"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 3 de agosto de 2016

Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera



¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar?

Los hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad, aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.

¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3). Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha esperado, espera y esperará.

¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano.

¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.

Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.

En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.
Por: P. Juan P. Ferrer

martes, 2 de agosto de 2016

Ponerme entre tus manos



Te dejaré entonces guiar mis pasos, sostener mi corazón, curar mis heridas, perdonar mis pecados.

Un momento de pausa. El sol inicia su caída. La noche avanza con prisas. Llega el tiempo necesario para descansar. El camino no termina. Dejo para mañana el inicio de una nueva etapa.

¿Qué ha sido de este día? ¿Qué pude sembrar? ¿Qué recibí? ¿Dónde estuvo anclado mi corazón? ¿Hacia dónde dirigí mi mirada?

Hoy avancé entre dudas y certezas, alegrías y penas. Tuve ratos de luz y momentos de oscuridad. El camino sigue allí, y mañana tendré que reemprender la marcha.

Las noticias a mi alrededor hablan de guerras y de crímenes, de injusticias y de hambres, de pecados y de angustias. El mundo no consigue esa felicidad que tanto anhela.

Mientras, hombres y mujeres desconocidos levantan sus manos y dirigen una oración al Dios que hizo el cielo y la tierra, que nos sueña y nos espera, que nos perdona y nos salva.

Mi vida pende de un hilo frágil. Hoy tomé decisiones, inicié proyectos, fracasé y empecé de nuevo. La salud me sostuvo, pero mañana puede llegar ese accidente tan temido. O, Dios lo quiera, esa ayuda que viene de lo alto y limpia las heridas de mi alma.

No hay certezas en este mundo inquieto. Sólo puedo mirar al cielo y descubrir, más allá de las tinieblas, la belleza del hogar en el que el Padre espera a cada uno de sus hijos.

Ante el camino que me espera necesito, simplemente, ponerme entre tus manos, abandonarme a tu Amor. Te dejaré entonces guiar mis pasos, sostener mi corazón, curar mis heridas, perdonar mis pecados. Permitiré que seas ese Amigo íntimo que escucha y aconseja, que acaricia y que levanta, que salva y que acompaña

Por: P. Fernando Pascual LC

lunes, 1 de agosto de 2016

Confío en Ti, Señor



Espero en Ti porque eres fiel a tus promesas. Tú cumples siempre. El hombre casi nunca. Por eso tengo la certeza de tus promesas.

Confío en Ti, porque eres completamente de fiar. Eres la misericordia sin orillas ni fronteras. Misericordia que ha perdonado, perdona y seguirá perdonando.

Cuanto necesito de esa misericordia y bondad, yo que soy tan pecador. Espero en Ti porque eres la misericordia infinita. Si yo supiera, si yo creyera que tu bondad y misericordia no tienen medida, me sentiría para siempre seguro y tranquilo. Si eres la misericordia infinita, haz que sea también infinita mi confianza.

Todo lo perdonas, aun los más horrendos pecados, si hay un poco de arrepentimiento y humildad. No cabe desesperanza en el corazón de los más grandes pecadores. El perdón de Dios siempre es mayor.

Espero en Ti porque eres fiel a tus promesas. Tú cumples siempre. El hombre casi nunca. Por eso tengo la certeza de tus promesas. Un día las disfrutaré de seguro. Mientras alimento mi esperanza.

La confianza tan necesaria... Las penas son grandes a veces y la esperanza no alcanza. Él nos ha dicho: Confiad totalmente en Mí. Nuestra mente nos dice: No saldrás del hoyo. Así piensan los que se suicidan.

Jesús dice: No os preocupéis... Nuestro refrigerador vacío, la tarjeta vencida, los pagos de la casa sin hacer, la falta de trabajo, no tienes remedio...

La mente y los ojos ven, constatan y deciden en consecuencia. No hay remedio. La fe no constata, se fía de un ser omnipotente e infinitamente misericordioso y elige confiar a pesar de todas las evidencias.

Realmente para Dios el resolver mis problemas es de risa. No le cuesta nada, nada. Y pensar que sólo depende de que yo haga un acto de fe y confianza. Jesús en Ti confío.

Todo lo obtendréis... Reto a cada uno de mis oyentes a que tengan esta clase de fe que mueve montañas. La fe mueve montañas, sí, pero solo las que uno se atreve a mover.

Les decía que para los que no tienen trabajo, y sí muchas deudas empiecen a dar algo de lo que todavía tienen, que pidan por los más necesitados que ellos. Y se llevarán la gran sorpresa, Pero esto sólo lo harán los que tienen confianza en Dios.

Problemas de un esposo, hijo o hija que está tercamente alejado de Dios…Oren con confianza inquebrantable de que Dios les concederá la gracia pedida. Pero deben superar la gran prueba: el no ver resultados durante un tiempo o incluso el ver que la situación empeora. Confiar significa continuar orando con la misma seguridad. Y el milagro llegará. Ha llegado ya para muchos y muchas que han orado con esa confianza.

En el evangelio no hay ni un caso de enfermedad o necesidad que no haya sido atendido cuando Cristo encontró una fe como ésa. La siro fenicia... El Centurión y su siervo... La hemorroísa... El leproso...

Problemas duros: Mi hijo está en la cárcel, estoy en quiebra económica, mi matrimonio anda naufragando... alguien de mi familia se fue a otra religión, o anda muy alejado de Dios…Esas personas tienen un reto magnífico, valiente: La confianza mayor que el problema.

La misma confianza que tienes en Dios, tenla en María Santísima. Si vosotros que sois malos dais buenas cosas a vuestros hijos... cuanto más vuestro padre celestial... Si vosotros que sois malos dais buenas cosas a vuestros hijos, cuanto más vuestra madre Celestial...

¿Crees que Ella no puede, crees que Ella no quiere...? El amor que Ella te tiene es como para darte todas las cosas del mundo, con más razón la pequeña cosa que le pides. Problema de confianza, siempre es problema de confianza.

¿Cómo se adquiere la confianza? Pidiéndosela a Dios y a María Santísima y ejercitándola en pequeños y repetidos actos de confianza. Confío en que me ayudarás a tener hoy qué comer, cómo pagar mis deudas, como conseguir trabajo, cómo lograr que mi hijo o hija regrese al buen camino...

Hay, además, una fórmula secreta para obtener cosas que uno necesita: y consiste en dar.

Parece contradictoria pues, si no tengo, qué voy a dar. Siempre el más pobre puede dar algo de lo que tiene. Al dar algo parece empobrecerse de momento, pero hay una ley que se cumple siempre: el que da, recibe. Claro, al que no está acostumbrado a ese modo de proceder o no lo ha experimentado, le cuesta creerlo. Pero yo le reto a que haga la prueba.

Muchos y muchas de Uds. han dado un ejemplo de esto: comprometerse con una ofrenda de amor mensual sin saber si van tener. Pueden estar seguros que se cumplirá lo del profeta Elías con la viuda de Sarepta: No faltará la harina ni el aceite en tu casa hasta que Dios mande la lluvia del cielo... Y así sucedió. Los que han hecho anteriormente la experiencia, lo saben.

Por eso las y los que se han decidido a colaborar en esta obra de evangelización no sólo ayudan económicamente, alargando la vida de Guadalupe radio, sino que han hecho un gran acto de valentía y de confianza en Dios.

Dejo en tus manos, Señor, mi vida entera: Mi pasado, mi presente y mi futuro. También el día de mi muerte. Yo no sé cuándo será ni cómo pero no importa. Me importa que lo sepan las dos personas que más me aman en este mundo, Tú y tu Madre santísima que es también mía. Por eso no tengo miedo a la muerte.
Por: P Mariano de Blas LC

domingo, 31 de julio de 2016

¿Ser pobre o ser rico?



La pobreza debe ser llevada con humildad al igual que la riqueza

Un tema delicado, sin dudas. Contradictorio al menos en apariencia, difícil de poner en palabras que conformen a todo el mundo. Para algunos, vale aquello de que “mas fácil es que pase un camello por el ojo de una cerradura, de que entre un rico al Reino de los Cielos”. Para otros vale aquello de que “la riqueza o pobreza de un alma está en el aspecto espiritual del término, no en el material”. De una forma u otra las Sagradas Escrituras dan referencias que podrían alimentar variadas interpretaciones, especialmente cuando el interesado tiene algún particular ángulo que desea priorizar.
De tal modo, los que se consideran a si mismos como “ricos” tratarán de encontrar en este escrito justificación a su riqueza. Y los que se consideran “pobres” buscarán encontrar aquí consuelo y promesa de “salvación automática”. Ni lo uno, ni lo otro. No es ese el espíritu de las diversas palabras que Jesús nos ha dejado sobre este delicado tema en los Evangelios.
El primer paso es comprender si riqueza material es sinónimo de casi segura condenación del alma. Recordamos el caso del joven rico que quiere seguir al Señor, y Jesús le pone como requisito el dejar atrás bienes y honores, y él tristemente deja alejarse al Salvador, mientras se queda atado a su riqueza. También el caso del rico que no da ni los restos de su comida al pobre que pide en la puerta de su casa. En muchas oportunidades Jesús nos ha marcado el peligro espiritual que acarrean los bienes materiales. Si, pareciera que es un hueco muy estrecho como para que pase el camello famoso.
Pero meditando sobre este asunto recordé a aquellos que fueron los mejores amigos de Jesús en la tierra. Ellos fueron muy probablemente tres hermanos: María Magdalena, Marta y Lázaro, hijos de Teofilo. Quizás la familia más rica de la Palestina de aquella época, en propiedades en Jerusalén, en Betania, y en muchos otros lugares. La casa de Betania era el lugar de descanso preferido de Jesús cuando subía a Jerusalén. A Lázaro y sus hermanas pedía Jesús muchos favores materiales cuando llegaban a El casos desesperantes de gente que necesitaba ayuda. Y los hermanos siempre respondían, fieles al Mesías que ellos habían reconocido en aquel Hombre de Galilea.
Si, los hijos de Teofilo eran ricos, riquísimos, pero supieron merecer la amistad del Señor. Jesús lloró cuando vio la tumba de Lázaro, y de hecho hizo de su resurrección el más impresionante milagro, en fecha ya cercana al Gólgota. Su hermana, María Magdalena, tuvo el honor de ser la primera persona que lo viera Resucitado. Vaya honor, ¿verdad? Nada está narrado por casualidad en los Evangelios, de tal modo que tan particular amistad entre la familia más rica del lugar, y Jesús, tiene que tener un significado profundo.

Leyendo un hermoso libro titulado “La Palabra continúa” encontré esta frase: “El rico que da con amor y caridad verdadera, es el que se hace amar y no envidiar del pobre”. De este modo, aceptar la propia riqueza proveniente de un trabajo honesto de los padres, o del propio digno esfuerzo, no es pecado si se la acepta para hacer buen uso de ella. Por supuesto que la riqueza basada en dinero logrado por malas artes no tiene mucha cabida frente a Dios. Pero la riqueza heredada o lograda con trabajo digno, es una manifestación de la Voluntad de Dios sobre nosotros. El asunto es qué espera Dios que hagamos con esos dones, porque sin dudas que es mucho el bien que, como Lázaro y sus hermanas, se puede hacer desde una buena posición económica y social, adquirida legítimamente.
Vistas así las cosas, el camello puede pasar por el ojo de la cerradura, pero con una responsabilidad y un esfuerzo que hacen la tarea muy difícil. La riqueza parece de esta forma asimilarse a una prueba ciclópea para el alma, más allá de que configura un gran don, una gracia que Dios concede. La gran pregunta de vida que las personas ricas deben hacerse es qué hacer con los bienes que Dios ha puesto en sus manos.
Si la riqueza nos enfrenta a semejantes pruebas espirituales, ¿es acaso la pobreza un don de Dios? Realmente lo es, es una ayuda muy grande que Dios da para encontrar verdadera humildad y sencillez en el corazón, puertas fundamentales para el camino a la santidad. ¿Es entonces pobreza sinónimo de salvación? Sin dudas que no. Un sacerdote amigo me decía que si bien es notable la soberbia de los ricos, es también impactante la soberbia de los pobres.
Me quedé mucho tiempo pensando en sus palabras, hasta que comprendí que se refería al resentimiento y desprecio por aquellos que tienen algo que uno no tiene, sea un bien material, cultural, o incluso espiritual. Ser pobre y vivir amargado por ello, es tan malo espiritualmente como ser rico y no hacer uso de lo recibido para el bien de los demás. En ambos casos se cae en una vida alejada del amor que Dios espera de nosotros.
La pobreza debe ser llevada con humildad también, al igual que la riqueza, haciendo de las carencias un agradecimiento a que Dios no nos somete a la prueba de la abundancia. Difícil tarea, ¿verdad? Suena más difícil que la tarea del rico, de hacer buen uso de lo recibido. Sin embargo, creo yo que, espiritualmente hablando, la tiene más difícil el rico que el pobre. Pero en cualquier caso queda en cada alma el saber como hacer de la situación que nos toca vivir, una oportunidad única de honrar a Dios con amor y verdadera humildad de corazón.
Si ser pobre o si ser rico, son cuestiones de este mundo material en que vivimos, cuestiones muy alejadas del destino de verdadera realeza que nos espera. Riquezas en este mundo, caminos que nos alejan de la genuina riqueza, si no sabemos utilizarlas para beneficio de los demás. Pobrezas y miserias en este mundo, un sufrimiento que puede ayudarnos a encontrar la estrecha senda al Reino, si las aceptamos con alegría de corazón y hacemos de ello un motivo de unión a la Pobreza del Resucitado.
Jesús tuvo una unión muy intensa con pobres, enfermos e indefensos, y una amistad profunda con algunos ricos pero bondadosos. Pero, por sobre todas las cosas, no olvidemos que los que lo enviaron a la Cruz fueron los ricos del lugar que no aceptaron que el Señor viniera a alterar su poder y comodidad, sus riquezas materiales, su dominio sobre los pobres. Y tú, rico o pobre, ¿qué haces con ello?
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

sábado, 30 de julio de 2016

Dios y los males de cada día



Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades...

Dios es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo creemos los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso un pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno y omnipotente si en el mundo encontramos tantos males?

Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en no pocos corazones.

Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la justicia.

Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que ha destrozado sus vidas y las de sus hijos.

Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos, que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: “Yahveh, escucha mi oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día de mi angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto, respóndeme!” (Sal 102,2-3).

La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya fue formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo, su pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego en la tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt 12,28).

Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la victoria del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo contener a Cristo, porque el Amor es omnipotente.

Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica “Lumen fidei”), el creyente sabe que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona los pecados, y que abre horizontes de esperanza y paz para los corazones.
Por: P. Fernando Pascual LC