María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el
único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo.
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Nacer es tener una
madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que
se hizo hombre en el seno de una Virgen. Por eso, el título mariano de
"Madre de Dios" es una de las verdades más consoladoras y más
ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios
se ha acunado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es
madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos
enseña san Agustín.
1. Al ritmo de la vida de Cristo. Entre la vida de Jesús y la de María
hay una estupenda sincronía y un paralelismo magnífico de misterio y de
donación. Junto a la Encarnación del Verbo está la Inmaculada Concepción; con
el nacimiento de Jesús se relaciona inseparablemente la maternidad de María;
a los pies de la cruz del Redentor se halla de pie, firme en su dolor, María,
la corredentora; la ascensión de Jesús a los cielos tiene su paralelo en la
asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Vivir al ritmo de Cristo es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en
el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con
Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su
Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en el siempre de la eternidad.
2. Múltiples relaciones. María mantiene diversas relaciones con la
Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la
Iglesia, como la proclamó Pablo VI, pues ésta prolonga a Jesucristo
místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu
y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios. Es espejo
radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Cristo, es
abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la
Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente
enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios
de devoción mariana. ¿Y nuestras relaciones con María?
La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración
que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí,
porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta
en el misterio de Dios. Una veneración, por ello, que nace de la profundidad
de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es
toda nuestra persona la que venera a María. Veneramos a María pero no la
adoramos, solo se adora a Dios.
3. Madre del Hijo de Dios. María es la única mujer a quien Dios puede llamar
madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su
seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus
ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Cogido de su mano comenzó a dar los
primeros pasos por el mundo. Con sus besos María lo ungió de cariño y
ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su
corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.
Autor: P. Antonio
Izquierdo y Florian Rodero
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
domingo, 23 de marzo de 2014
Amó a Dios como sólo una madre puede amar.
sábado, 22 de marzo de 2014
Una buena oración de sanación para cuaresma
Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a
Jesucristo, tal vez te interese esta idea...
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Ayer me dijo una persona: "No se me ocurre ninguna buena idea para
mi sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a
Jesucristo?"
A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque negativo:
cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el enfoque
positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.
Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen de moda
en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone sacrificio.
También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y pensar en el bien
del otro antes que en el propio.
Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida
voluntariamente: "Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo." (Jn
10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue poner
amor y poner el mayor amor posible.
Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo,
tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por aquellas personas
que te han hecho sufrir o te resultan pesadas. "La oración de
intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y
se extiende hasta los enemigos", nos dice el Catecismo de la Iglesia
Católica en el n. 2647.
¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar la herida
en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en intercesión
(cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.
Es también oración de sanación, porque una oración así sana las heridas del
corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el corazón.
"Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un
corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la
intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la
comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su
propio interés sino el de los demás" (Flp 2,4), hasta rogar por los que
le hacen mal". (Catecismo 2635)
Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón que ha
conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas que nos
resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos
sentimientos. No es un: "Te suplico, Señor, que esta persona se muera
cuanto antes, pues no la soporto", sino de verdad poner amor, como
Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos
y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte,
fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa
de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5,7-9).
¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas insoportables,
por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han herido, por quienes nos
ofenden y hacen daño, por los seres queridos que nos hacen sufrir? A un buen
cristiano.
Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir la
civilización del amor. La civilización del amor también se construye orando
por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han hecho sufrir.
Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus espinas. Sólo el amor
nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es precisamente lo que duele lo
que hace al hombre amable entre los seres.
Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien que te
cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en alguien que
se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar también por
aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos los días de
cuaresma sería lo mejor.
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Autor: P. Evaristo Sada LC
viernes, 21 de marzo de 2014
Señor... ¿por qué nos amas tanto?
Jesús, el saber que estás en el Sagrario, me hace pensar que si nos
amaste hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!.
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Ante ti, Señor, pongo
mis ojos en esa pequeña puerta, que esconde la grandeza de un amor infinito
como infinita es tu bondad, infinita tu paciencia e infinita tu humildad.
¿Por qué, Señor?...¿Por qué nos amas tanto?
No es posible saber de tu espera eterna en todos los Sagrarios de este mundo,
y no sentir la nada que somos, lo poco que merecemos, el fardo que cargamos
tan pesado de nuestros errores y faltas, de lo poco que valemos... pero ya
ves, Jesús, el saber que estás ahí, me obliga a pensar que si valemos mucho,
porque si nos amaste y nos amas hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si
que debemos de valer!.
Y al pensar en esto me dan ganas de llorar por lo mal que te correspondemos,
lo mezquinos y tacaños que somos para todo lo concerniente a tu sagrada
persona....horas y horas ante la televisión, ante la "ventanita" de
Internet, tardes enteras de cine, de café, de espectáculos, a veces con
grandes sacrificios de filas y de dinero para verlos.... todo, todo lo damos,
todo nos parece poco para asistir o lograr aquello que nos interesa y
seduce....
Pero para ti, Señor, apenas y nos detenemos un instante ante tu figura de
Dios hecho hombre muriendo en una cruz con los brazos abiertos para
esperarnos y redimirnos.... ¡Qué poco tiempo para tí, Señor!.
Los días trascurren... mañana, tarde y noche y vuelta a lo mismo... ni un
pequeño rato, a veces ni un minuto para ti y cuando llega el domingo, que es
el Día del Señor, tu Día, si es que nos late entramos al Templo donde tu
estás, siempre esperando.... ¡y que larga es la media hora de la misa!.
Estamos empezando los cuarenta días que nos llevarán a desembocar en la
Semana de los mayores tormentos que se le pueden infligir a un ser humano,
pero aún peor a un Dios que por amor acepta libre y voluntariamente todo eso
y más, hasta la muerte. ¿Nos paramos, en nuestro loco correr, para pensar un
pequeño instante en esto?
¡Cómo desearías que esto ocurriera, Señor!.
Quizá nunca nos confesamos de este desamor, de esta gran indiferencia....
Como un acto de desagravio, a tanta frialdad y olvido, recordamos el Salmo
50:
"Misericordia, Señor, hemos pecado."
Por tu inmensa compasión y misericordia,
Señor, apiádate de mi y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra
ti solo pequé, Señor, haciendo a lo que a tus ojos era malo.
Crea en mi, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus
mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mi tu santo
espíritu.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mi un alma generosa.
Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado"
Se que nos miras con ojos llenos de amor porque eres Padre y te damos un poco
de pena al vernos tan vulnerables... pero ese gran amor nos dará la fuerza
que necesitamos para tratar de ser cada día un poco mejores y pensar también
un poco más en ti.
Es todo lo que nos pides... es todo lo que deseas.
Autor: Ma Esther De
Ariño
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jueves, 20 de marzo de 2014
Un momento de silencio... como San José
Solemnidad de San José. Es en el silencio donde se escucha la voz de Dios
pues bien dicen que "Dios habla quedito"
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Así como hay dolor y alegría, así como hay inquietud y paz; así el hombre
tiene en su vida dos cauces por donde transcurre su existencia: La palabra y
el silencio.
La palabra, del latín parábola, es la facultad natural de hablar. Solo el
hombre disfruta de la palabra. La palabra expresa las ideas que llevamos en
nuestra mente y es el mejor conducto para decir lo que sentimos. Hablar es
expresar el pensamiento por medio de palabras. Es algo que hacemos momento
tras momento y no nos damos cuenta de que es un constante milagro. Hablar,
decir lo que sentimos, comunicar todos nuestros anhelos y esperanzas o poder
descargar nuestro corazón atribulado, cuando las penas nos alcanzan, a los
que nos escuchan.
Nuestra era es la era de la comunicación y de la información. Pero la palabra
tiene también su parte contraria: El silencio.
Nuestro vivir transcurre entre estos cauces: la palabra y el silencio. O
hablamos o estamos en silencio.
Cuando hablamos "a voces" la fuerza se nos va por la boca...
hablamos y hablamos y muchas veces nos arrepentimos de haber hablado tanto...
Sin embargo el hablar es algo muy hermoso que nos hace sentir vivos, animosos
y nos gusta que nos escuchen.
El silencio es un tesoro de infinito valor. Cuando estamos en silencio somos
más auténticos, somos lo que somos realmente.
El silencio es algo vital en nuestra existencia para encontrarnos con
nosotros mismos. Es poder darle forma y respuesta a las preguntas que van
amalgamando nuestro vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y va a
ser en ese silencio donde vamos a encontrar las respuestas, no en el
bullicio, en el ajetreo, en el nerviosismo, la música ruidosa, en el
"acelere" de la vida inquieta y conflictiva porque es en el
silencio y por el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen
que "Dios habla quedito"
Meditando en estas cosas pienso en José el carpintero de Nazaret. El hombre a
quien se le encomendó la protección y el cuidado de los personajes más
grandes de la Historia Sagrada y no nos dejó el recuerdo de una sola palabra
suya. Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más
brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.
San José, el santo que le dicen: "Abogado de la buena muerte".
Porque... ¿A quién no le gustaría morir entre los brazos de Jesús y de María
como él murió?
José tuvo una entrega total. Una vida consagrada al trabajo, un desvelo, un
cuidado amoroso para estos dos seres que estaban bajo su tutela y supo, como
cualquier hombre bueno y padre de familia, del sudor en la frente y el
cansancio en las largas jornadas en su taller de carpintería y supo del dolor
en el exilio de una tierra extranjera y supo en sus noches calladas y de
vigilia del orar a Dios mirando el suave dormir de Jesús y de María, pidiendo
fuerzas para cuidar y proteger a aquellos amadísimos seres que tan
confiadamente se le entregaban. No tuvo que hablar.
No hay palabras que superen ese silencio de amor y cumplimiento del deber.
Ahí está todo. Ahí está Dios. En las pequeñas cosas de todos los días, en la
humildad del trabajo cotidiano.
El no fue poderoso, él no tuvo un puesto importante en el Sanedrín, él...
supo cumplir su misión y su silencio fue su mayor grandeza.
Las almas grandes no lo van gritando por las plazas y caminos, se quedan en
silencio para poder hablar con Dios y Dios sonríe cuando las mira.
Que podamos tener cada día, aunque sean cinco minutos de silencio, para oír
la voz de Dios.
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Autor: Ma Esther De Ariño
martes, 18 de marzo de 2014
Cristo se manifiesta como el Hijo de Dios
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica
felicidad, que es Cristo?
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La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros
por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es;
Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de
Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque
viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es
nuestra vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus
vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a
Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos
nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos
viviremos por la eternidad.
Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la
eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a
darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir,
en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana
no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se
acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de
plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser
felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad
está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una
manifestación de la verdadera felicidad.
Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar
el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer
lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena
el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice
Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo,
tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.
Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con
nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede.
Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces
hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con
la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una
decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos
auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué
bueno es estar aquí!»?
Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la
presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no
son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la
Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es
Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su
pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es
porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos
entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de
nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos
causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos
diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y
nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.
La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no
existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen
ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos
motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias
espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en
kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.
Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este
mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada
día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo-
resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración
viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.
Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración
como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo,
sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es
nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos
a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los
demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar
otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos
en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar
con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él,
identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.
Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de
felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y
para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo
es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
lunes, 17 de marzo de 2014
Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta
Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de
los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros.
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Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de
perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la
importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se
han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero,
constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que
aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que
irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida
que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es
importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente
importante que también cambiemos nuestro interior.
La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar,
de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy
sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta;
requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda
transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por
la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.
Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual
nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos
de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o
hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que
nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de
Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a
la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros
mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar
constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los
pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente,
es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por
caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.
Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se
realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de
juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida
cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere
reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay
que seguir y cuál el que hay que evitar!
Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de
cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas
y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener
según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero
esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que
tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos
cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida,
incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra
existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con
la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual
tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu
existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo
en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve
a nosotros.
Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y
con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida
nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser
capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en
esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra
santificación.
"Con la misma medida que midáis, seréis medido". Si no eres capaz
de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de
medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres
capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la
santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida
se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de
los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que
los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos
en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos
de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.
Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos
quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un
tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos
aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a
través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las
circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no
de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios
y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de
Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro
del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente
son nuestros propios criterios.
Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en
el Evangelio: "¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais
llevando a los demás por donde no deben!". También es muy seria la frase
de Cristo: "Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no
serán tus tinieblas?".
La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros
criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir
atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la
posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: "Dad
y se os dará". Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre
dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar,
para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y
ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.
Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma.
No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en
el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es
realmente de Dios.
Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer
para encontrarme más contigo?
La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a
través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda
circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor
nos quiera dar para nuestra santificación personal.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
domingo, 16 de marzo de 2014
Haz la diferencia en esta Cuaresma
Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón,
pueden estar al servicio de nuestro egoísmo.
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Todo hombre, aunque
sea muy religioso, siente que su actuar y su vida no siempre están en paz y
reconciliación con Dios; se da cuenta de que a veces no está religado a Dios,
sino que ha roto su relación con Él. Dejarse reconciliar es volver a aceptar
nuestra condición "religiosa" y establecer con Dios las
relaciones auténticas: no de enemistad o de odio, sino de amor y de amistad;
no de separación o apartamiento, sino de cercanía e intimidad.
Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón, del
recinto interior del hombre, fácilmente son manipulables al servicio de
nuestros objetivos egoístas. Jesucristo quiere ofrecer al hombre un recto uso
de estos actos.
Continuamos con las últimas 8 reflexiones para que hagas de esta Cuaresma, un
momento diferente en tu vida..
1. Siéntete a gusto en tu Iglesia, pide por ella, por el Papa, los
obispos, los sacerdotes. En medio del desierto que estamos viviendo, también
el maligno nos invita a dudar, a abandonar alejándonos de ellos. Ni sus representantes
son tan buenos como quisieran ni, por supuesto, tan mediocres como algunos
nos los pintan.
2. Haz oración, no pienses que es difícil, es cuestión de decidirse.
Si fueras a un médico, te diría que el funcionamiento del corazón es muy
difícil de explicar, pero el paciente, sin saber tanto, siente que en su
interior se mueve con dos movimientos. La oración es el palpitar de Dios con
el hombre y del hombre con Dios.
3. Bríndate generosamente, haz algo, aunque sea pequeño, en favor de
alguna causa; pero sobre todo, cuando lo realices, ofréceselo a Dios; no te
conviertas en un simple miembro de una "ONG". Como cristiano, la
fuente de tú hacer el bien está en Dios y no en el altruismo que no rompe las
barreras horizontales.
4. Busca la paz, trabaja por ella en lugares tan cercanos como el
trabajo, la escuela o la familia. ¿De qué nos sirve añorar la paz en el
mundo, si luego somos incapaces de conseguirla en nuestros pequeños campos de
batalla?
5. Si hace tiempo que no frecuentas el Sacramento de la Confesión, haz
un esfuerzo; nuestra vida necesita un contraste, un consejo, una palabra
oportuna. Alguien que, en nombre de Jesús, vaya al fondo de nosotros, nos
cure y nos perdone. A veces, hasta una copa limpia necesita de una mano que
la deje resplandeciente.
6. Guarda vigilia y ayuna, nunca como hoy están tan de moda diversas
recetas para adelgazar: no comer y hacer mucho ejercicio; pero la Cuaresma
nos dice que para hacer fuerte el espíritu, es necesario -en el nombre de
Jesús- estos signos (guarda, vigila y ayuna) que denotan algo muy importante:
LO HACEMOS PORQUE JESÚS LO VIVIÓ PRIMERO Y FORTALECIÓ PARA TOMAR
DECISIONES TRASCENDENTES. Lo contrario, en el fondo, es debilidad de fe.
7. No te avergüences de ser católico y cristiano. ¿Por qué todo el
mundo dice lo que quiere y nosotros hemos de ser tan prudentemente peligrosos
con nuestro silencio?, ¿por qué tan tolerantes con otras religiones y tan
poco respetuosos con la nuestra?, las raíces de nuestra tierra, recuérdalo,
revívelo y manifiéstalo, son cristianas. ¡De ti depende!
8. Si vives bien y, además, arropado por el dinero, piensa que es una
bendición de Dios. Comparte, algo por lo menos, con los necesitados.
Una organización católica, tu parroquia, etc., serán el mejor cauce y el más
seguro camino, para -no solamente hacer limosna- sino además promover la
justicia y el amor.
Estos días que vivirás de Cuaresma es la invitación a alejarte del ruido de
la vida diaria para sumergirte en la presencia de Dios: Él quiere
transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de
nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal. (cf Hb 4, 12) y fortalece
la voluntad de seguir al Señor.
Autor: P. Dennis
Doren LC
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sábado, 15 de marzo de 2014
CRISTIANO RONALDO Y LOS MERCADOS
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Hace unos días, las tertulias deportivas se animaban con la
sanción a Cristiano Ronaldo. Comprendo que se hable de esos asuntos de muy
amplio interés. Entre temas como el citado y la economía se llenan las páginas
de los diarios, las pantallas de las TV y las ondas de la radio, amén del mundo
digital. De un modo u otro, todo es mercado, se venden hombres, noticias,
hambre, banalidades... El mundo es un gran mercado, lo hemos querido así.
He comenzado por el futbolista de renombre, no para culparlo de nada, sino para
llamar la atención de esta compraventa constante, de la cantidad de recursos utilizados
desorbitadamente para pagar a un futbolista, a un banquero, a un directivo de
multinacional, al traficante de droga o por la
exclusiva a un medio de comunicación. El dinero se mueve al son del
mercado, de la oferta y la demanda. Es lo que nos hemos fabricado. Alguno puede
pensar que me he convertido en un estatista. No, pero es progresivamente claro
que al mercado puro y duro, a eso que se ha dado en llamar capitalismo salvaje,
le falta algo y le sobra bastante. No se tiene por sí mismo.
A mi entender, es obvio que el problema no lo resuelve el
Estado-providencia que suplanta al individuo y a las sociedades menores. Y
también es elemental señalar que no poseo la llamada tercera vía, que vendría a
ser una fusión con pérdida de algunas libertades por un cierto intervencionismo
estatal, y ganancia de otras muchas intervenidas innecesariamente. Ganaría la
dignidad personal, el bien común y la capacidad de participación social. El Papa Francisco ha escrito: Así como el mandamiento de
«no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy
tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa
economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en
situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es
exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa
hambre. Eso es inequidad.
Algo
hay que hacer por parte de la entera sociedad al ver que -como también ha
escrito el Pontífice- no es cierto lo que algunos todavía defienden, las
teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido
por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e
inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por
los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes
detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando, y los
"ronaldos" -sólo es un paradigma- se hacen con el botín. La causa:
una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!
viernes, 14 de marzo de 2014
DON ÁLVARO, CIEN AÑOS DESPUÉS
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Benedicto XVI decretó
las virtudes heroicas de don Álvaro del Portillo. Después, el Papa Francisco
aprobó un milagro atribuido a su intercesión, dando paso para beatificarlo. Así
lo comunicaba el Prelado del Opus Dei: Con gran
agradecimiento a Dios, os comunico que ayer tarde, poco después de regresar de
la India, recibí la confirmación de que el Santo Padre Francisco ha concedido,
acogiendo la petición que le dirigí —con motivo del elevadísimo número de
personas que deseaban acudir a la beatificación del queridísimo venerable don
Álvaro—, que esa ceremonia tenga lugar en Madrid, el 27 de septiembre de 2014
(...). Tras explicar por qué en Madrid, añade que, según la praxis vigente
desde el 20 de septiembre de 2005 —Benedicto XVI estableció que el Papa sólo
presidiera la ceremonia de las canonizaciones—, la beatificación será celebrada
por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal
Angelo Amato. Ahora, el 11 de marzo se cumple su centenario.
Hasta
aquí la noticia que despierta en mi alma recuerdos inolvidables y sentimientos inocultables.
Lo conocí como hermano mayor, alguien en quien mirarse si deseaba ser fiel a lo
que Dios había hecho ver al fundador del Opus Dei. Porque con una enorme
sencillez y sin alharaca alguna, don Álvaro fue siempre el prototipo del hombre
fiel a su vocación. Cuando se alzaban los edificios que albergan la curia
prelaticia del Opus Dei a fuerza de una abnegación creciente, su fundador hizo
cincelar, sobre el dintel de la puerta del que sería despacho de don Álvaro,
esta inscripción latina tomada del Libro de los Proverbios: "vir fidelis
multum laudabitur" -el varón fiel será muy alabado.
No
hay duda de que, aunque esa oficina sería utilizada en el futuro por otras
personas, san Josemaría pensaba en su primer ocupante y quizá también en una
oferta para imitación de los siguientes.
Precisamente, porque don Álvaro era el paradigma heroico de esa virtud. En tono
menos solemne lo reflejó el fundador al
dedicarle un ejemplar de Camino con estas palabras: "Para mi hijo Álvaro,
que, por servir a Dios, ha tenido que torear tantos toros". Un día de su
cumpleaños o santo -no recuerdo bien-, mientras estaba ausente, nos decía san
Josemaría: yo querría que le imitaseis en muchas cosas, pero sobre todo en la
lealtad. También pude escucharle que, en tantas ocasiones, don Álvaro había
puesto sus espaldas para recibir palos destinados a él. Y reiteradamente
pusieron las espaldas los dos juntos para recoger golpes que los evitaran al
resto.
Le
llamó saxum -roca- en algunos momentos, sencillamente porque lo era: un apoyo
firme para el fundador y para todos. No en vano, por decir un ejemplo, Don
Giussani -fundador de Comunión y Liberación- dijo en una ocasión que los de
Opus Dei son un "panzer" porque tienen un Prelado humilde. Yo no me
creo ningún "panzer", pero es bien cierto que él era humilde, porque
sin humildad habría sido imposible su fidelidad. Un hombre humilde y sencillo
que hacía amable la verdad y le era fiel.
Tuve
ocasión de experimentarlo en muchos momentos: su compenetración con san Josemaría era tan grande, que le daba la
respuesta requerida sin finalizar la pregunta. Tuve la oportunidad de llevarle
bastantes veces en el coche, siempre sentado al lado del conductor, siempre
preparado para relatar algo entretenido, formativo o ambas piezas unidas. Pero
su argumento preferido era hablar del Padre. Yo estaba en Roma mientras el
fundador realizó una larga correría catequística por la Península Ibérica. A la
vuelta, describía con entusiasmo, con el deslumbramiento de un neófito, sucesos
y anécdotas de aquellos meses, pero principalmente ideas vertidas por san
Josemaría, que él habría escuchado centenares o miles de veces.
Ser
humilde cuando se es muy inteligente, se tienen varios doctorados, se ha
publicado libros punteros, se ha tenido cargos importantes en el Concilio
Vaticano II y en la Santa Sede, etc., sólo sucede si se es humilde. Parece una
tautología, pero no lo es cuando se pretende remarcar la verdad de una virtud.
Sobre todo, cuando ser humilde no es ser apocado, ni hacer dejación de deberes
en el gobierno, ejercitando la valentía, por ejemplo, de publicar un libro
-"Fieles y laicos en la Iglesia"-, que contiene quizá el más poderoso
alegato que se haya escrito en favor de los derechos de los fieles, un modo de
exigirlos profundo, audaz y amable, sin herir a nadie.
Finalizo
con otras palabras de Monseñor Echevarría, dirigidas a los fieles del Opus Dei,
pero valederas para todo el que desee aprovecharlas: Don Álvaro infundía paz en
los corazones: es algo que comentan muchas personas que le han tratado o que le
han conocido a través de los vídeos de tertulias y viajes pastorales. Hija mía,
hijo mío: ahora le suplicamos que nos consiga de Dios un profundo gaudium cum pace en el corazón, también para quienes en algún momento
han estado en contacto con la labor del Opus Dei. Y roguemos además al próximo
Beato por la paz en el mundo, surcado por tanta guerra y conflicto.
miércoles, 26 de febrero de 2014
Tras una desilusión, vuelta al trabajo
En el horizonte no se ven nuevas oportunidades. Uno, entonces, puede
sentirse hundido, sin ganas de trabajar.
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Pusimos nuestra mirada
en un hecho futuro y el corazón se llenó de esperanza. Tras ese próximo
cambio en el trabajo, después de la cita con el dentista, con las lluvias que
están a la puerta, cuando nos visite aquel pariente tan generoso...
El hecho en el que pusimos tanta esperanza llegó, y no logramos esa mejora
que anhelábamos. Tantas ilusiones, tantos sueños, tantos deseos de mejora:
todo quedó esfumado en unos minutos.
En el horizonte no se ven nuevas oportunidades. Uno, entonces, puede sentirse
hundido, sin ganas de trabajar. ¿Para qué esforzarse? En lo íntimo del alma
suena una vocecita humilde y discreta: "pues precisamente si aquello en
lo que pusiste tanta esperanza no resultó, es ahora el momento de ponerse a
trabajar".
Sí: poner esperanzas en cambios políticos, en lo imprevisible del clima, en
la volubilidad de un conocido, nos lleva a desilusiones. Pero no tiene que
convertirse nunca en un motivo para cruzarse de brazos y darlo todo por
perdido.
Otras veces, hay que reconocerlo, aquello tan esperado parecía la última
playa de salvación. Bueno, tampoco la última... Sabemos que tras un
tratamiento que no funcionó, la enfermedad avanzará hasta el momento de la
muerte, y antes de la misma podemos ponernos en paz con Dios, con los
familiares, con los amigos. Y, si somos sensatos, buscaremos esa paz desde
ahora, sin esperar la llegada de una situación terminal.
En la vida hay muchas desilusiones y muchos reinicios, pero sólo un hecho
resulta definitivo: el que queda plasmado tras la muerte. Más allá de ella,
nos espera un juicio, que depende de nuestras opciones. Castigo, si el
egoísmo y el desamor fueron nuestras últimas palabras. Premio y cielo eterno
con Dios y con los santos, si acogimos la misericordia y nos lanzamos a
recorrer el camino del amor.
Un hecho tan esperado se ha desvanecido como niebla ante el sol. Tengo unas
manos, un corazón, un tiempo, unos amigos y familiares buenos, y un Dios que
cuida a cada uno de sus hijos. Sólo me queda reemprender el trabajo con la
mirada puesta en quien me cuida y me ama como Padre bueno y lleno de
misericordia.
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Autor: P. Fernando Pascual LC
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