"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 16 de junio de 2016

La oración más difícil, la que más nos cuesta...



Reflexiones de la oración
Dejar nuestras cosas a un lado, dejarlas por un momento y ponernos solo ante tu presencia, Señor.

A veces, Señor, cuando estoy ante ti, recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando consuelo para mis penas y problemas...

¿Qué le falta a mi oración?

Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo, esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.

Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño. Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu Padre, Señor.

Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y te llevas nuestras peticiones al Padre.

Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto que no nos deja dormir...

Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando, Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.

Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras preocupaciones.

Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.
Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 15 de junio de 2016

EN EL SILENCIO ESCUCHÉ A DIOS



Todo empezó en el silencio de un oratorio.
Aprendí a querer a Jesús desde niño. Estudié en un colegio franciscano. Las dulces monjas nos relataban anécdotas de san Francisco. Y hacían vibrar mi corazón infantil con deseos de santidad.
Frente a mi casa las Siervas de María tenían una capilla. Solía visitarla, por las mañanas antes de ir al colegio. Era la gran ilusión de mi vida. Estar con Jesús.
Al crecer estos sueños de santidad se enfriaron. Me han dicho que cuando te alejas de la luz todo lo que te queda es la oscuridad. Y yo andaba en esa oscuridad, buscando respuestas a mis inquietudes.
Me ocurrió como a san Agustín. Buscaba la verdad cuando la llevaba conmigo.
Una mañana, cansado de buscar me senté en la banca de un parque y le dije:
"Bueno, aquí estoy. Haz de mí lo que quieras. A partir de hoy mi vida es tuya. Ya no quiero más que lo que tú quieras".
Estaba extenuado.
Me sentía como Elías en el Sinaí, cuando cansado le dice a Dios que ya no puede más.
A partir de ese instante sucedieron una cantidad impresionante de hechos. Eran tantos y tan maravillosos que no pude dejar de pensar: "Una vez, es casualidad, dos veces es casualidad, veinte veces seguidas, es Dios".
Y me decidí a escribir sobre mis vivencias con Dios. Contaba con sencillez las experiencias cotidianas de un papá de 4 hijos, casado, expuesto a las vicisitudes del mundo
¿QUÉ QUIERES DE MÍ?
Sabía que Dios buscaba algo de mí, como busca algo de ti.
Había leído la vida de Sor María Romero, una santa que se acercó al Sagrario y le preguntó a Jesús: "´¿Quién soy yo?" y escuchó una voz salida del Sagrario que le respondió: "Tú eres la predilecta de mi Madre y la consentida de mi Padre". Y de ti, quién soy? "¡Mi amada…!"
Se me ocurrió hacer lo mismo. Fui a verlo y le pregunté: "¿Qué quieres de mí?". En medio del silencio escuché una voz interior, dulce, maravillosa, que respondía:
"Escribe. Deben saber que los amo".
Aquella experiencia me dejó marcado, pero al tiempo la olvidé, dejando que otras prioridades movieran mi vida y mis anhelos. Las experiencias con la gracia y la Providencia se multiplicaron. Era como Dios quisiera llamar mi atención. Es un Dios celoso, de nuestro amor.
Ocurrió una tarde que fui a un supermercado a buscar a mi esposa Vida. Me telefoneó que la pasara a recoger. Le había dicho a Dios: "Si quieres que escriba me lo tienes que decir directamente". Vaya que a veces nos comportamos como unos perfectos tontos.
Llegué algo cansado por el trabajo. Me bajé del auto y frente a mí una señora que no conocía me preguntó: "¿Usted es Claudio de Castro?" Sonreí amablemente y añadió: "¿Qué ocurre? ¿Po qué no está escribiendo? Escriba". Aquello me sorprendió. "No puede ser", me decía. Entré al supermercado. Aún me veo caminando por sus pasillos cuando otra señora se me acerca. "¿Usted es el que escribe en Panorama Católico?... ¿Por qué no escribe? Debe escribir". A esta altura mis dudas se habían disipado. Me quedó claro lo que debía hacer. Me acerqué a mi esposa que conversaba con una prima y ésta al verme me dijo: "Tengo algo importante que decirte". "Mensaje recibido", exclamé riendo. "Me vas a decir que escriba". Ella me miró asombrada y preguntó: "¿Cómo lo sabes?" Entonces le conté.
Esa tarde regresé a mi casa y me senté a escribir. Desde entonces no me he detenido.
No pasa un día sin que tenga una experiencia maravillosa con Dios.
Una vez un amigo me preguntó: "´¿Acaso te crees especial?" "Por supuesto", le respondí. "Como tú, soy hijo de Dios, y eso nos hace especiales a todos".
Un amigo dijo estas palabras en un programa de radio: "En mi corazón hay un sello y ese sello dice: Jesús". Me pasó igual. Jesús selló mi alma con su infinito Amor. Encontré un tesoro interminable y ahora no lo cambio por nada.

martes, 14 de junio de 2016

¡Qué bueno que hoy no pasé de largo!



Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.

Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen.

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡Qué bueno que HOY no pasé de largo!
Por: Ma Esther De Ariño

lunes, 13 de junio de 2016

Para fortalecer mi voluntad.........



Existen muchos peligros que no nos dejan practicar nuestra fuerza de voluntad.

Vamos a recordar un poco la definición de la fuerza de voluntad “Es la facultad capaz de impulsar la conducta y dirigirla hacia un objeto determinado, contando con dos ingredientes básicos: la motivación y la ilusión”.

En nuestro artículo anterior dimos a conocer algunas herramientas para fortalecer nuestra voluntad. Algo así como una “gimnasia para fortalecer la voluntad”. Como toda facultad, si no se usa, puede atrofiarse. Y la voluntad también puede atrofiarse cuando no se practica. Existen muchos peligros hoy en día que no nos dejan practicar nuestra fuerza de voluntad. Vamos a explicar algunos de ellos y así estar conscientes del efecto que pueden causarnos en nuestro camino para alcanzar la santidad.

El primer enemigo de nuestra voluntad somos nosotros mismos, es decir, la falta de confianza en nosotros mismos. Al proponernos un ideal tan alto como es el de la santidad nos puede parecer un ideal tan alto que lo convertimos en una quimera, es decir en un sueño, en una idea buena, pero inalcanzable. No nos sentimos capaces de llegar nunca a nuestra meta. Nos descorazonamos antes de comenzar. Esta actitud paraliza de raíz nuestra voluntad, puesto que muy en lo interior de nosotros mismos sabemos que no vamos nunca a ser santos. No se trata de ser ingenuos y pretender alcanzar la santidad sólo con buenos deseos o en un abrir y cerrar de ojos, como tantas veces lo hemos repetido a lo largo de esta serie de artículos. Pero si desde el principio desconfiamos de nosotros mismos, nos desalentamos, entonces paralizamos automáticamente la voluntad.

¿Cómo va a ser posible que la voluntad me lleve a cumplir los propósitos de mi programa de reforma de vida, si en el fondo yo creo que no voy a conseguir nada objetivo en orden a la santidad? Y esta actitud muy bien puede tener su origen en la soberbia o en la sensualidad.

Soberbia porque no quiero dejar de ser como soy para transformarme en lo que Dios quiere que sea. Es una soberbia muy sutil, muy “encaramelada” muy cubierta de buenas formas: “así soy yo”, “yo no he nacido para esto”, “me conformo con no hacer mal a nadie”. Y puede darse también una actitud de sensualidad porque sabemos que el cambio implica sacrificio, dejar posturas cómodas, hábitos arraigados y ante la lucha nos viene temor, dudamos, no estamos seguros de nosotros mismos.

Otro obstáculo para lograr una voluntad grande y fuerte es el formado por nuestros sentimientos. Nos dejamos llevar por los sentimientos de cada día. Hoy puedo haberme levantado con una gran ilusión por ser santo, pero... mi marido no se despidió de mí con un beso como siempre sueles hacerlo..., mi jefe en el trabajo me impuso unas órdenes que a mí no me corresponden cumplir..., el profesor en la clase fue injusto conmigo y me dejó más tarea que a los demás... Y cada uno de estas circunstancias nos golpean nos hieren. Eso es normal. No somos de palo y si Dios nos ha dado una sensibilidad es para enriquecer nuestro espíritu, para vibrar con las necesidades de los demás, para comprender el dolor ajeno. Los sentimientos son pasajeros: van y vienen. Pero nuestra razón debe imponerse a ellos, es más debe aprender a gobernarlos y así, puede aprovechar aquellos sentimientos positivos y rechazar los negativos. Si yo en la mañana me levanto con ganas de comerme el mundo, pero el día que está nublado y lluvioso hace que me deprima y que me quede en la cama o que salga con una cara de enfado y malestar, señal es que soy una persona que se deja llevar por los sentimientos. Si por el contrario, tengo metas claras y una voluntad forme, entonces aprovecharé ese sentimiento positivo con el que amanecí y encauzaré las ganas de comerme el mundo en forma positiva para cumplir con perfección mi deber. Y si el día está nublado pues aplicaré lo de “al mal tiempo, buena cara”. Es decir, que teniendo una voluntad firme, no me dejaré llevar por los sentimientos. Dejarme llevar por los sentimientos es soltar el timón de mi vida y dejarla al garete de las circunstancias, de los hechos, de las emociones. De esa forma el barco no puede llegar a ningún puerto.

Otro peligro que puede atacar mi voluntad, hasta el punto de paralizarla es el hedonismo. Tener el placer y la comodidad como el máximo valor en mi vida y por lo tanto, encauzar todo mi ser a la adquisición de aquellos bienes o circunstancias que me proporcionen mayor placer, mayor bienestar, mayor comodidad. Frente a un sacrificio que me pueda exigir mi programa de reforma de vida, si toda mi persona tiende a la ley del mínimo esfuerzo, no seré capaz de mover un solo dedo para sacrificarme y lograr la meta que me he propuesto. El hedonismo se va pegando en toda mi persona hasta tal punto que compromete mi libertad esclavizándola. ¿Te has preguntado cuántas veces has elegido lo más cómodo, lo más fácil, lo más inmediato, porque te hacía sentir bien? ¿Eres capaz de sacrificar un poco de charla insustancial con las amigas o con los amigos para dedicar ese tiempo a algún apostolado o alguna acción social en beneficio de los más necesitados? Preguntas sencillas, como las de una encuesta, pero que nos permiten conocer hasta qué punto estamos esclavizados por lo más inmediato, por lo que nos proporciona un placer pasajero.

Estos son los peligros que pueden enredar y entorpecer mi voluntad hasta llegar a atrofiarla. Con la voluntad atrofiada no podré conseguir nunca mi meta de alcanzar la santidad.

Para fortalecer mi voluntad, además de hacer esos actos voluntarios en los que yo me niego a mí mismo con el fin de ejercitar el “músculo” de la voluntad y así siempre tener flexible en cualquier momento, debo contar con un mot-or. Mot-or viene de la unión de dos palabras claves en la formación de mi voluntad. Mot: de motivación. Or: de orden.

Motivación. No es fácil ponernos metas en nuestras vidas. Más difícil es luchar por conseguirlas. Y muchísimo más difícil es tener constancia para adquirirlas. Si yo no estoy motivado por alcanzar esas metas, como los boxeadores “voy a tirar la toalla” a la mitad de la pelea, o.. cuando comience lo difícil de la pelea. Estar motivado no es sólo “desear” hacer las cosas. Estar motivado es quererlo alcanzar y tener siempre en mente el ideal al que queremos llegar. ¿Te acuerdas de la imagen del espejo que utilizamos al comienzo de esta serie de artículos? Bueno, pues estar motivado es tener siempre presente esa imagen, ese modelo que queremos alcanzar. Y nuestro modelo por excelencia es Cristo. Debemos, como nos invita el Papa en la Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte no. 1 aprender a “contemplar el rostro de su Esposo y Señor”. Ver a Cristo, no como alguien lejano, perdido en el pasado histórico, sino como nuestra meta. Alguien al que debemos imitar, al que debemos seguir de cerca. Viendo su rostro podremos tener la motivación necesaria para alcanzar la santidad, para no desfallecer en el camino. Si no tenemos constantemente presente ese rostro, nos desalentaremos frente a los fracasos y dejaremos de luchar por alcanzar la santidad de vida a la que estamos llamados. Ver el rostro de Cristo es revisar cada noche nuestro programa de reforma de vida, aceptar humildemente nuestras derrotas, dar gracias por los éxitos y proponernos ser mejores el día siguiente para parecernos, para convertirnos más a Cristo. Ver el rostro de Cristo y motivarnos en nuestra vida, debe ser una misma cosa.

Orden Trabajar con orden, con método. Trabajar con nuestro programa de reforma de vida. En los negocios, en los proyectos, existe una ruta crítica que debemos seguir; un programa una guía un calendario. Los pilotos de vuelos, los capitanes de barco siguen una bitácora de viaje para llegar a tiempo y sanos y salvos a su destino. Los mejores platillos en la cocina se preparan siguiendo minuciosamente las recetas. Las tareas en la escuela se realizan siguiendo un orden. Si queremos conseguir algo estable y duradero debemos seguir un orden. Lo mismo en nuestra vida espiritual. Hay que fijarnos metas, hay que dar los pasos necesarios para adquirir esas metas. Es necesario un orden. Tu puedes fijarte en tu programa de reforma de vida las metas para cada mes. Recuerda lo que decía Tomás de Kempis en su libro “La imitación de Cristo”: “Si cada año quitáramos de nuestra vida un defecto, al final de nuestras vidas seríamos santos”. Pero para quitar un defecto cada año es necesario trabajar con orden, con constancia. “Festina lente”, despacio, que voy deprisa, decían los latinos. Tenemos prisa por ser santos, pero debemos trabajar cada día luchando por adquirir la virtud necesaria para combatir nuestro defecto dominante.

Recuerda el motor, motivación y orden en el momento de ponerte a trabajar en tu programa de reforma de vida.
Por: Germán Sánchez Griese