Desafíos de una economía en quiebra
Criterios católicos para la vida económica, aplicables a
la situación actual de muchos países. Reflexión en el Día del Trabajo USA. 5
sept. 2011
Cada año los americanos celebramos el Día del Trabajo como
fiesta nacional para honrar a trabajadores. Este año, sin embargo, es menos una
época para la celebración y más una época para la reflexión y la acción dentro
del impacto económico actual y las dificultades que experimentan los
trabajadores y sus familias. Para los católicos es también una oportunidad para
recordar la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la dignidad del trabajo y
los derechos de los trabajadores. Este Día del Trabajo, la situación económica
es severa y los costes humanos son reales: millones de nuestras hermanas y
hermanos están sin trabajo, criando a los niños en la pobreza y temerosos por
su seguridad económica. No son sólo los problemas económicos, sino también las
tragedias humanas, los desafíos morales y las pruebas a nuestra fe.
Al acercarnos al Día del Trabajo 2011, sobre el nueve por ciento de los
americanos están buscando trabajo y no pueden encontrarlo. Otros temen que
podrían perderlo. La tasa de desempleo es más alta entre los trabajadores
afroamericanos y los hispanos. Los salarios no son suficientes para cubrir los
gastos de muchos trabajadores. Es incontable el número de familias que han
perdido sus hogares, y otras deben más de su casa que lo que ésta vale. Los trabajadores
sindicalizados son parte de un movimiento obrero más pequeño y sufren nuevas
tentativas para restringir los derechos de la negociación colectiva. El hambre
y la falta de vivienda son parte de la vida de demasiados niños. La mayoría de
los americanos temen que nuestra nación y economía se dirijan en la dirección
equivocada. Muchos están confusos y consternados por la polarización de cómo
nuestra nación podría trabajar conjuntamente para ocuparse del desempleo y los
salarios decrecientes, la deuda y los déficits, el estancamiento económico y
las crisis fiscales globales. Los trabajadores están legítimamente ansiosos y
temerosos sobre el futuro. Estas realidades están en el corazón de las
preocupaciones y de las oraciones de la Iglesia en este Día del Trabajo. Como
insistió el Concilio Vaticano II, la ´pena y angustia´ de la gente de nuestro
tiempo, “sobre todo de los pobres y de todos los afligidos... son también la
pena y la angustia de los seguidores de Cristo” (Gaudium y Spes, No. 1).
Todos estos desafíos tienen dimensiones económicas y financieras, pero también
tienen costos humanos y morales inevitables. Este Día del Trabajo necesitamos
mirar más allá de los indicadores económicos, los giros de la bolsa y los
conflictos políticos y enfocarnos en las cargas, a menudo invisibles, de los
trabajadores ordinarios y de sus familias, muchos de ellos están heridos,
desalentados y se han venido abajo por esta economía.
Hace ciento veinte años, en los tiempos de la Revolución Industrial, los
trabajadores también enfrentaron grandes dificultades. El Papa León XIII
identificó la situación de los trabajadores como el desafío moral dominante de
ese tiempo y publicó su innovadora encíclica Rerum Novarum. Esta carta ha sido,
por más de un siglo, la piedra angular para la enseñanza social católica y la
inspiración para la declaración de este año del Día del Trabajo. Esta oportuna
encíclica resaltó la dignidad inherente del trabajador en medio de los cambios
económicos masivos. La carta de gran alcance del Papa León rechazó el
capitalismo desenfrenado que podría despojar a los trabajadores de su dignidad
humana dada por Dios y el socialismo peligroso que podría potenciar al estado
sobre todo lo demás de manera destructiva sobre la iniciativa humana. Esta
encíclica se recuerda mayormente como la llamada profética de Papa León a la
Iglesia a apoyar a las asociaciones de trabajadores para la protección de los
trabajadores y la promoción del bien común.
Costos humanos de una economía en quiebra
Cuando miramos la situación de la gente desempleada y de muchos trabajadores
ordinarios, vemos no sólo individuos en crisis económica, sino también los
esfuerzos de las familias y las comunidades afectadas. Vemos a una sociedad que
no puede utilizar los talentos y las energías de todos los que pueden y deben
trabajar. Vemos una nación que no pueda asegurar a la gente que trabaja duro
diariamente, que sus salarios y prestaciones podrán mantener a una familia con
dignidad. Vemos un lugar de trabajo en donde muchos tienen escasa
participación, dominio, o sentido de estar contribuyendo a una empresa común o
al bien común. Una economía que no puede proporcionar empleo, salarios decentes
y prestaciones y un sentido de participación y de derecho para sus trabajadores
está en quiebra en sus formas mas fundamentales. Las muestras de esta economía
en quiebra están a nuestro alrededor:
• Cerca de 14 millones de trabajadores están desempleados. Vemos las historias
y las fotografías de centenares de personas, incluso miles, haciendo fila para
tener la oportunidad, simplemente, de solicitar trabajo. Hay actualmente más de
cuatro trabajadores desempleados para cada puesto de trabajo. Muchos han
abandonado la búsqueda de un empleo.
• Está aumentando número de niños (más de 15 millones) y de familias que viven
en pobreza. Esto no significa que les falta el último videojuego, significa que
carecen de los recursos fundamentales que les proporcionen alimento, abrigo,
ropa y otras necesidades.
• Los trabajadores jóvenes calificados se gradúan con deudas substanciales y
pocas o ninguna perspectiva de trabajo. Millones más, sin estudios
universitarios ni capacitación especializada, son empujados al margen de la
vida económica. Casi la mitad de los parados han estado desempleados por más de
seis meses, y muchos han perdido la esperanza de encontrar un nuevo empleo.
• Nuestra nación enfrenta déficits insostenibles y una deuda cada vez mayor que
recaerá sobre nuestros niños en las décadas por venir.
• La desigualdad en riqueza e ingresos está creciendo entre los relativamente
pocos que prosperan y los muchos que padecen carencias.
• El crecimiento económico es tan lento que nuestra nación no se está
recuperando de la crisis económica y tanto los propietarios como los
trabajadores tienen dificultad para encontrar oportunidades y soluciones a
futuro.
• Las tensiones económicas están ocasionando adicionalmente división y
polarización de nuestra nación y nuestro ámbito público con ataques contra los
sindicatos, los inmigrantes y los grupos vulnerables.
• La debilidad y la agitación económicas aumentan el miedo, la incertidumbre y
la inseguridad de los jubilados, las familias y los negocios.
• La economía global está causando daño a la gente más pobre de los lugares más
pobres en la tierra aumentando el hambre, la escasez y la desesperación.
• El estancamiento económico está restringiendo la creatividad, la iniciativa y
la inversión de aquellos que podrían hacer las cosas mejores, pero se retienen
por las demandas de ganancias a corto plazo, la incertidumbre y otras barreras.
Estas carencias y desafíos no son sólo económicos, sino también éticos. No son
sólo institucionales, sino también personales. La economía es una interacción
increíblemente compleja de mercados, de intereses, de instituciones y de
estructuras formadas por gente que toma decisiones innumerables basadas en una
gran variedad de obligaciones, de expectativas, de motivos y de opciones. Las
instituciones financieras que se suponían responsables no lo fueron. Algunas
buscaron ganancias a corto plazo y no tomaron en cuenta las consecuencias de
largo plazo. Algunos particulares también tomaron decisiones irresponsables,
permitiendo que sus deseos por las cosas, la avaricia y la envidia invalidaran
el buen juicio y su capacidad financiera. Consecuentemente, la gente perdió sus
trabajos, sus hogares, sus ahorros y planes de jubilación y tanto más. Más
significativa fue la pérdida de la credibilidad y la confianza. Todavía estamos
pagando los terribles costos económicos y morales de estas faltas. La falta de
honradez, la irresponsabilidad y la corrupción deben rendirse ante la
integridad, la responsabilidad y lo que el papa Benedicto llama "
gratuidad", una clase particular de generosidad se centró en el bien de
los otros y el bien de todos. Como dijo en Caritas in Veritate, "Sin
formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede
cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta
confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.”
(No. 35)
La enseñanza de la Iglesia sobre el trabajo y los trabajadores
Nuestra fe nos da una manera particular de mirar esta economía en quiebra. De
los profetas del Antiguo Testamento al ejemplo de la Iglesia temprana guardado
en el Nuevo Testamento, aprendemos que Dios cuida para del pobre y vulnerable,
y mide la fe de la comunidad por el trato a los marginados. Jesús, en su tiempo
en la tierra, nos enseñó acerca de la dignidad del trabajo y que seríamos
juzgados por nuestra respuesta hacia “los más pequeños" (Mt 25). Los
cristianos necesitamos estudiar cuidadosamente lo que Jesús nos enseñó sobre el
uso del dinero y la riqueza, el espíritu de compromiso y desprendimiento, la
búsqueda de justicia y cuidados para los necesitados, y el llamado a buscar y
servir al reino de Dios. De acuerdo con estos valores de la Sagrada Escritura,
nuestra Iglesia se ha centrado en el trabajo, los trabajadores y la justicia
económica en una serie de los encíclicas papales que empezaron con la Rerum
Novarum.
Esta larga tradición pone al trabajo en el centro de la vida económica y
social. En la enseñanza católica, el trabajo tiene una dignidad inherente
porque el trabajo nos ayuda no sólo a cubrir nuestras necesidades y proveer a
nuestras familias, sino también para participar en la creación de Dios y
contribuir al bien común. La gente necesita el trabajo no sólo para pagar las
cuentas, poner alimentos en la mesa y conservar sus hogares, sino también para
expresar su dignidad humana y enriquecer y consolidar la comunidad (Gaudium et
Spes, No. 34). El trabajo del ser humano representa "la colaboración del
hombre y de la mujer con Dios para el perfeccionamiento de la creación visible”
(Catecismo de la iglesia católica, No. 378).
Durante el siglo pasado, la Iglesia ha advertido en varias ocasiones sobre los
peligros morales, espirituales y económicos de la expansión del desempleo.
Según el catecismo, “La privación de empleo a causa de la huelga es casi
siempre para su víctima un atentado contra su dignidad y una amenaza para el
equilibrio de la vida. Además del daño personal padecido, de esa privación se
derivan riesgos numerosos para su hogar “ (No. 2436). Uno de los aspectos más
preocupantes en el debate público actual, es lo poco que se centran en el
desempleo masivo y en que hacer para conseguir pueda trabajar de nuevo. En la
Gaudium et Spes, el Concilio Vaticano II declaró “es deber de la sociedad, por
su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que
puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (No. 67). Como el
papa Benedicto advierte, “El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la
dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y
la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves
daños en el plano psicológico y espiritual” (Caritas in Veritate, No. 25). Una
sociedad que no puede utilizar el trabajo y la creatividad de muchos de sus
miembros está fallando económica y éticamente.
Los trabajadores y sus sindicatos: afirmación y desafío
Comenzando con la Rerum Novarum, la Iglesia ha apoyado constantemente los
esfuerzos de los trabajadores para unirse en sindicatos para defender sus
derechas y para proteger su dignidad. El Papa León XIII enseñó que el derecho
de los trabajadores de elegir formar un sindicato se basa en un derecho natural
y que es obligación del gobierno proteger este derecho en lugar de socavarlo
(Rerum Novarum, No. 51). Esta enseñanza ha sido afirmada constantemente por sus
sucesores. El papa Juan Pablo II, en su importante encíclica Laborem Exercens,
observó que “La defensa de los intereses existenciales de los trabajadores en
todos los sectores, en que entran en juego sus derechos, constituye el cometido
de los sindicatos. La experiencia histórica enseña que las organizaciones de
este tipo son un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las
sociedades modernas industrializadas”(No. 20). Recientemente, en Caritas en
Veritate, papa Benedicto XVI dijo, "la invitación de la doctrina social de
la Iglesia, empezando por la Rerum novarum, a dar vida a asociaciones de
trabajadores para defender sus propios derechos ha de ser respetada, hoy más
que ayer..." (No. 25).
Ha habido algunos esfuerzos, como parte de conflictos más amplios sobre presupuestos
del estado, para quitar o para restringir los derechos de los trabajadores en
la negociación colectiva así también para limitar el papel de los sindicatos en
el lugar de trabajo. Los obispos en Wisconsin, Ohio y también de otras partes
han delineado fidedigna y cuidadosamente la enseñanza católica sobre los
derechos del trabajador, aconsejando que los tiempos difíciles no deben
llevarnos a ignorar los derechos legítimos de los trabajadores. Sin avalar cada
táctica de los sindicatos o cada resultado de la negociación colectiva, la
Iglesia afirma los derechos de los trabajadores empleados públicos y privados a
elegir, reunirse, formar y pertenecer a sindicatos, para negociar
colectivamente, y para tener una voz eficaz en el lugar de trabajo.
La relación de la Iglesia con el movimiento laboral es de apoyo y desafío.
Nuestra Iglesia continúa enseñando que los sindicatos siguen siendo un
instrumento eficaz para proteger la dignidad del trabajo y los derechos de los
trabajadores. En su mejor, los sindicatos son importantes no sólo por la
protección y las ventajas económicas que pueden proporcionar a sus miembros,
sino especialmente como portavoces y por la participación pueden ofrecer a los
trabajadores. Son importantes no sólo por el alcance que ofrecen a sus
miembros, sino también por las contribuciones que hacen a la sociedad entera.
Esto no significa que cada resultado de la negociación es responsable o que
todas las acciones los sindicatos particulares--o empleadores en esa
materia-amerite ayuda. Los sindicatos, como otras instituciones humanas, se
pueden emplear mal o pueden abusar de su papel. La Iglesia ha exhortado a los
líderes del movimiento laboral a evitar las tentaciones del partidismo excesivo
y la búsqueda solamente de intereses reducidos. Los trabajadores y sus
sindicatos, así como los patrones y sus negocios, todos tienen responsabilidad
de buscar el bien común, no sólo sus propios intereses económicos, políticos, o
institucionales. La enseñanza de que los trabajadores tienen el derecho de
elegir libremente formar y pertenecer a los sindicatos y a otras asociaciones
sin interferencia ni intimidación, es intensa y constante. Al mismo tiempo,
algunos sindicatos en diferentes lugares han tomado posiciones públicas que la
iglesia no puede apoyar, que no pueden apoyar muchos sindicalistas y que tienen
poco que ver con los derechos del trabajo o de los trabajadores. Los líderes de
la Iglesia y del movimiento laboral no pueden evitar estas diferencias, pero
deben tratarlas sobre las bases de un diálogo respetuoso y sincero. Esto no
debe guardarnos trabajar personalmente y juntos en potenciar las prioridades
comunes de proteger los derechos de los trabajadores, la justicia económica y
social, superar la pobreza, y crear oportunidades económicas para todos.
Permanecer al lado del pobre y el vulnerable
Como se puede observar este Día del Trabajo, nuestra nación hace frente a un
debate polémico y necesario sobre cómo reducir la deuda y los déficits
insostenibles, crecer y consolidar la economía, crear trabajos y reducir la
pobreza. En esta continua discusión sobre cómo distribuir los escasos recursos
y compartir los sacrificios y las cargas, nuestra fe ofrece un criterio moral
claro: dar prioridad a la gente pobre y vulnerable.
Esta es la razón por la cual los obispos católicos de los Estados Unidos se han
unido con otras iglesias cristianas en una iniciativa sin precedente para
formar un " Círculo de Protección" que defienda, mejore y consolide
los programas esenciales que protegen las vidas y la dignidad de la gente pobre
y vulnerable. Las declaración es un llamado a evaluar "cómo afectan los
posibles aumentos de presupuesto a aquellos que Jesús llamó ´mis hermanos más
pequeños´ (Mt 25:45 )".
Una tarea fundamental es crear trabajos y estimular el crecimiento económico.
Un trabajo decente con un sueldo decente es el mejor camino para salir de la
pobreza, y recuperar el crecimiento es una poderosa manera de reducir los
déficit.
En nuestras cartas al Congreso, los obispos escribimos como pastores y maestros,
no como expertos ni afiliados a algún partido. Reconocemos la obligación de
poner en orden nuestra casa financiera y sugerimos que:
Un criterio justo para futuros presupuestos no puede basarse en recortes
desproporcionados en servicios esenciales para los pobres. Requiere que todos
compartamos los sacrificios, incluyendo un aumento adecuado de los ingresos, la
eliminación de gastos militares innecesarios y afrontar, en lo posible, los
costos a largo plazo de seguro medico y programas de retiro.
Pensamos que la medida moral de este debate presupuestario no es qué partido
gana o qué intereses poderosos vencen, sino cómo les afecta a los desempleados,
los hambrientos, los sin techo y los pobres. Sus voces no suelen escucharse en
estos debates, pero ellos tienen el reclamo moral más convincente en nuestras
conciencias y en nuestros recursos comunes.
Un camino por andar: la búsqueda de la acción conjunta
A veces los apuros económicos ponen en evidencia lo peor de nosotros. La
incertidumbre y el miedo nos obligan a luchar por nuestros propios intereses y
aprovecharnos para obtener ventajas. Hay demasiados dedos señalando y acusando
a otros y a las tentativas de sacar provecho en el terreno político y
económico. Hemos visto intentos de limitar o suprimir elementos de la
negociación colectiva y de restringir el papel de los trabajadores y sus
sindicatos.
Algunos demonizan al mercado o al gobierno como la fuente de todos nuestros
problemas económicos. Los inmigrantes han sido culpados injustamente por
algunos de los problemas económicos actuales. Demasiado a menudo, se presta
atención a las voces más fuertes y se produce un círculo vicioso predecible de
culpa y evasión, pero hay pocas acciones eficaces dirigidas a resolver los
problemas fundamentales.
Existe otra manera de responder a la difícil situación en que nos encontramos.
Podemos comprender y actuar como parte de una sola economía, una sola nación y
una sola familia humana. Podemos reconocer nuestra responsabilidad por las
acciones -grandes o pequeñas- con las que hemos contribuido a esta crisis.
Podemos asumir la responsabilidad de trabajar unidos para superar el
estancamiento económico y todo lo que viene con él. Podemos respetar claramente
la legitimidad y las funciones de los demás en la vida económica: comercial y
laboral, del sector privado y público, de instituciones con y sin fines de
lucro, religiosas y académicas, de la comunidad y del gobierno. Podemos evitar
cuestionar las intenciones de los demás. Podemos defender nuestros principios y
prioridades con convicción, integridad, cortesía y respeto por los demás.
Podemos buscar puntos en común y aspirar al bien común. Podemos animar a todas
las instituciones en nuestra sociedad a que trabajen juntas para reducir el
desempleo, promover el crecimiento económico, superar la pobreza, aumentar la
prosperidad, llegar a un acuerdo y hacer los sacrificios necesarios para
comenzar a curar nuestra quebrada economía.
La seriedad y el peligro de la situación económica actual exigen un compromiso
de todos los sectores para unirse, idear y reconstruir una economía más fuerte
que garantice la dignidad de todos, especialmente ofreciendo oportunidades
laborales. Ninguna entidad puede salvar la economía por sí sola, y todas las
instituciones deben ir más allá de sus intereses particulares. Para poder tomar
medidas coordinadas y de conjunto, se deben abrir o fortalecer líneas de
diálogo entre los gobernantes, empresarios, sindicatos, inversores, entidades
financieras, instituciones educativas y sanitarias, filántropos, comunidades
religiosas, desempleados y quienes viven en la pobreza, de modo que se pueda
establecer una base común para buscar el bien común en la vida económica. Como
han dicho muchas veces los obispos católicos: “El proceder católico es
reconocer el rol esencial y las responsabilidades complementarias de las
familias, las comunidades, el mercado y el gobierno para trabajar juntos en la
superación de la pobreza y el fomento de la dignidad humana” (Un lugar en la
mesa, 18).
Conclusión: Una palabra de esperanza y compromiso
Para los cristianos no es suficiente reconocer las dificultades actuales. Somos
un pueblo con esperanza, comprometido a rezar, a ayudar a los que enfrentan
dificultades y a colaborar con otros para construir una economía mejor. Nuestra
fe nos da fuerza, dirección y confianza para estas tareas. Como nos anima el
Papa Benedicto:
En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar
los recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza
misma, don de Dios a sus hijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia
inventiva (Caritas in veritate, 50).
Debemos recordar que en el centro de todo lo que hacemos como creyentes debe
estar el amor, ya que el amor es lo que honra la dignidad del trabajo como
participación en la creación de Dios, y el amor es lo que valora la dignidad
del trabajador, no solo por la labor que realiza, sino sobre todo por la persona
que es. Este llamado de amor es también una obra de fe y una expresión de
esperanza.
En este Día del Trabajo de 2011, estamos inmersos en una crisis económica
continua y se nos llama a renovar nuestro compromiso con la tarea que Dios nos
dio de defender la vida y la dignidad de la persona, enaltecer el trabajo y
defender a los trabajadores con esperanza y convicción. Éste es un momento para
la oración, la reflexión y la acción. En las palabras de nuestro Santo Padre el
Papa Benedicto XVI:
La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a
encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias
positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en
ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. (Caritas in Veritate, 21).
Autor: Mons. Stephen E. Blaire
Obispo de Stockton
Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos
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