"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 12 de enero de 2016

Educación del Respeto


Virtudes y valores

Enseñar a alumnos el respeto es indispensable para una relación formativa armónica, y para su desenvolvimiento en sociedad, pero ¿Cómo se eseña? 


«Actúa o deja actuar, procurando no perjudicar ni dejar de beneficiarse a sí mismo ni a los demás, de acuerdo con sus derechos, con su condición y con sus circunstancias. »

Al hablar del respeto es importante, en primer lugar, distinguir entre el respeto que debemos a todos los demás como hijos de Dios y el respeto que debemos a cada uno, de acuerdo con su condición y con las circunstancias. La primera nos lleva. a una actitud abierta de comprensión y de aceptación. La segunda nos dirige a unas actuaciones concretas, de acuerdo con los factores implícitos en cada una de las relaciones humanas. Lo veremos con claridad si consideramos la relación entre hijos y padres. En esta relación las, cualidades personales de los padres «sólo poseen un valor secundario en la motivación del respeto que se les debe». Principalmente, los padres merecen el respeto de sus hijos como «autores de la vida y educadores y superiores por voluntad de Dios». Vamos a considerar el desarrollo de esta virtud en distintos tipos de relación: la relación con los amigos, los compañeros y los demás en general y la relación padres-hijos.

Pero, antes de comenzar, convendría aclarar qué implicaciones tiene el respeto para las cosas que, en principio, no tiene cabida en nuestra descripción inicial. No tiene sentido respetar una cosa porque no puede tener «derechos», ni es posible perjudicar o favorecer su proceso de mejora, por lo menos si se entiende mejora en el sentido de una mayor plenitud humana y espiritual. Sin embargo, hablamos de respetar la Naturaleza, respetar los libros, las posesiones ajenas, respetar las reglas del juego, etc. Indudablemente, estamos utilizando la palabra con otro matiz. Al decir «respetar la Naturaleza», por ejemplo, realmente estamos expresando la necesidad de cuidar la Naturaleza, de usar la Naturaleza de acuerdo con el fin por la cual ha sido creada. Al hablar de «respetar las reglas del juego» estamos diciendo que hay que obedecerlas para que puedan cumplir con su función. El respeto para las cosas sólo tiene sentido si nos damos cuenta de que las cosas están al servicio del hombre, y que el hombre no hace más que administrar bienes que son de Dios. Por eso «respetar la Naturaleza» tiene sentido si entendemos que los motivos para hacerlo son, en primer lugar, que la Naturaleza es de Dios; en segundo lugar, que los hombres pueden disfrutar de ella, y en tercer lugar, que usando de ella pueden acercarse a Dios. Nunca podemos considerar el respeto para las cosas como una finalidad en sí. No respetamos los bienes ajenos sin más, actuando a su favor y agradeciendo los bienes que nos proporcionen. Por otra parte, intentamos no perjudicarles evitando el uso indebido de sus bienes tanto espirituales como materiales.

Se verá, por tanto, que cada persona tiene el derecho de ser tratado y querido por los demás por lo que es. Es decir, por ser hijo de Dios. Y así radicalmente todos somos iguales. Por otra parte, cada uno cuenta con una condición y con unas circunstancias peculiares y esto hará a los demás respetarles de un modo diferente.

Los amigos, los compañeros y los demás en general

Las primeras palabras de la descripción de esta virtud son «actúa o deja de actuar, procurando no perjudicar ni dejar de beneficiar». ¿Cómo coinciden estas posibilidades con el concepto, tan de moda, que tienen los adolescentes del respeto? Para los adolescentes, el respeto consiste principalmente en «dejar de actuar». Consideran que no hay que imponer, coaccionar ni provocar intencionalmente ningún cambio en otra persona. Sin embargo, en la realidad aceptan influencias que ofrecen un placer superficial, pero atractivo, y rechazan las influencias que pueden estimular un esfuerzo por parte del interesado hacia una mejora. Un ejemplo de este mismo es: en una Universidad algunos alumnos provocaron entre sus compañeros la necesidad de demostrar de algún modo su disconformidad respecto a una cuestión. Algunos profesores empezaron a hablar individualmente con los alumnos para conocer sus puntos de vista y para aclararles respecto al problema. Los alumnos que estaban provocando la discordia se enfadaban mucho, acusando a los profesores de coaccionar a sus compañeros, etc. Es decir, de faltarles al respeto, aunque de hecho eran ellos mismos quienes estaban faltándoles al respeto por no dejarles actuar de acuerdo con una decisión propia.

Por tanto, no sólo se trata de dejar de actuar sino también de actuar. Pero este actuar necesita basarse en la verdad para no faltar al respeto. En términos concretos, los demás tienen el derecho de recibir una información clara y, en la posible, objetiva. Por eso, ser sincero es parte- fundamental del respeto. Y sabemos que la sinceridad debería ser gobernada por la caridad y por la prudencia. Esto quiere decir que habrá momentos para decir las cosas tal como son, con valentía, y otros en que será más respetuoso callarse. El baremo que habrá que utilizar será el grado de mejora que se busca.

El desarrollo de la virtud del respeto en cuanto se refiere a la relación de los hijos con los amigos y con los demás, en general, dependerá en gran parte, de su edad. Es evidente que, antes de descubrir su intimidad, el hijo respetará a los amigos de un modo diferente de, cuando ya en la adolescencia, reconoce otros aspectos de su personalidad.

Los niños pequeños tendrán que aprender a respetar a sus hermanos, a sus amigos, etc., principalmente en lo que se refiere a sus posesiones tangibles y a su afectividad. Vamos a considerarlo por partes. Los demás tienen el derecho de hacer uso de sus propias posesiones y de ceder este derecho, cuando ellos quieran, aunque se trata de que desarrollen la virtud de la generosidad a la vez. Lo que un niño no puede hacer es robar ni hacer uso de cosas que pertenecen a los demás sin su autorización. Sin embargo, hace falta reconocer el disgusto que se puede causar a otra persona para que el niño se dé cuenta del porqué de estas cosas. Es lógico que esté atraído por las posesiones ajenas y, además, con su sentido de justicia poco desarrollado puede pensar que es injusto que otra persona tenga algo que él quiere poseer. No aprovechar de los bienes ajenos supone desarrollar la virtud de la fortaleza; saber superar los impulsos egoístas que puedan tener. Por eso, parece sensato establecer un equilibrio en la familia entre posesiones compartidas entre todos y posesiones personales. A veces, los padres pretenden que todo lo que poseen los niños esté disponible para el uso de todos. En este caso, por lo menos, están desaprovechando una ocasión para desarrollar el respeto en sus hijos.

Los hijos no sólo tienen que aprender a reconocer lo que significa ser dueño de algo, sino también apreciar las consecuencias que puede tener afectivamente en esa persona si no le reconocen como dueño. Según el niño será conveniente insistir más en el concepto de propiedad o en el de la reacción afectiva que puede provocar en la otra persona. La finalidad que estarnos buscando en la educación de los hijos pequeños es que piensan en las consecuencias de sus actos antes de realizarlos porque se dan cuenta de que otras personas van a ser afectadas.

Los hijos tendrán que aprender a respetar a los demás en relación con sus sentimientos. No se trata de hacer rabiar a un hermano, ni de provocar la venganza de otro. Sin embargo, muchas veces parece que los hijos lo entienden como un juego divertido. Además, no entenderán seguramente un razonamiento del tipo: «¿A ti te gustaría que te hicieran eso?» Quizá de momento dejen de provocar al hermano, pero rápidamente vuelven a lo mismo.

Es decir, la capacidad de ponerse en lugar de la otra persona para reconocer los efectos de lo que está pasando es muy poco desarrollado en los niños pequeños. Más bien se comportarán adecuadamente porque existen unas reglas del juego. Quizá una recomendación que se podría hacer sería no preocuparse demasiado para desarrollar el respeto en este sentido con los niños pequeños, pero sí ayudarles a desarrollar la virtud de la obediencia, y a desarrollar su voluntad para que, al llegar a reconocer la posibilidad de respetar a otras personas, cuenten con la fuerza interior suficiente para hacerlo.

De todos modos, los niños pueden ir preparándose para respetar afectivamente a los demás, viviendo en un ambiente de respeto y de cariño. Necesitan tener criterios para saber dónde comienza y dónde termina el respeto. Consideramos algunos ejemplos. El niño tendrá que reconocer que existe un trato diferente de acuerdo con la condición de la persona, pero no necesariamente de acuerdo con sus circunstancias, Si en la familia trabaja algún empleado, una interina, por ejemplo, verán que sus padres le tratan de un -modo diferente que a ellos, precisamente por existir unas características diferentes en la misma relación. Sin embargo, los padres pueden tratar a esa interina con consideración o sin ella. Si no respetan a esa persona, si no reconocen su derecho de ser tratada dignamente, con consideración, es probable que los hijos tampoco lo hagan. Así aprenden los hijos a mandar sin respetar.

Si los hijos oyen a sus padres criticar indiscriminadamente a cierto tipo de persona, sea por raza, por origen, por profesión, por características personales, es probable que esta intransigencia y falta de respeto condicionen al niño también de tal modo que empiece a decir las mismas cosas, a encasillar a los demás.

Con los niños pequeños estamos intentando preparar las bases para que lleguen a reconocer y a apreciar la posibilidad radical que tiene cualquier persona para mejorar. Si en cualquier momento, desconfiáramos de que esa persona no utilizase ni su voluntad ni su inteligencia para mejorar, la estaríamos equiparando a un animal.

Si hemos centrado la atención con referencia a los más pequeños, en el cumplimiento de unas cuantas normas como preparación para el desarrollo del respeto, podrá ser conveniente resumirlas en unos cuantos puntos:

1) Enseñarles que cada uno es diferente y, por tanto, hay que tratarles de un modo distinto.

2) Enseñarles a reconocer a cada uno por lo que es, sin « clasificarles ». Y como consecuencia:

2.1) Enseñarles a comportarse de tal modo que no provoquen disgustos para los demás, apropiándose de sus bienes indebidamente, tratándoles con poca consideración, etc.

2.2) Enseñarles a no criticar a los demás.

2.3) Enseñarles a actuar positivamente a favor de los demás.

2.4) Enseñarles a buscar lo positivo en los demás.

2.5) Enseñarles a agradecer los esfuerzos de los demás en su favor.

Al llegar a la adolescencia, el respeto tiene mucho más sentido. Ya con una intimidad propia descubierta, los hijos son capaces de reconocer lo que significa respetar a los demás y respetarse a sí mismos. Precisamente el desarrollo de la virtud del pudor está basada en la apreciación correcta de la intimidad propia y ajena y el consecuente respeto que es debido a cada uno.

Podemos considerar algunos elementos de este respeto que suelen provocar dificultades para el adolescente. El adolescente quiere ser respetado por los demás y nota claramente cuándo existe este respeto. Sin embargo, no nota con tanta claridad cuándo está faltando en respeto hacia los demás. Se enfada cuando algún amigo no acude a una cita, pero no le importa si es él quien falla. Le molesta que algún amigo hable mal de él, pero está muy dispuesto a hablar mal de los demás, etcétera. Es lógico que debería existir un mayor respeto entre las personas que se conocen mejor -los hermanos y los amigos íntimos-, porque en la misma relación es necesario afinar más para permitir una convivencia continua. Incluso la convivencia entre hermanos únicamente es posible si existe un gran respeto, porque no existe la posibilidad de elegir los hermanos de acuerdo con el propio modo de ser. Cada uno es diferente, tiene un estilo particular. Y cada uno tiene derecho de vivir en. el hogar.

Los padres pueden explicar esto mismo a sus hijos, intentando a la vez que tengan la posibilidad de desarrollarse en ámbitos adecuados para que no surjan situaciones que pueden provocar innecesariamente faltas de respeto entre ellas. Ahora si que es posible aclarar a un hijo que no debiera hablar de las cosas íntimas de algún hermano delante de los demás, de mostrarles que cada uno tiene el derecho de comportarse como él quiera, con tal de que no perjudique a los demás ni a él mismo.

Otro problema para el adolescente es que entiende el respeto únicamente como un «dejar de actuar, procurando no perjudicar», y así no reconoce su deber de ayudar a los demás. Si los demás tienen la posibilidad radical de mejora, el respeto nos debería llevar a ayudarles a alcanzar una mayor plenitud personal. Ahora bien, para poder ayudar hay que conocer al otro y muchos aspectos de su situación. Sería una - falta de respeto hacer sugerencias infundadas a otro. También sería una falta de sentido común. Pero si se conoce a la persona, si existe un contacto suficiente para que se interese mutuamente el uno por el otro, el respeto supone que actúa en su favor positivamente.

El respeto está basado, en este sentido, en el conocimiento dé la condición y de las circunstancias de la otra persona. Si uno conoce a otro bastante bien es posible, en gran parte, prever las consecuencias de una actuación propia. Antes de actuar hace falta considerar las consecuencias, por respeto.

Esto quedará claro si pensamos en la relación entre chicos y chicas. Un chico podría plantear a una chica alguna propuesta poco honrada, convenciéndola para que lo acepte con razones engañosas o jugando con sus emociones. Si luego la chica aceptara la propuesta, es probable que el chico diría que había decidido libremente, cuando, de hecho, ha habido una coacción clara, una falta de respeto.

El respeto solamente tiene sentido sí está basado en la realidad objetiva en lo que es verdadero. Por eso habrá que distinguir entre el derecho que cada uno tiene de opinar como quiere y el derecho que los demás tienen para recibir una información verdadera que les ayude a mejorar. No es falta de respeto mostrar a otra persona que alguna opinión es errónea. Precisamente es, el respeto a la verdad que nos lleva a aclararle la situación. Pero muchas veces los adolescentes no tienen en cuenta la situación de los demás cuando se trata de su «derecho» de opinar. Efectivamente, tienen el derecho de opinar como quieran, pero no de influir negativamente sobre unos hermanos pequeños o sobre unos amigos menos maduros con el «peso» de su razonamiento. El respeto supone que si uno no está completamente seguro de la veracidad de lo que uno piensa, por prudencia, por respeto, no se trata de proporcionar esta influencia que puede perjudicar a los demás. Y, como hemos dicho antes, al saber que algo es verdadero se trata de influir positivamente en bien de los demás.

Concretando, los padres, en relación con sus hijos adolescentes, tendrán que aclararles lo que es el respeto y cuáles son los peligros que pueden surgir para contrarrestar el sentido positivo de este valor. Habrá que enseñarles a pensar en las consecuencias de sus acciones, de distinguir entre las personas con quien se relacionan, su capacidad intelectual, su edad, su temperamento. Y, reconociendo la situación real, actuar o dejar de actuar procurando no perjudicar ni dejar de beneficiar a los demás.

La relación con los padres

«El respeto a los demás debe ser interno y externo. Se infringe esta obligación por el desprecio interior, las palabras injuriosas, la actitud despectiva, el incumplimiento de su "última voluntad" y, sobre todo, por los malos tratos». Al hablar de la actuación de los padres y la educación de los valores nos referimos ampliamente al tema del respeto que debería tener los padres hacia sus hijos. Sin embargo, no hemos estudiado el tema de cómo educar a los hijos parÍque respeten a sus padres. Y es importante porque los hijos tienen la obligación de respetar a sus padres toda la vida. Sólo tienen el deber de obedecerles mientras viven bajo el mismo techo. (También deben obediencia los menores qué están bajo su patria potestad, aunque no vivan en el domicilio paterno.)

A la vez, tienen que enseñar a sus hijos a respetarles. En este caso puede ser conveniente considerar si existe diferencia entre el respeto basado en la justicia y el respeto basado en el amor. Indudablemente, queremos conseguir que nuestros hijos nos respeten por amor, pero existe una diferencia entre el respeto por amor que pueden tener los hijos hacia algún amigo y el respeto hacia sus padres. Esta diferencia está precisamente en que sus padres han sido autores de sus vidas y, por tanto, tienen una autoridad por su misma calidad de padres. Los hijos deberían amarles. Principalmente por ser sus padres, no por sus cualidades específicas, como sería el caso de algún amigo. Por eso, no se puede hacer una distinción entre el respeto basado en la justicia y el respeto basado en el amor. Si se respeta únicamente por justicia, el respeto es incompleto, pero todavía más si se respeta únicamente por amor a las cualidades de la persona.

Para conseguir que los hijos desarrollen su respeto hacia los padres existe la posibilidad de actuar personalmente para conseguir resultados en relación con la propia persona o de actuar en favor del cónyuge. En algunas cuestiones será más fácil, más apropiado, ayudar a los hijos a conocer la situación real del cónyuge que resaltar la relación con uno mismo, aunque también se tratará de exigir a los hijos un trato adecuado hacia uno mismo para mantener la dignidad propia. Unos padres se encontraron con que su hija, todavía sin casarse, había quedado embarazada. En sí, el suceso les causó mucho dolor. Pero todavía más cuando otra hermana se enfadó con ellos acusándoles de ser responsables de la situación por no haber enseñado a su hermana a utilizar anticonceptivos. El dolor en esta segunda situación está causado por una falta de respeto inmenso. A veces, los hijos adolescentes creen que tienen el derecho de opinar y de hacer lo que quieren delante de sus padres. Pero actuar y decir cosas deliberadamente para que sufran o se enfaden los padres es una falta de respeto y habrá que exigir a los hijos para que les respeten, por lo menos, en el aspecto de no perjudicar. En situaciones conflictivas entre padres y adolescentes puede ser necesario decir con claridad al hijo que mientras esté bajo el mismo techo tienen la obligación de respetarles, obedeciéndoles, aunque no quieran, porque los padres siguen siendo responsables de ellos. Cuando ya alcancen su mayoría de edad, pueden dejar de obedecerles, pero no de respetarles.

Será difícil que los hijos aprendan a controlarse para no tratar mal a sus padres, a menos que los padres hayan mostrado con su ejemplo que ellos también respetan a sus hijos, buscando su bien. Y muchas veces los hijos no entienden que sus padres están actuando en bien suyo. En estas ocasiones, el cónyuge puede explicar con claridad pero brevemente los motivos de la actuación del otro. No se trata de convencer. Los hijos tienen el derecho de recibir una información suficiente para saber que sus padres están actuando de acuerdo pon unos criterios que pueden suponer una mejora para ellos. Si no, no les será posible aceptar que estas" exigencias son justas y razonables. Pero, a continuación, deben respetar a sus padres y si no están de acuerdo con su decisión, incluso si creen que no es una decisión justa ni razonable, deben decírselo con delicadeza, intentando no herir y explicando los motivos para una decisión contraria o diferente.

En este sentido, podemos ver que cuando existe un cariño real entre padres e hijos el respeto es connatural porque los hijos dan, sin saberlo muchas veces, el valor debido a ser padres, y los padres el valor debido a ser hijos.

Para educar este cariño desde pequeños habrá que defender el papel de padre. Los padres pueden ser amigos de sus hijos pero la relación padre-hijo es más. El hijo espera de su padre que le exija, y seguramente no pondrá en duda su deber de respetar y obedecerle si el mismo padre no lo pone en tela de juicio. Y creo que esto es verdadero, aunque el ambiente de la calle no lo favorezca.

El hijo notará que su padre le exige porque le quiere, no por venganza, ni para molestarle, y exigirá a su vez una atención adecuada. Esto también es respetar porque está actuando para que la otra persona cumpla con su deber. Por eso, se dice que los padres educan a sus hijos pero también los hijos a sus padres. Se educan cuando existe respeto mutuo.

Por lo que hemos dicho, habrá quedado claro que no es posible desarrollar el valor del respeto sin amor. Pero no se trata de actuar o interpretar este amor, indiscriminadamente, sino de acuerdo con la condición y circunstancias de la otra persona. En cuanto se olvida de que el respeto supone creer en la posibilidad radical de mejora que tienen los demás, se acaba encasillando a la persona, limitándole y recortando las oportunidades que tiene para alcanzar una mayor plenitud humana y espiritual. Se trata de dejar de actuar cuando podemos perjudicar estas posibilidades de mejora. Se trata de actuar para beneficiar.

El respeto a los demás solamente es correcto sí lo hacemos por reconocerles hijos de Dios. El respeto hacia los padres es porque Dios ha querido que fueran nuestros padres. El respeto no es algo que se puede repartir de acuerdo con las cualidades de las personas con quienes se tiene contacto. Los demás -todos- tienen el derecho de ser respetados por nosotros. El modo de interpretar este respeto y vivirlo bien, en cada caso, será resultado de haber reconocido los derechos, la condición y las circunstancias reales de esas personas y a continuación actuar o dejar de actuar por amor.

Por: David Isaacs | Fuente: encuentra 


lunes, 11 de enero de 2016

La voz de Cristo que cambia los corazones

Atraviesa los siglos y llega hasta nuestro tiempo. Esa voz, acogida gracias a la fe, cambia corazones y enciende esperanzas. 

Año tras año, siglo tras siglo, hombres y mujeres caminan. Unos nacen, otros mueren. La vida tiene un ritmo que no puede detenerse.
Se suceden momentos de alegría y otros de tristeza. Pero solo tienen sentido aquellos momentos y acciones en los que se acoge el amor y se ama.
Si comprendemos esto, llegamos a captar el misterio de la existencia humana. No parece fácil, porque frecuentemente nos ahogan asuntos inmediatos, voces que aturden, cansancios asfixiantes y tentaciones de dentro o de fuera.
Una mirada al horizonte puede desvelar el misterio de la meta. Más allá de la muerte Dios nos espera. Más acá, estamos en el tiempo de la misericordia.
Ese fue el sentido de la Encarnación del Hijo. Vino para hacer la Voluntad del Padre, que coincidía con la salvación de los hombres.

La voz de Cristo provocó un terremoto espiritual en tierras de Palestina durante pocos años del primer siglo de nuestra era. Esa voz sigue viva también hoy, resuena en millones de corazones.
¿Escuchamos lo que dice el Maestro? ¿Abrimos el corazón al don de misericordia que brota de la Cruz en el Calvario? ¿Comprendemos el milagro de la victoria definitiva sobre la muerte que se produjo la mañana de la Pascua?
Los hechos se suceden. Noticias que alegran o que inquietan. Preocupaciones por la familia, por los amigos, por la salud, por el trabajo. Leyes y gobiernos que van contra los principios básicos de la justicia y del respeto a la vida.
La voz de Jesús el Nazareno atraviesa los siglos y llega hasta nuestro tiempo. Esa voz, acogida gracias a la fe, cambia corazones y enciende esperanzas. Trae misericordia y sostiene a los que trabajan por la paz, la justicia y la verdad.
El cielo está más cerca de lo que imaginamos. En cada misa asistimos nuevamente al culmen de la Redención, nos unimos a quien reina, triunfante, en los cielos.
"Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz..." (Rm 13,11‑12).

Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 10 de enero de 2016

¿Cómo poner en práctica las Obras de Misericordia?

«La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos»

Con el Año Santo de la Misericordia, que inició el pasado 8 de diciembre en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Santo Padre Francisco ha hecho una especial invitación para que se reflexione y se pongan en práctica las Obras de Misericordia.
Así está escrito en la Bula ‘Misericordiae Vultus' con la que el Santo Padre convocó el Jubileo Extraordinario: "Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos".
Y... ¿Qué son las Obras de Misericordia?
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, las Obras de Misericordia "son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos".
"Entre estas obras -sigue el Catecismo-, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios".




Las 14 Obras de Misericordia
Siendo así, existen 14 Obras de Misericordia: siete corporales y siete espirituales.
Las obras de misericordia corporales son: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos.
Mientras que las obras de misericordia espirituales son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios por los vivos y los difuntos.
"En el ocaso de nuestras vidas seremos juzgados en el amor"
El Papa Francisco en la Bula de convocación del Jubileo extraordinario habla también del efecto de las obras de misericordia en quien las practica, recordando que no se puede escapar a las Palabras de Jesús, ya que con base a ellas seremos juzgados: "si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero. Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas".
El Papa concluye: "En cada uno de estos ‘más pequeños' está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga (...) para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: ‘En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor'".
Las Obras de Misericordia corporales
1. Visitar y cuidar a los enfermos 
Entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a mirar a los demás «con los ojos de Cristo»
 

2. Dar de comer al hambriento 
Dios premia y bendice a quienes socorren al hambriento. Es una obra de misericordia que está al alcance de casi todos
 


3. Dar de beber al sediento 
La tercera obra de misericordia es una oportunidad para dar de beber a Cristo hoy en aquel hombre o mujer que tiene sed
 

4. Dar posada al peregrino 
En actualización
 


5. Vestir al desnudo 
La quinta obra de misericordia nos invita a revestir a nuestro prójimo con la dignidad que Cristo, con su desnudez, nos ganó en la cruz
 

6. Visitar a los encarcelados 
Una obra de misericordia que puede tornarse en una «llave» para sacar a Jesús de la cárcel del olvido
 

Esta obra de misericordia va mucho más a fondo de lo que se puede pensar...





Las Obras de Misericordia espirituales
1. Enseñar al que no sabe 
De la contemplación del Maestro sigue la imitación: podemos instruir de múltiples maneras. ¡Incluso sin palabras!
 

2. Dar buen consejo al que lo necesita 
Aconsejar es echar mano de la sabiduría vivida con humildad y sencillez, sabiendo que yo no tengo todas las respuestas, pero Dios sí
 


3. Corregir al que se equivoca 
La tercera obra de misericordia espiritual implica superar una visión excesivamente centrada en uno mismo, para centrarnos en el bien del otro
 

4. Perdonar al que nos ofende 
Liberar el corazón del odio y del rencor es un acto de misericordia hacia el prójimo, pero también hacia nosotros mismos
 


5. Consolar al triste 
Esta obra de misericordia se trata de reconocer en cada ser humano la necesidad de consuelo, de cercanía...
 

6. Soportar con paciencia los defectos de los demás 
Esta obra de misericordia se trata de formar un corazón compasivo y misericordioso, consciente de que nadie es perfecto
 



7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos 
La séptima obra de misericordia espiritual nos enseña los infinitos tesoros de gracia que el Padre nos ha dado, haciéndonos sus hijos por medio de su Hijo Unigénito
 
 Por: Varios | Fuente: es.gaudiumpress.org


sábado, 9 de enero de 2016

Nacer de la Virgen María

María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya. 

Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones.

Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen.
El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María.

Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.

María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.


Por: Ágora marianista

viernes, 8 de enero de 2016

El riesgo de la desesperanza

La desesperanza supone siempre un desgarro interior, un error peligroso para la vida moral del hombre

Según cuenta la conocida leyenda de la mitología griega, los dioses, celosos de la belleza de Pandora, una princesa de la antigua Grecia, le regalaron una misteriosa caja, advirtiéndole que jamás la abriera. Pero un día, la curiosidad y la tentación pudieron más que ella, y abrió la tapa para ver su contenido, liberando así en el mundo todas las grandes aflicciones que hoy existen. Pudo cerrarla justo a tiempo de evitar que se escapara también la esperanza, que es el único valor que hace soportables las numerosas penalidades de la vida.

Y no parece que faltara razón a los hombres de la antigua Grecia cuando valoraban en tanto la esperanza. Porque la esperanza no es una simple ilusión ingenua de que, al final, y no se sabe bien por qué, todo irá bien. Se trata más bien de tener fe en que uno puede, con la ayuda que sea precisa, superar las dificultades.

Como ha señalado Josef Pieper, la pérdida de la esperanza suele tener su raíz en la falta de grandeza de ánimo y en la falta de humildad. La grandeza de ánimo hace a los hombres decidirse por la posibilidad mejor entre las posibles, e impulsa resueltamente a todas las demás virtudes. La humildad coloca a la esperanza ante sus propias posibilidades, previniendo de la realización falsa y ayudando a la realización auténtica. La esperanza lleva de modo natural a la magnanimidad, y la humildad protege todo ese proceso, para que no se pervierta por presunción ni por desesperanza. La desesperanza es como una senilidad del espíritu, y la presunción es lo contrario, como una especie de infantilismo espiritual.

No me estoy refiriendo a la desesperanza como estado de ánimo en que se cae, sino como un acto voluntario por el que el hombre desdeña algo a lo que podría aspirar. Porque quien tiene esperanza, lo mismo que quien tiene dudas, puede adherirse o no a la esperanza o a la duda que de modo natural se les presenta, y eso es lo que hace que las personas podamos construir nuestro carácter de acuerdo con lo que nos parece que debemos ser, y no nos limitemos a abandonarnos a nuestras reacciones espontáneas.

La desesperanza supone siempre un desgarro interior, pues va dirigida contra los anhelos propios de nuestra naturaleza. Y es además un error peligroso para la vida moral del hombre, ya que todas sus realizaciones están ligadas a la esperanza, y, cuando falta, nos dejamos caer en muchos otros extravíos.

El principio y la raíz de la desesperanza suele estar en la pereza. A la desesperanza no se llega de modo repentino, sino por un paulatina dejadez, que a su vez conduce a una tristeza que paraliza, que descorazona, y que refuerza de nuevo la dejadez, en un círculo vicioso muy bien trabado. Quizá por eso se ha dicho tanto que la pereza es la madre de todos los vicios. Y quizá también por eso, para superar esa pereza no basta con la laboriosidad y la diligencia, sino que también hay que fomentar la grandeza de ánimo y el optimismo.

Rendirse a la pereza y la desesperanza es siempre una renuncia malhumorada y triste, que engendra primero indiferencia, y después, tristeza y evasión de la realidad. Pero la pereza y la desesperanza no pierden su terrible fuerza por mirar para otro lado. Se vencen únicamente con la vigilante resistencia de una mirada penetrante y atenta.

El hombre perezoso prefiere sustraerse de la obligación de la grandeza. Es como una humildad pervertida, que no quiere aceptar su verdadera condición y sus talentos, porque implican una exigencia. Es como un enfermo que no quisiera curarse para que no le exijan lo que se exige a una persona sana. Por eso la sabiduría griega daba tanta importancia a cultivar desde muy jóvenes la esperanza.


Por: Alfonso Aguiló

jueves, 7 de enero de 2016

Empieza el nuevo año, Señor, y vuelvo a buscar tu compañía

Tenemos las alforjas vacías y las vamos a ir llenando de cosas buenas, de cosas santas, de perdones y mucho amor. 

Ya estamos en el mes de enero.

Empieza el nuevo año, Señor, y vuelvo a buscar tu compañía. Hoy es jueves y de nuevo ante Ti, todavía un poco agitada de tanto correr, de tanto ajetreo, de tantos abrazos y felicitaciones,... unos alegres, otros... con las mismas penas y preocupaciones. Ya pasó todo y ahora vamos a empezar la "cuesta de enero".

Ya se fueron las fiestas. Ya se fueron los abrazos, los bailes, el chocar de las copas, los convivios y el jolgorio. Supimos tener la excelancia en esos momentos de gozo. Ahora la excelancia nos tiene que acompañar en el trabajo y en el esfuerzo.

Pero ahora las caras son serias, el entrecejo fruncido, los labios apretados y el andar cansino para subir "la cuesta de enero".
El dinero se gastó y el bolsillo está vacío. Los buenos propósitos...¡cómo cuesta poderlos cumplir! levantarse temprano, no fumar, no comer golosinas, no extralimitarse en la bebida, ser amable, no irritarse por cualquier cosa, estar en paz, no criticar, hacer ejercicio, saludar con una sonrisa al vecino, ser generosos, trabajar con honestidad y buen ánimo, pagar deudas, etcétera, etcétera, y así este mes de enero, serio y formal, se nos antoja un Everest cuya cima es casi inalcanzable. Visto así es normal que esto nos desanime y nos desaliente pero hay que buscarle un truco, algo que nos de ánimo en el desaliento, algo que nos de fuerza para poder alcanzar la meta que nos propusimos.

Al mirar el horizonte y juntar estos doce meses que nos esperan, si Tu nos das vida, nos sentimos abrumados, es demasiado.

Es muy dificil, es verdad. Pero si pensamos: Solo por hoy...va a ser más fácil. El hoy, el ahora que es el presente nos da la fuerza que necesitamos. El plazo breve para vencer las tentaciones es más efectivo que la cadena de días en el mismo esfuerzo. Solo por hoy. Solo por este momento, solo en este momento si puedo hacerlo y lo voy a hacer. Así momento tras momento, día tras día.

Y al llegar la noche, en la hora íntima de estar a solas con uno mismo, cuando realmente somos auténticos, repasar nuestro día que termina y hacer un buen balance.

Si en el día caímos, si no tuvimos voluntad suficiente, pedirte Señor perdón y fuerzas para el nuevo día. Y así con el -SOLO POR HOY, el camino se allana, el sendero se endulza y pierde su aridez, nuestros pasos son más seguros y firmes en ese Hoy que será el mañana de días y meses que nos darán la victoria al cabo del año andado.

Empezamos el año con las alforjas vacías y las vamos a ir llenando de cosas buenas, de cosas santas, de perdones, de sonrisas, de ternura, de generosidad, de alegría, de buenos modos, de fe, de ilusiones, de esperanza, de trabajo y de mucho amor.

Con todo esto iremos caminando por el nuevo año y seguro que siempre, en los días de sol y en los días grises, tal vez de llanto, buscaremos en nuestra alforja y vamos a encontrar todo aquello que será vital para esos momentos y que nos darán la fuerza para ser felices con Tu bendición.

Invítanos todos los días a visitarte en la Eucaristía, frente a Ti, de rodillas ante en el Santísimo Sacramento, nuestro camino este año será lleno de alegría y paz.


Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 6 de enero de 2016

La Paciencia de Dios

El Señor sigue marcando, día a día, el número de nuestro corazón. ¿Lo haremos seguir esperando? 

Hace pocos escribí: Demos gracias a Dios por Su infinita Paciencia y Misericordia. Luego de hacerlo me invadió una conmoción interior: ¿tenía derecho a colocar la Paciencia de Dios al mismo nivel que Su Misericordia? ¿Y que hay del Amor? ¿Acaso no está el Amor de Dios por encima de Su Paciencia? ¿O no será quizás que la Paciencia Divina es nada más que una parte del Amor y Misericordia de Dios? ¿Es la Paciencia algo distinto, importante, en el Corazón de Jesús? Me consoló el pensamiento de que Dios tiene que ser muy paciente para perdonar y aceptar todo el olvido y traiciones a los que el hombre somete a Su Sagrado Corazón. También me tranquilizó el pensamiento de que, sin dudas, Jesús hace un extensivo uso de Su Paciencia particularmente en estos tiempos, y por ello debemos agradecerle. Allí quedó mi frase, publicada como había sido escrita.

Al día siguiente, una persona me comentó que en un Cenáculo de oración se dijo: “La paciencia es la virtud de los santos”. Una conmoción se produjo en mi interior, al advertir que nuevamente la Paciencia Divina convocaba mi atención. Feliz de haber encontrado un punto de unión en el que Jesús claramente me abrazaba, me uní al ruego de tener al menos un poco de la paciencia de los santos, reflejo de la Paciencia de Dios.

Sin embargo, hoy me invadió una nueva conmoción interior: con alegría retomé la lectura de un hermoso libro sobre la vida del Hermano de Asís, Francisco. Mi señalador me llevó al punto en que me encontraba, momento en que el Pobre Hermano recibía los estigmas del Crucificado en el Monte Alvernia. Retomando la lectura, a las pocas páginas me encuentro con un título que dice: La Paciencia de Dios. Mi corazón dio un salto, ansioso por devorar el texto y comprender que es lo que allí se decía sobre este tema que en pocos días invadía mi entendimiento.

Debilitado por la sangre derramada, por las llagas de pies, manos y costado, Francisco se desbarrancaba hacia los brazos del Amor, su cuerpo muriendo, su alma floreciendo. Vivía envuelto en el dolor y el amor, a tal punto que ambas cosas eran un único nudo en su alma, el dolor y el amor del Crucificado lo habían tomado por completo.

Acurrucado en una gruta del camino de regreso hacia la Porciúncula, Francisco dijo entonces a su compañero fray León:

Respóndeme, hermano, ¿cual es el atributo más hermoso de Dios? El amor, respondió fray León. No lo es, dijo Francisco. La Sabiduría, respondió León. No lo es. Escribe, hermano León:

La perla más rara y preciosa de la Corona de Dios es la Paciencia. Oh, cuando pienso en la Paciencia de mi Dios, me vienen unas ganas locas de estallar en lágrimas y que todo el mundo me vea llorando a mares porque no hay manera mas elocuente de celebrar ese inapreciable atributo. ¡Oh la Paciencia de Dios! Hermano León, ésta mil veces bendita palabra escríbela siempre con letras bien grandes. Cuando pienso en la Paciencia de Dios me siento enloquecer de felicidad. Siento ganas de morir de pura felicidad. Francisco repitió entonces muchas veces, como extasiado, Paciencia de Dios, Paciencia de Dios, hasta que el hermano León se contagió y comenzó a repetirla con Francisco.

¿Qué más puedo decir yo de la Paciencia de Dios, que no hubiera dicho el hermano Francisco de Asís? Solo deseo invitarlos a meditar sobre lo inmenso que es el Amor de Dios, reflejado cada día en todo lo que tenemos, en los santos que se derramaron y se siguen derramando sobre el mundo, en los milagros cotidianos, en el misterio de Dios actuando en esta tierra a diario. ¿Y como respondemos nosotros?

Aquí yace el signo de la Paciencia Divina, que sigue insistiendo pese a la falta de respuesta. Es como un teléfono que llama y llama, sin que nosotros nos dignemos a responder. El Señor sigue marcando, día a día, el número de nuestro corazón, el de cada uno de nosotros. ¿Lo haremos seguir esperando?


Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org 

martes, 5 de enero de 2016

La noche de los Reyes Magos

Noche mágica y misteriosa...¡Qué bonito sería pensar que esta noche todos duermen con esta espera maravillosa! 

Noche de Reyes...

Noche mágica y misteriosa...

Noche que hace palpitar aceleradamente los corazones infantiles y que al cerrar sus ojos para dormir, los hará soñar con la tierna ilusión de una muñeca o de un tren de bonitos colores. Porque a pesar de que ahora los juguetes han alcanzado perfecciones insospechadas y técnicas admirables, nada podrá igualar al maravilloso encanto y tierna sencillez de una muñeca "vestida de azul" o de un tren de alegres y vivos colores.

Sueñan los niños y porque sus almas son inocentes y tienen fe, encontrarán sobre sus zapatitos, que esta noche brillan de tan limpios que están, los juguetes anhelados... "porque se portaron bien" y escribieron una carta que siempre empezó así: Queridos Reyes Magos....y los mágicos personajes, Melchor, Gaspar y Baltasar, vendrán al conjuro de esos deseos ingenuos, con sus hermosas capas, con dos coronas y un turbante, para dejar sus regalos.

De tanto pensar en ellos, sienten los niños que en el silencio de esta noche han oído como un rumor de pasos, roce de sedas, terciopelos y brocados... Son los tres Reyes Magos que han pasado. Y ojalá que esos niños guarden para siempre la ilusión y magia de esta noche tan singularmente bella para que, cuando adultos, en sus nuevos hogares, siempre haya una "noche de Reyes". ¡Qué bonito sería pensar que esta noche todos los niños duermen con esta espera maravillosa!

Pero el cuadro tiene su claro-oscuro. Las sombras que nos estrujan el corazón de miles y miles de niños que esta noche no pondrán sus zapatitos porque no los tienen, porque sus pies caminan descalzos sobre la tierra de este Planeta. Que no pedirán ni un tren ni una muñeca sino un mendrugo de pan para tener algo que comer en esta noche de Reyes. Estos niños nos están gritando con el grito silencioso de su presencia, que de nada sirven los tecnicismos de esta era si a los hombres se nos ha endurecido el corazón. Pobre humanidad, envanecida y orgullosa...¡de qué podemos estarlo! si los hombres se matan y los niños tienen hambre.

Hacer a los niños felices sería el mejor regalo y más aún para nuestras conciencias. Que la mejor meta al llegar el año 2016 sería que no existiera un solo niño sobre la faz de la tierra, en la calle, con hambre y descalzo.

Será sin duda el mas severo juicio al que seremos sometidos ante el Creador, porque estuvieron a nuestro lado y no los quisimos ver, tuvieron hambre y no les dimos de comer, tuvieron sed y no les dimos de beber...

Esta noche, noche de Reyes, la humanidad entera y cada uno de nosotros, tendríamos que convertirnos en un Rey Mago, abrazar contra nuestro pecho a un chiquitín, besar sus mejillas sucias, sus ojos tristes y caer de rodillas y pedirles perdón.
Por: Ma Esther De Ariño

lunes, 4 de enero de 2016

¿Qué tipo de llaves tiene la Iglesia?

Son llaves que vienen de Dios que abren y cierran el acceso al Reino de los cielos, llaves de misericordia.

Las llaves sirven para cerrar y para abrir. Dejan pasar o lo impiden. Liberan o encarcelan.
También en la Iglesia hay llaves. Pedro las recibió del mismo Cristo: las llaves del Reino de los cielos.
"A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19).
¿Qué tipo de llaves tiene Pedro? Son llaves que vienen de Dios y sirven para los hombres. Son llaves que abren y cierran el acceso al Reino de los cielos. Son llaves de misericordia.
Con esas llaves la Iglesia católica, durante siglos, ha buscado abrir el tesoro de la salvación a todos los hombres. No porque la Iglesia tenga unos privilegios especiales, sino porque simplemente quiere cumplir la misión que Cristo le ha encomendado.

Cuando el corazón siente el peso de sus pecados, cuando el cansancio de la lucha lleva al desaliento y al miedo, cuando el diablo susurra que no podremos cambiar, podemos mirar ante nosotros y ver una puerta abierta: es la puerta de la misericordia.
Cristo vino al mundo para eso: para anunciar el Reino, para predicar la conversión, para sacrificarse y abrirnos el cielo, para mostrarnos el rostro misericordioso del Padre.
La Iglesia recibe de Cristo unas llaves maravillosas. Con la mirada puesta en la Cruz y en la mañana de Pascua, tenemos la certeza de la victoria del Buen Pastor, de Aquel que es la verdadera Puerta para las ovejas: "si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto" (Jn 10,9).
El banquete está preparado. Las llaves han abierto la puerta. Hay que vestirse con traje de bodas (buenas obras) y llenarnos de esperanza. "Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos" (Ap 19,7‑8; cf. Mt 22,11).
Pedro, ¿pesan las llaves? No te preocupes. Cristo ha rezado por ti. Confía y abre. Mira a tu Maestro y camina. Con tus lágrimas y tu humildad, grita y recuerda al mundo que el Señor nos ha preparado un lugar en los cielos, junto a su Padre, para siempre (cf. Jn 14,3).

 Por: P. Fernando Pascual LC