"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 3 de julio de 2017

Dios no se resigna a perder a Tomás...a nadie



Vamos a contemplar la figura de Santo Tomás a la luz de ese amor de Dios, hoy que celebramos su fiesta.

El Apóstol llamado Tomás en los Evangelios (Mt 10, 3; Mc 3,18, Lc 6,15) es apodado "Dídimo" que significa "gemelo" (Jn 11,16). Entra casi en el Evangelio de una forma silenciosa. Sus primeras palabras afirman en una ocasión su deseo de morir con Jesús (Jn 11, 16).

Posteriormente se manifiesta con un estilo racionalista ante las palabras de Jesús, asombrándose de cómo se puede conocer un camino, no sabiendo a dónde se va (Jn 14,4). Finalmente conocemos su incredulidad ante el hecho de la Resurrección ( Jn 20, 24-29) y su presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2, 1-14).

Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. La tradición le asigna como actividad misionera Persia y la India. La ciudad hindú de Calamina, donde se supone que murió, no ha sido identificada. Santo Tomás murió mártir Sus restos fueron traslados a Edesa.

Vamos a contemplar la figura de Sto. Tomás a la luz de ese amor de Dios que siempre persigue al hombre para que se salve y llegue al conocimiento de la verdad. Es una de las formas más bellas de ver la misericordia divina.

Dios siempre persigue al hombre cuando éste se sale del camino del amor y de la verdad que él le ofrece. La misericordia no es tanto una actitud pasiva de Dios, siempre dispuesto a perdonar, cuanto una acción de Dios positiva consistente en buscar la oveja perdida una y otra vez. El Evangelio está lleno de imágenes bellísimas de este estilo de Dios. Desde el buen Pastor que abandona el rebaño a buen recaudo para ir a buscar a la oveja perdida, hasta ese Cristo que providencialmente se hace presente siempre allí donde alguien le necesita, la realidad es que Dios persigue al hombre una y otra vez ofreciéndole su Corazón abierto para que vuelva.

La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él.
Desde el momento en que Dios crea a cualquier ser humano, esa persona se convierte en objeto inmediato del amor de Dios. A partir de ahí Dios se hace garante de un compromiso destinado a lograr, respetando la libertad humana, la salvación del hombre. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado, Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará.

Desgraciadamente el hombre con frecuencia toma a broma este amor de Dios. Cree que la misericordia divina consiste en burlarse del amor de Dios que siempre terminará perdonando, incluso sin que medie la petición de perdón. Así muchos seres humanos juegan inconscientemente a lo largo de la vida con la misericordia divina, olvidándose de aquellas palabras de S. Pablo: "Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación". En esta actitud se da un equívoco de fondo. Nada tiene que ver la Misericordia infinita de Dios con la certeza de que el hombre va a estar dispuesto a pedir perdón un día. La Misericordia divina siempre estará asegurada; no así la petición de perdón del hombre. La Misericordia divina necesita la actitud humilde del hombre que reconoce su mentira, su equivocación, su deslealtad al amor de Dios.

A pesar de los pecados cometidos, una y otra vez, nunca hay motivo o razón para dudar de la Misericordia divina. El amor de Dios es más grande que nuestros pecados, por terribles que fueran. Ahí tenemos a Pedro, a Zaqueo, a la mujer adúltera, a tantas personas pecadoras con quienes Cristo se encontró. Nunca encontraron en él el reproche amargo, el rechazo cruel, la crítica amarga. Al revés, todos los pecadores, que reconocieron su pecado, encontraron en Cristo el perdón, el aliento, el ánimo, la esperanza que tanto les ayudó a encontrar el camino de la paz y del bien. No deja de tener un significado muy consolador esa imagen del Crucificado, en la que Cristo, clavado en la Cruz, tiene los brazos abiertos para siempre, convirtiéndose así en la imagen de ese Dios que siempre espera, que siempre acoge, que siempre abraza.
Por: P. Juan J. Ferrán



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domingo, 2 de julio de 2017

Es difícil renunciar a sí mismo y cargar la cruz



Cuando Cristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.
No sé si a usted le ocurre lo mismo que a mí. Algunas expresiones del Evangelio me han sido difíciles de entender, cuanto más de vivirlas.

Una de ellas es la que el Santo Padre ha propuesto a los jóvenes: “En esta ocasión, deseo invitarles a reflexionar sobre las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: Si alguno quiere venir en pos de mí – Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23).

De las tres condiciones que Cristo pone (renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle), la primera me ha creado más dificultades de comprensión.

Parecería que Jesucristo y el mismo Papa no saben mucho de psicología y sociología humana, pues “el hombre tiene arraigado en el profundo de su ser la tendencia a pensar en sí mismo, a poner la propia persona en el centro de los intereses y a ponerse como medida de todo”. ¿Cómo, entonces, se les ocurre pedir al hombre, y más aún al joven, que renuncie a sí mismo, a su vida, a sus planes?

En realidad, “Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar”. He aquí el elemento que nos hace entender las palabras evangélicas. En realidad no se nos pide renunciar sino todo lo contrario. Se nos pide y recomienda acoger, y en concreto, acoger toda la grandeza de Dios.

Quizá un ejemplo nos ayude a entender este juego verbal entre renunciar y acoger. Cuando unos recién casados me piden bendecir su hogar me muestran, una por una, las dependencias de la casa: el comedor, la cocina -- ¡para que no se le queme la comida!, suelen comentar los maridos --, la sala de estar, la habitación del matrimonio -- me da mucho gusto cuando la preside un crucifijo o una imagen de la Virgen -- y la habitación de los niños. Ésta ordinariamente, como todavía no han llegado los bebés, está llena de todos los regalos de boda. No falta el comentario de la esposa que se excusa porque todavía no ha tenido tiempo de revisar todos los presentes recibidos.

Pero, he aquí que llega la cigüeña y es necesario preparar la habitación para el bebé. ¿Qué se hace? ¿Se renuncia a los regalos? ¡Ni mucho menos! El deseo de acoger al primer hijo, plenitud del amor y de la vida de los nuevos esposos, les mueve a buscar lugares en el hogar dónde colocar los regalos de modo ordenado.

El modo de actuar de los primerizos papás es algo parecido a lo que Cristo nos pide. Como la alegría del primer bebé ordena las cosas del hogar, así cuando “el seguimiento del Señor se convierte en el valor supremo, entonces todos los otros valores reciben de aquel su justa colocación e importancia”.

”Renunciar a sí mismo - dice el Papa - significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios”. Pero debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de nuestra vida.

Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos, como los llama el Santo Padre, se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás. En realidad, el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que nos ayude a ser ese bien para los demás. “La vida verdadera se expresa en el don de sí mismo”.

A la autolimitación del hombre que “valora las cosas de acuerdo al propio interés”, se nos propone la apertura a la plenitud de los intereses de Dios. Se nos invita a obrar con plena libertad aceptando los planes de Dios, que siempre serán mejores que los nuestros. No se nos quita la capacidad de decidir. Por el contrario, se nos ofrece la oportunidad de que nuestra libertad escoja en cada momento lo mejor para nosotros, que es la voluntad de Dios.

Por último, a la actitud humana de “cerrarse en sí mismo”, permaneciendo aislado y sólo, se nos propone el vivir “en comunión con Dios y con los hermanos”. No se nos pide dejar de ser nosotros mismos. Más bien, se nos invita a valorar lo que somos, hasta el punto de considerarnos dignos para Dios y para los demás.

En resumen, cuando Jesucristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.
Por: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez



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sábado, 1 de julio de 2017

Héroes



Un hombre que ama sacrificialmente a su mujer se convertirá en un héroe para ella y para sus hijos.

Las historias de héroes nos fascinan porque resaltan la valentía que tienen algunos seres humanos para arriesgar sus vidas, rescatar, salvar o sacrificarse por otras personas. Normalmente, una persona puede tener un acto de valor como ese a favor de los niños o de sus seres más queridos. Pero otros van más allá y pueden incluso arriesgarse por salvar a otras personas sin siquiera conocerlas.
En el caso de Jesucristo, Él puso su vida por justos y pecadores, de manera voluntaria. Si bien pudo haberse negado al mandato de su Padre, no lo hizo. Decidió entregar su vida en sacrificio vivo por todos nosotros, a fin de que pudiéramos alcanzar la redención y el perdón de nuestros pecados. De modo que Cristo se constituyó en el más grande héroe de la historia. Es por eso que lo llamamos Salvador.
Por otra parte, dentro del vínculo matrimonial, el hombre es llamado a ser cabeza de la mujer y del hogar, a ser el líder, a ser la máxima autoridad. Dentro de esta posición que Dios le encargó, el hombre debe buscar la visión, la misión y la dirección de su familia, de modo que tome las decisiones correctas, no sólo para sí mismo sino para su esposa y sus hijos también. Para ello requiere de sabiduría y sujeción a Dios.
Ahora bien, con el propósito de tener el respeto de su esposa e hijos, el hombre requiere integridad, humildad, amor y dominio propio. El marido debe amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia, es decir, con entrega total, con amor incondicional, con firmeza y con sacrificio. Esto lo coloca en la posición de “héroe” frente a su familia. La admiración, la sujeción y el respeto por parte de su esposa serán automáticos cuando la santidad de él y su entrega hacia ella sean incuestionables.
El verdadero sentido de ser “cabeza” de familia no es simplemente dar órdenes, imponer reglas sin sentido, demandar ser atendido, ser servido sin servir, ser autoritario, tomar decisiones sin considerar a nadie más, ignorar la sabiduría de su esposa, pasar por alto los intereses de la familia o llevar a ésta a una situación donde sólo la opinión de él cuente.

Ser líder significa primordialmente ser quien guía, conducir a su esposa con delicadeza, amor y respeto hacia una forma de vida que agrade a Dios. Ser cabeza significa ser el responsable del bienestar y el destino de toda una familia, ser el principal proveedor, hacerse cargo de las situaciones y necesidades diarias de su esposa e hijos, ser el primero en servir a los demás, ser el mayor ejemplo de sacrificio, dedicación y lealtad para los demás.
Sin embargo, el hombre debe tener el deseo genuino de liderar a su familia, agradar al Señor antes que a los hombres, disponer su tiempo íntegramente, obedecer los mandamientos de Dios y esforzarse en su propia santificación. De este modo, el hombre se refina como criatura de Dios, alcanza un nivel de madurez espiritual y recibe la aprobación divina, así como el honor por parte de su familia.
Un hombre respetado es siempre un hombre primeramente amado. El respeto no surge de la imposición sino de la admiración. Un hombre que ama sacrificialmente a su mujer se convertirá en un héroe para ella y para sus hijos. Un hombre de familia es un hombre de valor, apreciado por la gente y por sus verdaderos amigos. La caballerosidad no es otra cosa que pequeños actos y detalles de sacrificio que reafirman la masculinidad, la fuerza, el señorío y la protección del hombre hacia la mujer.
La mujer necesita un compañero leal, un hombre de Dios a su lado, un hombre intachable en quien confiar, un hombre fuerte en quien apoyarse. La mujer encuentra su seguridad en un varón íntegro, dispuesto a la lucha diaria y al sacrificio necesario. Ella responderá con su vida a las demostraciones de amor de su marido, porque la mujer necesita un héroe a quien admirar, un hombre de verdad a quien amar.
Por: Maleni Grider | Fuente: www.somosrc.mx



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viernes, 30 de junio de 2017

El valor de la gratitud



Nuestros hijos: ¿Verdaderamente se merecen todo? ¿No será mejor que se ganen las cosas?

En nuestros días es muy común que nuestros hijos sientan que se merece todo sólo por querer tenerlo. La sociedad nos ha cambiado la escala de valores y nos ha impuesto que así debe ser.
Pero, ¿verdaderamente se merecen todo? ¿No será mejor que se ganen las cosas?
Aquí están 5 tips para educar a nuestros hijos en el valor de la gratitud.
PRIMERO. ENSEÑALOS A GANARSE LAS COSAS
La sociedad actual ha mal educado a nuestros hijos ya que les ha propuesto que crean que todo lo que quieren lo pueden tener con solo pedirlo y por el hecho de ser nuestros hijos; y que nosotros como papás estamos obligados a dárselos a costa de lo que sea.
Esto lo han permeado en la sociedad las grandes marcas que lo único que buscan es el consumismo y nuestros hijos, que no tienen un conciencia bien formada por su corta edad, caen en la trampa.

Por eso debemos enseñarlos a que no todo lo que quieren lo pueden tener en el momento, que es mejor que las cosas se las ganan con su esfuerzo.
Esto los hace valorar más las cosas y que por lo mismo sean más cuidadosos con ellas.
¿Cómo se las pueden ganar? Primero pueden hacer sus labores de casa con más gusto, también pueden ganar puntos extra haciendo labores extraordinarias como lavar el coche o barrer la calle por poner un ejemplo.
Yo se que nuestros hijos no trabajan como para comprarse sus cosas, pero si pueden ahorrar sus domingos o el dinero que les vayan regalando para contribuir a obtener lo que quieren, en caso de que sean cosas materiales; porque también nos pueden pedir cosas como ver un programa en la televisión, comer algo a deshoras o jugar un videojuego por horas sin fin. Y para eso es mejor ganar puntos.
¿Por qué les digo esto? Porque cuando no se dan cuenta nuestros hijos de lo que cuesta tener las cosas no las agradecen y además, las desperdician.
Si están pequeños es más fácil por que les puedes inculcar el valor poco a poco y así lo verán como lo más normal, pero si ya son adolescente podemos hablar con ellos y hacer un plan de acción juntos para fortaleces su voluntad y lograr que se ganen las cosas.
Con mis hijos llegamos a estos acuerdos y los pusimos en una cartulina en un lugar visible para que no se les olvide y así, cuando logran puntos, los anotan para llevar la cuenta.
SEGUNDO. ÁRMATE DE VALOR.
En verdad es algo difícil no darles todo lo que nos piden porque seguro habrá una reacción de berrinche o de reclamo pero es muy importante que comencemos con esto lo antes posible. ¡Nunca es tarde para arreglar las cosas!
Nuestros hijos nos deben ver tranquilos y centrados para que no sea un castigo sino que entiendan que es una virtud lo que se les pide.
Es así que las acciones que implementamos para inculcar un valor no puede ir rodeadas de gritos o de castigos.
Bien recuerdo a una querida amiga que siempre ha sido un ejemplo para mi. Nunca vi que les gritara a sus hijos, tan sólo les decía “Acuérdate de la obediencia” o “Acuérdate de la gratitud” con un tono de tranquilidad que convencía. La verdad es que ahora sus hijos son hombres y mujeres de bien y lo que no les he dicho es que ella tiene ocho.
Yo lo he aplicado con mis hijos y he comprobado que obtengo más resultados con éste método, además de que el ambiente familiar es de mayor tranquilidad.
TERCERO. POR FAVOR Y GRACIAS
Una forma muy buena de comenzar a agradecer las cosas es decirlo, aunque sea por costumbre o por obligación.
Cuando nuestros hijos están pequeños es muy importante enseñarles a decir las palabras mágicas, “Por favor” y “Gracias”.
¿Cómo lo logramos? Primero que nada debemos estar pendientes de que cuando nos pidan las cosas digan por favor y si no lo hacen debemos tener cuidado de nosotros decirlo y hacer que ellos lo repitan.
Yo les repetía la frase completa, por ejemplo, “Me das agua por favor” así nuestros hijos irán aprendiendo poco a poco.
Con el tiempo ya sólo les tenía que ayudar completando su frase preguntando “¿Por?” así ellos completaban con “Favor”. ¡Sólo fue cuestión de tiempo!
Cuando ya están más grandes, también debemos tener cuidado de corregirlos y de exigirles que pidan las cosas de buena manera y con las palabras adecuadas, sin olvidar el “Por favor” y “Gracias”.
A veces nuestros adolescentes olvidan estas palabras, un poco estimulados por las hormonas y otras veces por sus amigos que les aconsejan que exijan lo que quieren.
Es aquí cuando es muy importante ser amigos de nuestros hijos y así poder platicas todo esto para evitar que caigan en las trampas de la sociedad consumista.
CUARTO. QUE NO PONGAN SU FELICIDAD EN LAS COSAS
Otro punto importante es que debemos enseñarles a ser felices con lo que tiene y a agradecer a Dios por todo.
Debemos hace conciencia en nuestros hijos que todo lo que tenemos es por gracias de Dios y que no deben poner su felicidad en las cosas sino en el hecho de que Dios los ama y nos regala lo que necesitamos, siempre que sea un medio para nuestra salvación.
Si nuestros hijos no comprenden esto, es seguro que serán infelices y que harán todo para conseguir las cosas que quieran no importando que san cosas fuera de la realidad o que van contra las normas o leyes.
Eso es un peligro porque entonces estamos haciendo delincuentes en potencia.
La gratitud con Dios siempre es un freno y nos da la humildad que necesitamos para no olvidar que somos creaturas dependientes de Dios.
Y un signo visible de ésta gratitud con Dios es que también sean agradecidos con nosotros sus papás y con las demás personas.
QUINTO. EDUCA CON EL EJEMPLO
Creo que esto lo escribo cada semana, pero es una realidad y es muy importante que lo tengamos muy claro. Nuestros hijos aprenden más de lo que viven que de lo que escuchan.
Por eso es de vital importancia que nuestros hijos vean que le agradecemos a Dios todo lo que tenemos, lo bueno y lo malo; así ellos verán como lo más normal ser agradecidos con Dios y con los demás.
Por: Silvia del Valle | Fuente: www.tipsmama5hijos.com





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