Cuando un edificio antiguo amenaza ruina, es común que los técnicos intervengan con sus propuestas de rehabilitación, presentando complicados estudios y presupuestos, para colocar piezas de hierro o inyectar hormigón que refuerce y de seguridad a ese lugar deteriorado por el paso de los años.
Del mismo modo que hay técnicos que entienden de construcción, el gran técnico del ser humano, sin duda ninguna, porque en el origen es su autor, es el mismo Dios, el mismo Cristo.
Precisamente de rehabilitación tenemos que hablar hoy. En el tercer encuentro de Cristo resucitado con sus apóstoles, el Señor quiere rehabilitar a Pedro; después de su triple negación, de su fracaso, de su grandísima debilidad y cobardía, Cristo quiere darle una nueva oportunidad. Y no le hace un examen muy complicado, ni le propone técnicas caras, ni excesivamente costosas: “Simón, hijo de Juan – le dijo, ¿me amas?” Porque en el fondo, a Cristo no le importan nuestras fragilidades, no le importan nuestros pecados. Él ya contaba con que nos íbamos a equivocar. Cristo sólo espera del hombre una cosa, que su relación sea de amor. Lo hemos oído tantas veces, que Dios no quiere nuestros sacrificios, no quiere nuestros cumplimientos ni nuestros servilismos, sólo quiere el corazón del hombre, sólo le interesa el amor. Pero no porque vayamos a engrandecer a Dios con nuestro amor, sino porque el mismo Dios sabe, que lo único que nos engrandece, que nos embellece, que nos beneficia, es que tengamos un corazón lleno de amor.
Por eso, sólo el amor rehabilita al hombre. Sólo seremos capaces de levantarnos de nuestras fragilidades, de nuestras equivocaciones, de nuestros fracasos, si somos capaces de amar. Así lo decía San Juan dela Cruz : “A la tarde, te examinarán del amor”. Porque cuando nos encaremos con la eternidad, o incluso ya aquí en la tierra, cuando nos encaramos con nuestro Dios, la pregunta hecha a Simón Pedro , de algún modo, es una pregunta hecha a cada uno de nosotros: “¿Me amas?. Si me amas, apacienta”, es decir, expresa ese amor a tus hermanos. No tenemos excusa. Cuántas veces no nos hemos sentido capaces de realizar aquello que Dios nos pide, porque nos parecía difícil o excesivo. Cristo lo que nos viene a decir, es que, con la fuerza del amor, con la fuerza de un amor que nos ha sido injertado por el Bautismo, con la fuerza de un amor que no es humano sino divino, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con la resurrección de Cristo que nos entrego el Espíritu, con la fuerza de ese amor, seremos capaces de absolutamente todo.
Vamos a pedirle al Señor, que sepamos que con la fuerza de ese amor, ya no cuentan nuestras fragilidades. No nos podemos excusar diciendo: “yo no soy capaz, yo no creo que pueda, a mí no me llama, yo no me veo capacitado”. Cuántas veces nos hemos excusado en nuestra aparente debilidad, para no cumplir con las tareas: “yo no me puedo reconciliar con esta persona, yo no puedo vivir una práctica religiosa más intensa”. Y el Señor en el fondo te dice: “Pero, ¿me amas?, porque si me amas, quiere decir que mi amor está contigo. Que seas consciente de que yo he resucitado para llenarte de mi amor y de esa fuerza, y por tanto, es verdad que tú solo no eres capaz, pero con mi amor en tí, puedes hacer todo lo que yo te proponga”. Lo decía muy bien San Agustín: “Manda lo que quieras, pero dame lo que mandas.” Nosotros hoy le decimos al Señor, que con la fuerza de su amor sí nos sentimos capaces, acometeremos todo aquello que Él nos pida, por más duro que nos parezca.
No vivamos nunca más un cumplimiento en la religión, ni vivamos una relación con Dios del miedo, del perfeccionismo, del temor. A Jesús sólo le interesa nuestro amor, como sólo le interesó de Simón Pedro el amor. Cada vez que nos sintamos fracasados, cada vez que veamos que nos hemos equivocado, que resuene en nuestro corazón la pregunta del Nazareno: “¿ Me amas?”, y ojalá que todos podamos contestar con las mismas palabras del apóstol: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que yo te quiero”.
Del mismo modo que hay técnicos que entienden de construcción, el gran técnico del ser humano, sin duda ninguna, porque en el origen es su autor, es el mismo Dios, el mismo Cristo.
Precisamente de rehabilitación tenemos que hablar hoy. En el tercer encuentro de Cristo resucitado con sus apóstoles, el Señor quiere rehabilitar a Pedro; después de su triple negación, de su fracaso, de su grandísima debilidad y cobardía, Cristo quiere darle una nueva oportunidad. Y no le hace un examen muy complicado, ni le propone técnicas caras, ni excesivamente costosas: “Simón, hijo de Juan – le dijo, ¿me amas?” Porque en el fondo, a Cristo no le importan nuestras fragilidades, no le importan nuestros pecados. Él ya contaba con que nos íbamos a equivocar. Cristo sólo espera del hombre una cosa, que su relación sea de amor. Lo hemos oído tantas veces, que Dios no quiere nuestros sacrificios, no quiere nuestros cumplimientos ni nuestros servilismos, sólo quiere el corazón del hombre, sólo le interesa el amor. Pero no porque vayamos a engrandecer a Dios con nuestro amor, sino porque el mismo Dios sabe, que lo único que nos engrandece, que nos embellece, que nos beneficia, es que tengamos un corazón lleno de amor.
Por eso, sólo el amor rehabilita al hombre. Sólo seremos capaces de levantarnos de nuestras fragilidades, de nuestras equivocaciones, de nuestros fracasos, si somos capaces de amar. Así lo decía San Juan de
Vamos a pedirle al Señor, que sepamos que con la fuerza de ese amor, ya no cuentan nuestras fragilidades. No nos podemos excusar diciendo: “yo no soy capaz, yo no creo que pueda, a mí no me llama, yo no me veo capacitado”. Cuántas veces nos hemos excusado en nuestra aparente debilidad, para no cumplir con las tareas: “yo no me puedo reconciliar con esta persona, yo no puedo vivir una práctica religiosa más intensa”. Y el Señor en el fondo te dice: “Pero, ¿me amas?, porque si me amas, quiere decir que mi amor está contigo. Que seas consciente de que yo he resucitado para llenarte de mi amor y de esa fuerza, y por tanto, es verdad que tú solo no eres capaz, pero con mi amor en tí, puedes hacer todo lo que yo te proponga”. Lo decía muy bien San Agustín: “Manda lo que quieras, pero dame lo que mandas.” Nosotros hoy le decimos al Señor, que con la fuerza de su amor sí nos sentimos capaces, acometeremos todo aquello que Él nos pida, por más duro que nos parezca.
No vivamos nunca más un cumplimiento en la religión, ni vivamos una relación con Dios del miedo, del perfeccionismo, del temor. A Jesús sólo le interesa nuestro amor, como sólo le interesó de Simón Pedro el amor. Cada vez que nos sintamos fracasados, cada vez que veamos que nos hemos equivocado, que resuene en nuestro corazón la pregunta del Nazareno: “¿ Me amas?”, y ojalá que todos podamos contestar con las mismas palabras del apóstol: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que yo te quiero”.
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