"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Cuánto cuesta un milagro?

¿Cuánto cuesta un milagro?
Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado.
Teresa, la niñita de esta historia real, aquel día fue a su habitación, puso en un bolsillo de su jeans las monedas que había estado ahorrando de su merienda, y con paso resuelto se encaminó a la farmacia de la esquina.

Con total aplomo, esperó a que el farmacéutico le prestara atención, pero nada. Finalmente, con una moneda tocó repetidas veces en el mostrador.

-¿Qué es lo que quieres?--le dijo el hombre--¿No ves que estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago, y hace años no lo veo?

-Pues de mi hermano quiero hablarle. Él está muy enfermo y quiero comprar un milagro.

-¿Qué dices?

-Su nombre es Andrés. Algo muy malo le ha estado creciendo en su cabeza. Mi Papi dice que sólo un milagro puede salvarlo Dígame, ¿cuánto cuesta un milagro?

Con voz algo más suave, el farmacéutico le dijo que no tenía milagros a la venta, y que no podía ayudarla.

En eso intervino el hermano recién llegado al pueblo, un hombre muy bien vestido.

-¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?

--No sé-replicó Tere medio asustada.--Sólo sé que está muy enfermo y Mami dice que necesita una operación y Papi dice que no pueden pagarla, que se necesita un milagro.

-¿Cuánto tienes?

-Cuarenta y un pesos.

-¡Qué coincidencia! ¡Exactamente lo que cuesta un milagro para hermanitos! Llévame a tu casa.

Aquel hombre era el Dr. Carlton Armstrong, cirujano especializado en neurocirugía, quien cubrió todos los gastos de la operación, salvando así la vida del niño.

La madre no se cansaba de repetir que habían presenciado un milagro real, sin saber cuánto pudo haber costado.

Jesús ha insistido una y otra vez que hay que ser como niños para llegar al Reino de los Cielos. Y lo que Jesús nos dice es que debemos actuar como niños, con la misma ingenuidad, con la misma seguridad, con la misma espontaneidad con que los niños confían plenamente en Dios.

Y a nosotros los grandes, ¡que trabajo nos da ponernos en sus manos!

El Padre Fernando Pascual comenta que tal parece tememos los proyectos de Dios para con nuestras vidas, y preferimos seguir nuestros propios gustos, decidir nuestros pasos, tenerlo todo bajo el control de nuestros deseos.

Y no acabamos de entender en esos momentos de dificultades que Dios tiene un camino distinto para nosotros, quizás difícil, quizás incomprensible, quizás lleno de espinas.

“Señor, ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del camino del que ama, una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor que tu Hijo trajo al mundo.

Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; y trabajar para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar hacia la esperanza y descubrir tu Amor eterno.”

Tere sí sabía cuánto costaba un milagro... cuarenta y un pesos, más la fe de una chiquilla.

Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

Dos tórtolas ofrecidas en sacrificio

Dos tórtolas ofrecidas en sacrificio
Se ofrecían en forma de sacrificio cuando se presentaba a Dios al hijo primogénito.
La Redención tiene infinitas facetas para que nuestro corazón, en meditación, las descubra. Cuando rezamos el cuarto misterio gozoso del Santo Rosario, por ejemplo, meditamos la Presentación de Jesús en el templo. Y sabemos que allí recordamos la celebración de un rito que el pueblo judío heredó de las leyes de Moisés: se presentaba a Dios al hijo primogénito en el Templo, en forma de sacrificio. Y la costumbre de los humildes era presentar dos tórtolas como ofrenda. Cuando aquel día José y María ofrecieron a Jesús en el Templo se vivió un anticipo de lo que ocurriría luego: el Cordero de Dios iba a ser verdaderamente ofrecido en sacrificio, para la Salvación de toda la humanidad. Allí el anciano Simeón profetizó a María que su corazón iba a ser traspasado por una espada, por el destino de Cruz que su Hijo iba a enfrentar.

Aquí se esconde un gran misterio: se ofrecieron entonces dos tórtolas como símbolo de sacrificio a Dios. Ellas representaban a Jesús y también a María. Se ofreció en sacrificio al Redentor y a la Corredentora, juntos inseparablemente en la obra de la Salvación. Dios Padre recibió la ofrenda de Su propio Hijo y también la de la Criatura más perfecta, verdadera Arca que contuvo y dio su naturaleza humana al Salvador.

Las dos tórtolas ofrecidas en sacrificio en Jerusalén dos mil años atrás unieron indisolublemente a Madre e Hijo en la obra de la Salvación, frente a Dios Padre. Jesús murió física y místicamente por nosotros en la Cruz, pero su Madre lo siguió en todo momento, de tal modo que también sufrió místicamente la Pasión de su Hijo amado. Así, el misterio de la Redención va unido al de la Corredención de María.

El único y verdadero Salvador de la humanidad no quiso en ningún momento tener a Su Madre lejos de él: espiritualmente ellos siempre estuvieron unidos, como lo están ahora. Estos tiempos son importantes para recibir de nuestra Madre Celestial el consuelo y la guía para que lleguemos a su Hijo. Porque como dijo San Luis Grignion de Montfort: María es el camino más corto y seguro para llegar a Jesús.

¡Jesús y María, sean la Salvación del alma mía!
Autor: Oscar Schmidt

sábado, 3 de septiembre de 2011

María, Señora de Misericordia

María, Señora de Misericordia
La llamaron de la Merced por haber usado de la máxima caridad con sus hijos más necesitados.
Ha caído en mis manos una pequeña historia de la Merced, y me hace ilusión dedicar este mensaje de hoy a la Virgen de la Merced, un nombre y una advocación tan bellos de María, la que se apareció a San Pedro Nolasco, la que sostuvo a San Ramón Nonato y liberó a tantos cautivos. La llamaron de la Merced por haber usado de la máxima caridad con sus hijos más necesitados.

Hay que trasladarse a la Europa de principios del siglo doce. El mar Mediterráneo estaba infestado de corsarios turcos y sarracenos, musulmanes fanáticos que asaltaban las embarcaciones, descendían en las costas, arrasaban casas y pueblos enteros, robaban, asesinaban, y, lo peor de todo, se llevaban cristianos al norte de Africa para venderlos como esclavos y hacerles apostatar de la fe. Ante la impotencia de las naciones cristianas, será la Virgen María, --la de siempre, la que es el Auxilio de los Cristianos--, quien intervenga, con mano suave, pero firme, y con corazón de Madre.

A un comerciante rico de Barcelona le preguntan ansiosos sus familiares y amigos:
- Pero, ¿qué estás haciendo, con eso de vender todos tus negocios y enseñar a ese grupo de muchachos a hacer lo mismo? ¿A qué viene el meterse en esas embarcaciones de moros con tanto peligro?
Y Pedro Nolasco, sin miedo ninguno, responde a todos:
- Nada. ¿Quieren ustedes venir también a rescatar de la morería a los cristianos que están esclavos? Necesito más voluntarios.

Ahora interviene la Virgen. Era la noche del 1 al 2 de Agosto de 1218. Estaba Pedro Nolasco en oración, cuando aparecen los primeros destellos de una luz celestial. Y empiezan a verse ángeles y más ángeles, que vienen rodeando a una Señora hermosísima, la cual le sonríe amorosa, y le dice:
- Lo que estás haciendo agrada mucho a Dios. No te desanimes. Yo te encargo ahora que fundes una Orden religiosa. Tus compañeros, imitando a mi Hijo Jesús, se entregarán a la salvación de sus hermanos, si es preciso hasta dándose en prenda por su rescate. Yo estaré con vosotros.
Pedro Nolasco no duda de la presencia de María, y comunica la visión al rey Don Jaime y al consejero real San Raimundo de Peñafort, los cuales hablan con el Obispo, que se queda pasmado:
- Pero, ¿es verdad lo que me dicen? Si es así, yo pongo el habito a esos valientes.
Con la protección de María y la misión del Obispo, Pedro Nolasco y sus compañeros se lanzan a una empresa sin igual.

Pronto se les agrega Ramón Nonato, valiente como ninguno. Se ordena de sacerdote, y marcha al norte del Africa a rescatar cautivos. Lo da todo, se queda sin un centavo, y se pregunta:
- ¿Y qué hago ahora?
El amor es ingenioso, y le dicta una resolución heroica. No pudiendo rescatar más esclavos, porque ya no tiene un centavo, se presenta decidido ante aquel dueño:
- Aquí me tiene. Me vendo como esclavo. ¿Cuánto paga por mí?
El rico no suelta dinero, y le ofrece con desdén:
- La libertad de otro esclavo.
- ¡Aceptado!...
Y, al convertirse Ramón en esclavo, se da con ardor a predicar a los otros cautivos la fe cristiana. Pero sus nuevos dueños, para que no hable más, le cierran la boca con un candado. Ocho meses dura su cautiverio y su martirio.

Al llegar el dinero para su rescate, es liberado y devuelto a España. En Barcelona se le hace un recibimiento triunfal. Y el Papa Gregorio IX le llama para hacerlo Cardenal, aunque muere apenas inicia el camino hacia Roma.

Bonita historia, que tanto nos dice hoy. Mientras haya hombres, hermanos nuestros, esclavos de otros hombres, que los tiranizan injustamente, siempre la Virgen de la Merced tendrá una palabra para ellos.

Mientras haya hombres, hermanos nuestros, que se han hecho ellos mismos cautivos de un vicio cualquiera, la Virgen tendrá para ellos un latido de su corazón maternal.

Mientras haya una sola persona que sufre, la Virgen tendrá que desempeñar su oficio de liberadora del dolor.

Son cautivos --justa o injustamente, para nosotros es igual-- tantos presos, que, en las cárceles de nuestros países, no tienen condiciones de vida dignas de una persona humana.

Son cautivos de la sociedad tantos niños que pululan desarrapados por nuestras calles, ladronzuelos en tan tierna edad, sin hogar, sin escuela, sin esperanza de un puesto digno entre la ciudadanía.
Son cautivas tantas mujeres, que no acaban de liberarse de las mil esclavitudes a que se han visto sujetas durante siglos, y que esperan liberación.

Son cautivas tantas personas en su propio hogar, cuando en él falta el amor, y falla el marido o falla la esposa y madre, convirtiendo la casa en una cárcel o poco menos.

Nosotros somos cautivos de nosotros mismos cuando no acabamos de romper lazos --fuertes como sogas o finos como hilos de seda-- que nos impiden volar libres hacia Dios.

¡Virgen de la Merced, ya ves que aún te queda algo que hacer en el mundo! Aún hay muchos esclavos que gimen entre cadenas y encerrados en prisiones tenebrosas. Si quieres liberar a tus hijos cautivos, sirviéndote de nosotros, aquí nos tienes, instrumentos fieles en tus manos de Madre.
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Cómo será mi muerte?

¿Cómo será mi muerte?
La muerte, maestra de vida III. Si vives bien, morirás bien; si vives mediocremente, morirás como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: “He cumplido mi misión”. Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su “dies natalis”.

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.”, decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: “¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!”; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado.

Otro decía: “No sé por qué lloran”. Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: “No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena”. ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: “Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe”. Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta.

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: “Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro”

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes.
Autor: P Mariano de Blas LC.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Eucaristía, cautivo de amor

Eucaristía, cautivo de amor
Hay un Prisionero en una cárcel pequeña. El cautivo es Rey de reyes, Señor de señores. La cárcel menuda es el Sagrario
Hay un Prisionero en una cárcel pequeña, El cautivo es Rey de reyes, Señor de señores. La cárcel menuda es el Sagrario: cárcel de amor es llamada (B. Josemaría Escrivá, Forja, 827), porque de amor es el delito. Siendo Dios, vino a ser hombre. Eterno, asumió el tiempo. Inmutable, quiso padecer. Omnipotente, quedó inerme sobre el heno de un pesebre de Belén. Todopoderoso, y fugitivo, cruzó desiertos de amor llenos de arena. Creador del Universo, trabajó con fatiga largos años en el taller de José. Inmenso, anduvo incansable, paso a paso, los caminos de Palestina. Gruesas gotas de sangre manaron de su piel hasta el suelo de Getsemaní. Se entregó porque quiso -quia ipse voluit- a una flagelación cruel, a la coronación de espinas, se abrazó a una cruz, y se dejó clavar en ella, entre dos ladrones y los insultos blasfemos de criaturas suyas. Todo sin necesidad, por puro amor, para redimir los pecados de todos y cada uno de los hombres y abrirles las puertas del Paraíso.

«Bajo las especies de pan y vino está Él, realmente presente con su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad. Así, juntándose un infinito amor, ¿qué había de conseguirse sino el mayor milagro y la mayor maravilla» (Juan Pablo II, Homilía, 9-VII-1980).

¿Puede decirse que es «justo» que estés ahí, Cristo, en tu cárcel, inerme, más aún que en Belén, que en Nazaret y el Calvario? Pues sí, digo que es justo, justísimo, porque nos has robado el corazón, y lo has hecho hasta con «alevosía». ¿Por qué te has excedido tanto en tu amor? ¿Por qué nos amas así, con esa locura increíble? ¿No bastaba una sola gota de tu Sangre para redimir mil millones de mundos? ¿No bastaba uno sólo de tus suspiros? ¿Acaso no era suficiente tu sola Encarnación en el seno virginal de María Santísima? ¿Por qué tanto dolor, por qué tanto tormento, por qué...?

¡Es justo, Señor, que ahora estés ahí, cautivo en tu pequeña cárcel oscura! ¡Nos has robado el corazón! Es justo, con esa justicia maravillosa que -en la sublime sencillez divina- se funde con el amor, la misericordia, la generosidad, la verdad, la libertad, la belleza, la armonía, la alegría... ¡Es justo que estés preso porque amas infinitamente, porque te has excedido, y todo exceso debe pagarse! Tú lo expías en el Sagrario.

Lo que no es justo en modo alguno es que yo me quede indiferente, o que te olvide y pase horas sin recordar tu amorosa cautividad. No es justo que pase un sólo día sin visitarte en el Sagrario, al menos una vez. No es justo que el Sagrario no sea el imán de mis pensamientos, palabras y obras. No es justo que, habiéndome robado Tú mi corazón, no esté donde está mi tesoro. Por eso renuevo ahora mi propósito de centrar entera mi vida en tu cárcel de amor. Y. siempre que pueda, aunque sean breves instantes, iré a visitarte, para decir: Adoro te devote, latens Deitas, te adoro con devoción Dios escondido (Himno Adoro te devote). Con una genuflexión pausada, iba a decir «solemne». Adoro tu presencia real -sub his figuris- bajo las apariencias del pan, donde no hay más pan que tu sustancia: tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma humana, tu Divinidad, con el Padre y el Espíritu Santo.

EL MILAGRO DE LOS MILAGROS

Aquí está el milagro de los milagros, misterio de fe que anuda en sí todos los misterios del Cristianismo (B. Josemaría, Conversaciones, n. 113): Dios Uno y Trino, la Encarnación del Verbo, la Redención de la humanidad, la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección, la glorificación eterna...

Tibi se cor meum totam subiicit: mi corazón se somete a Ti por entero, ¡es tuyo! ¡Me lo has robado!. Quia te contemplans totum deficit, contemplándote se rinde, pierde toda otra razón de su latir. No podría ser de otro modo, cuando se oye el eco de aquella canción:
Corazones partidos
yo no los quiero;
y si le doy el mío,
lo doy entero

Si Tú me das el tuyo entero, ¿qué podría hacer yo con el mío? Hoy, en la Misa, te me has dado todo. Ahora sólo cabe una palabra: ¡gracias! Aquí estoy para servirte; totus tuus ego sum!, soy enteramente tuyo.

Visus, tactus, gustus in te fallitur: la vista, el tacto, el gusto, no alcanzan a percibirte, pero me basta el oído para saber con absoluta certeza que estás ahí: «Esto es mi Cuerpo», «Esta es mi Sangre...» Nada hay más verdadero que tu palabra todopoderosa, capaz de realizar el milagro de los milagros.

En estas Visitas al Santísimo, quizá breves, siempre demasiado breves -es inevitable-, se enciende la fe, y con la fe, la esperanza y el amor. Creo y proclamo verdadera tu Humanidad Santísima y tu Divinidad inefable: ambo tamen credens atque confitens. Y con la fe encendida como el sol saliente de un limpio amanecer, peto quod petivit latro penitens: «He repetido muchas veces aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro penitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido!» (B. Josemaría Escrivá, Via crucis, XII, 4).

¿Qué pidió aquel hombre de azarosa vida que moría en otra cruz junto a Cristo?: ¡acuérdate de mí cuando estés en tu Reino!. «Reconoció que él sí merecía aquél castigo atroz... Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo» (Ibid.)

Con una palabra. También esto es «justo», Señor: si Tú me has robado el corazón, es justo que yo te robe el tuyo. ¡Es tan fácil!: «A Jesús le basta una sonrisa, una palabra, un gesto, un poco de amor para derramar copiosamente su gracia en el alma del amigo» (Ibid.). ¿Ves ahora mi corazón contrito, rendido, convertido, vertido hacia Ti con todas las fibras de su ser? Pues, ¡acuérdate de mí ahora que estás en tu Reino!. Yo te abro las puertas de mi pecho; Tú me abres las del tuyo inmenso, las puertas del Reino del Amor.

BELÉN

Esa pequeña cárcel de amor es también Belén, un Belén perenne. «Belén» significa «casa del pan». El Sagrario es lugar donde se guarda el Pan de la Palabra, el mismo Verbo de Dios, la Palabra única del Padre que nos habla del Amor. Es el pan de los ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (cfr. CEC, n. 1331), que no de otra cosa se alimentan los Ángeles que del Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.

En el Belén de nuestros templos se halla, para nutrir a los hombres, no sólo el Cuerpo y la Sangre redentores, sino también el Espíritu de Cristo que, desde el Sagrario, se difunde en nuestros corazones al hacer, como solemos, una comunión espiritual. Porque la Humanidad Santísima de Jesús es el verdadero Templo donde habita la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2, 9). Su alimento es la Voluntad del Padre, y el aire que respira es el Espíritu Santo. Por eso, al soplar, se difunde, en una incesante y siempre nueva Pentecostés, el Paráclito.

¿No se percibe siempre, dondequiera que estemos, como una brisa que desde el Sagrario más cercano viene a aliviar el esfuerzo de nuestro trabajo, que pone, si es el caso, dulcedumbre en el sacrificio, sosiego en el dolor, más gozo en la alegría de amar y saberse infinitamente amados por un Corazón de carne, como el nuestro, que palpita con vigor divino?

El Espíritu Santo, con su lazo de Amor, estrecha, une, funde nuestros corazones hasta poder exclamar: ¡ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí! (Cfr. Gal 2, 20). Es asombroso, el cristiano se endiosa, inmerso en lo Infinito, como canta el villancico de un clásico:

HOMBRE
Por más que esté dividido
Os hallo entero, mi Dios.

DIOS
Sí, amigo; que entre los dos
Nunca ha de haber pan partido.

HOMBRE
¿Qué igualdad se puede dar
Entre la nada y el todo?

DIOS
¿Queréis saber de qué modo?
Comiendo de este manjar.

HOMBRE
Luego, después que he comido,
¿Vengo por gracia a ser Dios?

DIOS
Sí, amigo, que entre los dos
Nunca ha de haber pan partido.

HOMBRE
¿A quién habrá que no asombre
Tan excesivo favor?

DIOS
Eso es lo que puede amor,
Haceros Dios, y a Mí hombre.

HOMBRE
¿Qué a tal alteza he venido,
Y a tanta bajeza Vos?

DIOS
Sí, amigo; que entre los dos
Nunca ha de haber pan partido

(Alonso de Ledesma)

¡Qué justo es, Dios mío, que estés en cárcel de amor! Desde ahora mismo compartiremos todo: corazón, pensamientos, afanes, trabajo, penas, alegrías, amores. El Sagrario será mi tesoro, mi Belén, mi Pentecostés... y mi Betania: espacio de encuentro, lugar de sosiego, donde se ama de veras a Jesús, con admiración, con respeto, con cariño; donde se escucha sin prejuicios su palabra y donde Jesús, en elocuente silencio, escucha. Incluso se atreve uno a «reprocharle» cariñosamente que no «haya llegada a tiempo» de curar a Lázaro: «Señor -dice María-, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Pero por nada del mundo se pierde la fe: «aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios te lo concederá»; «yo creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y María, capaz de provocar en el corazón mezquino de todos los Judas, un escándalo mayúsculo, derrama el salario anual de un obrero, en su perfume de preciosa fragancia, a los pies de Jesús, y los enjuga con su cabellera hermosa. Y Lázaro -alma serena, corazón jugoso, mirada penetrante, llena de luz-, contempla, conversa con el Maestro, siente el orgullo de su sangre noble, generosa; pondera en silencio su honda amistad con el Maestro.

«Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... -Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. Y después ya no me preguntarás por qué llama Betania a nuestro Sagrario» (Beato Josemaría, Camino, n. 422). Y andarás par el mundo «asaltando» Sagrarios (Ibid., 269 y 876); gozando al descubrir alguno nuevo «en tu camino habitual par las calles de la urbe» (Ibid., 270), y no dejarás nunca la Visita al Santísimo: «La Visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor» (CEC, n. 1418). «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Juan Pablo II). Así siempre «tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano». Y dirás a los Ángeles que, de algún modo, comparten nuestro mismo «Pan»: «Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde repose la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor (Camino, 569)».

GRITO SILENCIOSO

El Sagrario es una llamada a entretenerse en conversación de fe, esperanza y amor con Quien ha dado y sigue dando su sangre por nosotros. Un grito silencioso: ¡Estoy aquí! ¡Venid los que andáis cansados, agobiados, descorazonados, que yo os aliviaré! ¡Venid también los que estáis contentos, que me gusta compartir vuestra alegría y llenarla, para que sea completa, más honda y duradera, más auténtica, más humana y más divina, que nadie os pueda arrebatar!

Para alcanzar la amistad creciente con Cristo es preciso ir purificando la mente y el corazón, porque Él es la pureza misma. La frecuencia en el Sacramento de la Penitencia es el gran medio purificador. Sin él, nuestra fe sería escasa; nuestra esperanza, incierta; nuestro amor, dudoso; nuestra obras torcidas. «No es solamente la Penitencia la que conduce a la Eucaristía, sino que también la Eucaristía lleva a la Penitencia. En efecto, cuando nos damos cuenta de Quien es el que recibimos en la Comunión eucarística, nace en nosotros casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad interior de purificación» (Juan Pablo II, Dominicae Cenae, 24-II.1980, n. 7). Así conseguiremos que «brille todavía más la gloria y la fuerza de la Eucaristía» (Bula Incarnationis mysterium, n. 11).
Autor: Antonio Orozco.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Dios amigo del hombre

Dios amigo del hombre.
Nos llegan momentos difíciles que solo la compañía y la compresión de un buen amigo nos conforta, nos arropa y nos da la fuerza para seguir.
Con el recuerdo de lo que dice el poeta:

Cuando al rozar las espinas del dolor y desencanto,/ el corazón duele tanto que brota sangre al latir... / y mueren las ilusiones por no tener un abrigo,/ ¡ qué dulce es un pecho amigo que entienda nuestro sufrir!”

Sabemos que siempre estaremos necesitados de esto porque la vida a veces nos hace llorar y sentirnos tristes y abrumados porque alguien nos lastimó o ciertas circunstancias nos obligaron a pasar por trances dolorosos la pérdida de un ser querido, la ausencia de un ser amado, la soledad , un mal momento económico, las enfermedades, un desamor, un sueño roto... en fin, nos llegan momentos tan difíciles que solo la compañía y la compresión de un buen amigo o amiga nos conforta, nos arropa y nos da la fuerza para seguir...

Cuando podemos tener ese “regalo de amistad “medicinal” tan sincero y cálido debemos sentirnos privilegiados y lo somos pues nada en este mundo se puede comparar con la dicha de tener “ese amigo” que sabe de nuestro dolor , lo comparte y nos da valor para poder mirar a la vida de frente... ¡ ese amigo o amigos son invaluables !

Pero el AMIGO, así con mayúsculas, es Jesús, el Hijo de Dios, el que se hizo hombre para poder conocer mejor nuestro corazón y darnos el apoyo y el amor que necesitamos siempre, pero más, en algunos momentos de nuestra vida.

Jesús sabía que íbamos a sufrir y por eso se quedó en el Sagrario y por eso y en ese pedacito de pan está su Cuerpo, su Sangre y su Divinidad.

¡Amigo del hombre ! Pero más amigo, y sabe querer especialmente, a los que sufren, amigo de los enfermos, amigo de los jóvenes que batallan con arrojo para conservarse puros y limpios en este “mar” de sugestiones nocivas y tentaciones de pecado, amigo de los niños, de los que mueren de hambre, de los que están sin libertad a pesar de ser inocentes, de los que no tienen trabajo de los ancianos que viven en olvido y desamor...

El es el AMIGO que nuca se cansa de esperar, que es fiel, que siempre escucha y que sabe perdonar y hasta disculpa cuando nos alejamos y nos olvidamos de El.... Y El seguirá esperando con el mismo cariño, con la misma ternura para abrazarnos y secar nuestras lágrimas al volver a Él, porque nada hay que se le pueda comparar ya que dando su vida en la cruz, sus brazos están abiertos para recibirnos y sabemos que no hay amor más grande que el que da su vida por un amigo. Es por eso que ÉL, es EL AMIGO MEJOR Y MÁS AMIGO QUE PODEMOS TENER.

Termino ofreciéndoles estas palabras del P. Ignacio Larrañaga:

Llegaste a mi humilde y discretamente, para ofrecerme tu amistad. Me elevaste a tu nivel, bajándote tu al mío, y deseando un trato familiar, pleno de abandono. Quieres que tu amistad sea fecunda y productiva, para mi mismo y para los demás. Dios amigo del hombre. Creador amigo de la creatura. Santo amigo del pecador. Eres el amigo ideal, que nunca falla en su fidelidad y nunca se rehúsa a sí mismo. Al ofrecimiento de tan magnífica amistad, quisiera corresponder como Tú lo esperas y mereces procediendo siempre como tu amigo. Amén”.
Autor: Ma Esther De Ariño.

domingo, 28 de agosto de 2011

Cuando comemos su cuerpo asimilamos su vida

Mientras más cerca estemos de la Eucaristía, más cerca estaremos de parecernos a Jesús.
Cómo es que nos incorporamos a Cristo?

En la Eucaristía, como sabemos, está el cuerpo físico del Señor con su vida biológica y psíquica. Está todo Él, con su cuerpo y con su alma, con las potencias de su cuerpo y con las potencias de su alma. Está Él con su divinidad.

Entre el Cuerpo de Cristo y el nuestro se establece una relación, a través de las especies eucarísticas, pero ciertamente no es ésta la incorporación de la cual queremos hablar, porque entre cuerpo y cuerpo hay continencia pero no incorporación. No asimilamos la carne de Cristo, ni Cristo asimila nuestra carne.

Cuando comemos su cuerpo asimilamos su vida.

Pero Cristo tiene varias vidas:

1º) Tiene la vida sustancialmente divina que le corresponde por ser persona divina, segunda de la Trinidad, y de naturaleza divina igual que el Padre y el Espíritu Santo.

2º) Tiene la divina accidental con carácter individual que le santifica como hombre particular.

3º) Tiene también la vida divina accidental con carácter social, que procede de la gracia capital con la que se santifica como Cabeza del Cuerpo Místico.

4º) Y tiene, como hemos dicho, la vida humana, biológica y psicológica.

La incorporación que se realiza en la Eucaristía es la incorporación a la vida de Cristo Cabeza.

El cristiano cuando comulga recibe la vida o la gracia que desciende de Cristo Cabeza y por eso se hace miembro suyo. Sólo la gracia capital es comunicable, o mejor, sólo ésta es la que hace la incorporación.

Por tanto, la unión del hombre con Cristo en la Eucaristía, esa unión intimísima que Él reveló: "Quien me come vivirá por Mi" (Jn 6, 57), que es efecto propio de la Eucaristía no es unión hipostática, no es unión sustancial, no es cualquier modo de unión física, sino que más bien es unión moral por el aumento de la gracia santificante y principalmente por la caridad que nos une a Cristo. De tal manera que, por esa caridad permanezcamos en Él con la voluntad y el afecto, viviendo por Él como Él vive por el Padre.

Dice un autor: "Nuestra unión con Él no confunde las personas, ni mezcla las sustancias, sino que aúna los afectos y hace comulgar las voluntades".

Esta unión del hombre con Cristo se obtiene principalmente por el amor, que encierra así una poderosa fuerza unitiva y transformativa del amante en el amado y que es, por lo mismo, la perfección y la consumación de la vida cristiana. Dice San Juan en su primera carta: "Dios es amor y el que vive en el amor permanece en Dios y Dios en Él" (4, 16). Por eso, con toda razón se llama a la Eucaristía el sacramento del Amor.

Pidámosle a al Santísima Virgen la gracia de participar cada vez mejor del sacramento del Amor.
Autor: | Fuente: Instituto del Verbo Encarnado.

sábado, 27 de agosto de 2011

María está cerca de cada uno de nosotros

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está "dentro" de todos nosotros.

 
Esta poesía de María -el «Magníficat»- es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros
Autor: SS Benedicto XVI..

viernes, 26 de agosto de 2011

PERDÓN

¿Me siento preparado para morir en este momento?

La muerte, maestra de vida II. La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. ¿Qué es para ti?
Nos vamos a fijar ahora en los efectos que produce la muerte. Recordemos serenamente, fríamente lo que hace con nosotros la muerte.

En primer lugar, la muerte te separa de todo, es un adiós a los honores, a la familia, a los amigos, amigas, a las riquezas, es un adiós a todo. Por eso, si un día tengo que separarme a la fuerza de todo, es absurdo apegarme desordenadamente a tantas cosas. Cuanto más apegado estés, más doloroso será el desgarrón. El ideal es vivir tan desprendido que, cuando llegue la muerte, tenga poco que hacer.

Pero lo más importante es que la muerte determina lo que será mi eternidad. Como el fotógrafo fija un momento concreto en una placa, así la muerte fija las posiciones del alma, y del lado que cayeres, izquierdo o derecho, así permanecerás toda la eternidad. Ya no se podrá cambiar nada.
Aunque hubiera una sola posibilidad entre cien de morir mal, habría que tener mucho cuidado.

Tratándose del asunto más importante de mi existencia, no puedo andar con probabilidades, sino con certezas. La máximas seguridades son pocas. Ninguno de nosotros está confirmado en gracia, ninguno de nosotros puede afirmar que no se perderá eternamente, ningún santo estuvo seguro de ello durante su vida. Mi situación a la hora de morir quedará eternamente fija, no podrá ya cambiar: me salvé, no me salvé. Será para siempre.

La muerte, en tercer lugar, cierra el tiempo de hacer méritos. Después que el árbitro toca para finalizar el encuentro de fútbol, no valen las jugadas ni los goles, se ganó o se perdió. Lo que señala el marcador es lo que queda. Si a la hora de mi muerte he ganado pocos méritos, con esos pocos méritos me quedaré para la eternidad. Quedará solo el lamentarse por no haber aprovechado mejor la vida, la única vida que tenía.

Tú te preparas para un examen, te arreglas para una fiesta. Para el momento del cual depende toda tu eternidad...¿te preparas? ¿Estás preparado en este momento? ¿Estás preparado siempre, o, al menos, casi siempre? ¿Podría morirme tranquilamente este día? Si no, ¿por qué? ¿Me siento preparado para dar ese paso? es decir, ¿he llenado mí vida hasta este momento?

Conviene no dejar pasar un solo día sin llenarlo de algo grande y bueno, de méritos, porque, de la misma manera que se me han ido de la mano tantos días vacíos o casi vacíos, se me irán en lo sucesivo, si es que no pongo un remedio eficaz.

Pero, “hay tiempo todavía, no hay por qué preocuparse ahora”. Eso parecería lógico, el no preocuparse, si se supiera el día y la hora. Pero no lo sabes. ¿Quién te asegura que no anda lejos.?

“Ya me prepararé cuando llegue la hora...” Creo que esto es absurdo, porque hay muertes fulminantes, imprevistas, como la de los accidentes, las repentinas, etc. Hay muchas muertes en que el interesado ni se da cuenta. Y, aunque me quedase mucha vida por delante, y conociese el día de mí muerte, sería imperdonable y estúpido vivir de cualquier manera, porque sería echar a perder esa vida. ¿Qué caso tiene echar a perder toda la vida, menos los últimos días o momentos? ¿La vida es para eso?

Tenemos una eternidad para descansar y una vida bien breve para trabajar y hacer méritos. Anticipar las vacaciones no es bueno, porque salimos perdiendo. Si la muerte cierra el tiempo de merecer, entonces, mientras tenemos tiempo por delante, habrá que aprovecharlo y no dejarlo ir de las manos. ¡Qué poco apreciamos la vida!. Nos damos cuenta verdaderamente de lo que vale la vida en una enfermedad.

Dicen muchos que el tiempo es dinero. Que se queden con el dinero. Que es placer. Que aprovechen. Para otros el tiempo es Reino de Dios, es cielo, es eternidad feliz... ¿Qué escoges tú? ¿Qué es para ti la vida y el tiempo?

La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. Al ver cómo viven muchos hombres, uno debe creer que odian la vida y prefieren la muerte.
Autor: P Mariano de Blas LC.