"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 14 de septiembre de 2012

SUFRIMIENTOS ANTICIPADOS

Aprovechemos de la mejor manera posible lo que ahora está en nuestras manos, y dejaremos el futuro en las manos de Dios.
El pronóstico no dejaba lugar a dudas: hoy, mañana y pasado soplaría un viento que daría un toque agradable, casi primaveral, al verano. Después de tres días agradables, llegaría un calor asfixiante que dominaría el panorama por cinco días.

Sí: otra vez vendrá el calor. Una extraña pena envuelve el alma. ¿Seremos capaces de soportarlo? ¿Cómo sobreviviremos cuando lleguen noches en las que reinan un aire cálido y una humedad insoportable?

Mientras, un viento agradable alivia el momento presente. La mirada a lo que va a ocurrir, al calor que llegará en unos días, aparta la atención a ese hoy fresco que Dios nos concede.

Así somos los humanos: el miedo a un dolor que, según parece, llegará, nos impide aprovechar un presente lleno de bellezas maravillosas.

También ocurre, es importante completar el cuadro, que cuando el calor nos asfixia a lo largo del día, pensar que en unos días llegará el fresco produce un alivio importante para el alma.

Si reflexionamos un momento sobre este tipo de expectativas, podremos reconocer, como ya hicieron los antiguos filósofos griegos, que no tiene sentido vivir amargado ante sufrimientos anticipados cuando el presente nos da ribetes de alegría sana y un descanso para el alma. Como tampoco la esperanza de una tregua futura detiene la fuerza aplastante de un calor que nos rodea por todos lados.

Una visión equilibrada de la vida nos permite acometer con serenidad de alma lo que pueda ocurrir en un futuro incierto, y a afrontar el presente con un realismo sano. Desde esa visión, podremos evitar sufrimientos anticipados por hechos futuros que quizá nunca lleguen a nuestra vida, y seremos capaces de vivir el instante presente de un modo más sereno.

De esta manera, aprovecharemos de la mejor manera posible eso que ahora está en nuestras manos, y dejaremos el futuro en las manos de un Dios que sabe lo que es mejor para cada uno de sus hijos.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 13 de septiembre de 2012

CON MARÍA, Y LA SOLEDAD DE JESÚS SACRAMENTADO

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera.
Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.

- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.

- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.

Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.

Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.

- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.

Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:

- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.

Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.

- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.

Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.

Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.

Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:

- Ahora, ve a confesarte.

Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...

Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.

¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”

Amigo, nos encontramos en el Sagrario.

Autor: Maria Susana Ratero.
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

miércoles, 12 de septiembre de 2012

CONSTRUYE TU VIDA SEMBRANDO AMOR

Lo que siembres tu vida, eso te devolverá, así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas.
A lo largo de la historia hemos conocido grandes hombres, hombres que han dejado una huella imborrable, y que su presencia ha marcado la vida de muchas personas; me viene a la mente el Papa Juan Pablo II, ¡quién no recuerda sus palabras, sus gestos, sus miradas! todo nos reporta la presencia de Dios en su vida y cómo todo lo hizo con amor.

Tenemos la figura única e irrepetible de Cristo, que como nos dice el Evangelio "pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38), "Él es el Camino la Verdad y la Vida" (Jn 14,6), una vida dedicada a los demás, uscando el bien humano y trascendente de cada hombre, ¡cuántos hombres que conociendo el mensaje de Jesús, se han dedicado a sembrar con amor el bien!, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola S.I., la Madre Teresa de Calcuta. Hoy nos toca a ti y a mí, por eso te dejo este mensaje, para que lo reflexiones.

La vida es un jardín; lo que siembres en ella, eso te devolverá, así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente; cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.

A menudo sembrarás llorando, pero ¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine?

Piensa que los vientos fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas para que tu rosal resista mejor lo que habrá de venir. Y cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.

¿Rompió el alba y ha nacido el día? ¡Salúdalo y Siembra!

¿Llegó la hora cuando el sol te azota?
¡Abre tu mano y arroja la semilla!

¿Ya te envuelven las sombras porque el sol se oculta?
¡Eleva tu plegaria y Siembra! y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la muerte con los brazos cargados y una sonrisa de satisfacción.

CADA ACTO, CADA PALABRA, CADA SONRISA, CADA MIRADA ES UNA SIMIENTE. PROCURA SIEMPRE: "UNA SIEMBRA DE AMOR". AL FINAL DE LA VIDA, CUANDO NOS PIDAN CUENTAS, NOS PEDIRÁN CUENTAS DEL AMOR, DE LO QUE HAYAMOS HECHO POR DIOS Y POR NUESTROS HERMANOS LOS HOMBRES.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 11 de septiembre de 2012

HUMILDAD.

HUMILDAD.
La humildad es la verdad, la justicia con que nos vemos a nosotros mismos con nuestras cualidades y nuestros defectos.
Como se mencionó anteriormente, son diez las cualidades que suelen caracterizar a las personas verdaderamente exitosas.

La primera de ellas es la humildad. Vamos a analizar esta virtud y repasar algunas sugerencias para lograr que nuestros hijos puedan alcanzarla.

La humildad

Una persona humilde es la que desvía de sí misma sus intereses egoístas y los canaliza hacia los demás: la familia, los hijos, el cónyuge, los amigos, los necesitados, la empresa. Por ej. Un papá que se preocupa más de la familia que de irse a jugar con los amigos...

Una persona humilde es capaz de salir de sí mismo e ir al encuentro de los demás. No se siente el centro de todo. Sabe prestar atención y ponerse en el lugar del otro.

La humildad es la base de la empatía, indispensable para cualquier tipo de relación humana estable, sea en el noviazgo, en el matrimonio, en la familia, en el trabajo, en un equipo, en todo.

Una persona que no es humilde se irrita con facilidad, se considera el centro de la conversación, busca que los demás lo atiendan, lo escuchen y satisfagan sus necesidades; no logra entender por qué los demás son así... sólo está esperando que los demás entiendan por qué él es así...

Algunas sugerencias de acción

Conviene que cada hijo tenga siempre una obligación en casa, aunque sea pequeña; algo adecuado a su edad: tender su cama, guardar sus zapatos en el closet, llevar la basura...

Ayuda mucho que aprenda a compartir sus cosas con sus hermanos, primos, amigos. En un niño pequeño siempre resulta difícil lograrlo, pero se puede; al inicio hay que obligar, luego insistir; se enojará y hará berrinches, pero cada vez será más fácil.

Este ejercicio es sumamente pedagógico. Predispone al alma del niño a no apegarse a las cosas, a abrirse a otros y a no considerarse el centro del universo.

Lo mismo puede decirse de enseñarle, no sólo a compartir sus cosas, sino incluso a regalarlas generosamente a los necesitados. Ayudarles a ver con corazón sensible a los que padecen necesidad; invitarles a dar una limosna, a ayudar a una persona que se cayó, etc.

Tiene un valor extraordinario enseñar a los hijos una verdad fundamental: que Dios nos ve en todas partes y él nos va a juzgar. Esta lección ayuda a los hijos a sentirse responsables de sus actos y decisiones, aunque nadie más los vea; les ayuda a no sentirse autosuficientes y autónomos, superiores a los demás, etc. Se considerarán hijos de Dios con la misma dignidad que los demás.

Ahora bien, es extraordinariamente necesario tener bien claro que la humildad no se alcanza mediante humillaciones e insultos. Es un error nefasto en el que fácilmente de puede caer. Una corrección o llamada de atención nunca deberá significar una falta de respeto o un insulto.

Los papás también tienen que tener bien presente que sus hijos gozan de la misma dignidad. Ellos no son más ni tienen poder absoluto sobre ellos.

Hay que corregir, llamar la atención, enojarse, si es necesario, pero jamás insultar o humillar públicamente.

Las humillaciones y los insultos, las reprimendas injustificadas, sólo logran que los hijos desarrollen complejos de inferioridad e inutilidad.

La humildad es la verdad, la justicia con que nos vemos a nosotros mismos con nuestras cualidades y nuestros defectos.

Somos humildes cuando somos realistas, es decir, cuando nos vemos con objetividad y realismo. Por ello, la humildad en los hijos se alcanza mediante un trato justo y una compensación adecuada por parte de los papás.

Y la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. El castigo o el premio deberán ser adecuados; las palabras y los silencios, también.
Autor: P. Juan Antonio Torres, L.C.

lunes, 10 de septiembre de 2012

DE NUEVO, SOBRE EL PECADO

Hace falta, tener valor para llamar las cosas por su nombre y para reconocer la propia falta.

No resulta fácil hablar del pecado. Primero, porque personalmente a nadie le gusta encararse con esta realidad. Segundo, porque provoca extrañeza tocar el argumento en ambientes donde el pecado es visto como un residuo de culturas ya superadas.

Nos cuesta, sí, en lo personal, hablar del pecado. Si hemos fallado a una promesa, si el egoísmo nos encerró en un capricho deshonesto, si dejamos abandonado al necesitado, con facilidad inventamos excusas que "borren" nuestro pecado.

"Estaba cansado... No era para tanto... En el mundo en el que vivimos no podemos ser perfectos... No siempre tengo que ser yo quien tienda una mano... Me encontraba en un momento muy tenso y me permití aquello como desahogo..."

Pero las muchas excusas que pasan por la cabeza no son suficientes para eliminar esa voz interior que nos susurra, respetuosamente, que hemos actuado mal, que hemos pecado.

Hace falta, en lo personal, tener valor para llamar las cosas por su nombre y para reconocer la propia falta. Sólo desde una actitud de sinceridad y desde la grandeza de alma podremos decir, sin excusas falsas: he pecado, he fallado ante Dios y ante mis hermanos.

Palpamos, además, que en muchos ambientes la gente ha cerrado los ojos y el corazón ante la idea del pecado. Psicólogos y sociólogos, filósofos y pensadores, literatos y personas “de la calle”, rechazan cualquier idea de pecado como obsoleta o incluso dañina.

Por eso explican las acciones ajenas (además de las propias) desde teorías más o menos articuladas. Algunos explican todo lo que hacemos o dejamos de hacer con la educación recibida en casa, en la escuela o en el grupo. Otros ven como origen de nuestros actos las fuerzas interiores de la propia psicología. Otros simplemente niegan la libertad y consideran que cada comportamiento humano está controlado por el destino, por las neuronas o por férreas "leyes de la naturaleza".

En esas perspectivas, no es posible negar que existen actos que causan rechazo y que son condenados. Pero incluso la condena queda explicada simplemente por el disgusto que esos actos provocan en algunos, sin que haya que calificarlos con una palabra, "pecado", que consideran fuera de lugar en un mundo moderno y maduro.

Las negaciones de uno mismo o de otros no pueden suprimir la realidad profunda del pecado, de ese acto que realizamos, con un conocimiento claro y con una aceptación plena, contra el amor. Porque en el fondo del pecado hay, como ya explicaba san Agustín, un rechazo a Dios y una opción extraña y egoísta por uno mismo. Es decir, el pecado nos aparta del núcleo más hermoso de toda existencia humana, porque nos impide amar a Dios y entregarnos sanamente a los hermanos.

Hace falta tener valor para recordar lo que es el pecado. Sólo entonces comprenderemos por qué Cristo vino al mundo y por qué murió en un Calvario. Manifestó, de esa manera, lo grave que es el pecado, al mismo tiempo que reveló esa verdad que da sentido a toda la existencia humana: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).

Cuando reconocemos, sencilla y honestamente, que hemos pecado, estamos listos para dar los siguientes pasos: pedir perdón, acoger la misericordia en el sacramento de la confesión, reparar el daño cometido, y empezar a vivir llenos de gratitud desde el abrazo que nos llega de un Dios cercano y misericordioso.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Apoteósico el triunfo de "Arboles Muertos" en Badajoz.

En la noche del día ocho de Septiembre, ayer, actuaron en Badajoz y en el marco incomparable de La Terraza del López de Ayala El grupo Pacense los Play Boys y el extremeño Arboles Muertos.



Con lluvia amenazando a la suspensión de ambas actuaciones, al final pudo llevarse a cabo la misma para disfrute del publico asistente.
Fuentes de la mayor solvencia que desde el vecino país, Portugal, se desplazaron a Badajoz,  para ver sobre todo la actuación de Arboles Muertos, al ser esta la primera vez que hacían en esta ciudad,  no dudan en afirmar el rotundo y clamoroso éxito cosechado por este grupo, según las mismas fuentes, Arboles Muertos hace una música excepcional de muy alto nivel y que todos sus componentes estuvieron a la misma altura. Demuestra esta formación, haber pisado mas de un escenario, por lo que no dudan en considerar que la plaza de Badajoz fue tomada ayer por Arboles Muertos.
Dada la inmediatez que se trasmite esta noticia, publico un video de una actuación antigua.

Cabe tambien destacar de este grupo, la alida de su trabajo discografico "De Vuelta, que saldra a la luz a finales de este mismo mes y esta es su portada.

QUIÉN TIENE UN AMIGO, TIENE UN TESORO

Un amigo que es desde siempre y para siempre. Sabe transformar el juicio en perdón, la culpabilidad en inocencia, el sufrimiento en amor.
Distraigo su atención sólo para compartir con ustedes algo que viví hace poco.

Yo no sé porqué desde hace mucho tiempo escucho que el mejor amigo del hombre es el perro. Yo tenía uno y la verdad es que nunca lo percibí como a un amigo.


Cuando la vida arrecia fuerte, los problemas pesan mucho y las lágrimas surgen en lo más íntimo del corazón, se apetece la compañía de un amigo y se entiende mejor aquello que dice la Sagrada Escritura "quién tiene un amigo, tiene un tesoro"

Recientemente tuve el gozo (y digo bien, ¡gozo!) de atender espiritualmente a personas cuyas vidas no son un poema de amor, que conocen en carne propia el sabor de la derrota y el aroma del fracaso en sus múltiples variedades de dolor y desesperación.

Aquí lo fácil es juzgar y condenar, señalar con el dedo y alegrarnos nosotros de no ser así, de haber tenido mejor suerte.

A un amigo se le reconoce cuando lo necesitamos, cuando requerimos de un consejo, cuando nos hace falta que alguien nos escuche y comprenda.

En esas personas, después de conocer sus vidas y las heridas que laceraban sus almas, su fondo y la amargura de su dolor, vi de pronto brillar una esperanza. Habían encontrado, sorpresivamente, al mejor amigo.

Un amigo que es desde siempre y para siempre. Un amigo que sabe transformar el juicio en perdón, el pecado en pureza, la culpabilidad en inocencia, el sufrimiento en amor.

Uno de ellos me preguntó si el Cielo todavía era para él... Coloqué una imagen de ese amigo con el rostro agonizante en la mesa, comentamos juntos lo hizo por cada uno de nosotros y no fue necesaria otra respuesta. Gran hallazgo, ese amigo también había creado el Cielo para ellos, y diría más, pensando en ellos.

¡Cuánto nos hace falta descubrir el amor!

Esas personas que les comento, descubrieron que precisamente, cuando sentimos que tocamos fondo en la vida, cuando ya no le encontramos gusto a las cosas, es ahí precisamente, cuando en nuestra conciencia resuena la voz del amigo que viene en nuestra ayuda.

Su voz es suave y si no queremos no la escuchamos porque no usa violencia alguna, nunca sale en la radio ni en la televisión. Sólo gusta hablarnos en lo íntimo de la conciencia.

El amigo que así habla no busca nunca su propio interés sino el nuestro, sabe de dolores ya que Él los vivió primero que nosotros en carne propia y le agrada curar nuestras heridas más profundas, aquellas que tantas veces no nos atrevemos a reconocer.

Para mí fue un privilegio estar con ellos y poder contemplar y ser testigo que Él está cuando otros ya no quieren saber nada y nos ofrece sinceramente su amistad y su perdón. Y después dicen algunos por ahí que es aburrido ser sacerdote...

A todos ellos les vi con el rostro distinto, más tarde, terminada la Misa, con paz en el corazón y con una ilusión renovada en la vida.

¡Habían encontrado al amigo de sus almas!, "nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos"... nos enseñaba el Señor.

Por cierto, que no se me olvide decirles dónde vive ese amigo para que lo puedan encontrar (si así lo desean), vive en dos lugares a la vez: en el Cielo y en el Sagrario de la Capilla, en realidad los dos son lo mismo.

Desde allí, enseña a los que le visitan cómo cambiar en el dolor en esperanza, el olvido en amor, la propia cruz de cada día en vida eterna, porque precisamente es "el mejor amigo"


Que no nos engañen más con aquello de que el mejor amigo del hombre es el...
Autor: Jaime Bordons, L.C.

sábado, 8 de septiembre de 2012

MARÍA, LA VIRGEN TODA HERMOSA

María era y es preciosa. Sí, por dentro, pero también por fuera.
María era y es preciosa. Sí, por dentro, pero también por fuera (recalco esto último). Tenía que serlo. Lo demuestro con un simple silogismo. A Dios corresponden todas las perfecciones en grado sumo. Tener buen gusto estético es una perfección. Por lo tanto, Dios es el que tiene buen gusto en grado sumo. Y siendo así ¿cómo no iba a poner en juego esa cualidad a la hora de escoger nada menos que a su misma Madre? San Bernardo tiene al respecto una expresión muy acertada: “El Creador del hombre, al hacerse hombre, naciendo en la raza humana, debió elegir, o mejor dicho, formar para sí entre todas, una madre tal que fuese digna de Él y de su pleno agrado”.

Casi siempre, al reflexionar sobre la hermosura de María, nos quedamos en la consideración de sus virtudes humanas o espirituales. Y no está mal, desde luego. Pero muy pocas veces ponderamos su belleza física. Si es verdad que Dios, cuando pensó y creó a María, lo hizo adornándola de las más excelsas virtudes en lo humano y en lo espiritual, también lo es que no pudo olvidarse de poner en Ella las más apropiadas cualidades corporales.

María era y es guapa, muy guapa. Y no tiene que darnos pena ni corte decirlo y decírselo a Ella también con frecuencia (aunque le saquemos los colores allá en el cielo...). Y si se sonroja, podemos preguntarle con el poeta Diego Cortés: “¿Por qué va cubriendo / tu frente el rubor, / si más pura eres / y hermosa que el sol?”

San Antonio, en su Itinerarium, hace la observación, confirmada por muchos, de que las mujeres de Nazaret, altas, morenas, bien proporcionadas, son, aún hoy día, las mujeres más bellas de oriente. Y él lo atribuye a un privilegio alcanzado para ellas por la Virgen María. Nosotros sabemos que fue más bien predestinación del Señor que quiso prepararse como Madre a la más bella de las hijas de Israel.

María, la toda hermosa, la enteramente hermosa. Nada feo había en Ella. Nada. Ni en su alma ni en su cuerpo. Por lo menos a los ojos de Dios. El mismo arcángel Gabriel lo dijo claramente en su anuncio: “has hallado gracia delante de Dios”; es decir, le has encantado a Dios, le has cautivado con la belleza que Él puso en ti. El mismo Diego Cortés lo expresaba así: “Placer inefable / al punto que vio / tu rostro gracioso / el cielo gozó”. Y no somos quién ninguno de nosotros para contradecir los gustos de Dios en algo tan delicado como el aspecto interior y exterior de su misma Madre...

Una mujer humilde, pobre, silenciosa, pura, alegre, creyente, trabajadora, hecha al dolor y rebosante de amor. Pequeñas pinceladas pero que ya de por sí dejan entrever, como en bosquejo, una espléndida obra de arte. ¡Qué magnífica mujer! “María inigualable, hermosa si mancha, porque es toda hermosa”, decía San Ambrosio.

La hermosura de María no puede agotarse en un libro, ni en un cuadro, ni en una escultura por geniales que sean sus autores. Es un dechado de belleza que excede la pluma más cultivada, el pincel más delicado o el más diestro cincel. No es obra humana (aunque Ella tuvo su buena parte en el cultivo de algunas de sus virtudes), sino en mucho directamente divina. En palabras de San Luis M. Grignion de Montfort: “María es el paraíso de Dios, su mundo inefable... Dios ha creado un mundo para sí mismo y lo ha llamado María”.

Sólo Dios pudo llenar un alma de gracia con la plenitud con la que llenó a María. Sólo Él pudo preservarla inmaculada desde su concepción. Y lo hizo sólo con Ella. Predilección sin parangón de parte de Dios para con Ella. Hermosura sin par la de María. Ella es, con expresiones de Pablo VI, “el espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza, la semblanza divina en rostro humano, la Belleza invisible en figura corpórea”.

Podemos presumir, y con toda razón, de la Madre que tenemos en el cielo. No es para menos. Hemos de sentirnos orgullos de ser hijos de una madre tal. No deberíamos cansarnos de contemplarla y admirarla; su belleza es inagotable. No deberíamos cesar de cantar sus glorias y cubrirla de piropos. Hemos de proclamarla siempre dichosa, alegrándonos con Ella por las maravillas que Dios obró en su favor.

Con una Madre así, no es poca nuestra responsabilidad de ser sus buenos hijos. Es todo un reto el parecernos a Ella imitando las virtudes que ornamentaron su vida. Sería estupendo que se pudiera decir de cada uno de nosotros: este ha salido a su madre... Porque es humilde, sencillo, pobre, sacrificado, discreto, puro, alegre, creyente y rebosante de amor hecho obras como lo fue Ella.
Autor: P. Marcelino de Andrés.

viernes, 7 de septiembre de 2012

¿ME ESTOY HACIENDO VIEJO?

¿ME ESTOY HACIENDO VIEJO?
¡Cuántos personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la pantalla de mi corazón!
Revisando algunos cajones, he dado con este pensamiento. En la misma página aparecía un abuelo fumando en pipa. De sus frente cuelgan los años en arrugas. Su mirada es cansina, pero segura. Por momentos me parecía el protagonista de “El viejo y el mar”.

No me he podido resistir y he soltado en mi interior las palomas de los recuerdos. ¡Cuántos personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la pantalla de mi corazón! Y es que me parece un canto a la juventud fresca de nuestros mayores. Léelo despacio, con bastón, si lo necesitas. Percibirás una mirada más profunda, más luminosa de esa etapa final de la existencia terrestre. Son líneas de ilusión y de esperanza.


Me dicen que me estoy
haciendo viejo:
les diré que no es así.
La “casa” en que vivo,
ya sé, se está
deteriorando.
Eso ya lo sé.
Es que hace mucho
tiempo que la habito.
Ha pasado conmigo
muchas tormentas.
Ya está algo débil.

El techo está
cambiando de color.
Las ventanas ya están
un poco empañadas:
ya no se ve bien
hacia afuera.
Las paredes se sienten
débiles, quebradizas:
es que los cimientos ya
no están tan sólidos
como hace unos
cuantos años.
Mi “morada” se ha
vuelto temblorosa,
la estremecen el frío
del invierno, las noches
sin sueño.

Siento que estoy en
plena juventud,
ya que la Eternidad está
a un paso de mí,
una vida llena de vida,
sin posibilidad
de tristezas que
envejecen,
sin ausencias que nos
sacan canas,
sin dolor que atenta
contra la verticalidad
de nuestra existencia.

La Eternidad está a un
paso de mí.
Sin embargo mi “casa”
no soy todo yo.
Mis años, transcurridos
velozmente,
no me pueden hacer
viejo a mí,
alma siempre joven,
lozana y alegre.

Una inacabable vida de
gozo y de verdad.
Yo viviré allá
para siempre,
amando sin temor
de perder el Amor.
Y el Amor es la Vida:
¡que siga la vida!

¿Y decían que me
estoy haciendo viejo?
El que habita en mi
pequeña “casa”
está joven, lleno de luz
y de alegría,
principiando
justamente una vida
que durará, durará,
durará...
Ustedes solamente me ven
por fuera
y me repiten lo que
todos dicen:
anciano arrugado,
cabizbajo, trémulo,
lento...

Parece que se terminan
los horizontes.
No confundan mi
“casa” con lo que soy yo,
conmigo:
un nuevo amanecer,
horizonte con luz
indeficiente,
cielo de azul
indeclinable.
¡Que siga la vida!

¿Todavía dicen que me
estoy haciendo viejo?
Autor: Marcelino de Andrés, L. C. y Juan Pablo Ledesma, L. C.

jueves, 6 de septiembre de 2012

CAE LA TARDE, SEÑOR, Y YO ME ACUERDO DE TI...

Vengo ante ti, Señor, que estás solo, siempre esperando, quiero ser tu compañía, y yo necesito la tuya. ¡Cómo te necesito, Señor!
Cae la tarde, Señor, y yo me acuerdo de ti...

Hoy me he sentido especialmente sola. El mundo se agita, corre, sueña, baila, grita, ríe, llora, canta, hay dolor, hay alegría ... pero nada de eso hay en mí, solo la soledad es mi compañera y la tarde se va en un crepúsculo de suave luz... y yo, Señor, me acuerdo de ti.

Vengo ante ti, Señor, que también estás solo, siempre esperando, y quiero ser tu compañía, pero yo necesito la tuya, ¡cómo te necesito, Señor!

Quédate conmigo porque tu eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.

Quédate conmigo, Jesús, porque necesito sentir tu presencia para no olvidarte porque ya ves con cuánta frecuencia te abandono.

Quédate , Señor, conmigo, porque se hace tarde y se vienen las sombras, es decir, se pasa la vida, se acerca la cuenta, la eternidad y es preciso que redoble mis días, mis esfuerzos y que no me detenga en el camino de la oración y de dar más amor... por eso te necesito.

En mi vida se está haciendo tarde, Señor, viene la noche, las tentaciones, sequedades, penas y cruces... y te necesito ¡oh, mi buen Jesús!.

Quédate conmigo porque soy muy débil y necesito de tu fuerza para no caer tantas veces.

Quédate Señor conmigo, porque deseo amarte mucho y con ese mismo amor, amar a mis semejantes.

Quédate, quédate conmigo para no sentir mi soledad, porque tengo frío y a veces todo me da miedo. Necesito tu presencia para sentir el calor de tu amor y tu mirada, la caricia de tus manos cuando lloro...tu dulce sonrisa que me da ánimo para seguir...

Quédate, Señor conmigo, porque Tu solo sabes dar amor, porque solo Tu tienes palabras de vida eterna y nos dices que quien en Ti cree, no muere: Yo soy la luz, la Verdad, el Camino y la Vida.

Soy como un pobre mendigo que implora una limosna, pero limosna de amor, esa que Tu sabes dar con tanta dulzura, con tanta plenitud, sin fijarte en lo poco que valgo, en lo poco que soy y en lo mal que se corresponder a tu gran amor. No tomes en cuenta esto y ¡quédate conmigo, te necesito tanto, oh, Señor!.

Ya se que en tu soledad del Sagrario un día soñaste con este encuentro y siempre me estabas esperando. Pues bien, Señor, aquí estoy, por fin, llegué cansada y triste, Tu lo sabes bien, pero al sentir tu presencia y tu compañía, todo cambió. Una suave serenidad arropa mi alma y el calor y la seguridad de tu amor me hacen mirar de frente a la vida.

¡Gracias mi Jesús Sacramentado!
Autor: Ma Esther De Ariño