Meditaciones para toda la Cuaresma
Sábado segunda semana Cuaresma. La
conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Confiar
en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta
confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que
auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Cada uno de nosotros, cuando busca
convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que
pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente
difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra
de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma,
tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de
nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos
interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: "Yo estoy
listo Señor, confío en Ti"
Desde mi punto de vista, el alma
puede a veces perderse en un campo bastante complejo y enredarse en
complicaciones interiores: de sentimientos y luchas interiores; o de
circunstancias fuera de nosotros, que nos oprimen, que las sentimos
particularmente difíciles en determinados momentos de nuestra vida. Son en
estas situaciones en las que cada uno de nosotros, para convertir
auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer otra cosa más que confiar.
Qué curioso es que nosotros, a
veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra
de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.
Estamos en Cuaresma, vamos a
Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu actitud interior? ¿Es la
actitud de quien espera? ¿La actitud de quien verdaderamente confía en Dios
nuestro Señor todos sus cuidados, todo su crecimiento, todo su desarrollo
interior? ¿O nuestra actitud interior es más bien una actitud de ser yo el
dueño de mi crecimiento espiritual?
Mientras yo no sea capaz de
soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero
siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me
diga: "¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora tienes que confiar
plenamente en mí". Entonces, mi alma puede sentir miedo y puede echarse
para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a llegar por otro camino, y de
nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro Señor que le dice: "Ahora
suéltate a Mí"; una y otra vez, una y otra vez.
Éste es el camino de Dios sobre
todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de
dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual
que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en
Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo
exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en
Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos
conscientes de lo duro y difícil que es.
¿Qué tan lejos está nuestra alma en
esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que no nos hemos
atrevido a pasar? Aquí está la esencia del crecimiento del alma, de la vuelta a
Dios nuestro Señor. Solamente así Dios puede llegar al alma: cuando el alma
quiere llegar al Señor, cuando el alma se suelta auténticamente en Él.
Nuestro Señor nos enseña el camino
a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De alguna
forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el don más
profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué otra forma más profunda, más grande,
más completa, puede dárseme Dios nuestro Señor?
Hagamos que la Eucaristía en
nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que
cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias,
estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor. Porque
si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo el Padre que está en
los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se sueltan en Él, a los que
esperan de Él?
Pidámosle a Jesucristo hacer de
esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro
interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la
Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro
Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente
amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.
Por:
P. Cipriano Sánchez LC
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