No podemos pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, al modo de pensar y de sentir nuestro.
Autor: P. Fernando Pascual LC
Autor: P. Fernando Pascual LC
La idea se repite hoy como en el pasado: muchos no creen en Dios porque (dicen) Dios no hace lo suficiente para darse a conocer.
En otras palabras, la falta de fe de miles de personas sería "culpa" de un Dios que no manifiesta suficientemente su presencia, su poder, su mensaje.
Algo parecido ocurrió en tiempos de Cristo. Escribas y fariseos piden un signo: "Maestro, queremos ver una señal hecha por ti" (Mt 12,38).
Al pie de la Cruz, entre burlas e insultos, los sacerdotes gritan: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: -Soy Hijo de Dios-" (Mt 27,42-43).
Después de dos mil años de historia, la petición reaparece. Frente a los males del mundo, ante las injusticias que padecen los más desamparados, en un mundo lleno de guerras, infidelidades, abortos, injusticias, ¿por qué no se manifiesta Dios? ¿Por qué no se hace más visible?
En su libro "Jesús de Nazaret", el Papa Benedicto XVI recoge la voz de los siglos que vuelve una y otra vez a exigir señales para poder dar el paso de la fe: "si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee".
No nos damos cuenta del error que cometemos con una petición como esta: pedirle a Dios pruebas según nuestro modo de pensar, según la mentalidad científica, filosófica o incluso "religiosa" de nuestro tiempo, es pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, a los modos de pensar y de sentir de las personas y de los grupos.
En el libro antes citado, Benedicto XVI muestra esta idea: "La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de Él. Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y, con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo".
No podemos obligar a Dios a manifestarse según nuestras categorías. Somos nosotros los que estamos invitados a abrir el corazón y a descubrir un número incontable de señales, que van desde las maravillas del mundo creado hasta la generosidad infinita de la Muerte de Cristo para salvarnos.
Cada uno, frente a los signos que tenemos, conserva su libertad. En palabras atribuidas a Pascal, “Dios nos ha dado evidencia suficientemente clara para convencer a aquellos con un corazón abierto, pero suficientemente vaga de modo que no obligue a aquellos cuyos corazones están cerrados”.
Dios no tiene que hacer algo más para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo lleguemos a conocerlo y amarlo. Somos nosotros los que tenemos que abrir el corazón y la mente para reconocerlo presente en el mundo y en la historia. Entonces el milagro de la fe se hará posible, hoy como en el pasado, en millones de personas. Y el paso a la caridad se convertirá en la culminación de un camino que nos lleva a repetir, como aquel pescador de Galilea: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
En otras palabras, la falta de fe de miles de personas sería "culpa" de un Dios que no manifiesta suficientemente su presencia, su poder, su mensaje.
Algo parecido ocurrió en tiempos de Cristo. Escribas y fariseos piden un signo: "Maestro, queremos ver una señal hecha por ti" (Mt 12,38).
Al pie de la Cruz, entre burlas e insultos, los sacerdotes gritan: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: -Soy Hijo de Dios-" (Mt 27,42-43).
Después de dos mil años de historia, la petición reaparece. Frente a los males del mundo, ante las injusticias que padecen los más desamparados, en un mundo lleno de guerras, infidelidades, abortos, injusticias, ¿por qué no se manifiesta Dios? ¿Por qué no se hace más visible?
En su libro "Jesús de Nazaret", el Papa Benedicto XVI recoge la voz de los siglos que vuelve una y otra vez a exigir señales para poder dar el paso de la fe: "si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee".
No nos damos cuenta del error que cometemos con una petición como esta: pedirle a Dios pruebas según nuestro modo de pensar, según la mentalidad científica, filosófica o incluso "religiosa" de nuestro tiempo, es pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, a los modos de pensar y de sentir de las personas y de los grupos.
En el libro antes citado, Benedicto XVI muestra esta idea: "La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de Él. Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y, con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo".
No podemos obligar a Dios a manifestarse según nuestras categorías. Somos nosotros los que estamos invitados a abrir el corazón y a descubrir un número incontable de señales, que van desde las maravillas del mundo creado hasta la generosidad infinita de la Muerte de Cristo para salvarnos.
Cada uno, frente a los signos que tenemos, conserva su libertad. En palabras atribuidas a Pascal, “Dios nos ha dado evidencia suficientemente clara para convencer a aquellos con un corazón abierto, pero suficientemente vaga de modo que no obligue a aquellos cuyos corazones están cerrados”.
Dios no tiene que hacer algo más para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo lleguemos a conocerlo y amarlo. Somos nosotros los que tenemos que abrir el corazón y la mente para reconocerlo presente en el mundo y en la historia. Entonces el milagro de la fe se hará posible, hoy como en el pasado, en millones de personas. Y el paso a la caridad se convertirá en la culminación de un camino que nos lleva a repetir, como aquel pescador de Galilea: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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