"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 8 de mayo de 2012

Jesús para el hombre de hoy

¡Cristo está vivo! No lo dejemos en el sepulcro de nuestra vida.

La memoria del hombre no es infalible. Existe la famosa curva del olvido: después de aprender algo, poco a poco el tiempo lo oscurece y confunde y quizá hasta lo borra.

Algo así parece que ha pasado con la imagen de Cristo. Ha sufrido esa misma curva del olvido. Muchos hombres aún distinguen una imagen más o menos clara de Cristo aunque algo desfigurada. Otros la ven ya un poco borrosa. Algunos la han perdido. Hoy Cristo nos pregunta la opinión que de Él tiene el mundo como aquel día preguntó a sus discípulos en Cesarea de Filipo: ¿Quién dice la muchedumbre que soy yo?

También nosotros tendríamos que responderle: "los hombres dicen que eres Elías o uno de los antiguos profetas". Hablan de Cristo como si se tratara de un monumento histórico o de un personaje legendario. Para muchos hombres Cristo ha perdido su actualidad. No ejerce atractivo en el mundo. Su doctrina ha pasado de moda. No tiene nada que enseñar a los hombres tan avanzados de hoy.

Otros comparan a Cristo con Juan el Bautista. Lo creen demasiado sobrio y difícil, demasiado austero. Les parece demasiado exigente y su doctrina muy pesada para los hombres de hoy. O quizá ellos son demasiado cómodos y buscan llegar a la cima sin moverse ni sudar. Ciertamente reconocen la validez de su doctrina pero no se animan a hacerla propia.

Preferirían alcanzar a Cristo más fácilmente. Ser virtuosos, pero sin esfuerzo. Desearían que Cristo no hubiera hablado de cruz, que se hubiera limitado a contarles esas cosas tan bonitas del cielo, del banquete, de los lirios del campo...

En cambio, Pedro exclama, jubiloso, su experiencia de Cristo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

No sabe bien todavía cómo ha llegado a esa conclusión pero su corazón asiente a lo que acaba de decir. Al inicio él había seguido a Cristo atraído por su liderazgo, su personalidad. El rostro de Cristo irradiaba alegría y atractivo. Nadie como Él de íntegro: buscaban prenderlo pero no encontraban falta alguna en él. Ninguno tan recio y varonil y, al mismo tiempo, tan cariñoso con los niños y bondadoso con los enfermos y pecadores. Sabía apreciar mejor que nadie la belleza de una flor, del lago, del cielo...

Después Jesús había confirmado su fe incipiente con imponentes milagros, le había enseñado, orientado... incluso le había corregido varias veces. También le había puesto a prueba alguna vez, pero su amistad se había mantenido firme: "Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Y ahora que Jesús se enfrenta con la hostilidad y el rechazo y ha tenido que abandonar Jerusalén, él le vuelve a reiterar su fe y su adhesión. Pero en esta ocasión, sus palabras denotan ya mayor profundidad y emoción: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tres experiencias de Cristo. Tres fotos. Pero válida sólo la que sacó Pedro. Los otros se la sacaron a un fantasma, no al Cristo auténtico.

Cristo está vivo. No luchamos por una figura histórica solamente. Como hace veinte siglos, Él es motivo de amor y de odio. Contra Él chocan las olas de la humanidad y en Él se dividen las vidas de los hombres.
Autor: P. José Luis Richard.

lunes, 7 de mayo de 2012

MÁS PAQUETES DE MEDIDAS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Desde que comenzó la crisis, quizás la frase más mentada es la que da título a estas líneas, porque no sé si habremos solucionado algo -parece que, de momento, no-, pero paquetes nos han colocado en un número incontable. Unos gobiernos u otros, centrales,  autonómicos o municipales no cesan de diseñar paquetes. ¿Quién no recuerda de la mili la expresión "meter un paquete"? Pues el más "pupas" no sufrió tantos como ahora: paquetes en cascada.
            Sin embargo, son muy pocas las voces que,  sin demagogia ni interés, proclaman con claridad tanto  las medidas económicas como  otras mucho más hondas y, a buen seguro, más importantes, más forjadoras de unas personas mejores. Apenas unas pocas referencias con un valor meramente testimonial, mientras contemplamos a la mayoría creando espectáculo en las cámaras legislativas, en los medios de comunicación o en cualquier órgano de gobierno.
            Como yo no tengo nada que me obligue a ser políticamente correcto, y puesto que estamos en época de articular paquetes, voy a ofrecer modestamente los míos, aunque su único efecto sea el desahogo. No es la primera vez que lo hago, por lo que esto puede  parecer un resumen semanal, como se solía designar en las familias menos pudientes el menú resultante del excelente aprovechamiento de los residuos bien cuidados de unos días. O sea, que a lo peor, sólo oferto residuos.
            Voces más facultadas que la mía han declarado que estamos ante una crisis del hombre. Sí, en la era espacial, en un mundo global, en el tiempo de la informática, cuando la medicina ha hecho más descubrimientos, cuando se ha conocido el genoma, mientras se fabrican niños en probeta, estando metidos hasta las cejas en tantas nuevas tecnologías y se otorga el Nobel a científicos de primera, cuando está ocurriendo todo esto y mucho más, estamos ante una grave crisis del hombre. En buena medida porque quizás no hemos sabido digerir tanto avance y, como se indica coloquialmente, nos lo hemos creído, lo que ha conducido a pensarnos autónomos respecto a casi todo, excepto a lo políticamente correcto.
            A mi modo de ver, lo malo no son los descubrimientos -¡son fantásticos!-, lo malo es que nos han deslumbrado y nos han desconectado de nuestra historia.  Me refiero fundamentalmente a nuestro origen. El engreimiento del hombre ha conducido a que su único tope es la ley positiva -donde logra imponerse- y la moda. Que se lo pregunten al obispo de Alcalá de Henares. Primer paquete: recuperar al hombre en su sitio, en su dependencia de la ley natural. Cuando queda abolida esta ley e incluso se la considera una antigualla, no podemos quejarnos de que aparezcan ladrones, pederastas, estafadores o cualquier otro género de malvivientes. Nos lo hemos ganado a pulso desde el día en que entendimos la libertad como el "choice" inglés: simplemente poder elegir sin referencia alguna. Y esa libertad no es la que construye al hombre, sino más bien quien lo destruye, por desligarlo de la verdad y el bien.
            Pero para suprimir la ley natural fue necesario quitar de en medio la creación porque, si  se admite, supone reconocer al Creador. Y aquí se sitúan otros dos paquetes: volver a la creación y volver a Dios. ¡Vaya tela!, estarán pensando algunos; éste quiere volver a la cristiandad, al confesionalismo, a creer por obligación. Pues bien, si hay algo que no me gusta es todo eso. La cristiandad condujo a pensar que el príncipe cristiano debía ocuparse de que Dios estuviera presente en la ciudad temporal, desligando a los súbditos de ese deber. Y nos fue mal, pues tal evento constituyó una fuerza imponente para que los cristianos no se vieran llamados a ser santos en esa tareas. Tampoco supone renunciar al evolucionismo no excluyente de Dios.
            Algo parecido podría decirse del Estado confesional. A la larga -no tan larga- ha sido un peso plúmbeo para la Iglesia, que necesita libertad porque -además de otras cosas- requiere adeptos libres. Sin libertad, no hay verdadero ejercicio de la fe. Por lo mismo, no se trata de imponer obligaciones contra natura, pero tampoco de aceptar cándidamente deberes contra natura, como  los derivados de lo políticamente correcto que entre otras cuestiones reclama, no una sana laicidad, sino  una sociedad laicista radicada en un pensamiento débil, en el relativismo que nos señala incapaces de dar respuesta a los interrogantes más hondos del ser humano. Proclamada la incapacidad, hemos llegado al pez que se muerde la cola: no sabemos qué es el hombre, ni de dónde procede ni adónde camina. No hay Dios, no hay ley natural, no hay naturaleza humana y, aunque parezca lo contrario, no hay libertad o, si se quiere, queda el "choice" de fin de semana.
            Desde luego, yo no tengo soluciones mágicas para que eso sea visto así por todos y también aceptado por todos. Mejor dicho, sí tengo una, que constituiría el último paquete: pensar, reflexionar, enfrentarnos con nosotros mismos, palpar la realidad, evitando la evasión que nos aleja de lo que somos. Además, en la duda, ¿por qué actuar como si Dios no existiera?

Podemos cambiar, ¿hacia dónde?

Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.

La libertad abre espacios hacia el futuro. Desde ella, podemos cambiar el orden en el escritorio y el color de las cortinas, el tipo de pasta de dientes y el programa de la computadora, la novela y la música que nos acompañarán durante el día.

Cada ser humano está abierto a un número casi infinito de horizontes. A veces siente angustia al ver ante sí tantas posibilidades. Tiene miedo a escoger mal, a equivocarse de nuevo, a dañar a otros, a ser herido por las elecciones de los cercanos o de los lejanos.

El mundo aparece, así, sumamente indeterminado. Uno escoge vivir al día y luego llora por su falta de previsión. Otro empieza a comprar un piso con un préstamo y en dos años anda ahogado porque no puede pagar las deudas. Unos esposos posponen la llegada del primer hijo y cuando lo desean la edad les impide conseguirlo.

También hay opciones que rompen con males del pasado y que inician caminos de esperanza. Un joven deja la cocaína y empieza a asumir sus responsabilidades como profesionista. Un esposo deja de coquetear con otras mujeres y empieza a reconquistar el corazón de su esposa. Un anciano decide apagar la televisión y se ofrece para ayudar a la parroquia.

La libertad permite horizontes inmensos para el cambio. Surge entonces la pregunta clave: ¿hacia dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.

Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y con cualquier forma de pecado. Un cambio será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.

El cambio bueno nos hace acoger la invitación que llega de la gran noticia de la Pascua: "Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas" (Hch 3,19-21).

Todos podemos cambiar para mejor. Desde la ayuda de Dios y de tantos corazones buenos, abriremos los ojos del alma para mirar la meta definitiva, la Patria verdadera. Hacia ella orientaremos nuestros actos. Dejaremos de pisar terrenos movedizos y engañosos para avanzar, seguros, por el camino que lleva a la Vida.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 6 de mayo de 2012

GRACIAS MADRE




GRACIAS MADRE

Quiero ir a Jerusalén

Quiero ir precisamente por los motivos que antes me hacían mantenerme lejos de la Ciudad Santa.

Los parroquianos le habían escuchado muchas veces decir que no deseaba ir a Jerusalén. Y no comprendían las razones del padre abad.

Un buen día, el padre abad cambió de parecer. Se dio cuenta de que había ordenado sus pensamientos de un modo nuevo, y que entonces la idea de ir a Jerusalén era no sólo interesante, sino incluso maravillosa y buena.

Preparó una nota para el boletín parroquial y la publicó la siguiente semana:

"Queridos parroquianos. Muchos de ustedes me han oído decir que no deseaba ir a Jerusalén. Incluso cuando se organizó, hace tres años, una peregrinación a Tierra Santa, me negué a participar.

Después de haberlo pensado y, sobre todo, después de haberlo meditado ante el Señor, ahora sí quiero ir a Jerusalén.

Quiero ir a Jerusalén precisamente por los motivos que antes me hacían mantenerme lejos de la Ciudad Santa.

Porque en Jerusalén, hoy como hace 20 siglos, encontraré personas que aman a Jesús, y personas que lo odian. Porque veré entre sus calles y sus muros a mercaderes que buscan hacer negocio de las cosas de Dios, y a hombres y mujeres que pretenden sólo ayudar a sus hermanos. Porque percibiré con pena divisiones y odios que separan a los seres humanos que viven en ese pequeño rincón del planeta, y gestos de perdón que permiten avanzar hacia la paz y la justicia.

Quiero ir a Jerusalén para tocar, como el Maestro, la grandeza y la miseria del corazón humano. Porque yo mismo le he aplaudido, como el Domingo de Ramos, para luego negarle miserablemente como Pedro horas antes de llegar al Calvario. Porque yo mismo me he preocupado más por la propia comodidad que por la justicia. Porque he vivido más para mí mismo que para mis hermanos.

Quiero ir a Jerusalén para seguir las huellas del Nazareno camino del fracaso. Porque no soy auténtico discípulo si no aprendo a morir a mí mismo. Porque no soy verdadero católico si no busco, en cada momento de mi vida, realizar la Voluntad del Padre.

Quiero ir a Jerusalén para entristecerme cuando alguien me insulte por ser cristiano, y para dejarme consolar cuando alguien tienda su mano hacia mí, por encima de las diferencias que nos separan.

Quiero aprender de nuevo, en esa ciudad que es un poco como el mundo entero, que las divisiones nacen del egoísmo y de la falta de apertura a Dios, y que la unión inicia cuando decimos, sencillamente, como un centurión junto a la Cruz del Nazareno: Verdaderamente éste era Hijo de Dios (Mt 27,54).

En pocas palabras, quiero ir a Jerusalén para recordar el inicio de mi amada Iglesia, entre las miserias de la cobardía humana y el valor que surge cuando acogemos, como María y los Apóstoles, el soplo incontenible del Espíritu".
Autor: P. Fernando Pascual LC.