Decimos la verdad y no engañamos al prójimo, pero a veces puede ocurrir que
mintamos y lo engañemos. No obstante, si alguien nos preguntara “¿Y tú
deseas ser engañado a veces?”, estoy seguro de que nadie respondería
seriamente que le gusta ser engañado o lo desea. Podría proseguirse con
estos ejemplos. Estos son suficientes para llegar a hacer un extraordinario
descubrimiento sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros sabe distinguir
entre “actuar con justicia y actuar con injusticia”, entre “estar en la verdad
y ser engañados”. Además de eso, cada uno de nosotros desea la justicia, la
verdad. El ser humano posee la admirable capacidad de distinguir entre
justicia e injusticia o verdad y error y desear una de las dos cosas,
prefiriéndola a la otra.
En todo caso, el descubrimiento no se detiene en este punto: aun cuando
deseemos la justicia, podemos querer tratar a otro con injusticia; aun
cuando deseemos la verdad, podemos decidir engañar a otro. Así, puede
producirse una “grieta” en nuestro interior entre lo que conocemos y
deseamos y aquello que de hecho llevamos a cabo.
Esta “grieta” no es producto del azar, sino producto de cada uno de
nosotros, es obra nuestra. El conocimiento-deseo (la justicia, la
verdad...) piden a nuestra persona realizarse concretamente. Recurren a
“algo” que está en nosotros. Este algo tiene un nombre y se llama libertad.
Ésta se nos presenta, por consiguiente, como la capacidad de satisfacer o
no el “deseo” que reside dentro de nuestra persona.
A partir de estos sencillos ejemplos tomados de nuestra experiencia
cotidiana, descubrimos quiénes somos: somos un gran “deseo” (de justicia,
de verdad, de amor...) cuya realización es encomendada a nuestra
“libertad”. Podemos decir lo mismo de la siguiente manera: somos peregrinos
hacia la beatitud movidos por nuestra libertad.
Con todo, siento que alguien se preguntará qué relación tiene todo esto con
la educación. Así es: veremos en seguida que el ser humano necesita, pide
ser educado, precisamente porque es “peregrino-mendigo de la beatitud”, en
un peregrinaje que debe ser llevado a cabo por su libertad.
Podemos comprender esto partiendo de una de las páginas más “sugerentes” de
todo el Evangelio: el encuentro de María e Isabel (cfr. Lc 1,
39-45)
Entre los millones de seres humanos que poblaban la tierra, había llegado
uno que era Único, esperado por milenios: el Hijo de Dios que vino a
habitar entre nosotros. Nadie había sentido su presencia: sólo su madre.
Las dos mujeres se encuentran. ¿Y qué ocurre? Ese ser humano que estaba en
el vientre de Isabel “exultó” porque en ese momento sintió la presencia de
Dios mismo en el mundo: junto a él.
También Juan, ese niño que entró al mundo seis meses antes, había iniciado
su “peregrinación hacia la beatitud”, como todo ser humano. ¿Qué le
sucedió? Experimentó una Presencia que introdujo en su corazón un
“sobresalto de alegría”. Y Juan nunca olvidó ese “sobresalto de alegría”.
Convertido en adulto, morirá a causa de la justicia y la santidad del amor
conyugal.
Intentemos ahora agrupar los elementos fundamentales de esta extraordinaria
situación.
Una persona está entrando en el mundo, y hemos visto de qué “equipaje” está
dotada. Y más bien quién es: un peregrino-mendigo de beatitud, confiado a
su libertad. En este mundo, descubre una Presencia, la Presencia de
Alguien. El descubrimiento genera en él un sobresalto de alegría: la
certeza de no ser defraudado en su deseo, de que su peregrinaje no es hacia
la nada. Ha podido descubrir esta Presencia porque una mujer se la ha hecho
“sentir próxima”. Ahora bien, éstos son los elementos
fundamentales de la “comunicación educativa”.
Un persona humana que entrando al mundo inicia su peregrinaje hacia la
beatitud, pide ser “ayudada” y encuentra a otras personas.
Éstas lo hacen sentir o no lo hacen sentir una Presencia. Y en esta
“comunicación”, la nueva persona consigue o bien no consigue la plena
libertad de caminar.
El “punto esencial” de este acontecimiento, que es la educación, consiste
en comprender debidamente qué significan las palabras “personas que lo
hacen sentir/no sentir una Presencia”. Éste es, en realidad, el “corazón”
de la relación educativa. Intentaré una vez más explicarme con algún
ejemplo.
Todos saben que uno de los momentos más difíciles de toda nuestra vida han
sido los primeros días de la misma. La dificultad consistía en encontrarse
dentro de una realidad totalmente distinta a aquella en la cual vivíamos en
el cuerpo materno. En una palabra: la dificultad del contacto con la
realidad.
Detengámonos un momento para reflexionar en lo que significa “contacto con
la realidad”, partiendo siempre de experiencias muy comunes.
Si accidentalmente pongo mi mano sobre una plancha caliente, siento un
terrible dolor y de inmediato retiro la mano. He tenido un contacto con la
realidad, un contacto puramente físico. El hecho está conducido, más bien
dominado por el principio del placer/dolor. ¿Es el único contacto posible
con la realidad?
Consideremos otro ejemplo. Nos encontramos con muchas personas. A algunas
de ellas ni siquiera las conocemos y a otras las conocemos; pero en un
momento dado, una de estas personas nos parece “distinta a todas las demás”
y entre mil conocidos, “única e insustituible”. ¿Qué ha ocurrido? Hemos
visto en esa persona “algo” que no habíamos visto en ninguna otra y nos ha
hecho exclamar “¡Qué maravilla que existas!” y en definitiva “¡Qué lindo es
vivir! Es la experiencia de una Presencia dentro de la realidad concreta,
que nos ha hecho “sobresaltarnos de alegría”. ¿Qué significa entonces “la
persona necesita-pide ser educada”? Significa: necesita-pide entrar en
contacto con la realidad para sentir en la misma una Presencia que la haga
“sobresaltarse de alegría”, que le dé la certeza de que vale la pena vivir,
precisamente debido a esta Presencia. Educar significa introducir a la
persona en la realidad de tal manera que se sienta como acogida por un
Destino bueno.
De lo dicho se desprende que la educación puede ocurrir únicamente en el
interior de una relación entre personas, en el interior de una
“comunicación indirecta” que circula de “persona a persona”.
Existe una comunicación directa entre las personas. Cuando un profesor
quiere enseñar a dividir, entrega al niño algunas reglas. Si es un buen
profesor, si el niño presta atención y es algo inteligente, comprende esas
reglas y ha aprendido a dividir. Ha habido una comunicación (de un saber,
en este caso) y ha sido directa, en el sentido de que se han aprendido
ciertos conocimientos mediante ciertos razonamientos simples. Veamos otro
ejemplo.
Un joven se da cuenta muy pronto de que en su corazón tiene un profundo
deseo de justicia y en el mundo muchas personas actúan injustamente, por lo
cual tarde o temprano puede encontrarse en una situación en la cual debe
elegir entre soportar una injusticia o cometerla para no ser víctima de
ella. Y se pregunta si es mejor soportar una injusticia o cometerla, si es
preferible ser engañados o engañar.
¿Cómo se puede convencer a ese joven muchacho de que es mejor soportar una
injusticia que cometerla, es decir, que ser justos y estar en la verdad es,
entre lo que existe, lo más precioso, bello y digno de buscarse y desearse?
Opera únicamente la confianza otorgada a la persona que lo educa y por
consiguiente le entrega la propuesta según la cual en la vida es mejor dar
que recibir. Es una comunicación indirecta.
Es éste el motivo por el cual el primer lugar de origen de la educación de
la persona es la familia. De hecho, la misma está constituida por la
relación interpersonal padres-hijos. Es una relación en la cual el hijo es
acogido por sí mismo, puesto que en la familia la nueva persona es acogida
en su valor puro y simple. Y así, recíprocamente, la nueva persona toma
contacto con la realidad no como algo hostil, sino como acogida.
“La madre se encuentra en el principio del mundo del niño, mundo en el cual
éste vive una relación simbiótica en que ni siquiera tiene conciencia de la
diferencia entre él y el mundo.
“Durante toda la vida, el niño vivirá el ser de acuerdo con la temperatura
emotiva originaria con la cual vivió su relación con la madre.
“El ser, el otro, el mundo se reconocerá como residencia acogedora, cargada
positivamente, originaria y fundamentalmente benévola. Si no se ha otorgado
esta experiencia, hay un obstáculo para la persona humana en la percepción
de la verdad fundamental metafísica según la cual el ser es bien” (H.U. von
Balthasar).
Nada ni nadie jamás podrán sustituir esta relación “de persona a persona”
en la educación.
Nos encontramos hoy, sin embargo, en una situación que yo llamaría de
“desierto educativo”.
Hemos dicho que cada uno de nosotros es “un gran deseo (de justicia, de
verdad, de amor...) cuya realización se encomienda a nuestra libertad”.
Tiene sentido hablar de educación precisamente porque este deseo es el
hombre.
¿Y si se apaga el deseo en el corazón del hombre? ¿Qué sucede? ¿Qué ocurre
con la libertad? Apagar el deseo en el hombre es algo que sucede cuando se
introduce en el corazón del hombre la sospecha de que aquello que se desea
no existe: que su deseo no tiene sentido porque carece de contenido. Eso
ocurre cuando se afirma, cuando se enseña que no existe una verdadera
distinción entre justicia e injusticia (y se actúa como si no existiera),
porque puramente existen la utilidad y el interés. Eso ocurre cuando se
afirma que no existe la verdad, sino únicamente opiniones. Eso ocurre
cuando se afirma que no es posible amarse verdaderamente y la relación
entre las personas sólo puede configurarse como coexistencia regulada por
egoísmos en oposición. En este punto, el hombre se sumerge en el más puro
relativismo.
¿Y qué ocurre entonces en su corazón? Se extingue o al menos se entorpece
el deseo. ¿De qué es peregrino el hombre? Peregrino de la nada. Educar
resulta imposible.
Las consecuencias en la libertad pueden explicarse con un ejemplo muy
sencillo. Imaginemos que al coser olvidamos hacer el nudo en el hilo. ¿Qué
sucede? Seguimos cosiendo... sin jamás coser.
Así, una libertad desarraigada de los verdaderos deseos del hombre, de sus
“naturales inclinaciones” (Santo Tomás), es una libertad que ya no sabe
hacia adónde moverse, hacia adónde ir, es decir, ya no sabe por qué elige
lo que elige. Por lo tanto, todo y lo contrario merecen ser elegidos y al
mismo tiempo nada merece ser elegido. La libertad se reduce a mera
espontaneidad.
A esto he llamado “desierto educativo”. El desierto es el lugar donde ya no
hay agua y donde ya no hay caminos.
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