Gabriela, una mujer pobremente vestida y con una
expresión de derrota en el rostro, entró en una tienda de abarrotes. Se acercó
al dueño de la tienda, y de una forma muy humilde le preguntó si podía fiarle
algunas cosas.
Hablando suavemente, explicó que su marido
estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían 7 hijos, y que necesitaban
comida. Pedro, el tendero, se mofó de ella y le pidió que saliera de la tienda.
Visualizando las necesidades de su familia, la
mujer le dijo: "Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto como
pueda." Pedro le dijo que no podía darle crédito, ya que no tenía cuenta
con la tienda.
Junto al mostrador había un cliente que oyó la
conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al tendero que él
respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El tendero, no muy
contento con lo que pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si tenía una
lista. Gabriela respondió: "¡Sí señor!". "Está bien," le
dijo el tendero, "ponga su lista en la balanza, y lo que pese la lista,
eso le daré en mercancía."
Gabriela pensó un momento con la cabeza baja, y
después sacó una hoja de papel de su bolso y escribió algo en ella. Después
puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza, todo esto con la cabeza
baja. Los ojos del tendero se abrieron de asombro, al igual que los del
cliente, cuando el plato de la balanza bajó hasta el mostrador y se mantuvo
abajo. El tendero, mirando fijamente la balanza, se volvió hacia el cliente y
le dijo: "¡No puedo creerlo!".
El cliente sonrió mientras el tendero empezó a
poner la mercancía en el otro plato de la balanza. La balanza no se movía, así
que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más. El tendero vio lo que
había puesto, completamente disgustado. Finalmente, quitó la lista del plato y
la vio con mayor asombro.
No era una lista de mercancía. Era una oración que
decía: "Señor mío, tú sabes mis necesidades, y las pongo en tus
manos".
El tendero le dio las cosas que se habían juntado y
se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en silencio. Gabriela le dio
las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio a Pedro un billete de 50
dólares y le dijo: "Realmente valió cada centavo" Fue un tiempo
después que el tendero descubrió que la balanza estaba rota.
EN CONSECUENCIA, SOLO DIOS SABE CUÁNTO PESA UNA
ORACIÓN.
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