"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 20 de junio de 2011

Cómo reconocer lo que es bueno para mí?

Ante los conflictos de cada día, ¿cómo encontrar el camino correcto? ¿Qué es lo bueno para mí en esta hora, en estas circunstancias?

Si decimos que una cosa es buena, ¿qué queremos decir? Tal vez que nos gusta, o que nos sirve, o que conduce a la perfección de lo más específico de nuestra condición humana (la propia y la de otros).

Las tres posibilidades apenas mencionadas fueron encuadradas ya desde el mundo griego, que distinguía entre bienes deleitables (placeres), bienes útiles, y bienes honestos.

La pregunta, sin embargo, tiene que ir más a fondo: ¿de dónde le viene a algo el que se presente como bueno para mí?

Miramos por unos minutos el vuelo de una golondrina. Notamos la belleza de su forma, las acrobacias en el aire, el toque de sus giros imprevistos. Percibimos que es bueno mirarla, que ella misma es buena, que el tiempo que estamos allí, arrobados, vale la pena.

Surgen, sin embargo, problemas, incluso conflictos. Al mirar el vuelo de la golondrina sustraigo tiempo que podría dedicar a resolver algunos problemas en la casa. Al emplear más tiempo para el estudio noto que me faltan horas para escuchar a un familiar que necesita ayuda.

Ante los conflictos de cada día, ¿cómo encontrar el camino correcto? ¿Qué es lo bueno para mí en esta hora, en estas circunstancias, en el círculo de personas más cercanas o respecto de las que viven tal vez lejos?

Las preguntas muestran la dificultad de encontrar lo bueno concreto para mí. Cerrar los ojos al problema y seguir simplemente el primer impulso puede llevarme a callejones sin salida, a daños en la propia vida o a penas en quienes me rodean.

¿Cómo, entonces, reconozco lo bueno para mí? Con una mirada serena, con un corazón atento, con una disciplina que me aparte del capricho inmediato y me abra a la justicia. También con la ayuda de consejos de quienes, desde la madurez adquirida tras buenas elecciones, pueden ofrecerme algo de luz.

Sobre todo, encontraré lo bueno para mí (y para otros) con una oración sencilla, confiada, a Dios. En ella le pediré un corazón grande y una mente dispuesta a descubrir en cada momento ese bien que puedo realizar en los próximos pasos de mi caminar humano.
Autor: P. Fernando Pascual LC

domingo, 19 de junio de 2011

Mejor contigo.... Señor.

Nos lo has puesto difícil, Señor...
Y, sin embargo, es mejor la dificultad tras tus huellas que una vida insignificante.
Es mejor buscar, aunque a veces desesperemos, cuando ignoramos el rumbo.
Es mejor aprender de Ti que creer que ya lo sabemos todo.
Es mejor crecer a tu manera, que conformarnos con vidas raquíticas.
... Es mejor aprender el verdadero amor, aunque a veces el camino nos vuelva un poco locos.
Psj.
Dios les bendiga.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...

AMIGOS

Hay amigos eternos, amigos que son de piel y otros que son de fierro.

Hay amigos del tiempo, de la escuela, del trabajo. Amigos que se aprenden, amigos que se eligen, y amigos que se adoptan.

Hay amigos del alma, del corazón, de la sangre.

Hay amigos de vidas pasadas, amigos para toda la vida.

Hay amigos que son más que amigos.

Hay amigos que son hermanos, otros que son padres; también hay amigos que son hijos.

Hay amigos que están en las buenas, otros que están en las malas, hay amigos que están siempre.

Amigos que se ven, otros que se tocan, otros que se escriben.

Por supuesto que hay amigos que se van, que nos dejan; hay amigos que vuelven y otros que se quedan.

Hay amigos inmortales, amigos de la distancia.

Hay amigos que se extrañan, que se lloran, que se piensan. Amigos que se desean, que se abrazan, que se miran.

Hay amigos de noche, de siestas, de madrugadas.

Hay amigos hombres, amigos mujeres, amigos perros.

Hay amigos que deliran, otros que son poetas.

Hay de los que dicen todo, amigos que no hacen falta decirlos. Amigos nuevos, viejos, viejos amigos.

Hay amigos sin edad, amigos gordos, flacos.

Hay amigos que no nos llaman, que tampoco llamamos.

Con poco tiempo, amigos desde hace una hora, desde recién.

Hay amigos que dejamos ir, otros que no pueden venir, amigos que están lejos, amigos del barrio.

Amigos de la palabra, amigos incondicionales.

Hay también amigos invisibles, amigos sin lugar, amigos de la calle.

Amigos míos, amigos tuyos, amigos nuestros.

Hay muchos amigos; amigos en común, amigos del teatro, de la música, amigos de verdad.

Hay amigos que están tristes, otros que están alegres, otros que simplemente no están.

Hay amigos que se la pasan en la luna, otros en el campo, y otros en el cielo.

Todos, absolutamente todos los amigos tienen algo en común:

SON INDISPENSABLES

Una maravilla jamás imaginada

El misterio de la Santísima Trinidad, más que para ser entendido, es para ser amado y vivido en nuestro interior.

Se nos ha habituado a pensar que, al hablar de la Santísima Trinidad, hemos de concebir algo totalmente oscuro e ininteligible. ¡Por algo es un misterio! Más aún, es -por así decirlo- el misterio por antonomasia de nuestra fe, el “misterio de los misterios”. Pero, en vez de plantear el tema en términos de raciocinio o de especulación teológica, yo prefiero mil veces más tratarlo desde un punto de vista mucho más “humano” y personal, si se me permite la expresión. No que la razón no lo sea. Pero yo creo que es mucho más palpitante, cercano y vivencial cuando lo contemplamos con el corazón y bajo el prisma del amor.

Y es que el misterio de la Santísima Trinidad, más que para ser especulado, es para ser amado y vivido en nuestra interioridad. Al menos, a mí me parece que así es mucho más sabroso y “digerible”. La razón es, por lo general, más fría e impersonal. Mientras que el amor es todo lo contrario.

Pues bien, la Santísima Trinidad es un misterio de amor. Es más, es el misterio del “Amor de los amores” -como cantamos en un hermoso motete-. Dios, que “habita en una luz inaccesible” -como nos dice san Pablo en su carta a Timoteo (I Tim 6, 16)- se nos ha querido revelar por medio de su Palabra: Dios, en lo más profundo de su intimidad, es una comunión de personas divinas unidas por el amor. Más aún, son esas mismas personas que son el Amor personificado: el Padre, que es el amor creador; el Hijo, que es el amor redentor; el Espíritu Santo, que es el amor santificador. Pero, además, es un amor recíproco entre ellos mismos; un amor subsistente y personal. Un solo Dios verdadero y tres Personas distintas, cuya vida y existencia es puro Amor. Una relación de amor. Y el amor crea una comunión de personas. Como en el matrimonio y en la familia, pero en un grado infinito y divino. El amor es, por naturaleza, unidad y fecundidad. Esto es, en esencia, el misterio de la Santísima Trinidad.

Y, ¿cómo explicarlo? Es muy difícil encontrar las palabras justas. Más fácil lo podremos comprender a la luz de la propia experiencia del amor que con un discurso racional, aunque sea filosófica y teológicamente muy correcto. ¿Quién de nosotros no sabe lo que es el amor? Todos lo hemos experimentado muchas veces en nuestra propia vida: hemos sentido el calor y la ternura de una madre; la fuerza y seguridad que nos infunde el amor de un padre; el cariño de una hermana o de una amiga; el gozo de la compañía y de la fidelidad de un hermano o de un amigo verdadero; y la dulzura incomparable del amor de una esposa o de un esposo, de unos hijos.

Aristóteles definía la amistad como “una misma alma en dos cuerpos”. Y el poeta latino Horacio llamaba a Virgilio, su gran amigo, “dimidium animae meae”, “la mitad de mi alma”. Grandes poetas, literatos, músicos y artistas de todos los tiempos han ofrecido su tributo a la amistad. Y han reservado sus mejores canciones y sus notas más líricas para cantar la belleza del amor humano. Sin duda alguna, éste es el tema que más ha inspirado a los hombres a lo largo de la historia, sea en el arte, en la poesía o en la propia vida. Decía Dante Alighieri que “es el amor el que mueve el sol, el cielo y las estrellas”. Y el poeta Virgilio afirmaba: “amor vincit omnia”, “el amor es capaz de vencer todos los obstáculos”. Y tenían toda la razón.

Y es que el amor es lo más grande, lo más noble, lo más bello, lo más maravilloso; en una palabra, lo más sagrado del ser humano. Por eso, con el amor no se juega y éste se merece los mayores sacrificios con tal de conservar toda su pureza y su fragancia virginal.

San Juan nos dejó una estupenda definición de Dios: “Deus Charitas est”, “¡Dios es Amor!” (I Jn 4, 8). No se expresó en conceptos racionales, sino en un vocabulario propio del corazón. También lo otro pudo haber sido muy correcto. Pero también, sin duda, más frío e impersonal.

Como aquellas definiciones que dio Aristóteles sobre Dios: “El motor Inmóvil”, “el Acto puro”, “la Inteligencia más perfecta”. O incluso aquella definición teológica y metafísica de santo Tomás de Aquino: “el único Ser necesario, absoluto y trascendente”, “el mismo Ser subsistente”. Pues sí. Es verdad. Pero, ¿no nos gustan y nos dicen inmensamente más las palabras propias del amor?

Y llegados a este punto, sería interminable la lista de experiencias que todos tenemos sobre el amor... Como decía san Juan al final de su Evangelio, “ni todos los libros del mundo serían suficientes para poderlas contener”. Y es que el amor no se puede explicar con conceptos o con raciocinios filosóficos. Se siente. Se experimenta. Así también es Dios.

Sí. Lo más maravilloso y sagrado del hombre es el amor. Y también lo más divino. Por eso, a Dios podemos encontrarlo en lo más profundo de nuestro ser, en lo más recóndito de nuestro espíritu. Dios allí habita. Los más altos pensadores de la humanidad así lo experimentaron. Séneca, aquel famoso filósofo romano de origen cordobés, aun sin ser cristiano, llegó a expresarse de esta manera: “sacer intra nos spiritus sedet, malorum bonorumque nostrorum observator et custos. In unoquoque virorum bonorum habitat deus”. En nuestra lengua cervantina sonaría así: “un espíritu sagrado reside dentro de nosotros, y es el observador y el guardián de nuestros males y de nuestros bienes. En cada alma virtuosa habita Dios” (Epístolas morales, núm. 41).

San Pablo, por su parte, nos recuerda que “somos morada de la Santísima Trinidad, templos vivos de Dios y del Espíritu Santo” (I Cor 3, 16). Así fue como nos lo prometió nuestro Señor la noche de su despedida: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn 14, 23).

¡Éste es el núcleo más bello del misterio de la Santísima Trinidad! Y lo más maravilloso es que también nosotros hemos sido llamados a participar de esta vida íntima de Dios, que es amor. Y nos adentraremos en el seno de la Trinidad Santísima en la medida de nuestra vida de gracia y de nuestra caridad, que es el grado de amor sobrenatural en nuestra alma.

Autor: P . Sergio Córdova LC

sábado, 18 de junio de 2011

No se preocupen por el día de mañana

Mateo 6, 24-34. Nuestra actitud es diferente cuando ponemos todo nuestro esfuerzo confiando en que Dios hará el resto.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 6, 24-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá l primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero. Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con que se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento ¿Y porqué se preocupen por el vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”.

Oración introductoria

Señor, gracias porque estás siempre conmigo. Gracias por que no me abandonas, gracias por ser mi Padre. Ya sé que Tú me amas mucho y que harías lo que fuera para que sea feliz y alcance el cielo que nos has prometido. Pero ayúdame a ver de buen grado todos los acontecimientos de mi vida, sabiendo que ahí estás Tú.

Petición

Dios mío, confío en ti. ¿Cómo no confiar en ti? Padre, que me abandone en ti.

Meditación

Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios. (Benedicto XVI, Ángelus del 27de febrero de 2011).

Reflexión apostólica

Lo decía San Juan de la Cruz y otros grandes santos: “De Dios recibimos tanto cuanto esperamos”. Lo que nos puede pasar a nosotros, cristianos de a pie, y no místicos como San Juan de la Cruz, es que no nos la creemos. No creemos en el abandono en Dios. Pensamos poco en quién es Dios, en su omnipotencia, en que Él es Padre y quiere lo mejor para nosotros. San Francisco de Asís se lo dijo al Papa, cuando quería fundar su pobre congregación: “La congregación será una madre muy pobre, pero Dios es un Padre muy generoso”.

Es verdad que el abandono en Dios, no implica un abandono de las cosas de “aquí abajo”. Tampoco nos puede llevar a desentendernos de nuestros deberes y responsabilidades. Pero nuestra actitud es diferente cuando ponemos todo nuestro esfuerzo confiando en que Dios hará el resto. “Dios pone casi todo y tú pones tu casi nada, pero Dios no pone su casi todo si tú no pones tu casi nada”.

Propósito

Iré a visitar al Santísimo, y le confiaré mis proyectos, preocupaciones y alegrías.

Diálogo con Cristo

Padre, que no tenga miedo a abandonarme en ti. Que sepa, Dios mío, que el abandonarme en ti, implica toda mi vida. Tú me has tomado en serio, y por eso me cuidas, me proteges, me das la vida y muchos dones. Ayúdame, pues, para que al abandonarme en ti, yo también te tome en serio.

Toda mi esperanza estriba solo en tu gran misericordia

(San Agustín, Conf. 10)

Autor: H. Roberto Villatoro.

Las manos juntas de María

Las manos juntas de María
Nos recuerdan que el oficio más importante de Ella en el Cielo: es interceder por nosotros.

En la mayoría de las imágenes de María, la encontramos con las manos juntas.

Por así decirlo, se refuerza esa esperanza, esa certeza en la protección materna de la Virgen. Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan permanentemente que el oficio más importante de Ella en lo más alto de los Cielos es interceder, es rezar. ¿A quién se acercan los hombres y mujeres? ¡A aquellos que saben que rezan por ellos! Como se dice en el Oficio de Pastores, en el responsorio: "¡Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo!".

Esas manos juntas de la Virgen nos recuerdan que Ella sigue cumpliendo en el Cielo ese oficio principal, que fue su oficio principal también aquí en la tierra, porque entre los muchos privilegios que tiene la Santísima Virgen hay un privilegio que hace que Ella sea el refugio de los pecadores; hace que Ella sea el imán que atrae a las multitudes, hace que Ella sea llamada bienaventurada por todas las generaciones, y a medida en que nos vayamos acercando al fin de los tiempos, más aún; de alguna manera, como vemos en la actualidad, los Santuarios que mayor número de peregrinos tienen son santuarios de la Virgen: Guadalupe, Lourdes, Fátima, Luján, etc.

Esas manos juntas nos recuerdan que un día en Caná de Galilea Jesús le dijo: "no ha llegado mi hora", porque se habían quedado sin vino. Sin embargo, la Santísima Virgen, con plena conciencia de que Ella es Madre del Hijo de Dios, va a imperarles a los servidores: «¡Haced lo que Él os diga!». El Hijo Único de Dios, Aquel que es consustancial al Padre y al Espíritu Santo, no pudo decir que no a esa intercesión, a ese pedido de la Santísima Virgen, y por así decirlo se vio obligado a realizar ese primer milagro, porque la Santísima Virgen es la "Omnipotencia suplicante". No es omnipotente como Dios es omnipotente. Como Dios es omnipotente, sólo Dios es omnipotente. La Virgen no tiene la omnipotencia por su naturaleza, que es una naturaleza humana, pero sí tiene una forma muy particular de omnipotencia: es la "Omnipotencia suplicante", es la omnipotencia de aquella que siempre alcanza lo que pide, porque así como su Hijo la escuchó en Caná de Galilea, así su Hijo en este mismo instante sigue escuchando todos y cada uno de los pedidos de la Santísima Virgen.

Por eso, por muy difíciles que sean los momentos para nosotros, Aquella que ha comenzado en nosotros la obra buena, Ella misma la llevará a feliz término.

Por eso hoy, con renovado fervor, nos encomendamos a María; le pedimos por nuestra familia, por nuestros trabajos, necesidades y enfermedades. Y le pedimos a Ella la gracia de poder aportar nuestro pequeño granito de arena para la construcción del Reino de Dios.

Esas manos juntas de María, nos invitan a la oración, las manos juntas de la Inmaculada de Lourdes, y las manos juntas de la Inmaculada de Fátima: "Rezad, rezad mucho, dijo con aire de tristeza, y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al infierno, por no tener quien se sacrifique y pida por ellas".

Autor: P. Carlos M. Buela.

viernes, 17 de junio de 2011

Destino ...

Distíngueme, Señor, ponme tus señas
en medio de la frente, que no sea
un número cualquiera, un trozo solo
de identidad perdida confundiéndose.
Márcame bien los ojos, traza un signo
de ternura en mis manos, que las huellas
de mis pies al andar marquen tu paso
desigual y perfecto por la tierra.
No consientas que borren estas voces.
Que anulen mi palabra, que me pierda
anónimo y sin luz sin yo ya propio.
Tan libre quiero estar, tan en mí mismo,
lejos de los senderos uniformes
que estoy contra mí mismo y contra todos.
                                     Valentín Arteaga

Belleza tan antigua y siempre nueva,,, San Agustin,

En cierta ocasión el Papa Gregorio XVI recibió en audiencia a un sabio NO CATÖLI ...CO que visitaba Roma.
¿ Le ha gustado a usted la Basílica de San Pedro ?, le preguntó el Pontífice.

-El colosal edificio me abrumó al principio, e vez de atraerme, respondió el sabio...
Pero al entrar en él y someter todas las partes de la basílica a un detenido estudio, fué aumentando mi complacencia a medida que contemplaba edificio tan maravilloso.-

.Ése es el buen camino camino de todo, contestó el Papa;
ENTRAD EN LA IGLESIA Y NO OS DETENGAIS EN LA PUERTA, procurad conocer la Iglesia Católica, atrae y acaba por asombrar su coherencia y altura.
Porque cuando se dialóga sin conocer bien la doctrina, SE SIEMBRA LA CONFUSIÓN Y NO SE CONVENCE A NADIE.
Y como escribió San Cipriano:
" NADIE PUEDE TENER A DIOS COMO PADRE, SI NO TIENE A LA IGLESIA COMO MADRE "
Dios les bendiga...

Resurrección

No se puede dudar de que el hombre es un luchador nato. A lo largo de la historia de la humanidad, diferentes retos han sido conquistados por el hombre, que utilizando su inteligencia y su voluntad, ha llegado a cumbres impensables. Sin embargo, todo ser humano, en un momento concreto de su vida, ha tenido que librar una batalla cuyo desenlace es la derrota: ni su inteligencia ni su voluntad son capaces de superar a un enemigo como es la muerte.

Por eso, ante la muerte, el ser humano siempre ha enmudecido. La muerte es la expresión máxima de la impotencia última del hombre y de su falta de dominio de la naturaleza, de sus fuerzas, y de las leyes constantes del crecer, del envejecer y del morir.

Ante esto, el grito de la Iglesia ¡”Ha resucitado”! ¡”Jesús vive”!, es un grito que no solamente llega a unos pocos católicos de comunidades concretas, sino que sobrepasa fronteras, llegando a toda la humanidad, porque es una buena noticia que beneficia a todos los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: es proclamar que la muerte ha sido vencida. La “hermana muerte”, como la llamaba San Francisco.

El primitivo anuncio de la Iglesia, en boca de San Pedro, primer Papa, fue el siguiente: “Jesús vive y es el Señor”, el Señor de la vida y también de la muerte. Sí, tiene dominio sobre la muerte: pero Dios no ha querido dejarnos una evidencia, porque la tarea de experimentar la resurrección de Jesús, es una experiencia personal, igual que les ocurrió a los discípulos: fueron a ver el sepulcro y estaba vacío, sin centinelas, con la piedra movida, con el sudario bien colocado en su sitio, solo quedaban indicios de Jesús. Pero sobre todo, tras las apariciones, les queda la certeza de que algo realmente extraordinario ha ocurrido. Y eso es algo que cada uno de nosotros tenemos que revivir y gozar.

Sólo aquél que desea buscar esos signos de Jesús resucitado todavía presente en su Iglesia, esa vitalidad de una Iglesia que después de dos mil años ha sabido afrontar persecuciones externas e internas, que ha sido capaz de vivir constantemente con renovada ilusión la frescura del mensaje evangélico, ésos millones de hombres y mujeres que han encarnado unos valores aparentemente imposibles de vivir, siguen diciéndonos que Jesús vive y es el Señor. Es el Señor de nuestros miedos, de nuestras limitaciones, porque verdaderamente, aquel que le permita ser su Señor, conseguirá que sea algún día el Señor de su propia muerte.

Por eso, éste es el día más importante de todo el año. Ésta es la fiesta que conmemora y actualiza el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad: la muerte ha sido vencida. Más allá de los mitos, de las leyendas, de los cuentos infantiles que nos hacen soñar con imposibles, Cristo transciende todo eso. No fue un pensador más, ni un líder carismático, ni un fundador de una religión más, es el único ser humano, junto con su madre María, que ha vencido a la muerte, y que nos ofrece para aquél que tenga la humildad de querer aceptar su resurrección, la victoria sobre nuestra propia muerte.

Si aceptáramos cada uno personalmente la resurrección del Señor, y tomáramos debida cuenta de qué consecuencias tiene para nuestra vida, especialmente para nuestros miedos y soledades, para nuestras añoranzas de seres queridos, para nuestros deseos de ilusión y de esperanza, la fiesta de hoy, sería la fiesta definitiva, la fiesta de la verdad suprema del hombre: siendo un luchador nato, puede vencer por la fuerza de la resurrección a ese enemigo tan poderoso que es la muerte.

Cristo ha resucitado. ¿Hasta qué punto yo hago cierta esa experiencia en mi vida? Me puedo preguntar si he tenido una experiencia real de Jesús vivo, Jesús vivo en su Iglesia, Jesús vivo en la Eucaristía, en aquellos que se entregan diariamente a los más sencillos y a los más necesitados, y sobre todo de Jesús vivo en mi corazón, que me hace vivir la experiencia de la “novedad”, esa novedad, ese estreno de vida que cada uno de nosotros deseamos continuamente. Hay que pedirle al Señor que nos conceda la vida nueva en el Resucitado, que sepamos pensar en los bienes de arriba, en los bienes de Cristo, porque ésa es nuestra meta, la patria y el futuro de la humanidad: la verdadera resurrección de la carne, no solamente la permanencia del espíritu en la transcendencia o en otra nueva dimensión, sino que además también, nuestra carne algún día volverá a la vida, igual que la de Cristo.