginidad para agradar a Dios, y a la vez inquietará a mi padre, quien desconocerá la sobrenaturalidad del embarazo -concluyó, expresando lo venidero.
-Bueno -dijo Gabriel-, pero esa situación no incumbe a todas las familias: sólo a unas cuantas.
-Tienes razón, Gabriel. Aunque sábete que sí es necesario que padezcan estos problemas, pues son aprietos que desgarran el alma. Pero, para satisfacer tu curiosidad, te diré que mi familia será, sobre todo, modelo de amor: y el amor, es una virtud que todos pueden imitar. Por darte un ejemplo, te diré que Yo seré perseguido desde mi nacimiento, y, sin embargo, mis padres preferirán expatriarse a entregarme a la espada. Ya verás después cómo se persigue a la familia, y comprenderás lo heroico que resulta abandonar el propio país para salvar a los seres queridos.
El ángel volvió a repasar meditativo las palabras de su Señor con una mezcla de asombro.
-Señor -se atrevió a decir-, Tú sabes que nosotros, los ángeles, no tenemos familia. Tú nos formaste a cada uno por separado, al igual que formas las almas de los hombres; pero sin concedernos descendencia ni ascendencia. Nosotros desconocemos qué es tener un padre o una madre, hijos o hermanos. Por eso, disculpa mi pregunta: ¿podrías decirme qué beneficios encierra una familia?
-¡Claro! El primero y el más grande, es el amor que se fomenta e intercambia entre sus miembros: éste produce una profunda alegría. El segundo, que es su consecuencia, es la unidad: ésta impregna el ambiente de verdadera amistad. Y el tercero, es su capacidad de influir en la sociedad, impregnándola de las virtudes familiares.
-Señor -dijo el ángel emocionado-, ¡qué grandiosa debe ser una familia!
-Y lo es Gabriel... ¡sí que lo es! Ahora comprendes, ¿por qué quiero una?
-Sí, Señor -exclamó radiante-. Y tanto que yo también quisiera tener una familia.
Acabado el diálogo, Gabriel descendió, enviado por Dios, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen llamada María. Y entrando, le dijo:
-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella se preocupó mucho por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
-No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios...
Autor: Gustavo Velázquez Lazcano, LC
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