Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Benedicto XVI decretó
las virtudes heroicas de don Álvaro del Portillo. Después, el Papa Francisco
aprobó un milagro atribuido a su intercesión, dando paso para beatificarlo. Así
lo comunicaba el Prelado del Opus Dei: Con gran
agradecimiento a Dios, os comunico que ayer tarde, poco después de regresar de
la India, recibí la confirmación de que el Santo Padre Francisco ha concedido,
acogiendo la petición que le dirigí —con motivo del elevadísimo número de
personas que deseaban acudir a la beatificación del queridísimo venerable don
Álvaro—, que esa ceremonia tenga lugar en Madrid, el 27 de septiembre de 2014
(...). Tras explicar por qué en Madrid, añade que, según la praxis vigente
desde el 20 de septiembre de 2005 —Benedicto XVI estableció que el Papa sólo
presidiera la ceremonia de las canonizaciones—, la beatificación será celebrada
por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal
Angelo Amato. Ahora, el 11 de marzo se cumple su centenario.
Hasta
aquí la noticia que despierta en mi alma recuerdos inolvidables y sentimientos inocultables.
Lo conocí como hermano mayor, alguien en quien mirarse si deseaba ser fiel a lo
que Dios había hecho ver al fundador del Opus Dei. Porque con una enorme
sencillez y sin alharaca alguna, don Álvaro fue siempre el prototipo del hombre
fiel a su vocación. Cuando se alzaban los edificios que albergan la curia
prelaticia del Opus Dei a fuerza de una abnegación creciente, su fundador hizo
cincelar, sobre el dintel de la puerta del que sería despacho de don Álvaro,
esta inscripción latina tomada del Libro de los Proverbios: "vir fidelis
multum laudabitur" -el varón fiel será muy alabado.
No
hay duda de que, aunque esa oficina sería utilizada en el futuro por otras
personas, san Josemaría pensaba en su primer ocupante y quizá también en una
oferta para imitación de los siguientes.
Precisamente, porque don Álvaro era el paradigma heroico de esa virtud. En tono
menos solemne lo reflejó el fundador al
dedicarle un ejemplar de Camino con estas palabras: "Para mi hijo Álvaro,
que, por servir a Dios, ha tenido que torear tantos toros". Un día de su
cumpleaños o santo -no recuerdo bien-, mientras estaba ausente, nos decía san
Josemaría: yo querría que le imitaseis en muchas cosas, pero sobre todo en la
lealtad. También pude escucharle que, en tantas ocasiones, don Álvaro había
puesto sus espaldas para recibir palos destinados a él. Y reiteradamente
pusieron las espaldas los dos juntos para recoger golpes que los evitaran al
resto.
Le
llamó saxum -roca- en algunos momentos, sencillamente porque lo era: un apoyo
firme para el fundador y para todos. No en vano, por decir un ejemplo, Don
Giussani -fundador de Comunión y Liberación- dijo en una ocasión que los de
Opus Dei son un "panzer" porque tienen un Prelado humilde. Yo no me
creo ningún "panzer", pero es bien cierto que él era humilde, porque
sin humildad habría sido imposible su fidelidad. Un hombre humilde y sencillo
que hacía amable la verdad y le era fiel.
Tuve
ocasión de experimentarlo en muchos momentos: su compenetración con san Josemaría era tan grande, que le daba la
respuesta requerida sin finalizar la pregunta. Tuve la oportunidad de llevarle
bastantes veces en el coche, siempre sentado al lado del conductor, siempre
preparado para relatar algo entretenido, formativo o ambas piezas unidas. Pero
su argumento preferido era hablar del Padre. Yo estaba en Roma mientras el
fundador realizó una larga correría catequística por la Península Ibérica. A la
vuelta, describía con entusiasmo, con el deslumbramiento de un neófito, sucesos
y anécdotas de aquellos meses, pero principalmente ideas vertidas por san
Josemaría, que él habría escuchado centenares o miles de veces.
Ser
humilde cuando se es muy inteligente, se tienen varios doctorados, se ha
publicado libros punteros, se ha tenido cargos importantes en el Concilio
Vaticano II y en la Santa Sede, etc., sólo sucede si se es humilde. Parece una
tautología, pero no lo es cuando se pretende remarcar la verdad de una virtud.
Sobre todo, cuando ser humilde no es ser apocado, ni hacer dejación de deberes
en el gobierno, ejercitando la valentía, por ejemplo, de publicar un libro
-"Fieles y laicos en la Iglesia"-, que contiene quizá el más poderoso
alegato que se haya escrito en favor de los derechos de los fieles, un modo de
exigirlos profundo, audaz y amable, sin herir a nadie.
Finalizo
con otras palabras de Monseñor Echevarría, dirigidas a los fieles del Opus Dei,
pero valederas para todo el que desee aprovecharlas: Don Álvaro infundía paz en
los corazones: es algo que comentan muchas personas que le han tratado o que le
han conocido a través de los vídeos de tertulias y viajes pastorales. Hija mía,
hijo mío: ahora le suplicamos que nos consiga de Dios un profundo gaudium cum pace en el corazón, también para quienes en algún momento
han estado en contacto con la labor del Opus Dei. Y roguemos además al próximo
Beato por la paz en el mundo, surcado por tanta guerra y conflicto.
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