Un filósofo y literato español del siglo pasado, Miguel de Unamuno, de un temperamento ardiente y apasionado, muy combativo y enérgico, padeció dramáticos conflictos interiores y tremendas agonías en su fe precisamente por no querer aceptar con humildad y sencillez esta realidad de su condición. Y cuando al fin, reconocía su debilidad ..., bellamente lo expresaba con estos versos:
“Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar;
la hiciste para niños, y yo he crecido a mi pesar. Si no me la agrandas, achícame a mí, por piedad; vuélveme a la edad bendita en la que vivir es soñar.
Gracias, Padre, que ya siento que se va mi pubertad; vuelvo a los años rosados en los que era niño, y nada más”.
“Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar;
la hiciste para niños, y yo he crecido a mi pesar. Si no me la agrandas, achícame a mí, por piedad; vuélveme a la edad bendita en la que vivir es soñar.
Gracias, Padre, que ya siento que se va mi pubertad; vuelvo a los años rosados en los que era niño, y nada más”.
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