Durante la misa, nuestro Obispo es asistido en ella por un sacerdote, dos
monaguillos y un seminarista de quien, y por casualidad, apenas sé su nombre.
Me pregunto, Madre querida, cuál habrá sido el camino que debió recorrer ese
joven para llegar hasta...
- Hasta un especial sitio en mi Inmaculado Corazón.- Me respondes
mientras le miras desde tu imagen del altar.
- Madre, por caridad, cuéntame lo que él y tantos como él, significan para ti.
Tu imagen de La Dolorosa, al pie de la Cruz, y junto a San Juan, parece
murmurar una respuesta. Así es Madre, tu siempre eres para tus hijos, respuesta
serena al alma.
- Verás, hija, desde aquellos tiempos en que veía a los Apóstoles ir
recorriendo lentamente los caminos que Jesús les mostraba. Desde que aprendí a
conocer sus dudas, sus preguntas, sus renuncias. Desde aquellos días mi corazón
ha ansiado ser compañera de camino en quienes entregan su vida al servicio de
Dios. Ese camino que empezó, para mí, el día de la Anunciación, en medio de un
indescriptible gozo, pero que continuó, más tarde, en medio del silencio y la
rutina de Nazaret.
- Comprendo, Madre, o casi... pero, a ellos, a nuestros seminaristas, ¿Cómo les
acompañas?
- Cuando un alma escucha el llamado de Dios y responde, le invito a
compartir mi alegría en el día de la Anunciación. Luego, le acompaño fielmente
en las dificultades que debe afrontar, pues les espera un viaje a Belén, no programado,
y muchas puertas que han de cerrarse. Tendrá una Nochebuena con canto de
ángeles y también un Simeón anunciando espadas. Deberá buscar, en medio de
tantas noches oscuras, un sitio seguro para resguardarse de las tentaciones.
Oh! Hija, no puedes imaginar cuán hermoso, sereno y perfumado, es el sitio que
tengo reservado para ese amado hijo.
-Es ¿Tu Corazón? O sí, seguro ha de ser tu Corazón, Madre querida. Allí tienes,
para el alma, una exquisita ternura, un refugio seguro en las tormentas del alma,
y, sobre todo, el camino más corto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.
-Así es hija. Desde mi corazón, le llevaré a los días en que Jesús se perdió
y yo le buscaba. Le contaré que muchas veces deberá hacer esta búsqueda a lo
largo de su vida. Después, le traeré conmigo a los días de Nazaret, al
silencio, a lo cotidiano, a las pequeñas cosas.
- Entonces, Madre, un seminario ¿Es como un pequeño Nazaret?
- Pues... sí.
- Y, si es Nazaret, entonces ¡estas tú!. Siempre, cada día, cada mañana.
- Cada mañana- y tus ojos parecen recorrer todos los
seminarios del mundo-, cada mañana le pregunto, si quiere permanecer
junto a mí en Nazaret. Y su "sí" me alegra el alma. Y nos vamos
juntos a buscar agua al pozo. Él alivia mis cansados brazos y yo le sirvo agua
fresca cuando estudia en la biblioteca. También me ayuda a cargar la leña y
encender el fuego y yo le regalo gracias a su alma, para que su oración no sea
una simple repetición de palabras sino un torrente de amor que, desde su
corazón, llegue al Corazón de Jesús.
Miro hacia el altar y allí, en un rincón, en un Nazaret de silencio, el joven
seminarista se arrodilla durante la Consagración.
- Hija mía- susurras a mi corazón- ahora soy yo la que
quiere pedirte algo.
- Dime, Madre, dime, pues mi corazón halla gozo en servirte.
- Ora, hija, ora por ese joven y por todos los seminaristas. Ora para
que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar el canto del viento de
Nazaret, el perfume de aquel hogar, que ahora habitan. Ora para que, cada mañana,
su corazón elija, nuevamente, acompañarme al Corazón de Jesús, de donde brotan
ríos de agua viva.. Ora para que sientan mi mano en la suya, mi abrazo en la
noche oscura del alma, mi compañía en cada día, en cada alegría, en cada
soledad, en cada pena. ¿Puedo, hija, contar con tus oraciones?.
-Sí, Madre, sí, y perdóname por no habértelas ofrecido antes. Perdóname por
haber esperado, cómodamente, que siempre haya un sacerdote en la parroquia, sin
haber pensado que, para hallarlo, primero debió existir un seminarista que,
cada mañana, eligió ser tu compañero en Nazaret. Que sintió tu mano, cuando yo
sólo le regalaba olvido, que sintió tu abrazo, cuando yo ni siquiera me
preocupé por saber su nombre.
La misa ha terminado. Todos se han retirado. El joven seminarista atiende los
pequeños detalles para la siguiente misa. Ahora sé que está contigo en Nazaret,
ordenando la casa, esperando a Jesús.
Te regalo, Madre, mi oración por él. Regálale tu, todo el perfume de Nazaret.
NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han
nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella,
basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean
consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato
habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden
exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: Ma. Susana Ratero
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
sábado, 23 de agosto de 2014
María y un seminarista en Nazaret
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