Colección de frases del Papa Benedicto XVI sobre el
nacimiento de Cristo, que nos ayuda a prepararnos para la Navidad.
El Adviento es un tiempo de
oración que nos ayuda a prepararnos para la Navidad. Les ofrezco esta colección
de frases del Papa Benedicto XVI sobre el nacimiento de Cristo.
Recuerda lo que nos dice San Ignacio: No el mucho saber harta y satisface el
ánima, sino el gustar y sentir las cosas internamente.
Las frases están ordenadas según los siguientes apartados:
1.Noche de Dios
2.Dios Niño, Dios hecho hombre
3.Dios con nosotros
4.Los pastores en camino
5.El establo de Belén
6.Por qué los regalos
7.Noche de Amor
8.Noche de luz
9.Noche de paz
10.Noche de alegría
NOCHE DE DIOS
· La vigilia de hoy nos prepara para vivir
intensamente el misterio que esta noche la liturgia nos invitará a contemplar
con los ojos de la fe.
· Llegó el momento que Israel esperaba desde
hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo
esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se
preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara
la salvación y que Él renovase todo.
· Podemos imaginar con cuánta preparación
interior, con cuánto amor, esperó María aquella hora.
· Dios reside en lo alto, pero se inclina hacia
abajo...
· Dios no es soledad eterna, sino un círculo de
amor en el recíproco entregarse y volverse a entregar. Él es Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
· En Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios mismo,
Dios de Dios, se hizo hombre.
· El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy
efímero del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios.
· Dios es tan grande que puede hacerse pequeño.
· Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme
y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo.
· Dios es tan bueno que puede renunciar a su
esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo.
· Dios es inmensamente grande e
inconmensurablemente por encima de nosotros. Esta es la primera experiencia del
hombre. La distancia parece infinita. El Creador del universo, el que guía
todo, está muy lejos de nosotros: así parece inicialmente. Pero luego viene la
experiencia sorprendente: Aquél que no tiene igual, que «se eleva en su trono»,
mira hacia abajo, se inclina hacia abajo. Él nos ve y me ve. Este mirar hacia
abajo es más que una mirada desde lo alto. El mirar de Dios es un obrar. El
hecho que Él me ve, me mira, me transforma a mí y al mundo que me rodea.
· Con su mirar hacia abajo, Él me levanta, me
toma benévolamente de la mano y me ayuda a subir, precisamente yo, de abajo
hacia arriba.
· «Dios se inclina». Esta es una palabra
profética. En la noche de Belén, esta palabra ha adquirido un sentido
completamente nuevo. El inclinarse de Dios ha asumido un realismo inaudito y
antes inimaginable. Él se inclina: viene abajo, precisamente Él, como un niño,
incluso hasta la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de
abandono de los hombres. Dios baja realmente.
· Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un
signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su
señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así. Él
tiene el poder y es la Bondad.
· El hombre puede ser imagen de Dios, porque
Jesús es Dios y Hombre, la verdadera imagen de Dios y el Hombre.
DIOS NIÑO, DIOS HECHO HOMBRE
· Cristo [...] quiere darnos un corazón de
carne. Cuando le vemos a Él, al Dios que se ha hecho niño, se abre el corazón.
· Esto es la Navidad: “Tu eres mi hijo, hoy yo
te he engendrado”.
· Dios se ha hecho uno de nosotros para que
podamos estar con él, para que podamos llegar a ser semejantes a él.
· Se hace un niño y pone en la condición de
dependencia total propia de un ser humano recién nacido. El Creador que tiene
todo en sus manos, del que todos nosotros dependemos, se hace pequeño y
necesitado del amor humano. Dios está en el establo.
· Ha elegido como signo suyo al Niño en el
pesebre: él es así. De este modo aprendemos a conocerlo.
· En todo niño resplandece algún destello de
aquel “hoy”, de la cercanía de Dios que debemos amar y a la cual hemos de
someternos; en todo niño, también en el que aún no ha nacido.
· Contra la violencia de este mundo Dios opone,
en ese Niño, su bondad y nos llama a seguir al Niño.
· Nada prodigioso, nada extraordinario, nada
espectacular se les da como señal a los pastores. Verán solamente un niño
envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos;
un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en
un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza.
· Sólo con el corazón los pastores podrán ver
que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías que hemos
escuchado en la primera lectura: « un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado. Lleva al hombro el principado » (Is 9,5).
· Ahora es realmente un niño el que lleva sobre
sus hombros el poder. En Él aparece la nueva realeza que Dios establece en el
mundo. Este niño ha nacido realmente de Dios. Es la Palabra eterna de Dios, que
une la humanidad y la divinidad.
· Precisamente en la debilidad como niño Él es
el Dios fuerte, y nos muestra así, frente a los poderes presuntuosos del mundo,
la fortaleza propia de Dios.
· La señal de Dios es la sencillez. La señal de
Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste
es su modo de reinar.
· Él no viene con poderío y grandiosidad
externas. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere
abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro
amor: por eso se hace niño.
· Dios se ha hecho pequeño para que nosotros
pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo.
· La Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan
pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra
esté a nuestro alcance.
· Dios nos enseña así a amar a los pequeños. A
amar a los débiles. A respetar a los niños. El niño de Belén nos hace poner los
ojos en todos los niños que sufren y son explotados en el mundo, tanto los
nacidos como los no nacidos.
· En el Dios que se hace hombre por nosotros,
todos nos sentimos amados y acogidos, descubrimos que somos valiosos y únicos a
los ojos del Creador. El nacimiento de Cristo nos ayuda a tomar conciencia del
valor de la vida humana, de la vida de todo ser humano.
· En el Niño divino recién nacido, acostado en
el pesebre, se manifiesta nuestra salvación.
· Que su nacimiento no nos encuentre ocupados
en festejar la Navidad, olvidando que el protagonista de la fiesta es
precisamente él.
· Roguémosle que nos dé la humildad y la fe con
la que san José miró al niño que María había concebido del Espíritu Santo.
· Pidamos que nos conceda mirarlo con el amor
con el cual María lo contempló.
· Dios está en la nube de la miseria de un niño
sin posada: qué nube impenetrable y, no obstante, nube de la gloria. En efecto,
¿de qué otro modo podría aparecer más grande y más pura su predilección por el
hombre, su preocupación por él? La nube de la ocultación, de la pobreza del
niño totalmente necesitado de amor, es al mismo tiempo la nube de la gloria.
· En cada niño hay un reverbero del niño de
Belén. Cada niño reclama nuestro amor. Pensemos por tanto en esta noche de modo
particular también en aquellos niños a los que se les niega el amor de los
padres. A los niños de la calle que no tienen el don de un hogar doméstico. A
los niños que son utilizados brutalmente como soldados y convertidos en
instrumentos de violencia, en lugar de poder ser portadores de reconciliación y
de paz. A los niños heridos en lo más profundo del alma por medio de la industria
de la pornografía y todas las otras formas abominables de abuso.
DIOS CON NOSOTROS
· Él ya no está lejos. No es desconocido. No es
inaccesible a nuestro corazón. Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado
toda ambigüedad.
· Se ha hecho nuestro prójimo, restableciendo
también de este modo la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco
atrayente.
· Por nosotros asume el tiempo. Él, el Eterno
que está por encima del tiempo, ha asumido el tiempo, ha tomado consigo nuestro
tiempo.
· Al nacer en la pobreza de Belén, quiere
hacerse compañero de viaje de cada uno.
· En este mundo, desde que él mismo quiso poner
aquí su "tienda", nadie es extranjero. Es verdad, todos estamos de
paso, pero es precisamente Jesús quien nos hace sentir como en casa en esta
tierra santificada por su presencia. Pero nos pide que la convirtamos en una
casa acogedora para todos.
· Este es precisamente el don sorprendente de
la Navidad: Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho
hermanos. De ahí deriva el compromiso de superar cada vez más los recelos y los
prejuicios, derribar las barreras y eliminar las contraposiciones que dividen
o, peor aún, enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un
mundo de justicia y de paz.
· En el corazón de la noche vendrá por
nosotros. Pero su deseo es también venir a nosotros, es decir, a habitar en el
corazón de cada uno de nosotros. Para que esto sea posible, es indispensable que
estemos disponibles y nos preparemos para recibirlo, dispuestos a dejarlo
entrar en nuestro interior, en nuestras familias, en nuestras ciudades.
· Los pañales estaban dispuestos, para que el
niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto
modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no
tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que
necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para
el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen
los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.
· El canto litúrgico -siempre según los Padres-
tiene una dignidad particular porque es un cantar junto con los coros
celestiales. El encuentro con Jesucristo es lo que nos hace capaces de escuchar
el canto de los ángeles, creando así la verdadera música, que acaba cuando
perdemos este cantar juntos y este sentir juntos.
· Fueron realmente personas en alerta, en las
que estaba vivo el sentido de Dios y de su cercanía. Personas que estaban a la
espera de Dios y que no se resignaban a su aparente lejanía de su vida
cotidiana.
El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un «Dios con nosotros».
Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia,
se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien
está a nuestro lado.
· Ha quedado superada la distancia infinita
entre Dios y el hombre. Dios no solamente se ha inclinado hacia abajo, como
dicen los Salmos; Él ha «descendido» realmente, ha entrado en el mundo,
haciéndose uno de nosotros para atraernos a todos a sí.
· Este niño es verdaderamente el Emmanuel, el
Dios-con-nosotros. Su reino se extiende realmente hasta los confines de la
tierra. En la magnitud universal de la santa Eucaristía, Él ha hecho surgir
realmente islas de paz. En cualquier lugar que se celebra hay una isla de paz,
de esa paz que es propia de Dios.
· Él construye su reino desde dentro, partiendo
del corazón, en cada generación.
· Te damos gracias por tu bondad, pero también
te pedimos: Muestra tu poder. Erige en el mundo el dominio de tu verdad, de tu
amor; el «reino de justicia, de amor y de paz».
LOS PASTORES EN CAMINO
· Reflexionemos esta noche en los pastores.
¿Qué tipo de hombres son? En su ambiente, los pastores eran despreciados; se
les consideraba poco de fiar y en los tribunales no se les admitía como
testigos. Pero ¿quiénes eran en realidad?
· Eran almas sencillas.
· Eran personas vigilantes.
· Estaban dispuestos a oír la palabra de Dios,
el anuncio del ángel. Su vida no estaba cerrada en sí misma; tenían un corazón
abierto.
· Por vosotros ha nacido el Salvador: lo que el
Ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del
Evangelio y de sus mensajeros. Esta es una noticia que no puede dejarnos
indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a
mí.
· El Evangelio no nos narra la historia de los
pastores sin motivo. Ellos nos enseñan cómo responder de manera justa al
mensaje que se dirige también a nosotros. ¿Qué nos dicen, pues, estos primeros
testigos de la encarnación de Dios?
· Se dice que los pastores eran personas
vigilantes, y que el mensaje les pudo llegar precisamente porque estaban
velando. Nosotros hemos de despertar para que nos llegue el mensaje.
· Hemos de convertirnos en personas realmente
vigilantes. ¿Qué significa esto? La diferencia entre uno que sueña y uno que
está despierto consiste ante todo en que, quien sueña, está en un mundo muy
particular. Con su yo, está encerrado en este mundo del sueño que, obviamente,
es solamente suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir
de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad,
que es la única que nos une a todos.
· El conflicto en el mundo, la imposibilidad de
conciliación recíproca, es consecuencia del estar encerrados en nuestros
propios intere¬ses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo
privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero
de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos
de otros. Despertad, nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran
verdad común, en la comunión del único Dios.
· Despertarse significa desarrollar la
sensibilidad para con Dios; para los signos silenciosos con los que Él quiere
guiarnos; para los múltiples indicios de su presencia.
· Hay quien dice «no tener religiosamente oído
para la música». La capacidad perceptiva para con Dios parece casi una dote
para la que algunos están negados. Y, en efecto, nuestra manera de pensar y
actuar, la mentalidad del mundo actual, la variedad de nuestras diversas
experiencias, son capaces de reducir la sensibilidad para con Dios, de dejarnos
«sin oído musical» para Él. Y, sin embargo, de modo oculto o patente, en cada
alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo.
· Para conseguir esta vigilancia, este
despertar a lo esencial, roguemos por nosotros mismos y por los demás, por los
que parecen «no tener este oído musical» y en los cuales, sin embargo, está
vivo el deseo de que Dios se manifieste.
· Señor, abre los ojos de nuestro corazón, para
que estemos vigilantes y con ojo avizor, y podamos llevar así tu cercanía a los
demás.
· La mayoría de los hombres no considera una
prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también
nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas. Se
hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente. En la lista de prioridades,
Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Esto - se piensa -
siempre se podrá hacer. Pero el Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima
prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es
solamente la causa de Dios. Una máxima de la Regla de San Benito, reza: «No
anteponer nada a la obra de Dios (es decir, al Oficio divino)».
· Dios es importante, lo más importante en
absoluto en nuestra vida. Ésta es la prioridad que nos enseñan precisamente los
pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de
la vida cotidiana. Queremos aprender de ellos la libertad interior de poner en
segundo plano otras ocupaciones - por más importantes que sean - para
encaminarnos hacia Dios, para dejar que entre en nuestra vida y en nuestro
tiempo.
· El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al
prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos
verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas.
· Los pastores estaban allí al lado. No tenían
más que «atravesar» (cf. Lc 2,15), como se atraviesa un corto trecho para ir
donde un vecino. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un
camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones.
Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del
Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente.
· [...] la mayor parte de nosotros, hombres
modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios
que ha venido entre nosotros.Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones
que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy
largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano
para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros
compromisos, y así encontrar el camino hacia Él.
· Pero hay sendas para todos. El Señor va
poniendo hitos adecuados a cada uno. Él nos llama a todos, para que también
nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese
Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sí, Dios se ha encaminado hacia
nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera
nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro.
· Él ha hecho el tramo más largo del recorrido.
Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a ver que yo estoy aquí.
· Superémonos a nosotros mismos. Hagámonos
peregrinos hacia Dios de diversos modos, estando interiormente en camino hacia
Él.
· Ésta es la novedad de esta noche: se puede
mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. Aquel Dios del que no se debe
hacer imagen alguna, porque cualquier imagen sólo conseguiría reducirlo, e
incluso falsearlo, este Dios se ha hecho, él mismo, visible en Aquel que es su
verdadera imagen, como dice San Pablo (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15).
· En la figura de Jesucristo, en todo su vivir
y obrar, en su morir y resucitar, podemos ver la Palabra de Dios y, por lo
tanto, el misterio del mismo Dios viviente. Dios es así. El Ángel había dicho a
los pastores: «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre» (Lc 2,12; cf. 16). La señal de Dios, la señal que ha
dado a los pastores y a nosotros, no es un milagro clamoroso. La señal de Dios
es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en
niño; se deja tocar y pide nuestro amor.
EL ESTABLO DE BELÉN
· Para vivir, el hombre necesita pan, fruto de
la tierra y de su trabajo. Pero no sólo vive de pan. Necesita sustento para su
alma: necesita un sentido que llene su vida [...] El pesebre de los animales se
ha convertido en el símbolo del altar sobre el que está el Pan que es el propio
Cristo: la verdadera comida para nuestros corazones. Y vemos una vez más cómo
Él se hizo pequeño: en la humilde apariencia de la hostia, de un pedacito de pan,
Él se da a sí mismo.
· En el establo de Belén, precisamente donde
estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo
nuevo: en aquel niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo
trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo
trono -la Cruz- corresponde al nuevo inicio en el establo.
· El poder que proviene de la Cruz, el poder de
la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se
transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la
nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su
nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que
Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres
de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.
· El establo del mensaje de Navidad representa
la tierra maltratada. Cristo no reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para
volver a dar a la creación, al cosmos, su belleza y su dignidad: esto es lo que
comienza con la Navidad y hace saltar de gozo a los ángeles.
· La tierra queda restablecida precisamente por
el hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la
sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo alto
con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad. Así, pues, Navidad es la fiesta
de la creación renovada.
· En el establo de Belén el cielo y la tierra
se tocan. El cielo vino a la tierra.
· El cielo no pertenece a la geografía del
espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche
santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si
salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se
renueva también la tierra.
· La gloria de Dios está en lo más alto de los
cielos, pero esta altura de Dios se encuentra ahora en el establo: lo que era
bajo se ha hecho sublime. Su gloria está en la tierra, es la gloria de la
humildad y del amor.
POR QUÉ LOS REGALOS
· Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado
a sí mismo.
· Navidad se ha convertido en la fiesta de los
regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo.
· Entre tantos regalos que compramos y
recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros
mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo. Abrir nuestro tiempo a Dios. Así la
agitación se apacigua. Así nace la alegría, surge la fiesta.
· En las comidas de estos días de fiesta
recordemos la palabra del Señor: «Cuando des una comida o una cena, no invites
a quienes corresponderán invitándote, sino a los que nadie invita ni pueden
invitarte» (cf. Lc 14,12-14).
· Cuando tú haces regalos en Navidad, no has de
regalar algo sólo a quienes, a su vez, te regalan, sino también a los que nadie
hace regalos ni pueden darte nada a cambio.
· Así ha actuado Dios mismo: Él nos invita a su
banquete de bodas al que no podemos corresponder, sino que sólo podemos aceptar
con alegría. ¡Imitémoslo! Amemos a Dios y, por Él, también al hombre, para
redescubrir después de un modo nuevo a Dios a través de los hombres.
· Este venir silencioso de la gloria de Dios
continúa a través de los siglos. Donde hay fe, donde su palabra se anuncia y se
escucha, Dios reúne a los hombres y se entrega a ellos en su Cuerpo, los
transforma en su Cuerpo. Él «viene». Y, así, el corazón de los hombres se
despierta.
NOCHE DE AMOR
· En aquel Niño acostado en el pesebre Dios
muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se priva
de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor.
· No quiere de nosotros más que nuestro amor, a
través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su
pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también
con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor.
· Donde ha brotado la fe en aquel Niño, ha
florecido también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a
los débiles y los que sufren, la gracia del perdón.
· Él ama a todos porque todos son criaturas
suyas. Pero algunas personas han cerrado su alma; su amor no encuentra en ellas
resquicio alguno por donde entrar. Creen que no necesitan a Dios; no lo
quieren. Otros, que quizás moralmente son igual de pobres y pecadores, al menos
sufren por ello. Esperan en Dios. Saben que necesitan su bondad, aunque no
tengan una idea precisa de ella. En su espíritu abierto a la esperanza, puede
entrar la luz de Dios y, con ella, su paz.
· En esta noche, oremos para que el resplandor
del amor de Dios acaricie a todos estos niños, y pidamos a Dios que nos ayude a
hacer todo lo que esté en nuestra mano para que se respete la dignidad de los
niños.
· « Dios ha cumplido su palabra y la ha
abreviado ».
· Jesús ha «hecho breve» la Palabra, nos ha
dejado ver de nuevo su más profunda sencillez y unidad.
· Esto es todo: la fe en su conjunto se reduce
a este único acto de amor que incluye a Dios y a los hombres.
· A quien abre el corazón a este "niño
envuelto en pañales" y acostado "en un pesebre" (cf. Lc 2, 12),
él le brinda la posibilidad de mirar de un modo nuevo las realidades de cada
día. Podrá gustar la fuerza de la fascinación interior del amor de Dios, que
logra transformar en alegría incluso el dolor.
· "Vino a su casa, y los suyos no lo
recibieron" (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David
fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no
había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos,
pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el
que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no
se le escucha, no se le acoge.
· ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene
necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que
sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo?
¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida?
¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento,
nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?
· Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde
fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la
nueva ciudad, el mundo nuevo.
· Esta nueva familia de Dios comienza en el
momento en el que María envuelve en pañales al «primogénito» y lo acuesta en el
pesebre. Pidámosle: Señor Jesús, tú que has querido nacer como el primero de
muchos hermanos, danos la verdadera hermandad. Ayúdanos para que nos parezcamos
a ti. Ayúdanos a reconocer tu rostro en el otro que me necesita, en los que
sufren o están desamparados, en todos los hombres, y a vivir junto a ti como
hermanos y hermanas, para convertirnos en una familia, tu familia.
· Nada puede ser más sublime, más grande, que
el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La
gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón
ante del establo de Belén.
· Aquél de quien habla el universo, el Dios que
sustenta todo y lo tiene en su mano, Él mismo había entrado en la historia de
los hombres, se había hecho uno que actúa y que sufre en la historia.
· Sería equivocada una interpretación que
reconociera solamente el obrar exclusivo de Dios, como si Él no hubiera llamado
al hombre a una libre respuesta de amor. Pero sería también errónea una
interpretación moralizadora, según la cual, por decirlo así, el hombre podría
con su buena voluntad redimirse a sí mismo. Ambas cosas van juntas: gracia y
libertad; el amor de Dios, que nos precede, y sin el cual no podríamos amarlo,
y nuestra respuesta, que Él espera y que incluso nos ruega en el nacimiento de
su Hijo. El entramado de gracia y libertad, de llamada y respuesta, no lo
podemos dividir en partes separadas una de otra. Las dos están indisolublemente
entretejidas entre sí. Así, esta palabra es promesa y llamada a la vez. Dios
nos ha precedido con el don de su Hijo. Una y otra vez, nos precede de manera
inesperada. No deja de buscarnos, de levantarnos cada vez que lo necesitamos.
No abandona a la oveja extraviada en el desierto en que se ha perdido. Dios no
se deja confundir por nuestro pecado. Él siempre vuelve a comenzar con
nosotros. No obstante, espera que amemos con Él. Él nos ama para que nosotros
podamos convertirnos en personas que aman junto con Él y así haya paz en la
tierra.
· El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry
dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza -a partir de Adán- provocaba
resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en
su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño.
Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora -dice ese
Dios que se ha hecho niño- ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis
amarme.
· Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén,
ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo
y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las
que tu amor se hace presente y el mundo es transformado.
NOCHE DE LUZ
· La "manifestación" -la
"epifanía"- es la irrupción de la luz divina en el mundo lleno de
oscuridad y problemas sin resolver.
· Donde se manifiesta la gloria de Dios, se
difunde en el mundo la luz. “Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna”, nos
dice san Juan (1 Jn 1,5). La luz es fuente de vida.
· Luz significa sobre todo conocimiento,
verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la
luz nos hace vivir, nos indica el camino.
· En cuanto da calor, la luz significa también
amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda
en la oscuridad.
· En el establo de Belén aparece la gran luz
que el mundo espera.
· La luz de Belén nunca se ha apagado. Ha
iluminado hombre y mujeres a lo largo de los siglos, “los ha envuelto en su
luz”.
· Desde Belén una estela de luz, de amor y de
verdad impregna los siglos.
· El verdadero misterio de la Navidad es el
resplandor interior que viene de este Niño. Dejemos que este resplandor
interior llegue a nosotros, que se encienda en nuestro corazón la llamita de la
bondad de Dios; llevemos todos, con nuestro amor, la luz al mundo.
· El mensaje de Navidad nos hace reconocer la
oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad
que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar
fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres
que ven su luz y la transmiten.
· Si somos pastores o sabios, la luz y su
mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros
deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos
abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están
marginados y en los cuales Él nos espera.
· No permitamos que esta llama luminosa,
encendida en la fe, se apague por las corrientes frías de nuestro tiempo.
Custodiémosla fielmente y ofrezcámosla a los demás.
· Mira, Señor, a este rincón de la tierra, al
que tanto amas por ser tu patria. Haz que en ella resplandezca la luz. Haz que
llegue la paz a ella.
· Que nazca para todos la luz del amor, que el
hombre necesita más que las cosas materiales necesarias para vivir.
· Sólo si los hombres cambian, cambia el mundo
y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios, de esa luz que
de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.
NOCHE DE PAZ
· Cuando celebramos la Eucaristía nos
encontramos en Belén, en la “casa del pan”. Cristo se nos da, y así nos da su
paz. Nos la da para que llevemos la luz de la paz en lo más hondo de nuestro
ser y la comuniquemos a los demás; para que seamos artífices de paz y
contribuyamos así a la paz en el mundo.
· Dios busca a personas que sean portadoras de
su paz y la comuniquen. Pidámosle que no encuentre cerrado nuestro corazón.
Esforcémonos por ser capaces de ser portadores activos de su paz, concretamente
en nuestro tiempo.
· Realiza tu promesa, Señor. Haz que donde hay
discordia nazca la paz; que surja el amor donde reina el odio; que surja la luz
donde dominan las tinieblas. Haz que seamos portadores de tu paz. Amén.
· La gloria de Dios es la paz. Donde está Él,
allí hay paz.
· Él está donde los hombres no pretenden hacer
autónomamente de la tierra el paraíso, sirviéndose para ello de la violencia.
Él está con las personas del corazón vigilante; con los humildes y con los que
corresponden a su elevación, a la elevación de la humildad y el amor. A estos
da su paz, porque por medio de ellos entre la paz en este mundo.
NOCHE DE ALEGRÍA
· Que María nos ayude a mantener el
recogimiento interior indispensable para gustar la alegría profunda que trae el
nacimiento del Redentor. A ella nos dirigimos ahora con nuestra oración,
pensando de modo especial en los que van a pasar la Navidad en la tristeza y la
soledad, en la enfermedad y el sufrimiento. Que la Virgen dé, a todos,
fortaleza y consuelo.
· [El canto de los ángeles] se trata de la
expresión de la alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran
nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios.
· Con la humildad de los pastores, pongámonos
en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la
humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará
más luminoso el mundo.
· A un corazón vigilante se le puede dirigir el
mensaje de la gran alegría: en esta noche os ha nacido el Salvador. Sólo el
corazón vigilante es capaz de creer en el mensaje. Sólo el corazón vigilante puede
infundir el ánimo de encaminarse para encontrar a Dios en las condiciones de un
niño en el establo. Roguemos en esta hora al Señor que nos ayude también a
nosotros a convertirnos en personas vigilantes.
· De la gozosa turbación suscitada por este acontecimiento
inconcebible, de esta segunda y nueva manera en que Dios ha manifestado -dicen
los Padres- surgió un canto nuevo, una estrofa que el Evangelio de Navidad ha
conservado para nosotros: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los
hombres que Dios ama».
· El canto nuevo de los ángeles se convierte en
canto de los hombres que, a lo largo de los siglos y de manera siempre nueva,
cantan la llegada de Dios como niño y, se alegran desde lo más profundo de su
ser.
· Y los árboles del bosque van hacia Él y
exultan. El árbol en Plaza de san Pedro habla de Él, quiere transmitir su
esplendor y decir: Sí, Él ha venido y los árboles del bosque lo aclaman. Los
árboles en las ciudades y en las casas deberían ser algo más que una costumbre
festiva: ellos señalan a Aquél que es la razón de nuestra alegría, al Dios que
viene, el Dios que por nosotros se ha hecho niño. El canto de alabanza, en lo
más profundo, habla en fin de Aquél que es el árbol de la vida mismo
reencontrado.
· Forma parte de esta noche la alegría por la
cercanía de Dios. Damos gracias porque el Dios niño se pone en nuestras manos,
mendiga, por decirlo así, nuestro amor, infunde su paz en nuestro corazón.
· Te damos gracias por la belleza, por la
grandeza, por tu bondad, que en esta noche se nos manifiestan. La aparición de
la belleza, de lo hermoso, nos hace alegres sin tener que preguntarnos por su
utilidad. La gloria de Dios, de la que proviene toda belleza, hace saltar en
nosotros el asombro y la alegría. Quien vislumbra a Dios siente alegría, y en
esta noche vemos algo de su luz.
· Lucas no dice que los ángeles cantaran. Él
escribe muy sobriamente: el ejército celestial alababa a Dios diciendo: «Gloria
a Dios en el cielo... » (Lc 2,13s). Pero los hombres siempre han sabido que el
hablar de los ángeles es diferente al de los hombres; que precisamente esta
noche del mensaje gozoso ha sido un canto en el que ha brillado la gloria
sublime de Dios. Por eso, este canto de los ángeles ha sido percibido desde el
principio como música que viene de Dios, más aún, como invitación a unirse al
canto, a la alegría del corazón por ser amados por Dios. Cantare amantis est,
dice san Agustín: cantar es propio de quien ama. Así, a lo largo de los siglos,
el canto de los ángeles se ha convertido siempre en un nuevo canto de amor y
alegría, un canto de los que aman. En esta hora, nosotros nos asociamos llenos
de gratitud a este cantar de todos los siglos, que une cielo y tierra, ángeles
y hombres. Sí, te damos gracias por tu gloria inmensa. Te damos gracias por tu
amor. Haz que seamos cada vez más personas que aman contigo y, por tanto,
personas de paz. Amén.
Autor: P.
Evaristo Sada LC..