Hombres que cambiaron sus valores políticos y religiosos por una vida de
humildad y perdón, al lado de Cristo.
Vamos a contemplar en
estos dos Apóstoles ese cambio profundo de vida. Son para nosotros los
hombres que cambiaron sus valores políticos religiosos por una vida al lado
de Cristo basada en la humildad, en la mansedumbre y en el perdón.
Pertenecían según podemos saber al grupo de los celotes, un grupo de judíos
convencidos de su fe y de sus tradiciones, pero que combatían al opresor
romano y esperaban un Mesías que los liberara de aquella opresión. Cristo les
sale al paso, sin importarle su militancia y sus convicciones, y les invita a
seguirle. Ello va a suponer un cambio de mentalidad, una conversión interior,
un abandono de algo muy metido en sus corazones. Así se convertirán con el
tiempo en hombres que lucharán por liberar al hombre de otras esclavitudes
distintas a las políticas: la esclavitud del pecado, la esclavitud de las
pasiones, la esclavitud, sobre todo, del propio yo. En este contexto vamos a
contemplar el cambio que lógicamente se tuvo que realizar en ellos.
Del odio al amor
Sabemos que todo judío odiaba a los romanos. Aquello sólo era símbolo de una
realidad que se repite en el corazón del hombre: el rencor, el odio, la
acepción de personas. Al ser llamados por Cristo Judas y Simón empiezan a
comprender que el Maestro centra su mensaje en el amor, en el perdón, en el
olvido de las ofensas. Sin duda, en su interior tuvo que darse una revolución
profunda, difícil, sangrante. Pero poco a poco empezó a entrar en ellos la
comprensión de una nueva visión del hombre, no como enemigo, sino como hermano,
hijo del mismo Padre, que ama a todos y hace salir el sol sobre buenos y
malos. Así el odio, el rencor, la venganza fueron desapareciendo y en su
lugar se situaron la paz, la oración por los enemigos, el amor.
De la ira a la mansedumbre
Los celotas emprendían campañas de acoso violentas contra los romanos, aunque
casi siempre llevaron las de perder. Les movía en rencor, y el rencor
engendra ira y violencia. Desde el principio Judas y Simón empezaron a
escuchar del Maestro palabras de mansedumbre: Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5,4). ¡Qué difícil debió
ser para ellos abandonar el camino de la ira para acercarse a los hombres con
bondad, con respeto, con comprensión! Sin embargo, estamos seguros de que pronto
comprendieron que aquel camino lograba mejores frutos en la relación entre
los hombres. No les pedía Cristo que destruyeran su forma de ser, sino que
emplearan para el bien aquella fuerza interior que un día usaron mal, porque
la pusieron al servicio de sus pasiones.
Del Dios de la venganza al Dios del amor
También Judas y Simón tuvieron que entrar por medio de Cristo, Dios hecho
hombre, a la comprensión de un Dios distinto, un Dios que es Padre bondadoso,
amable, bueno. Esta conversión debió ser dura para hombres que tenían una
clara conciencia de ser parte del pueblo elegido y que precisamente
rechazaban a los romanos porque éstos intentaban arrebatarles su fe, sus
costumbres, sus tradiciones. Es curioso, pero Dios nos pide que amemos
incluso a quienes le odian a Él, a quienes le persiguen en su Iglesia, a
quienes parecen enemigos irreconciliables de la fe. Más aún, nos asegura que
con el amor convenceremos al mundo de la autenticidad de nuestra fe.
A la luz del Evangelio de Cristo y del ejemplo de estos dos Apóstoles,
nosotros, hombres de hoy, tenemos que revisar nuestra vida y decidir qué
cambios debemos realizar para ser cristianos de veras. ¿Qué nos puede pedir
Dios tomando como punto de referencia los valores de la humildad, de la
pobreza y de la abnegación? Sin duda, podrían ser muchísimas cosas e,
incluso, cada uno tendrá necesidades distintas. Sin embargo, vamos a repasar
algunas de las exigencias contenidas en estos valores para nosotros, hombres,
padres de familia, esposos, profesionales, miembros de la Iglesia.
·
Dios nos pide en primer lugar un cambio de mentalidad. Con frecuencia
nuestra mente, nuestra inteligencia, nuestra razón están prisioneras de lo
material, de lo cotidiano, de lo intrascendente, de lo inmediato. Parecemos
ciudadanos de una tierra sin horizontes y sin futuro. Nos parecemos a aquel
hombre rico que, tras una buena cosecha, se construye unos grandes graneros y
se invita a sí mismo a vivir bien (Lc 12, 16-21). ¡Cómo necesitamos levantar
nuestra mirada a la eternidad, dar prioridad a lo espiritual, apreciar más
las realidades importantes de la vida como la fe, la familia, la amistad! No
nos resulta fácil esta liberación, porque además vivimos en una sociedad que
sólo nos habla de bienestar, de comodidad, de éxito, de eficacia. Sin
embargo, con los días y con los años vamos saboreando el sabor amargo de una
vida que se encierra sobre sí misma sin horizontes y sin futuro.
Tenemos que decidirnos, pues, por dar prioridad al espíritu y a sus cosas
sobre la materia, poniendo a Dios como centro de nuestro vida, y no a
nosotros como centro de Dios. Tenemos que optar por la oración, por los
sacramentos, por las practicas religiosas en lugar de dejarlas relegadas por
culpa de nuestras ocupaciones. Tenemos que ser hombres de vida interior más
que de acción. Tenemos que defender más la familia que el trabajo. Tenemos
que cuidar más la paz interior que las cuentas bancarias.
·
Dios nos pide en segundo lugar un cambio de corazón. Y os daré un
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26). El
corazón de piedra es ese corazón endurecido por el racionalismo, el orgullo,
la autosuficiencia, la vanidad, el sentido de superioridad. Y el corazón de
carne es ese otro corazón humilde, anclado en la fe, sencillo, sin
complicaciones, cordial. Es muy necesario para nosotros los hombres abandonar
esa falsa madurez que nos conduce frecuentemente a actitudes marcadas por el
individualismo, la seguridad, la fuerza, pero que encierran tal vez posturas
egoístas, cobardías inconfesables, miedo a la verdad. Tenemos que hacernos
como niños. Tenemos que aceptarnos como limitados. Tenemos que aprender a
equivocarnos sin rubores. Tenemos que decidirnos a pedir ayuda a los demás y
a recibir de los demás con paz sugerencias, correcciones. Tenemos, en
definitiva, que dejar los hábitos del hombre viejo para asumir los del hombre
nuevo, creado a imagen de Cristo.
·
Dios nos pide en tercer lugar un cambio de actitudes. Con frecuencia
nuestra vida responde a un esquema que difícilmente alteramos con los años.
Nos convencemos de unas prioridades que casi sacralizamos; nos instalamos en
unas costumbres que no dejamos por ningún motivo; nos hacemos dueños de unos
prejuicios que nadie nos hará cambiar; nos aficionamos a un estilo de vida
que no nos complique nuestra relación con el entorno; nos ponemos unos
límites para no dar más de nosotros mismos; nos diferenciamos de todos para
poder vivir a gusto con nuestra mediocridad. Hay que cambiar en todos estos
campos, tras los cuales se puede ocultar desde la pereza hasta la presunción,
desde la mentira hasta la avaricia, desde la cobardía hasta la falsa
prudencia.
Por el contrario, tenemos que abrirnos al cambio, abandonar prejuicios,
convencernos de nuestras mentiras, romper con nuestros hábitos egoístas,
abrir las puertas a una vida más marcada por los sentimientos y la
afectividad. Y evidentemente todo ello para ser personas equilibradas, ricas
interiormente, abiertas a la felicidad, pues Dios nos quiere así.
Autor: P Juan J. Ferrán
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
martes, 28 de octubre de 2014
Judas y Simón, hombres que cambiaron sus valores
lunes, 27 de octubre de 2014
Una sonrisa de María vale más que todos los cariños
Meditaciones de las letanías del
Rosario. Ella es la puerta del cielo y la causa de nuestra alegría.
Virgen poderosa
A la más poderosa de las Reinas, Dios no le niega nada. Se le llama La
omnipotencia suplicante. Semper vivens ad interpellandum pro filiis suis: Que
vive siempre para interceder por sus hijos.
“No tienen vino”, dijo en una boda. Y qué vino más exquisito se bebió en Caná.
Los que se acogen a Ella no deben tener miedo a nada. Ni al demonio, ni a la
muerte, ni a los peligros.
El rosario parece una oración frágil, y como propia de abuelitas, pero Dios ha
querido que sirva para detener los cañones y las bombas. La tierna Virgencita
es el terror del infierno entero. Por eso los devotos de María no tienen nada
que temer.
Buscar una alianza perpetua con María de Jesús equivale a ser inexpugnable en
la lucha por el cielo. Ella es la puerta del cielo y la causa de nuestra
alegría. Los hijos de María son personas muy alegres, como su Madre. No se
explica que los hijos e hijas de María Santísima se dejen morder por la
serpiente de la desesperanza y del temor. No tienen ningún temor.
Virgen clemente
Lo aprendió de Jesús. Es la Madre del Hijo pródigo. Sabe curar las heridas,
consolas las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Como
Ella no debe juzgar, sólo perdona e intercede por sus hijos.
Cualquier madre es clemente, pero María más que todas juntas. Buena falta nos
hace, pues la clemencia la requieren los malhechores. Hemos de saber que los
tales no son los que andan en las cárceles, pues cada uno de nosotros, sumando
todas sus maldades es un verdadero malhechor que necesita clemencia.. Cuando
María intercede ante el Juez divino por uno de sus hijos, obtiene el perdón.
Oh Madre del Hijo pródigo, que aprendiste de Jesús a perdonar, a hacer una
fiesta cuando éste regresa a casa. He huido de casa muchas veces, creyendo
ingenuamente que sin Dios la vida es más atractiva y emocionante. Cuantas veces
he regresado a casa herido, decepcionado, miserable. Tú has sido, junto con
Dios, la que me ha puesto un anillo en el dedo, nuevas sandalias a mis pies
descalzos, una túnica, y has mandado hacer la fiesta del becerro gordo. Si en
el corazón de Dios hay más alegría por un pecador que se convierte, también en
el tuyo una de las más grandes alegrías es la de recuperar un hijo perdido, un
hijo muerto.
Hay un momento crucial en el que clemencia me es absolutamente necesaria: el
día del juicio particular. No dejes de asistir, como abogada defensora, a la
cita definitiva en la que se decide mi eternidad.
Virgen fiel
Es uno de sus títulos más grandes. La fidelidad hecha carne de mujer. Fidelidad
a Dios, demostrada en su fórmula favorita: “He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra”.
Fidelidad a sus hijos; aún a los hijos que se pierden los ha amado hasta el
último segundo de su vida.
Estaba junto a la cruz... Ella no cayó en la tentación del sueño como Pedro y
sus compañeros.
¿Qué más se te podía pedir, Virgen Fiel? Todo lo diste.
Espejo de justicia
Espejo de santidad...Es la Inmaculada. El tres veces Santo se refleja en Ella
como en un espejo.
Pero no es espejo que, cuando la imagen desaparece, también del espejo
desaparece. María es, más bien, una copia muy bien hecha, del Modelo, la más
perfecta, hermosa y fiel que se haya dado. María nos aventaja con mucho.
Irradia la santidad, la transmite. Quisiera que todos sus hijos se parecieran a
Ella. Con más verdad que san Pablo puede decirnos:”Hijos, sed imitadores míos,
como yo lo soy de Jesús”.
Debemos parecernos a nuestra Madre. “Sed santos como yo soy santa”, podría
decir, al estilo de Jesús. Cualquier virtud adquiere un brillo y un encanto
particular en María. Ella no hace amables practicar dichas virtudes. Es una
Maestra incomparable que hace amar y apasionarse por la vida cristiana.
Queremos ser discípulos en tu escuela, María.
Trono de sabiduría
Lugar donde se asienta la sabiduría. La sabiduría del arte de vivir: Maestra
del vivir, porque es maestra del amor. Vivir, en su esencia más alta, es amar.
Maestra en el arte del amor: Madre del amor hermoso se le llama. Maestra de
todas las virtudes cristianas: Enséñame a ser un discípulo excelente.
Por ser la mejor discípula de Jesús se convirtió en la mejor Maestra de los
hombres.
Ella nos enseña la sabiduría más alta, la de cumplir la voluntad de Dios, de la
santidad. De acuerdo a la frase: “El que se salva sabe, y el que no, no sabe
nada”.
Nos enseña la verdad de Dios en las Escrituras. Nos ha dado al Verbo, la
Palabra de Dios, de una forma en que le podemos tocar, abrazar, mirar, comer.
“Haced lo que Él os diga”. Esta frase pronunciada en las bodas de Caná resuena
en todos los corazones de los cristianos. Si le hiciéramos más caso a Jesús,
nos iría mucho mejor.
Es una sabiduría humilde. No es fácil hallar sabios humildes, porque la ciencia
suele hinchar. María nunca reclamó a su esposo nada, nunca insistió en las
preguntas, aceptaba las respuestas que le resolvían solo en parte los
misterios.
Causa de nuestra alegría
Ella lo sabe. Se lo recordó a Juan Diego. “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?
¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la causa de tu alegría?”
¿Quién es esa persona? ¿Dónde vive? ¿Cómo se llama? Me muero por verla.
El que se junta con María es un ser alegre por contagio. Porque Ella contagia
la alegría a los hijos de Dios.
Su sí a Díos abrió la puerta que estaba cerrada. Nos abrió la puerta de la
felicidad eterna. Nos dará un abrazo y nos presentará a Jesús y al Padre.¡Qué
ilusión me da el pensar en ese momento!
Las legítimas alegrías humanas tienen color y sabor mariano. Pienso en la
sonrisa de María; lo más entrañable de su rostro. Una sonrisa de María vale más
que todos los cariños humanos del mundo, por hermosos que sean.
Vaso espiritual, vaso digno de honor, vaso insigne de devoción
Se habla aquí de los vasos sagrados, como son el cáliz y la patena. María es un
vaso sagrado, como una patena que ha encerrado al Verbo en sus entrañas; es un
cáliz precioso, porque encerró en sus venas la sangre de Jesús, la que se
derramaría en Getsemaní, en la flagelación y en el Calvario.
Vaso digno de ser honrado por todos. A María no se le puede faltar al respeto,
es una ingratitud y una grosería sin nombre. Pienso en los que, con la Biblia
en la mano, predican que María no es la Madre de Dios. Al llegar al cielo, les
va a abrir María la puerta. Antes que nada tendrán que pedir atentas disculpas.
Y al presentarse ante Dios las disculpas deben ser muy serias, porque, aunque
de buena fe, toda la vida dijeron que la Madre de Dios no era su Madre. Eso es
muy fuerte.
Cuando se habla de devoción a la Santísima Virgen, a esto se refieren. Por eso
los que sinceramente tienen una gran devoción a María están en el justo y recto
camino. Dios los bendice y los premia. Amar y bendecir a su Madre, es amarlo y
bendecidlo a Él mismo. Si Él dijo: “Todo lo que hacéis a uno de mis hermanos
más pequeños me lo hacéis a Mí”, ¿qué decir cuando se lo hacen a la hermana más
grande y a su misma Madre? Se lo hacen a Él en persona. No tengan miedo, por
tanto, los que aman a María, Madre de Dios. Sepan que cuentan con la bendición
de Dios.
Vaso insigne de devoción, es decir que merece nuestra devoción, amor y cariño
como nadie.
Por: P Mariano de Blas LC
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domingo, 26 de octubre de 2014
De María siempre hay algo más que decir
Rosario. Letanías
Las letanías del Rosario. Son alabanzas,
piropos de amor, de ternura a María.
Madre admirable
De María nunca se dirá todo. No se puede. Siempre hay algo más que decir de
hermoso, de dulce, de grande. Las letanías son un amable intento de decir todas
las grandezas de María, pero se quedan cortas.
Admirable por sus privilegios: gentilezas de Dios para su Flor: Inmaculada es
su nombre, lo que la distingue y la hace brillar en la noche del mundo.
Admirable por su sencillez: Tan grande y tan chica. Con una mano toca a Dios
Omnipotente y con otra a sus niños de la tierra. “He aquí la esclava del
Señor”. Queremos conocer a la esclava más maravillosa del mundo. Sirve en los
atrios del Señor. Nos han contado tantas cosas de su santidad, de su belleza.
Dicen que sus manos son las más bellas y que las usa solamente para servir,
para hacer el bien... Admirable como el paisaje que se mira y se vuelve a mirar
y nunca se quiere dejar de contemplar, porque infunde alegría, ternura,
admiración.
Oh Madre admirable, maravillosa...Todos los adjetivos se quedan chicos porque
eres demasiado grande, santa y hermosa. Quiero mirarme en tus ojos purísimos,
en ese océano de amor y pureza para que, por contagio, algo de Ti se pase a mí:
algo de tu pujreza, de tu amor, de tu santidad.
Eres un paisaje que han admirado millones de seres antes que nosotros, y detrás
de nosotros seguirán admirándote sin cansarse jamás. ¿¡Qué tienes, criatura
celestial, que todos se enamoran de Tú...?
Madre del buen consejo
Gentil Pastora que sabe guiar a la vida eterna y a la vida digna de vivirse.
“El Señor es mi Pastor”.También quiero decir : María es mi pastora. Maestra
insuperable: Dichosos los alumnos de tu escuela, María. Consejera única, porque
le asiste el Espíritu Santo en persona.
Yo necesito tu maravilloso consejo para los mil asuntos que ignoro. Yo tengo
los problemas y Tú tienes las soluciones. Guíame a la vida eterna, mi destino
final, aquello por lo que existo y para lo que fui creado.
Dame algo de tu sabiduría para resolver amablemente las dificultades de miles
de hermanos míos que sufren, que lloran y no saben para qué sirve el vivir.
Enséñame cuál es el sentido del vivir, de sufrir, de morir. Ayúdame a amar
mucho esta vida, pero infinitamente más la otra.
Aconseja al Jesús de la tierra, al Vicario de tu Hijo, a los obispos, sacerdotes...Enséñanos
a discernir los engaños del Padre de la Mentira de las luces del Espíritu
Santo. Madre del buen consejo, te necesitamos tanto en un mundo lleno de
confusión y de sombras...
Madre del Creador
El Creador quiso ser creado en su naturaleza humana y por eso requirió de una
madre. Eres madre del Creador por eso, porque le diste la naturaleza humana, un
cuerpo de hombre. Madre del que creó el mundo. Por un lado criatura y por otra
creadora de la vida humana del Creador. Tú tuviste entre tus brazos y
alimentaste al Creador niño. Lo acunaste, le enseñaste a caminar, a hablar, a
rezar, a vivir como hombre. Y te obedeció durante treinta años.
Engendradora del Camino, la Verdad y la Vida. Cuánto nos diste a nosotros al
darla la vida a Él. Porque hiciste hermano nuestro al Dios, nuestro Salvador. Y
Él, a su vez, te convirtió en Madre nuestra también. Y todo por amor de Dios a
Ti y a nosotros. Estableciste un parentesco inusitado: Hija del Padre, Madre
del Hijo, Esposa del Espíritu Santo, Madre nuestra.
Madre del Salvador
Como el Creador de mundos se hizo Salvador del Hombre, Tú adquiriste un nuevo
título y parentesco: Madre del Salvador. Cuando otra mujer escuchó a tu Hijo
Salvador pensó amorosamente en Ti. “Bendito el seno que te llevó y los pechos
que te criaron”. Te llamó bendita. Te llamamos bendita porque eres la fuente de
la fuente de aguas vivas y eres la Madre de la salvación que se llama Jesús. Al
dar las gracias a Cristo, volvemos la mirada a quien fue su Madre.
El Salvador debía morir en una cruz< y en una montaña. En esa montaña
estuviste Tú. No podías faltar. Allí fuiste nombrada solemnemente madre de
todos los salvados. Tu maternidad es inmensa; tus hijos incontables. No sólo
fuiste madre del Redentor, sino Corredentora, compañera de martirio como nueva
Eva junto al nuevo Adán. Jesús ha salvado al hombre con tu ayuda, con tu
sufrimiento. Colaboraste en la salvación de tus hermanos, antes de ser Madre de
todos ellos.
Virgen prudentísima
Hablas cuando se requiere y callas cuando debes callar. No hablaste cuando
José, ignorante del milagro que crecía en Ti, sufría sin saber. A los doce años
de Jesús le preguntaste por qué. Pero cuando Él te respondió con otro por qué,
callaste, aunque no tenías la respuesta. Conservabas todas aquellas palabras y
misterios en tu corazón.
Pero en Caná hablaste, insististe, porque era necesario el milagro. No sólo
conseguiste el mejor vino del mundo, para alegría de los comensales, sino que
hiciste crecer la fe de los apóstoles.
Yo suelo hablar cuando debo y también cuando no debo. Y callo, por cobardía,
muchas veces que debida hablar. ;e sobra cobardía y me falta prudencia. Virgen
prudente, me inscribo en tu escuela para aprender esta difícil virtud.
Te apareces a gente sencilla y humilde, porque no quieres inquietar a los
poderosos Eso es también prudencia, Sigues siendo en el cielo la Niña eterna
que aquí fuiste..En los primeros siglos de la Iglesia dejaste actuar a Pedro y
a los Apóstoles, y Tú actúas y ayudas desde la segunda fila. No quieres ser
protagonista.
Virgen digna de veneración, de alabanza
He visto cientos de fervorosas procesiones de la Virgen, altares adornados con
millares de flores, las flores más bellas, desde niño. En el calendario abundan
las fiestas dedicadas a María, comenzando por la del primero de enero, María
Madre de Dios, Esta fiesta invita a colocar el nuevo año en sui corazón.
Un mes primaveral, Mayo, se le dedica entero a la Virgen María. ¿Quién no ha
llevado flores a la Virgen en el mes de Mayo? Tanto derroche de flores, ¿por
qué? La flor es en sí hermosa, pero además es portadora de cariño, de ternura.
En los altares de María hay infinidad de bellas flores, porque es mucho el amor
de sus hijos.
Y las advocaciones tratan de obligar a María a quedarse en una región, a
emparentar con un pueblo. Y así, la Virgen del Carmen, del Perpetuo Socorro, La
Virgen de Guadalupe, Fátima, Lourdes... Así, la Madre de todos se convierte
especialmente en Madre de los habitantes de un pueblo, añadiéndole su título
particular.
El amor también canta. No podían faltar las hermosas canciones a la Virgen,
que, si las juntáramos, serían miles y miles. Lo mejor dela cariño se muestra
cantando. Millones de cristianos cantan a diario a su Madre del cielo. El que
nunca te lleve una flor o te entone una canción, no sabe nada del amor...
Por: P Mariano de Blas LC
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sábado, 25 de octubre de 2014
Las letanías son alabanzas, piropos de amor, de ternura
Las Letanías del
Rosario. ¿Te aburres rezándolas? No amas, no comprendes. Sólo quien ama a María
las entiende
Las letanías son alabanzas, piropos de amor, de ternura. ¿Te aburres
rezándolas? No amas, no comprendes. ¿Te gustan? Sí amas, sí comprendes.
El que las inventó sí amaba, sí comprendía. Son, en definitiva, un poema de
amor; sólo quien ama a María lo entiende. Dile a los enamorados que son
aburridos porque repiten con frecuencia frases de amor.
Santa María
Es el nombre de la mujer más maravillosa... ¡Cuantas iglesias dedicadas a su
nombre!¡Cuantas mujeres llevan este nombre de María! Por algo será. Yo me llamo
Mariano y me alegro de llevar ese nombre. Cuanta gente canta, reza, dice ese
nombre que a los mismos ángeles impresiona y enternece el corazón de Dios. Los
ángeles obedecen a Dios y luego a su Reina, a una mujer, una criatura humana, a
María.
Nosotros le hemos puesto un sobrenombre llamándola Santa María de Guadalupe.
Cuanto significa este nombre para los mexicanos.
María es amor, toda amor; es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios
para nosotros.
Santa Madre de Dios
Esta es su grandeza incomparable, Nos merece un respeto tremendo. Pero su amor
y humildad la convierten en una Madre incomparable, única. Podía el Hijo de
Dios habérsela quedado. Era suya, solo suya y toda suya. Pero el amor es
donación y entrega. Y por amor -¡qué grande amor!- nos la regaló. Cristo nos
dio el derecho de ser sus hijos.
La sangre que Cristo derramó en el Calvario esa la sangre de una mártir,, era
su propia sangre. Dios lleva en sus venas la sangre de María.
Santa Virgen de las vírgenes
Es la inmaculada, la llena de gracia, La hicieron las manos del tres veces
santo para ser digna morada del Hijo de Dios.
Está a la cabeza de todas las vírgenes, es reina de todas ejemplo para cada una
de ellas.
Madre de Cristo
La sangre que derramó en el Calvario era la sangre de una mártir, María, la
Corredentora. Madre del Niño Jesús que nació de Ella en Belén. Madre del Cristo
que predicó en Palestina. Madre del Cristo del Calvario: Madre mártir.
Madre de la Iglesia
Pablo VI le otorgó ese título durante el Concilio Vaticano II. Madre de Cristo
Cabeza, Madre de su cuerpo, la Iglesia. Madre de todos nosotros: madre tuya,
madre mía. Una prueba de que Jesús nos ha tomado en serio como hermanos es que
nos ha dado a su Madre, y para siempre.
Te cuida y te ama como si fueras el único. Pero María no puede besar al hijo
que la rechaza, no puede curar al hijo que no la quiere, no puede ayudar al
hijo que la rehuye. No puede ser Madre de quien no quiere ser su hijo. Y es más
madre de quien desea con toda su alma ser hijo suyo.
Madre que cuida de una manera especial a sus hijos enfermos, pecadores,
tristes... Madre de las almas consagradas. Para Jesús son sagrados, para María
también.
Mexicano, si alguna vez has sentido en tu corazón un algo de ternura por la
Morenita del Tepeyac, ten cuidado, te la quieren arrebatar. Te habrán quitado
mucho. Ya solo nos falta que nos quiten la fe en Dios y en la Virgen de
Guadalupe. Y a ver qué nos queda de mexicanos.
Madre de la divina gracia
No en el sentido de productora de la gracia, sino distribuidora, medianera de
la misma. Todas las gracias que recibes pasan por las manos de una Madre, por
voluntad de Dios. Al ser la Madre de Cristo m de alguna manera es la madre de
esa gracia que Cristo nos dio. Porque el sí de María pondría en marcha la
Redención de los hombres, la redención que nos otorgaría la gracia.
Madre purísima. Castísima, virginal, inmaculada
Un abismo de pureza. La Mujer con mayúscula fue una mujer purísima. Cualquier
mujer que quiera conservar su grandeza, no puede menospreciar esta virtud. La
impureza te hace menos mujer y te acerca al reino inferior de la naturaleza.
Las mujeres, las muchachas que hoy aman la pureza y la tratan de vivir tienen
el beneplácito de Dios y la sonrisa de la Mujer ideal.
Con ello no quiero decir que las caídas en este campo no se puedan reparar.
Como nadie dice que un vestido manchado no se puede lavar.
Los gustos del cielo tan distintos a los del mundo. ¿Qué han hecho de la mujer?
Hoy la mujer ideal es totalmente distinta. Si eres mujer, escoge el perfil del
cielo o el de la tierra.
La pureza no roba belleza a una persona, al contrario, la realza. El rostro más
bellos y los ojos más hermosos son aquellos en los que se refleja Dios. La
mujer pura tiene un encanto adicional, un toque de cielo azul, aunque hoy no se
le quiera tener en cuanta. Si se quiere rescatar al mundo debe ser desde la
mujer, Y gran parte del recate de la mujer se llama castidad.
Madre amable
Digna de todo nuestro amor.
Por lo buena que es
Por lo santa
Por ser mi Madre
Por todo lo que le debo
Porque, después de Dios, nadie me quiere tanto
Por su encantadora sencillez.
María es digna de todo nuestro amor. Totus tuus. Todo tuyo y para siempre.
Te quiero, madre dela cielo, como quiero al mismo cielo, como quiero los bellos
paisajes, los mares, los ríos, las montañas... Te quiero en los amaneceres y
puestas de sol, en las flores de la pradera. Lo mismo que siento a Dios, te
siento a Ti en cada rosa, en el canto del jilguero, en las estrellas de la
noche. Algo de tu hermosura ha quedado en la naturaleza. Y por eso te veo en
todas partes.
Autor: P Mariano de Blas LC
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viernes, 24 de octubre de 2014
Reina y Madre de sus queridos hijos
Meditaciones del
Rosario. Quinto Misterio Glorioso. La Coronación de la Virgen como Reina del
Cielo y de la Tierra.
Voy a escribir una carta destinada a la Virgen María en el cielo. Una forma
muy sencilla y profunda de manifestar el aprecio y cariño a una persona es a
través de una carta. Lo importante no es mi carta sino la que tú escribas a
María desde el fondo de tu corazón.
Querida y respetable señora, queridísima madre:
Sé que estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo.
Y esto me hace temblar de regocijo, de amor y de respeto.
Cuántas mujeres en el mundo, queriendo parecerse a ti, llevan con orgullo santo
el dulce nombre de María. Cuantas iglesias dedicadas a tu nombre.
Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres,
tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los
hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se
revela y se da como ternura, amor y misericordia.
Estoy escribiendo una carta a la Madre de Dios: Esa es tu grandeza
incomparable. Eres la gota de rocío que engendra a la nube de la que Tú
procedes.
Me mereces un respeto total, al considerar que la sangre que tu hijo derramó en
el Calvario es la sangre de una mártir, es tu propia sangre; porque Dios, tu
hijo, lleva en sus venas tu sangre, María.
Pero el respeto que me mereces como Madre de Dios se transforma en ímpetu de
amor, al saber que eres mi madre desde Belén, desde el Calvario, y para
siempre.
Y por eso, después de Dios me quieres como nadie. Yo sé que todos los amores
juntos de la tierra no igualan al que Tú tienes por mí. Si esto es verdad, no
puedo resistir la alegría tremenda que siento dentro de mi corazón.
Pero ese amor es algo muy especial, porque soy otro Jesús en el mundo, alter
Christus.
Tú lo supiste esto antes que ningún teólogo, desde el principio de la
redención. No puedo creer que me mires con mucho respeto.
Para ti un sacerdote es algo sagrado. Agradezco a tu Hijo, al Niño aquél,
maravilla del mundo, que todavía contemplo reclinado en tus brazos, su sonrisa,
su caricia y su abrazo que quedaron impresos a fuego en mi corazón para siempre.
Oh bendito Niño que nos vino a salvar.
Oh bendita Madre que nos lo trajiste.
Contigo nos han venido todas las gracias, por voluntad de ese Niño. Todo lo
bueno y hermoso que me ha hecho, me hace y me hará feliz, tendrá que ver
contigo. Por eso te llamamos con uno de los nombres más entrañables: Causa de
nuestra alegría.
He sabido que tu Hijo dijo un día: "Alegraos más bien de que vuestos
nombres estén escritos en el cielo" Sí. Escritos en el cielo por tu mano,
Madre amorosísima. Cuando dijiste sí a Dios, escribiste nuestos nombres en la
lista de los redimidos. Y esta alegría nos acompaña siempre, porque Tú tambien
como Jesús estás y estarás con nosotros todos los días de nuestra vida.
¡Qué hermosa es la vida contigo, junto a ti, escuchándote, contemplando tus
ojos dulcísimos y tu sonrisa infinita! También como a Dios, yo te quiero con
todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.
Sigo escribiendo mi carta a la que es puerta del cielo. ¡Cómo he soñado desde
aquel día, en que experimenté el cielo en aquella cueva, en vivir eternamente
en ese paraíso! Junto a Dios y junto a ti, porque eso es el cielo. La puerta de
la felicidad eterna, sin fin, tiene una llave que se llama María.
Cuanto anhelo ese momento en que tu mano purísima me abra esa puerta del cielo
eterno y feliz.
Oh Madre amantísima, eres digna de todo mi amor, por lo buena que eres, por lo
santa, santísima que eres, la Inmaculada, la llena de gracia, por ser mi Madre,
por lo que te debo: una deuda infinita, porque, después de Dios, nadie me
quiere tanto, por tu encantadora sencillez.
Yo sé, Madre mía, que, después de ver a Dios, el éxtasis más sublime del cielo
será mirarte a los ojos y escuchar que me dices: Hijo mío, Y sorprenderme a mí
mismo diciendo: Madre bendita, te quiero por toda la eternidad.
Oh Virgen clementísima, Madre del hijo pródigo -Yo soy el hijo pródigo de la
parábla de tu hijo- que aprendiste de Jesús el inefable oficio de curar
heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar
todo. Perdóname todo y para siempre, oh Madre.
Bellísima reina, Madre del amor hermoso, toda hermosa eres,María. Eres la
delicia de Dios, eres la flor más bella que ha producido la tierra. Tu nombre
es dulzura, es miel de colmena. Dios te hizo en molde de diamantes y rubíes. Y
después de crearte, rompió el molde. Le saliste hermosísima, adornada de todas
las virtudes, con sonrisa celestial...
Y cuando Él moría en la cruz, nos la regaló.
Por eso, Tú eres toda de Jesús por derecho.
y toda de nosotros por regalo.
Todo tuyo y para siempre.
CONCLUSIÓN:
Asistimos hoy al desamparo de muchas madres que sufren antes de crear hijos,
que siguen sufriendo al engendrarlos, y sufren mucho más al tener que
educarlos, por no mencionar a las madres que suprimen a algún hijo. Todas
tienen una Abogada en el cielo, que les ayuda misericordiosamente por ser Ella
también mujer y madre. Todas las que deseen saber cómo es, cómo ama y cómo se
realiza una mujer deben mirar al cielo y contemplar a su celestial patrona e
intercesora, la redentora de la mujer, de su maternidad, de su amor y de su
felicidad en la tierra y en el cielo.
Oración:
El cielo es tu sitio, Virgen María. Y el cielo es también el sitio para tus
hijos. No permitas que los hijos de una madre que vivió y murió de amor, vivan
y mueran de hastío. Llévanos al cielo. Haznos vivir en la tierra como quienes
están de paso hacia la felicidad eterna. Que dejemos pasar lo pasajero y nos
aferremos a lo eterno. Amén.
Autor: P. Mariano de Blas LC
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jueves, 23 de octubre de 2014
María es inmensamente feliz en el cielo
Meditaciones del Rosario. Cuarto Misterio Glorioso. Asunción de la Virgen
María. Desde el cielo una Madre nos ama.
Su vida consistió en amar.
La mujer que podemos definir como Amor vivió en este mundo sólo amando: amando
a Dios, a su Hijo Jesús desde que lo llevaba en su seno hasta que lo tuvo en
brazos desclavado de la cruz. Amó a su querido esposo san José, y amó a todos y
cada uno de sus hijos desde que Jesús la proclamó madre de todos ellos.
María fue una mujer inmensamente feliz...Su presupuesto era de dos reales. No
tenía dinero, coche, lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos.
No era Directora del jardín de niños de Nazareth, tampoco presumía de
nombramientos, como Miss. Nazareth. María a secas. No salió en la televisión ni
en los periódicos.
Pero poseía una sólida base de fe, esperanza, amor y de todas las virtudes.
Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada le falta.
La Virgen no se quejaba: de ir a Egipto, de que Dios le pidiera tanto. La
sonrisa de la Virgen era lo mejor de su rostro. ¿Cómo reaccionaría ante las
adversidades, dificultades, cólera de sus vecinos?
María veía la providencia en todo: en los lirios del campo, en los
amaneceres...en la tormenta. Cuando no había dinero. Cuando tenía que
ausentarse. Cuando alguna vecina se ponía necia y molestaba.
Lo más admirable de María era el amor. Lo más grande de la mujer debe ser el
amor. El amor es un talismán que transforma todo en maravilla. Dios te ha dado
este don en abundancia. Si lo emplearas bien, haría de ti una gran mujer, una
ferviente cristiana, una esposa y madre admirable. Pero, si dejas que el amor
se corrompa en ti, ¡pobre mujer!
María Magdalena tenía una gran capacidad de amar. La empleó mal, y se convirtió
en una mujer de mala vida. Pero, después de encontrarse con Jesucristo, utilizó
aquella capacidad para amar apasionadamente a Dios y a los demás, y hoy es una
gran santa y una gran mujer.
Desde su asunción a los cielos ha seguido amando durante dos mil años a Dios y
a los hombres: Es un amor muy largo y profundo. Y apenas ha comenzado la
eternidad de su amor.
Dentro de ese océano de ternura que es el Corazón de María estamos tú y yo para
alegrarnos infinitamente. Desde el cielo una Madre nos ama con singular
predilección. La fe en este amor debe llenar nuestra vida de alegría, de paz y
de esperanza.
Subió al cielo en cuerpo y alma
Dios adelantó el reloj de la eternidad para que María pudiese inaugurar con su
hijo nuestra eternidad. Mientras nosotros esperamos, Ella goza de Dios con su
cuerpo inmaculado, el que fue cuna de Jesús durante nueve meses.
María, nuestra Madre, es inmensamente feliz en el cielo. Nosotros, sus hijos,
nos congratulamos infinitamente por su felicidad. Ella, como buena madre, no
quiere gozar sola; nos quiere ver a nosotros felices con Ella, eternamente
gozosos con Ella y con Jesús en el cielo. El único anhelo todavía no cumplido
de María es lograr nuestra felicidad eterna. Su oración para lograrla es
diaria, muy intensa, hasta conseguirlo.
El cuerpo en el que Dios habitó es digno de todo respeto. Está eternizado en el
cielo, incorrupto, feliz como estará un día el nuestro. El cuerpo que vivirá
eternamente en el cielo es digno de todo respeto. No se debe degradar lo que
será tan dignamente tratado. Pasará por la corrupción, pero sólo para resucitar
en nueva espiga y nuevo cuerpo inmortal, incorrupto, puro y santo.
Es una motivación muy seria ésta. Nuestro cuerpo, que fue templo de Dios en la
tierra y eternamente gozará de Dios en el cielo, es digno de que sea respetado,
purificado.
Voy a prepararos un lugar:
Así hablaba Jesús a los apóstoles con emoción contenida. Personalmente se
encargaría de tener listo ese lugar. Pero sabemos quién le ayudaría
cariñosamente a preparar dicho lugar: María Santísima. Ella le ayudó -y de qué
manera tan eficaz- en sus primeros pasos a la Iglesia militante. Ella sigue
ayudando con su amorosa intercesión a la Iglesia purgante y, de manera muy particular,
a preparar la definitiva estancia a la Iglesia triunfante.
Podremos estar seguros de ver un ramo de flores con una tarjeta y nuestro
nombre: Hijo, hija, cuánto me costaste. Pero ya estás aquí. También habrá un
crucifijo con esta leyenda: "Te amé y me entregué a la muerte por
ti". Jesús. Habrá un ramo de almendro florido colocado por Jesús de parte
de María.
Voy a prepararos un lugar. También María nos dice que ha ido a prepararnos un
lugar. La mejor Madre con todo el cariño preparando un sitio para toda la
eternidad a sus hijos. ¡Gracias, Madre, por el interés y el amor demostrado!
¿Cómo pagarte? Imposible. En deuda estaremos eternamente contigo.
El premio de los justos es el cielo, la felicidad eterna.
Poco lo pensamos. Mucho lo ponemos en peligro. "Alegraos más bien de que
vuestros nombres estén escritos en el cielo". Sabremos entonces por qué
decía Jesús estas solemnes palabras, cuando veamos con los ojos extasiados lo
que ha preparado Dios a sus hijos. Si les dio su sangre y su vida, ¿no les iba
a dar el cielo?
Pero aquí andamos distraídos, perdidos, olvidados, comiendo los frutos agraces
del pecado que pudre la sangre y envenena el alma. Cuantas veces emprendimos el
camino del infierno, tantas otras una mano cariñosa y firme nos hizo volver al
camino del cielo. Pensamos en todo menos en lo mejor y lo más hermoso. ¡Pobres
ignorantes, ingratos, desconsiderados!
Dios premia dando el cielo. Se lo ha dado a María, a los santos. Lo ofreció al
joven rico, y lo rehusó. Lo ganó pagando el precio de la cruz y de la vida. El
cielo es nuestro; nos lo han regalado. Pero, a la fuerza nadie entrará allí. Es
necesario pedirlo, merecerlo de alguna manera. El mismo Jesús proclamaba:
"El Reino de los cielos se gana luchando, y sólo los que luchan lo arrebatan."
Si ganar el cielo es lo más grande que podamos lograr, perderlo es lo más
triste y trágico que nos pueda suceder. Ambas cosas están sucediendo de
continuo: los que están ganando la gloria y los que están ganando la perdición.
Y tú, ¿qué estás ganando?
¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Jesús sabe
lo que dice.¡Cuantas veces empleamos los mejores años, las mejores energías, en
conseguir lo pasajero, hipotecando lo eterno! Así, nos convertimos en los
peores perdedores, porque perdemos lo único necesario.
El cielo es cielo por Dios y María
Al fin nos encontraremos cara a cara con los dos más grandes amores de nuestra
vida. Entonces sabremos lo que es estar locamente enamorados y para siempre de
las personas más dignas de ser amadas. Enamorados de Dios, en un éxtasis eterno
de amor: amados por el Amor Infinito, la Bondad Infinita.
Ahí comprenderemos los misterios del amor aquí muy poco comprendidos.
Volveremos a Belén a amar infinitamente, eternamente a aquel Dios hecho niño
por nosotros. Volveremos a la fuente de Nazareth donde Jesús llenó el cántaro
de María tantas veces.
Volveremos al Cenáculo a quedar de rodillas y extasiados ante la institución de
la Eucaristía, y comprenderemos las palabras del evangelista Juan: "Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo".
Volveremos al Calvario y querremos quedarnos allí mucho, mucho tiempo, siglos,
para contemplar con el corazón en llamas el amor más grande, la ternura más
delicada, y comprenderemos cada uno lo que Pablo gritaba: "Líbreme Dios de
gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo".
Pediremos permiso de bajar a la tierra para visitar los Santos lugares no como
turistas sino como locamente enamorados.
Volveremos a leer el Evangelio con el corazón en éxtasis de amor. Todo esto por
mí, por amor a mí. Agradeceremos a María su "fiat", su "hágase
en mí según tu palabra", y le diremos con amoroso acento: "Gracias,
Madre, por haber dicho que sí."
Releeremos una y otra vez aquella escena del Calvario, cuando Jesús moría:
"Ahí tienes a tu Madre". Ahí la tengo, junto a mí, en el cielo, para
siempre...
¡Gracias, Jesús, por haberme dado tu Rosa, tu joya más preciosa. ¡Gracias, por
haberme dado a tu Madre como madre mía! Te quiero mucho, te quiero tanto por
María...
Volveremos a Belén, a aquella cueva bendita donde nació el Amor hecho niño por
mí. Besaremos el pesebre, las pajas. Y nos quedaremos allí durante muchas
horas, y con ganas de volver mil veces.
Volveremos a Nazareth, a la humilde casita de la dulce María. Tú nos enseñarás
cada rincón de la casa. "Aquí estuvo el arcángel, y le respondí que sí.
Aquí estaba el taller de José, mi queridísimo José. Aquí la cocina en la que
pasé tantas horas entre los pucheros. Aquí el huerto, en el que me extasiaba
con las flores".
Y querremos quedarnos en esa casita años y años, en aquel rincón del cielo...
Al cielo subió la Puerta del cielo
Sueño en ese momento en que tocaré a la puerta. Y saldrá a abrirme con los
brazos abiertos y una sonrisa celestial María Santísima. Tendré que sostenerme
para no morir otra vez, pero de puro gozo al ver sus ojos de cielo, su rostro
bellísimo, su amor increíble pero real.
Tenía tantos deseos de verte, OH Madre mía; tantas veces te recé la Salve y
recé el rosario -aunque a veces distraído. En el cielo recitaré de nuevo todos
los rosarios mal rezados, como un serafín. ¡Qué pena que en la tierra te conocí
tan poco y tan poco te amé! En el cielo te amaré por lo que no te amé en la
tierra.
María es la mujer triunfadora por excelencia. La humilde esclava del Señor ha
logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta cumplir la
voluntad de Dios; como motivación el amor. El Premio: La Asunción los cielos en
cuerpo y alma. Así nos enseña de forma contundente la mejor forma de vivir.
Oración:
Oh María, Puerta del cielo, no permitas que tu hijo pródigo prefiera comer
las bellotas y apacentar los puercos cuando ha sido llamado al amor eterno y a
la felicidad suprema en el cielo junto con Dios y junto a Ti. Haz lo que sea,
no importa qué cosa, para obtener ese cielo que tiene una morada para mí,
preparada con tanto cariño por Jesús y por ti, Madre.
Autor: P Mariano de Blas LC
miércoles, 22 de octubre de 2014
Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías
Meditaciones del Rosario. Tercer Misterio Glorioso. Venida del Espíritu
Santo. Tú obtuviste la gracia del Espíritu Santo a los apóstoles.
Como la gallina a sus pollitos estabas con aquellos apóstoles asustados,
infundiéndoles la fortaleza y el valor de una Madre. Les enseñaste a rezar,
como Jesús les había enseñado, pues Tú eras una maestra insigne. Única. Bajo tu
ejemplo ellos aprendieron a gustar la oración, a hacerlo de manera semejante a
como Tú lo hacías. "Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la
predicación" diría más adelante Pedro a la comunidad de forma contundente.
Orar con María: Cuanto hubiera disfrutado estando allí, viéndola orar,
asimilando por contagio la oración de la criatura más santa y humilde:
contemplar su rostro, sus ojos cerrados o semicerrados o mirando hacia lo alto;
escuchar su corazón cantando con su bellísima voz, imitar su forma de
arrodillarse, de cerrar sus manos. Orar con Ella, junto a Ella, ¡qué gran
privilegio!
Me imagino a los apóstoles, al verla orar tan extáticamente, suplicándole:
"Enséñanos a orar contigo y como tú lo haces". Oh Madre, yo también
te digo: "Enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías". A los
cristianos que se aburren en la oración o en la Misa, alcánzales el amor de los
enamorados para que disfruten la alegría de orar.
Tú obtuviste la gracia del Espíritu Santo a los apóstoles. Pedro te necesitaba
más que nadie. Después de las negaciones se había roto; estaba herido y
necesitaba los cuidados de una Madre para con su hijo enfermo. Pedro necesitaba
de una Madre como San Juan Pablo II. También él llevaba, si no en su escudo, sí
en su corazón, el "Totus tuus".
Juan era el más parecido. Él de alguna manera compensaba y llenaba el hueco
dejado por Jesús. "Ahí tienes a tu Madre". Este encargo, hecho a
todos, él se lo tomó infinitamente en serio.
Tomás: Yo sé que convertiste a aquel hombre duro para creer en un hijo de fe,
por la forma tan bella como Tú le enseñaste a creer.
María Magdalena: Ya había comenzado su conversión, pero ella como mujer que
era, y apasionada, copió mejor que los hombres tu hoguera de amor. Aquella que
se había acostado en los basureros tenía ante sí un ejemplo de mujer pura,
santa y toda amor. María Magdalena te copió con todas las fuerzas de su ser. Tu
presencia la purificó totalmente y le hizo amar locamente la pureza y abominar
del pecado.
Debes repetir el milagro de Pentecostés en la Iglesia y en cada uno de nosotros,
en mí. Aunque no sea vea la llama de fuego, que me abrase todo; aunque no haya
terremoto externo, que vibre por dentro y me vuelva loco de amor por Él y por
Ti. Te lo pido encarecidamente. No te pido mas, pero no te pido menos.
Pusiste de rodillas a la Iglesia primitiva y así, de rodillas, recibió la
fuerza del Espíritu Santo. Hoy debes también enseñar a rezar a los sacerdotes y
religiosos, a los fieles, para salir del atolladero.
Salieron a predicar como leones. Pedro era un león, sentía dentro la fuerza de
un león, ávido de presas. Echó las redes de su palabra en nombre de Cristo, y
tres mil hombres quedaron atrapados. Los primeros cristianos entraron a la
Iglesia por contagio de amor, de aquel amor que ardía en el corazón de los
apóstoles. Así comenzó con buen pie la religión del amor, amando y haciendo
amar, hasta el punto de arrancar a sus mismos enemigos la mejor alabanza que se
pueda decir jamás de los cristianos: "Mirad cómo se aman".
Aprendieron muy bien la lección de Jesús.
Hoy... en muchos casos, ya no es así. La religión del amor se ha convertido
para muchos en la religión del aburrimiento. Porque no aman, porque se han
olvidado del amor que Cristo les ha demostrado. Tienes que hacernos como
hiciste a los primeros, para seguir convenciendo a los hombres fríos de hoy. La
religión del amor se contagia por calor, no por gélidas ideas.
Autor: P Mariano de Blas LC
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martes, 21 de octubre de 2014
Los éxitos del Hijo son también de su madre
Rosario. Segundo
Misterio Glorioso
Meditaciones del Rosario. Segundo
Misterio Glorioso. La Ascensión del Señor. María, tu acompañaste a los
apostoles a partir de ese día.
Tú estuviste allí, no podías faltar. Con
los apóstoles: tus nuevos hijos, la Iglesia naciente que Jesús dejó a tu
cuidado.
Lo viste subir, triunfar para siempre. Subía y regresaba al cielo como
triunfador. Derrotados quedaban sus enemigos: la muerte, el demonio, el mundo.
Era tu triunfo también. Si los éxitos del hijo son también de su madre, la
ascensión de Jesús tú la vivías como propia; era el anticipo de tu asunción.
Aquel Hijo tuyo, nacido en Belén, que había venido a la tierra a través de tu
carne, ahora se iba a la patria definitiva. Aquel hijo, perdido durante la
eternidad de tres días en el templo, ahora no sabías cuantos años estarías sin
verlo. ¡Qué dolor, dolor nuevo, que hacía casi intolerable, insufrible, la
separación del Hijo amado!
A partir de entonces tu corazón estaría más en el cielo que en la tierra. Allí
estaba José, tu esposo, el compañero maravilloso de la infancia y juventud de
Jesús. ¡Qué ratos tan inefables, tan difíciles también, en su compañía! Él se
te había adelantado. Él vería llegar a Jesús al cielo, y recibiría de Él las
más sentidas gracias por haber cumplido tan perfectamente su misión de padre.
Allí estaría desde ese momento Jesús. Pero Tú te quedabas en la tierra sola,
muy sola. Porque tu amor se iba, y te dejaba sola en la tierra.
Sólo quien ha estado locamente enamorado y pierde a la persona amada sabe de
este dolor. Tú eras la enamorada por excelencia de Jesús. Por eso, tu dolor no
tenía límites ni comparación.
Pero tu voluntad no se sumergía en la tristeza, porque Jesús te había entregado
una nueva misión: la Iglesia naciente. Con cuánto amor repetiste tu oración
favorita: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
Con tu oración, tu amor, tus consejos y tu prudencia, la Iglesia niña crecía
incontenible. Crecía en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres,
como en otro tiempo tu Jesús. ¡OH Madre de la Iglesia, que acunaste nuevamente
en tus brazos aquella criatura que Jesús te entregó!
Se mezclaban la nostalgia –la fuerza que te lanzaba hacia el cielo- y el amor a
la Iglesia que necesitaba tu cariño, tu presencia, tu oración. La nostalgia era
desgarradora, la esperanza larguísima. Tú veías en la Iglesia la continuación
de Jesús en la historia como ningún teólogo lo ha visto. Toda la Iglesia estaba
llena de la presencia de Jesús.
Tus nuevos hijos eran más débiles que Jesús. Los lobos acechaban. Satanás, que
había devorado a Judas, seguía esperando matar a toda la grey, cuando aún era
débil e indefensa. Pero contaba con tu defensa irresistible. Nostalgia, espera
y certeza de llegar al cielo para ti y tus hijos. Él ya, faltamos nosotros...
Ahora Tú también estás en el cielo. Faltamos nosotros...Acuérdate de nosotros.
Nueva etapa de fe: Volviste a encender la lámpara que había alumbrado tu
caminar por la vida, con aceite nuevo, con nuevo vigor. Era el comienzo fresco
y pujante del cristianismo. Tú eras la primera cristiana, la que debías vivir y
contagiar a todos la alegría recién estrenada del hombre y mujer nuevos, del
nuevo estilo de vida, la religión del amor.
Oh Madre, se nos ha olvidado muy pronto que la religión fundada por tu Hijo es
la religión del amor, la religión de las bienaventuranzas. Nos hemos quedado
con unas pocas ideas rancias y con un aburrimiento vital. Resucita en nosotros
la alegría del “mirad cómo se aman” que avasalló a los primeros.
¿Qué hemos hecho de la religión del amor? Los cristianos hemos vaciado la
religión del amor para quedarnos con los mandamientos mal cumplidos. Y nos resulta
aburrida, pesada, inaguantable.
La misma religión que a los primeros los entusiasmó hasta el extremo, los
arrastró hasta el martirio sin pestañear, a nosotros nos resulta sosa y
aburrida. ¿No será que hemos perdido la savia vital? Y ¿qué somos, que queda de
nosotros si nos falta el amor? Nada. Pura fachada.
Tú comulgabas con más fe que ninguno, llegando a sentir a Jesús en tus entrañas
como cuando crecía en tu seno. Te absorbías, te elevabas de la tierra, te
ibas...Vivías de la comunión anterior y vivías para la siguiente, como la
enamorada que no puede separarse del Amado.
Enséñanos a comulgar con el fervor con que Tú lo hacías en los años de tu
soledad. Los cristianos observaban con respeto y emoción tu actitud. Y seguro
que, como a Jesús, te pedían: “Enséñanos a comulgar con el fervor con que Tú lo
haces”.En la forma de recibir a Jesús se confirma el amor o la indiferencia de
los cristianos de hoy.
Quiero imaginar las palabras que dirigías a los apóstoles: El primer evangelio
pasado por la mente y el corazón de su Madre. Y así entendían de manera
entrañable las enseñanzas de Jesús: Tú les abrías el sentido, pero, sobre todo,
encendías sus corazones. Cuantas veces Pedro, Juan y los demás debían comentar
como los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba
María los misterios de la vida de Jesús?"
Cuanto necesitamos, María, que nos vuelvas a explicar los misterios y la
enseñanza de Jesús, sobre todo el amor que nos tiene, para que nuestro corazón
arda de amor por Él y por Ti. ¡Cómo motivarías a Pedro, cada vez que el
pesimismo y las dificultades de guiar a la Iglesia querían doblarlo! ¡Qué firme
y gentil pastora guiaba al primer Papa, lo mismo que al actual Benedicto XVI!
¡Cómo les hablarías del cielo, repitiéndoles con apasionado acento las palabras
de Jesús: ”Alegraos de que vuestros nombres están escritos en el cielo”! Hay
que merecerlo, hay que ganarlo. Ahí estaremos juntos para siempre...
Por: P Mariano de Blas LC
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