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Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos
problemas y no los puedes comprender.
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Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha
olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender. Quedas
envuelto en un torbellino del que parece no existir una salida.
Recientemente pasé por algo parecido, y sentí una gran confusión. Procuraba
estar tranquilo y confiar en Jesús.
Solía visitarlo en el Sagrario para quejarme... ¿Hasta cuando?...
Y oraba con el Salmo 6:
Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado.
Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme.
Aquí estoy sumamente perturbado, tú, Señor, ¿hasta cuando?...
Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión.
Sentía entonces como si una voz interior me dijera:
-Lee a Job.
-¿Job?- me dije extrañado.
Y fue lo que empecé a hacer, y lo que te recomiendo cuando no entiendas lo
que te ocurre, y cuando sientas que no puedes más.
Mientras escribo, tengo frente a mí una Biblia. Está abierta en el libro de
Job. Ahora se ha vuelto un amigo entrañable. Me ayudó a comprender las
enseñanzas de Nuestro Señor. ¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios? ¿Acaso
pensamos ofrecer nuestros sufrimientos por la salvación de las almas? No
somos dignos de nada. Todo es gracia de Dios. Job lo supo bien:
Reconozco que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus
proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas
extraordinarias, superiores a mí. Yo sólo te conocía de oídas; pero ahora te
han visto mis ojos. Por eso retiro mis palabras y hago penitencia sobre el
polvo y la ceniza.
(Job 42,2-6)
Comprendes de pronto lo pequeño e insignificante que eres ante la inmensidad
y magnificencia de Dios.
Parece como si Dios mismo te llevara al límite, para probar tu fe,
fortalecerla y hacerte comprender que sin él nada podemos.
Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que
agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. (Siracides
2,5)
A Él le agradan los hombres humildes, sencillos, rectos de corazón. Y nos
enseña a ser como desea que seamos.
Autor: Claudio de Castro
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
jueves, 28 de agosto de 2014
¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios?
miércoles, 27 de agosto de 2014
Llega un regalo
Detrás de ese regalo percibo una ternura que llega a lo íntimo de mi alma.
Porque alguien pensó en mí
Acaba de llegar un regalo. Ese regalo tiene un precio, tal vez una utilidad.
Pero, sobre todo, manifiesta un tesoro maravilloso: el cariño de quien me ama.
Detrás de ese regalo percibo una ternura que llega a lo íntimo de mi alma.
Porque alguien pensó en mí. Porque buscó cómo podría darme algo que me
recordase su cariño. Porque deseaba abrirme un espacio de felicidad.
Si el regalo que recibo de otro llega muy hondo, ¿no sería el momento de
descubrir que también Dios me ofrece miles de regalos?
Existe el peligro de vivir con la mirada indiferente ante los continuos dones
de Dios. Porque son dones de Dios el sol y la luna, las nubes y la lluvia, la
nieve y el viento, el mar y la montaña, la golondrina y el grillo, la abeja y
la miel.
Sobre todo, es regalo de Dios mi propia vida y la vida de tantos hombres y
mujeres que caminan cerca o lejos. Cada existencia surge desde un estupendo
sueño de Amor, desde lo más íntimo de un Dios que se deleita con los hijos de
los hombres (cf. Prov 8,31).
Lo he escuchado tantas veces: todo es don, todo es gracia. Necesito recordarlo
mientras camino: me rodean miles de señales, de regalos, que me hablan de la
ternura de un Dios bueno.
Ha llegado un regalo a mis manos. Quien me lo ofrece con una sonrisa amistosa,
con una mirada llena de afecto, me permite abrirme al mundo del amor, que da y
que recibe, que nace de Dios y que lleva a Dios. Sólo entonces buscaré también
yo qué puedo hacer para alegrar, con un regalo, a quienes viven a mi lado.
Autor: P. Fernando Pascual LC
martes, 26 de agosto de 2014
De qué barro estoy hecho
Tu vida interior te da la fuerza que necesitas para convertir tu vida en
una vasija útil.
A todos nosotros nos toca aguantar los golpes de la vida. ¿Quién de nosotros no
ha tenido que sufrir desencantos, decepciones, tristezas e infortunios?, y al
mismo tiempo ¿quién de nosotros no ha experimentado el amor, la fuerza de la
oración, la gracia de Dios que actúa en nuestra vida?
A lo largo de la historia ha habido un utensilio muy importante: las vasijas;
sí, las vasijas de barro, aquellas que han sido moldeadas por las manos humanas
y que tan necesarias se convirtieron en siglos pasados. Te comparto esta breve
reflexión para que entiendas tu vida desde esta perspectiva.
Las vasijas de barro, de todas formas y tamaños, eran utensilios valiosos en
los hogares de la antigüedad. Nuestros antepasados usaban grandes tinajas para
almacenar agua y aceite; empleaban cántaros para acarrear agua y frascos de
terracota para guardar perfumes.
Las vasijas de barro, para almacenamiento, se llenaban de granos y otros
alimentos. Las amas de casa usaban cazuelas de barro para cocinar. En las
comidas, usaban utensilios de barro como platos y tazones; en la noche,
iluminaban las casas con lámparas de barro.
Los alfareros que fabricaban estos utensilios tan necesarios eran parte muy
importante de la economía de los antiguos pueblos y ciudades.
Un alfarero, en un momento de inspiración, describió así su artesanía:
Mis dos manos dieron forma a esta vasija. Y el lugar en el que se forma en
realidad es uno de tensión entre la presión aplicada en el exterior y la
presión de la mano del interior; es un verdadero arte manejar ambas manos,
mientras una presiona, la otra va moldeando con suavidad y cariño. Así ha sido
mi vida. Tristeza, muerte e infortunio, amistad y todas las cosas que me han
sucedido que ni siquiera elegí. Todas influyeron en mi vida. Son las manos que
me han ido formando por fuera y hacen que hoy sean parte de lo que soy. Sin
embargo, hay cosas que creo que tengo dentro de mí: mi fe en Dios y el cariño y
respeto de algunos amigos que actuaron en mí. Mi vida, al igual que esta
vasija, es el resultado de lo que ocurrió en el exterior y de lo que sucede en
el interior de mi vida. La vida, como esta vasija, se forma en lugares de
tensión.
A lo largo del día quizá nos sintamos regulados por las tensiones y demandas de
los demás, abrumados por las responsabilidades y presionados por los retos que
nos acosan desde el exterior. Sin fortaleza de espíritu en nuestro interior,
sin esos momentos de fe, de oración, de esperanza, esas dificultades nos
llevarán al derrumbe, porque la tensión externa es muy fuerte.
Recuerda: tu vida interior te da las fuerzas que necesitas para convertir tu
vida en una vasija útil, grata a los ojos del alfarero y gratas a los ojos de
los que la utilizan. Así es, estamos llamados a que a través de nosotros se
haga el bien, se viva en la verdad y se trasmita el amor, hoy es tu
oportunidad. Por eso, no nos desanimemos: pues aunque por fuera nos vamos
deteriorando, por dentro nos renovamos día a día (2 Corintios 4:16)
Autor: P. Dennis Doren LC
domingo, 24 de agosto de 2014
De qué barro estoy hecho
Tu vida interior te da la fuerza que necesitas para convertir tu vida en
una vasija útil.
A todos nosotros nos toca aguantar los golpes de la vida. ¿Quién de nosotros no
ha tenido que sufrir desencantos, decepciones, tristezas e infortunios?, y al
mismo tiempo ¿quién de nosotros no ha experimentado el amor, la fuerza de la
oración, la gracia de Dios que actúa en nuestra vida?
A lo largo de la historia ha habido un utensilio muy importante: las vasijas;
sí, las vasijas de barro, aquellas que han sido moldeadas por las manos humanas
y que tan necesarias se convirtieron en siglos pasados. Te comparto esta breve
reflexión para que entiendas tu vida desde esta perspectiva.
Las vasijas de barro, de todas formas y tamaños, eran utensilios valiosos en
los hogares de la antigüedad. Nuestros antepasados usaban grandes tinajas para
almacenar agua y aceite; empleaban cántaros para acarrear agua y frascos de
terracota para guardar perfumes.
Las vasijas de barro, para almacenamiento, se llenaban de granos y otros
alimentos. Las amas de casa usaban cazuelas de barro para cocinar. En las
comidas, usaban utensilios de barro como platos y tazones; en la noche,
iluminaban las casas con lámparas de barro.
Los alfareros que fabricaban estos utensilios tan necesarios eran parte muy
importante de la economía de los antiguos pueblos y ciudades.
Un alfarero, en un momento de inspiración, describió así su artesanía:
Mis dos manos dieron forma a esta vasija. Y el lugar en el que se forma en
realidad es uno de tensión entre la presión aplicada en el exterior y la
presión de la mano del interior; es un verdadero arte manejar ambas manos,
mientras una presiona, la otra va moldeando con suavidad y cariño. Así ha sido
mi vida. Tristeza, muerte e infortunio, amistad y todas las cosas que me han
sucedido que ni siquiera elegí. Todas influyeron en mi vida. Son las manos que
me han ido formando por fuera y hacen que hoy sean parte de lo que soy. Sin
embargo, hay cosas que creo que tengo dentro de mí: mi fe en Dios y el cariño y
respeto de algunos amigos que actuaron en mí. Mi vida, al igual que esta
vasija, es el resultado de lo que ocurrió en el exterior y de lo que sucede en
el interior de mi vida. La vida, como esta vasija, se forma en lugares de
tensión.
A lo largo del día quizá nos sintamos regulados por las tensiones y demandas de
los demás, abrumados por las responsabilidades y presionados por los retos que
nos acosan desde el exterior. Sin fortaleza de espíritu en nuestro interior,
sin esos momentos de fe, de oración, de esperanza, esas dificultades nos
llevarán al derrumbe, porque la tensión externa es muy fuerte.
Recuerda: tu vida interior te da las fuerzas que necesitas para convertir tu
vida en una vasija útil, grata a los ojos del alfarero y gratas a los ojos de
los que la utilizan. Así es, estamos llamados a que a través de nosotros se
haga el bien, se viva en la verdad y se trasmita el amor, hoy es tu
oportunidad. Por eso, no nos desanimemos: pues aunque por fuera nos
vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día (2 Corintios
4:16)
Autor: P. Dennis Doren LC
sábado, 23 de agosto de 2014
María y un seminarista en Nazaret
Durante la misa, nuestro Obispo es asistido en ella por un sacerdote, dos
monaguillos y un seminarista de quien, y por casualidad, apenas sé su nombre.
Me pregunto, Madre querida, cuál habrá sido el camino que debió recorrer ese
joven para llegar hasta...
- Hasta un especial sitio en mi Inmaculado Corazón.- Me respondes
mientras le miras desde tu imagen del altar.
- Madre, por caridad, cuéntame lo que él y tantos como él, significan para ti.
Tu imagen de La Dolorosa, al pie de la Cruz, y junto a San Juan, parece
murmurar una respuesta. Así es Madre, tu siempre eres para tus hijos, respuesta
serena al alma.
- Verás, hija, desde aquellos tiempos en que veía a los Apóstoles ir
recorriendo lentamente los caminos que Jesús les mostraba. Desde que aprendí a
conocer sus dudas, sus preguntas, sus renuncias. Desde aquellos días mi corazón
ha ansiado ser compañera de camino en quienes entregan su vida al servicio de
Dios. Ese camino que empezó, para mí, el día de la Anunciación, en medio de un
indescriptible gozo, pero que continuó, más tarde, en medio del silencio y la
rutina de Nazaret.
- Comprendo, Madre, o casi... pero, a ellos, a nuestros seminaristas, ¿Cómo les
acompañas?
- Cuando un alma escucha el llamado de Dios y responde, le invito a
compartir mi alegría en el día de la Anunciación. Luego, le acompaño fielmente
en las dificultades que debe afrontar, pues les espera un viaje a Belén, no programado,
y muchas puertas que han de cerrarse. Tendrá una Nochebuena con canto de
ángeles y también un Simeón anunciando espadas. Deberá buscar, en medio de
tantas noches oscuras, un sitio seguro para resguardarse de las tentaciones.
Oh! Hija, no puedes imaginar cuán hermoso, sereno y perfumado, es el sitio que
tengo reservado para ese amado hijo.
-Es ¿Tu Corazón? O sí, seguro ha de ser tu Corazón, Madre querida. Allí tienes,
para el alma, una exquisita ternura, un refugio seguro en las tormentas del alma,
y, sobre todo, el camino más corto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.
-Así es hija. Desde mi corazón, le llevaré a los días en que Jesús se perdió
y yo le buscaba. Le contaré que muchas veces deberá hacer esta búsqueda a lo
largo de su vida. Después, le traeré conmigo a los días de Nazaret, al
silencio, a lo cotidiano, a las pequeñas cosas.
- Entonces, Madre, un seminario ¿Es como un pequeño Nazaret?
- Pues... sí.
- Y, si es Nazaret, entonces ¡estas tú!. Siempre, cada día, cada mañana.
- Cada mañana- y tus ojos parecen recorrer todos los
seminarios del mundo-, cada mañana le pregunto, si quiere permanecer
junto a mí en Nazaret. Y su "sí" me alegra el alma. Y nos vamos
juntos a buscar agua al pozo. Él alivia mis cansados brazos y yo le sirvo agua
fresca cuando estudia en la biblioteca. También me ayuda a cargar la leña y
encender el fuego y yo le regalo gracias a su alma, para que su oración no sea
una simple repetición de palabras sino un torrente de amor que, desde su
corazón, llegue al Corazón de Jesús.
Miro hacia el altar y allí, en un rincón, en un Nazaret de silencio, el joven
seminarista se arrodilla durante la Consagración.
- Hija mía- susurras a mi corazón- ahora soy yo la que
quiere pedirte algo.
- Dime, Madre, dime, pues mi corazón halla gozo en servirte.
- Ora, hija, ora por ese joven y por todos los seminaristas. Ora para
que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar el canto del viento de
Nazaret, el perfume de aquel hogar, que ahora habitan. Ora para que, cada mañana,
su corazón elija, nuevamente, acompañarme al Corazón de Jesús, de donde brotan
ríos de agua viva.. Ora para que sientan mi mano en la suya, mi abrazo en la
noche oscura del alma, mi compañía en cada día, en cada alegría, en cada
soledad, en cada pena. ¿Puedo, hija, contar con tus oraciones?.
-Sí, Madre, sí, y perdóname por no habértelas ofrecido antes. Perdóname por
haber esperado, cómodamente, que siempre haya un sacerdote en la parroquia, sin
haber pensado que, para hallarlo, primero debió existir un seminarista que,
cada mañana, eligió ser tu compañero en Nazaret. Que sintió tu mano, cuando yo
sólo le regalaba olvido, que sintió tu abrazo, cuando yo ni siquiera me
preocupé por saber su nombre.
La misa ha terminado. Todos se han retirado. El joven seminarista atiende los
pequeños detalles para la siguiente misa. Ahora sé que está contigo en Nazaret,
ordenando la casa, esperando a Jesús.
Te regalo, Madre, mi oración por él. Regálale tu, todo el perfume de Nazaret.
NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han
nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella,
basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean
consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato
habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden
exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: Ma. Susana Ratero
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viernes, 22 de agosto de 2014
Para la edad del ocaso...la fórmula
Disfrutar del momento presente que es toda nuestra realidad y regalar
toda la experiencia de nuestra vida.
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La edad del ocaso...
Difícil la vida de esa etapa para muchas personas. Hay soledad, quizá abandono,
indiferencia, incomprensión... pero también nosotros, si hemos llegado a esa
edad, nos podemos tornar distintos, exigentes y malhumorados con los que nos
rodean y están en otras etapas y corren todo el día empujados por la vorágine
del momento, porque así se lo demanda la existencia moderna y consumista.
Pero hay una fórmula, no mágica por cierto, para vivir mejor la etapa de los
"muchos años".
Salimos al camino de la vida con una alforja nueva, vacía de experiencias pero
llena de sueños y proyectos, el alma limpia y transparente, la mirada decidida
y animosa puesta en la "cima de la montaña" de la vida.
Ahora bajando por la ladera del otro lado, que también es un camino nuevo,
sabemos que nos ha de conducir hasta el Valle del reposo.
Una experiencia profunda del vivir nos acompaña... quizá muchos sueños se
quedaron hechos jirones en las zarzas del camino, pero, ¡cuánta riqueza
atesora, ahora, nuestra vieja alforja!:
· Lleva mucha paciencia,
· infinita tolerancia,
· sabiduría profunda para saber lo que es
importante o no vale la pena,
· mansedumbre y paz,
· y tal vez aún, el alma limpia y transparente,
si sabemos hacernos semejantes a los niños,
· valor y fuerza porque tuvimos que aprender a
vivir con esos dos baluartes mientras escalábamos la "montaña"... y
ahora, quizá más que nunca, necesitamos sentir lo que eso vale en nuestras
vidas.
Es esta etapa la hora del remanso y no de la prisa.
Disfrutar del momento presente que es toda nuestra realidad y regalar toda la
experiencia de nuestra vida resumida en una sola palabra: AMOR.
Esa es la fórmula para que nuestra etapa del atardecer sea feliz.
Autor: Ma Esther De Ariño
jueves, 21 de agosto de 2014
Dime quién eres y te diré cómo te valoras
El valor del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y
hoy... no sabe qué lleva dentro.
Los derechos y la
dignidad del hombre están fundamentados en última instancia en Dios creador,
que nos ha hecho a su imagen y semejanza y que ha dado a cada uno la
inteligencia y la libertad. Si el hombre prescinde de este modo de fundamentar
su vida, la dignidad y los derechos del hombre se debilitan, pues pierden su
fundamento sólido .
Vivimos en una sociedad de consumo, relativista, convenenciera, que camina
según sus caprichos, gusto e intereses. Aceptar esta jerarquía de valores nos
obliga a buscar en todo momento el poseer como única meta de la vida. El hombre
no debe medirse por lo que tiene sino por lo que es. La persona es más
importante a los ojos de Dios que el oro.
Lo que da valor al hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. El
creador ha dado capacidad a los mortales de conocer el bien y amarlo. La
persona es feliz cuando ama y es amado porque el hombre no puede vivir sin
amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de
sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente(Redemptor
hominis, 10).
¿Cómo te defines? , Esta ha sido la pregunta de los filósofos durante miles de
años. La respuesta es vital, porqué los seres humanos tenemos una necesidad
básica de comportarnos según la opinión que tengamos de nosotros mismos, por
eso dime como te valoras y te diré quien eres.
Les voy a contar un cuento. Había un alacrán que debía cruzar un río, pero como
los arácnidos no saben nadar, se le acercó a una rana y le propuso: "Tú
que sabes nadar muy bien, ¿Me puedes llevar al otro lado? El batracio lo miró
con recelo. ¡Jamás! Los alacranes pican a las ranas, no me voy a exponer a
un peligro letal . El alacrán argumento: ¿Cómo crees que te voy a picar
en medio del río? si fuera así, tú morirías y yo también porque no sé nadar.
Prometo no lastimarte y estar eternamente agradecido.
Después de meditarlo un poco, la rana aceptó la petición del alacrán
permitiéndole subir a su espalda mientras avanzaba por el agua. Pero
exactamente a la mitad del trayecto, sintió un piquete en el cuello y gritó: ¿Qué
has hecho? ¡Me picaste, ahora los dos moriremos! Él tranquilamente le contestó:
Yo soy un alacrán, y esto es lo que hacen los de mi especie, pican a las ranas.
"
El hombre es el centro de todo lo creado y la creatura más amada por Dios;
tanto amó Dios al hombre que hasta él mismo quiso hacerse hombre. El Hijo de
Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con
manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre (Gaudium et spes, 22).
Hoy, con mucha frecuencia, el hombre no sabe qué lleva dentro, en la
profundidad de su espíritu, de su corazón. Muchas veces se siente incierto
sobre el sentido de su vida en esta tierra. Está dominado por la duda, que se
convierte en desesperación. El hombre ha perdido su definición, y la perderá,
siempre que saque a Dios de en medio..... El alacrán tenía su identidad y la
tenía clara, hoy el hombre está incierto y confuso.. de ahí ese espectáculo
triste que nos toca ver de muertes e violaciones a los derechos de las
personas. Nosotros como cristianos tenemos el deber de llevar al mundo la
antorcha de la dignidad, es decir, la luz de la vida, que Cristo ha depositado
en nuestras manos
Autor: P. Dennis Doren LC
miércoles, 20 de agosto de 2014
Dios es un niño grande
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Nos cuesta mucho sonreír, hemos perdido la capacidad de maravillarnos por
cosas pequeñas, de gozar cada momento presente.
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Una madre, para dar ánimo a su hijo, lo llevó a un
concierto de Paderewski. El hijo entró en el escenario y empezó a tocar el piano.
Cuando las cortinas se abrieron, el niño estaba interpretando las notas de
“Mambrú se fue a la guerra”. En aquel momento, el maestro hizo su entrada, fue
al piano y susurró al oído del niño: “No pares, continúa tocando”. Entonces
Paderewski extendió su mano izquierda y empezó a llenar la parte del bajo.
Luego, puso su mano derecha alrededor del niño y agregó un bello arreglo de la
melodía. Fue una experiencia creativa. El público estaba entusiasmado.
Dios es el gran maestro que nos enseña y nos dirige con sus manos divinas. Con
su presencia inunda de vida toda nuestra existencia. “El Señor exulta de gozo
por ti, te renueva con su amor, danza por ti con gritos de júbilo como en los
días de fiesta” (So 3,17-18).
Dios es alegre y joven. La Escritura nos habla así de Dios: crea la vida “entre
el clamor de las estrellas del alba” (Jb 38,7), la hizo con sabiduría (Pr
8,30). Dios disfruta y no sólo en su intimidad; salta de satisfacción al ver a
los suyos, a su amado pueblo: “Me regocijaré en mi pueblo” (Is 65,18).
A nosotros, los adultos, nos cuesta mucho sonreír. Las preocupaciones nos
arrancan el gozo de poder disfrutar. Necesitamos hacernos como niños para
entrar en el reino de los cielos (Mt 18,3), para gozar cada momento presente,
para deleitarnos con todo lo bello de la vida, como si lo contempláramos por
primera vez.
El adulto ha perdido la capacidad de maravillarse, de asombrase por los grandes
y pequeños acontecimientos. El adulto ha aprendido a pensar y actuar de una
forma autómata y rígida. Y ha aprendido también a preocuparse de los negocios,
de lo que los demás pensarán y dirán de él. Se reciben aplausos si se actúa de
acuerdo a las expectativas de los otros.
El adulto funciona a base de normas. Se hace serio y competitivo. Ha cifrado su
importancia en el trabajo duro, en la ocupación, en tener cosas... Éstas son
sus metas, aunque para ello tenga que dejar de sonreír, vivir amargado y, a
veces, hasta enfermar.
Según el pasaje evangélico de Mc 10,13-16, los discípulos actúan como “el adulto”
y no permiten que los niños, la alegría personificada, se acerquen a Jesús. Sin
embargo, él, que era libre, acogía a los niños y destacaba su forma de actuar.
El adulto que redescubre el niño interior aprende “lo que ha de tomarse en
serio para reírse de lo demás” (Herman Hesse). Esto crea una armonía profunda
de espíritu y de unidad con el Creador.
Descubrir el niño interior que llevamos dentro nos puede ayudar mucho a
despertar a la vida, a contemplar con sorpresa las maravillas que nos topamos
cada día, a valorar más el ser que el hacer. Necesitarnos volver a la niñez
para darnos mayor cuenta de todo, para vivir sin prisas, para invertir tiempo
en el descanso y el juego. Quizá debamos orar con las manos juntas y los ojos
cerrados como los niños, pidiendo al Amigo que nos enseñe a disfrutar con lo
que tenemos; que nos haga más plenamente conscientes de lo que vemos, tocamos,
gustamos y olemos; que nos dé ojos para descubrir los grandes tesoros diarios y
vivir en alegría y gratitud; que nos dé el coraje de ser nosotros mismos para
no dejarnos llevar por una vida de normas ni por el qué dirán; que nos devuelva
el alma de niño para disfrutar de todo y con todo.
Acercarnos a los niños nos puede ayudar a ser como ellos: tener sus ojos,
pensar como ellos, sonreír y disfrutar la vida como ellos.
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro OCD.
martes, 19 de agosto de 2014
A mi amigo Pedro Casquero, al cumplir “Un año de su muerte.”
Sin que casi nos hallamos dado cuenta, se ha ido un año de la
muerte de mi gran amigo Pedro Casquero, aquel fatídico veinticinco de agosto de
2013.
A la amistad, se le pueden poner cuantas comas deseemos, pero
jamás un punto y final, si es que de una verdadera amistad se trata, como era
para mí la de Pedro Casquero.
En el caso de este gran amigo, solamente nombrarlo, “Pedro
Casquero” y vuelve uno a ver como penden de él la cantidad de virtudes que este
aglutinaba, que eran muchas y muy grandes, ya las mencione en las cartas que a
su muerte le escribí y si quieren recordarlas aquí tienen un enlace que les
llevara a una de ellas.
O esta otra
Pero ya todo es historia, como historia fue su ejemplar vida,
en todas sus facetas, como hijo, esposo, padre, abuelo y en mi caso gran amigo.
Es también ya historia el comportamiento de muchos amigos y
sobre todo de la institución a quien tanto dio, Servicio Extremeño de Salud,
que se limitó a encargar una Santa Misa, para asistir luego no más de un par de
directivos a la citada ceremonia.
Creo, que a mi entender, Pedro Casquero, era merecedor con
creces, de alguna Distinción Especial, por parte del Servicio Extremeño de
Salud, o al menos a nivel de Complejo Hospitalario Infanta Cristina, pero nada
de nada, estos políticos son insensibles a todo, y los empleados de estas
instituciones solo hemos sido objetos de usar y tirar como si de algo material
se tratara.
No voy a hacer aquí una recopilación de sus méritos como
profesional, por dos razones, una que me tendría que extender demasiado y otra
porque los que tuvimos el honor de ser compañero y amigo, las conocemos de
sobra, al igual que conocemos sus méritos personales, pero como digo, los
directivos de la Institución a la que tanto dio, parece y demuestran, no
haberse enterado de nada, o no han sabido valorarlo, ya que a Pedro le gusto y
se distinguió, por querer pasar siempre desapercibido, lo que le da aún más
valor a todo cuanto hizo.
Pero para quien tuvo la gran suerte y el gran honor de haber
sido su compañero y amigo, creo que la mayor distinción que puede uno hacerle,
es colocarle una medalla en la que irían grabado los nombres de tantas y tantas
personas a las que ayudo, sin escatimar esfuerzo.
Lógicamente para dar cabida a tantas y tantas personas, la
medalla tendría que ser de dimensiones
gigantescas, pero solo es, la que el con su buen hacer y gran ejemplo se
ha ganado.
Se, amigo Pedro, que estarás gozando de la presencia de Dios,
pues solo te pido, que desde arriba, sigas ayudando como lo hacías aquí, será
la única forma de que todos seamos algo mejor. Tus huellas, serán siempre
imborrables.
Solo me resta, mirando hacia arriba, enviarte un gran abrazo
y decirte: ¡¡Pedro, seguimos siendo amigos!!
Manuel Murillo Garcia.
Para no chantajear a Dios
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Si Dios no nos concede eso que pedimos insistentemente es porque desea
darnos algo diferente y mejor.
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Una persona reza por la curación de su hijo. Pasan los días. La enfermedad
avanza. Al final, el desenlace tan temido: muere el hijo. ¿Para qué sirvieron
tantas oraciones?
La lista de ejemplos puede ser enorme. Rezamos para que llueva o para que
haga sol, para que termine la guerra o para encontrar trabajo, para superar
esa pelea por la herencia o para que un gobernante se convierta y busque la
justicia en su pueblo.
Si no sucede eso por lo que rezamos, surge en muchos un sentimiento de
desengaño. No faltan quienes llegan a enfadarse con Dios, o incluso a
chantajearle.
Es entonces cuando hay personas que dejan de rezar, o de ir a misa, o de leer
el Evangelio. Incluso en algunos lugares, la gente suprime la procesión del
santo patrono, como "castigo" porque no se ha logrado este año una
buena cosecha.
Este tipo de reacciones pueden ser señal de un grave error: pensar que Dios
debería someterse a las peticiones humanas. En realidad, Dios es siempre
libre y conoce lo que es mejor para todos, aunque no lo comprendamos muchas
veces.
Por eso no tiene sentido pedirle algo a Dios, si creemos en Él, y luego
"castigarlo" si no concede eso que le habíamos pedido.
La actitud correcta de quien reza desde la fe y la esperanza nos lleva a
reconocer que los planes de Dios no son los nuestros, que no siempre sabemos
pedir con una actitud humilde y confiada, o que en ocasiones pedimos cosas
que no nos convienen.
Necesitamos recordar lo que nos dice la Escritura: Porque no son mis
pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos
-oráculo de Yahveh-. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así
aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros (Is
55,8 9).
Además, si Dios no nos concede eso que pedimos insistentemente es porque
desea darnos algo diferente y mejor para nosotros. Nos cuesta aceptarlo,
sobre todo cuando rezamos por un ser querido. Pero un día comprenderemos.
Mientras seguimos en el misterioso camino de la vida, tenemos que aprender a
orar con sencillez, confianza y apertura. Sólo entonces nuestra oración será
auténticamente cristiana, porque sabremos que, pase lo que pase, Dios está
siempre a nuestro lado y da en cada momento aquello que más nos conviene.
Autor: P.
Fernando Pascual LC
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