"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 2 de abril de 2016

Con María, durante la Pascua



Feliz Pascua para ti, recibe de tu Madre un abrazo grande, apretado, intenso y todo mi amor, hijo de mi alma.

- María Santísima, acabamos de celebrar la Pascua de Resurrección y seguimos en el tiempo de Pascua... el sol brillaba de una manera especial en ese día, ... al menos así lo sintió mi alma.

- Pues me alegras el alma. Esto me recuerda mi primera fiesta de Pascuas de Resurrección…

- Cuéntame, Señora...

- Verás, era el tercer día después de la muerte de mi Hijo, María Magdalena y las demás mujeres me pasaron a buscar para ir al sepulcro antes del amanecer… llevaban perfumes y estaban muy tristes… yo, en el fondo de mi alma, sentía una profunda paz, recordaba las palabras de mi Hijo… no sabía exactamente que sucedería, pero tenia la certeza de que Algo iba a cambiar la historia.

- ¿No les comentaste nada a ellas?

- No, existen caminos que cada uno debe recorrer por sí mismo… ellas lo entenderían cuando Jesús dispusiera que así debía ser. Al llegar al sepulcro el corazón les dio un salto, pues la piedra de la entrada estaba corrida. Entraron ellas al recinto y me dijeron que estaba vacío, yo quedé fuera… no necesitaba mas explicaciones, podía sentir la presencia de mi Hijo, mas, no le veía. Me alejé unos pasos… cuando volví al lugar donde estaba María Magdalena allí le vi, con ella… pero no quise acercarme… Jesús la consolaba, le pedía que avisara a sus Apóstoles…… ella… tenía el rostro radiante, hizo lo que Él le pedía, vino junto a mí, nos miramos, ella me tomo las manos y, junto a las demás, nos fuimos rápidamente a la casa donde estaban los hombres… yo, a veces, giraba mi rostro, esperando verle, mas ya había partido…

- Señora ¿Por qué no a ti? Quiero decir, porque no te visitó especialmente a ti, que eras su madre…

- Porque, amiga, mi Jesús conocía mi corazón, sabía que yo le esperaba, en cambio, los apóstoles y las demás mujeres estaban desesperados, la Iglesia primitiva estaba sumida en la mas profunda tristeza, su Esposa, la Iglesia, le necesitaba imperiosamente, por ello, hija, es que el buen Esposo corrió a consolarla, el Esposo sería ahora, mas que nunca Camino Verdad y Vida. Pero no te preocupes, nos encontramos Jesús y yo…

- ¿Cuándo?

- Cuando Él se presentó en la casa mientras las puertas estaban cerradas… unos segundos antes de que entrara percibí un intenso perfume, exquisito, desconocido, un perfume de eternidad… mi corazón latía fuerte…. Estaba cocinando, escuché entonces la voz conocida, la voz amada : “La paz esté con ustedes”… había llegado, el Hijo, el Mesías, el Cristo… me acerqué… escuché todas y cada una de sus palabras… los hombres estaban tan admirados que no cabían en sí… yo tenía muchas ganas de abrazarle…. Antes de salir se volvió hacia mí… me miró con todo el amor a que me tenía acostumbrada… fue una mirada intensa, profunda, que valió mas que mil palabras… sus ojos parecían repetir: "Mujer, aquí tienes a tus hijos" le vi partir, había ángeles con Él, por un momento me pareció ver el rostro de Aquel que me lo había anunciado…

- ¿Y luego?

- Luego, luego era el comienzo de la Misión de la Iglesia, el primer instante: "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la Creación", la casa era un estallido de alegría, los hombres se abrazaban, unos lloraban, otros cantaban, algunos, terminaban pidiendo silencio por temor a los soldados, luego, Pedro, pidió calma y les dijo: "Hermanos, nuestras Pascuas serán, de aquí en mas, Pascuas de Resurrección, el paso de la muerte a la vida… de nosotros, de cada uno de nosotros, depende que este día no sea olvidado, que el significado de este día sea, para todos los pueblos, signo de esperanza, motivo de fe, fuerza en las pruebas….. de nosotros depende … Jesús nos acompañará, hasta el fin de los tiempos, pero es nuestra responsabilidad, sostenernos unos a otros en el dolor, consolarnos en las tribulaciones, alentarnos en las pruebas que nos esperan, en resumen, ser Uno… que cuando el mundo nos vea, nos reconozca por el Amor, que puedan decir, por nuestra actitud "son seguidores de Cristo… Son Cristianos".

- "Cristianos" La primera vez que se pronunciaba ¿verdad, Señora?

- Así es, amiga, el corazón y el alma de todos se estremeció al oír la dimensión de esta palabra… Cristianos… Cristianos… quedaba ahora el esperar a la venida del Espíritu Santo…como Jesús mismo lo había prometido… pero esta era otra clase de espera… Comimos todos con inmensa alegría… y alguno de ellos dijo “Felices Pascuas, Amigos” y todos se saludaron… sí, Felices Pascuas amiga mía, Felices Pascuas para todos, también Felices Pascuas para ti, que has leído estas líneas, recibe de esta madre un abrazo grande, apretado, intenso y todo mi amor, hijo de mi alma. Todo mi amor en cada instante de tu vida, no dudes, hijo querido, en buscarme en tu tristeza, en tu alegría, en tu dolor, porque, en toda circunstancia, soy tu madre...


NOTA de la autora:
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."

Por: María Susana Ratero 

viernes, 1 de abril de 2016

Jesucristo, muestra de la misericordia del Padre



No te preguntes ya, oh hombre, por qué tienes que sufrir tú; pregúntate más bien por qué sufrió él.

Dios, nuestro Salvador; hizo aparecer su misericordia y su amor por los hombres. Demos gracias a Dios, pues por él abunda nuestro consuelo en esta nuestra peregrinación, en éste nuestro destierro, en ésta vida tan llena aún de miserias.
Antes de que apareciera la humanidad de nuestro Salvador, la misericordia de Dios estaba oculta; existía ya, sin duda, desde el principio, pues la misericordia del Señor es eterna, pero al hombre le era imposible conocer su magnitud. Ya había sido prometida, pero el mundo aún no la había experimentado y por eso eran muchos los que no creían en ella. Dios había hablado, ciertamente, de muchas maneras por ministerio de los profetas. Y había dicho: Sé muy bien lo que pienso hacer con ustedes: designios de paz y no de aflicción. Pero, con todo, ¿qué podía responder el hombre, que únicamente experimentaba la aflicción y no la paz? "¿Hasta cuándo - pensaba- irán anunciando: «Paz, paz», cuando no hay paz?" Por ello los mismos mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién ha dado fe a nuestra predicación? Pero ahora, en cambio, los hombres pueden creer, por lo menos, lo que ya contemplan sus ojos; ahora los testimonios de Dios se han hecho sobremanera dignos de fe, pues, para que este testimonio fuera visible, incluso a los que tienen la vista enferma, el Señor le ha puesto su tienda al sol.
Ahora, por tanto, nuestra paz no es prometida, sino enviada; no es retrasada, sino concedida; no es profetizada, sino realizada: el Padre ha enviado a la tierra algo así como un saco lleno de misericordia; un saco, diría, que se romperá en la pasión, para que se derrame aquel precio de nuestro rescate, que él contiene; un saco que, si bien es pequeño, está totalmente lleno. En efecto, un niño se nos ha dado, pero en este niño habita toda la plenitud de la divinidad. Esta plenitud de la divinidad se nos dio después que hubo llegado la plenitud de los tiempos. Vino en la carne para mostrarse a los que eran de carne y, de este modo, bajo los velos de la humanidad, fue conocida la misericordia divina; pues, cuando fue conocida la humanidad de Dios, ya no pudo quedar oculta su misericordia. ¿En qué podía manifestar mejor el Señor su amor a los hombres sino asumiendo nuestra propia carne? Pues fue precisamente nuestra carne la que asumió, y no aquella carne de Adán que antes de la culpa era inocente.
¿Qué cosa manifiesta tanto la misericordia de Dios como el hecho de haber asumido nuestra miseria? ¿Qué amor puede ser más grande que el del Verbo de Dios, que por nosotros se ha hecho como la hierba débil del campo? Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Que comprenda, pues, el hombre hasta qué punto Dios cuida de él; que reflexione sobre lo que Dios piensa y siente de él.
No te preguntes ya, oh hombre, por qué tienes que sufrir tú; pregúntate más bien por qué sufrió él. De lo que quiso sufrir por ti puedes concluir lo mucho que te estima; a través de su humanidad se te manifiesta el gran amor que tiene para contigo. Cuanto menor se hizo en su humanidad, tanto mayor se mostró en el amor que te tiene, cuanto más se abajó por nosotros, tanto más digno es de nuestro amor. Dios, nuestro Salvador -dice el Apóstol-, hizo aparecer su misericordia y su amor por los hombres. ¡Qué grande y qué manifiesta es esta misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una grande prueba de su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al título de hombre.
Por: De los sermones de San Bernardo | Fuente: www.la-oracion.com



jueves, 31 de marzo de 2016

La Pascua es lo más grande de nuestra fe



Jesús realiza la Pascua. Jesús pasa al Padre. ¿Es solo El quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros ?...

Estamos en la Pascua, la Pascua Florida. Llegó con el Domingo de Resurrección.

Los vacacionistas regresaron..... otros lamentablemente no volverán. Salieron felices y animosos pero ya no hubo regreso. Los recordamos y pedimos por ellos.

La Pascua es el Misterio más grande de nuestra fe. Cristo ha resucitado y la Muerte quedó vencida porque su Resurrección la mató. San Agustín nos dice: - "Mediante su Pasión, Cristo pasó de la muerte a la vida. La Pascua es el paso del Señor"

Ya dejamos atrás los días de Pasión y muerte. Seguiremos venerando la cruz que fue el medio que nos hizo cruzar a la otra orilla de luz y de vida eterna. Sin cruz.... no se llega. No se alcanza la resurrección. ¡Cristo resucitó y su tumba quedó vacía!

Volvemos a los días de trabajo, a la rutina... ¿qué ha dejado este paso de Dios en nuestras almas? ¿Podemos decir que nuestra Pascua ha sido "hacia adentro", que hemos sentido que el Señor ha pasado y ha dejado alguna huella de su resurrección en nuestra vida?

Jesús realiza la Pascua. Jesús pasa al Padre. ¿Es solo El quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros ?...

Dios es Omnipotente y puede hacerlo Todo, pero... "no puede" obligarnos a tener un corazón arrepentido. Nos deja en libertad para amarlo o para ofenderlo, para querer estar unidos a El o para olvidarlo y esa libertad es tan traicionera que nos puede DAR o QUITAR el derecho a nuestra propia y gloriosa resurrección. Porque resucitar eso si, lo haremos todos. Ya que así lo decimos y creemos en nuestro Credo - creo en la resurrección de los muertos.

Lo que hemos vivido estos días no puede pasar sin dejarnos algo, sin dejarnos una huella en el alma, ahora que proseguimos el camino de nuestro quehacer de siempre.

Cristo resucitó y los apóstoles, uno a uno, dieron su vida por esta VERDAD que deslumbra.
Pedro comió y bebió con Jesús después de su Resurrección, Tomás metió sus dedos en las llagas del Cristo resucitado y Pablo nos recuerda que si hemos resucitado con Cristo por el Bautismo, debemos de vivir la nueva vida en espera de su regreso y tenemos el compromiso de llevar por el mundo la palabra de Dios.
 

El Viernes Santo, empezó la Novena a la Divina Misericordia. cuya fiesta se celebra el domingo siguiente a la Resurrección.

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

"En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres.

Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se ha dignado disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación "o de la Divina Misericordia" ..... " (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000.

Indulgencias en el Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia:

"Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti")".
Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 30 de marzo de 2016

María y la Resurrección de Cristo



María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso de la Resurrección.

Por: SS Juan Pablo II

Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección

La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una "omisión", se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de testigos escogidos por Dios (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales con gran poder (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán (Mt 28, 10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición "a más de quinientos hermanos a la vez" (1 Co 15, 6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: "Regina caeli, laetare. Alleluia". "¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!". Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el "¡Alégrate!" que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en "causa de alegría" para la humanidad entera.

Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996

martes, 29 de marzo de 2016

¡Madre, Yo Soy!



La sonrisa de María ha vuelto a su rostro, una sonrisa que jamás se volvería a ir. Es la sonrisa de la Alegría Pascual.

El Shabbat había quedado atrás…
María finalmente fue presa del sueño. La noche anterior le había sido imposible dormir. Su corazón oprimido por el dolor y su mente confundida por pensamientos venidos de todas direcciones le habían impedido alcanzar el mínimo de serenidad necesario para conciliar el sueño.
Pero a la noche siguiente el agotamiento la venció. Cayó rendida en el cómodo diván que el bondadoso Nicodemo le había ofrecido al acogerla en su casa después de la apresurada sepultura del cuerpo de Jesús.
Dormía plácidamente, recostada sobre su costado izquierdo. Sería la tercera vigilia de la noche cuando Jesús se hizo presente en aquella espaciosa habitación sin hacer el menor ruido. El Señor se acercó al diván y se arrodilló ante María en profunda contemplación. Así pasó varios minutos. No solo las madres observan extasiadas a sus bebés; también los hijos agradecidos disfrutan velando el sueño apacible de sus padres. Era Dios admirando a la más excelsa y pura de sus creaturas; era el Hijo contemplando a la más tierna y generosa de las Madres.
El rostro de María aparecía lívido, como descolorido por tantas lágrimas que habían corrido por él y, sin embargo, no perdía su belleza virginal.

Jesús se acercó y depositó un beso en su sien derecha al mismo tiempo que acarició reverentemente la cabeza de su madre con su mano gloriosa. Y le susurró: “Madre, aquí estoy”.
¿Podía haberlo hecho de otra manera?
Este fue el momento de la Resurrección de María. Una claridad enrojeció la cortina de sus párpados aún cerrados, hasta que comenzó a abrirlos y vio el rostro radiante y sonriente de su hijo. Era una claridad que no hería. No se sobresaltó; acaso pensara que todo era un sueño, pero muy pronto se percató de que no lo era y se incorporó de golpe, quedando sentada en el diván con los ojos bien abiertos. Jesús seguía de rodillas, con la más hermosa de las sonrisas dibujada en su rostro sereno y luminoso.
“Madre, Yo Soy” (Ex 3, 14; Jn 8, 28), le dijo Jesús, tomándola de las manos. El rostro de María resucitó y recobró su color rosáceo como por arte de magia. Instintivamente María liberó sus manos de las de Jesús para llevarlas al rostro de su hijo y lo acarició. Hasta ese momento la emoción le había robado las palabras. Sólo pudo decir: “mi niño”. Las lágrimas desbordaron los diques de sus párpados y comenzaron a deslizarse por su rostro; eran lágrimas de un sabor muy distinto a todas las que había derramado el día anterior.
Finalmente María rompió el éxtasis: “¿Pero, cómo…?”  Jesús se limitó a responderle: “Madre, para esto he venido, para hacer nuevas todas las cosas. He triunfado para siempre sobre la muerte y sobre el pecado. Todo empieza de nuevo...”
Ella no necesitaba explicaciones lógicas o teológicas. Le era suficiente ver a su hijo vivo nuevamente. Fiel a su misión de intercesora, comenzó a hablarle de la tristeza de Pedro, del abatimiento de María Magdalena, del fin de Judas… de cómo se encontraban todos los demás. “No te preocupes –le dijo Jesús, iré a buscarlos a cada uno de ellos, ahí donde se encuentren. Y Judas… ten fe, está bien...”
Rayaba el alba y Jesús le dijo que debía irse a buscar a sus amigos, pero se volverían a ver más tarde. Los dos se fundieron en un abrazo que duró varios segundos; María recostó su cabeza sobre el hombro de su hijo y Él la acarició nuevamente con nobleza y ternura. Jesús se fue separando poco a poco, tomó el rostro de María con sus manos y la besó en la frente. María tomó las manos de su hijo y por primera vez vio las huellas de su pasión; reverentemente las besó como hace toda madre con las manos de su hijo sacerdote. Jesús se puso de pie, se apartó un poco, y con una sonrisa pícara, sin moverse, fue desapareciendo lentamente de su vista, ante la sorpresa de María. Ella entonces cayó de rodillas y comenzó a orar como solía: “Magnificat Anima mea Dominum…”
La sonrisa había vuelto a su rostro, una sonrisa que jamás se volvería a ir. Era la sonrisa de la Alegría Pascual.
Sí, el Shabbat había visto su ocaso, y esta vez para siempre. Había cedido su lugar al Dies Domini*…
Por: Sergio Rosiles, LC