Me gusta ese lema: "cada caminante siga
su camino", el que Dios le ha marcado, con fidelidad, con amor, aunque
cueste.
Tu felicidad en la tierra se identifica con
tu fidelidad a la fe, a la pureza y al camino que el Señor te ha marcado.
Permitidme un consejo: si alguna vez perdéis
la claridad de la luz, recurrid siempre al buen pastor. ¿Quién es el buen
pastor? El que entra por la puerta de la fidelidad a la doctrina de la Iglesia;
el que no se comporta como el mercenario que viendo venir el lobo, desampara
las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y dispersa el rebaño. Mirad que la
palabra divina no es vana; y la insistencia de Cristo — ¿no veis con qué cariño
habla de pastores y de ovejas, del redil y del rebaño?— es una demostración práctica
de la necesidad de un buen guía para nuestra alma.
La fidelidad —el servicio a Dios y a las
almas—, que te pido siempre, no es el entusiasmo fácil, sino el otro: el que se
conquista por la calle, al ver lo mucho que hay que hacer en todas partes.
¡Anímate!..., también cuando el caminar se
hace duro. ¿No te da alegría que la fidelidad a tus compromisos de cristiano
dependa en buena parte de ti?
Llénate de gozo, y renueva libremente tu decisión: Señor, yo también quiero, ¡cuenta con mi poquedad!
Llénate de gozo, y renueva libremente tu decisión: Señor, yo también quiero, ¡cuenta con mi poquedad!
El amor de Dios hace vencer los obstáculos
¿Que cuál es el fundamento de nuestra
fidelidad?
—Te diría, a grandes rasgos, que se basa en el amor de Dios, que hace vencer todos los obstáculos: el egoísmo, la soberbia, el cansancio, la impaciencia...
—Un hombre que ama se pisotea a sí mismo; le consta que, aun amando con toda su alma, todavía no sabe amar bastante.
—Te diría, a grandes rasgos, que se basa en el amor de Dios, que hace vencer todos los obstáculos: el egoísmo, la soberbia, el cansancio, la impaciencia...
—Un hombre que ama se pisotea a sí mismo; le consta que, aun amando con toda su alma, todavía no sabe amar bastante.
La experiencia de nuestra debilidad y de
nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso
de la pequeñez o incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos,
el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo
eso —el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas— puede
sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la
tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento
de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y,
por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad.
San Josemaría Escrivá
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